Para toda la humanidad y por todas las edades, el más
grande entre todos los nombres es el nombre de Jesús.
Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le
dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble
toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la
tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre. (Flp 2.9–11)
Muchos estudiosos identifican a Jehová con el nombre
de Jesús; en verdad, el nombre Jesús es la forma griega de la palabra hebrea
que significa «Jehová salva». Podemos encontrar nombres que acompañan al de
nuestro Redentor en todo el Antiguo Testamento. T.C. Horton, halló trescientos
sesenta y cinco nombres para el Salvador, Jesús, uno para cada día del año (The
Wonderful Names of Our Wonderful Lord [Los nombres maravillosos de nuestro
Señor maravilloso], Logos International, 1925). Es apropiado y sabio investigar
las riquezas del nombre de Jesús, pues en su nombre los creyentes «sobre los
enfermos pondrán sus manos, y sanarán» (Mc 16.18).
Los nombres marcan diferencias en el mundo de la
Biblia y los más importantes están asociados con nuestro Salvador. «Y llamarás
su nombre JESÚS, porque El salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1.21). «Jesús» es la forma griega del nombre hebreo
«Josué»; y ambos nombres significan «el Señor es salvación».
Existen cientos de nombres y títulos en la Biblia para
Jesucristo, y cada uno es para nosotros una doble revelación. Nos revela lo que
Jesucristo es en sí mismo y también lo que Él quiere hacer por nosotros. En Su nombre es
admirable (Editorial Unilit), Warren
Wiersbe dice que cada uno de sus nombres muestra alguna bendición que Él da.
Los nombres maravillosos
de Jesús
Los nombres de Jesús comienzan con la caída del hombre
y su necesidad de un Salvador. En Génesis 3, el Redentor que vendría recibe el nombre de
«simiente» de la mujer, quien a su debido tiempo heriría la cabeza de la vieja
serpiente.
Más adelante, en el libro de Génesis (49.10), encontramos otro nombre de interés inusual: «No
será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que
venga Siloh; y a Él se congregarán los pueblos».
Existe un poco de incertidumbre acerca del significado
y derivado de la palabra Siloh, pero el estudio resuelve las inquietudes y
revela una verdad poderosa.
Siloh, shiloh. Siloh era una de las ciudades donde se
colocó el tabernáculo (Jos 18.1). Aquí, en el libro del Génesis, parece ser un nombre propio o título,
el cual los creyentes generalmente aceptan como una designación mesiánica de
Jesús. Su etimología es incierta. Para algunos shiloh significa «el pacífico».
Según otro punto de vista, shiloh es un sustantivo con un sufijo pronominal que
debe entenderse como «su hijo»; por lo tanto, los príncipes y los legisladores
no se apartarían de Judá hasta que viniera su hijo. Otra posibilidad sería
dividir shiloh en dos palabras shay y loh, lo cual indicaría «aquel a quien se
le brinda tributo». El significado más probable de shiloh es el aceptado por la
mayoría de las autoridades judías antiguas, para las cuales se trataba de una
palabra compuesta de shel y loh, que significaba «al que pertenece». En español
Shelloh podría entenderse como: «a quien pertenece el dominio», «de quien es el
reino», «aquel que tiene el derecho a reinar». Véase particularmente Ezequiel 21.27.
A continuación, examinamos Ezequiel 21.27, que dice: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y
esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo
entregaré».
La predicción de Ezequiel es una profecía mesiánica
que habla del día en que los gobernadores y los líderes fracasados del mundo
pecador se echarán a un lado para que venga el «Rey de reyes y Señor de
señores» que establecerá su reino de paz y rectitud. Entonces, Shiloh, uno de
los nombres más antiguos, originalmente profetizados acerca de Cristo, declara
su derecho a reinar. ¡Alabado sea su nombre, Él es digno de reinar!
La mayoría de los profetas del Antiguo Testamento, a
través de sus telescopios de revelación, no vieron la primera venida del
redentor. Sólo vieron a aquel que iba a traer la Nueva Jerusalén. Sin embargo,
Isaías, el gran profeta mesiánico, lo vio en ambos papeles, como el León que
gobierna y como el Cordero que redime.
Isaías vio al Hijo virginal que sería llamado Emanuel,
«Dios con nosotros», las cuatro fases de su nombre serían: «Admirable,
Consejero» y «Príncipe de paz», y al mismo tiempo sería «Dios fuerte», y «Padre
eterno». Contemple los cuatro nombres.
Desde cualquier punto de vista, Jesús es maravilloso.
Él es maravilloso en poder, maravilloso en sabiduría, maravilloso en gracia,
maravilloso en amor; además, es maravilloso en su encarnación a través de la cual
manifestó su amor al identificarse con la humanidad pecaminosa como sacrificio
propiciatorio por el pecado y la aflicción.
Describa cómo Jesús ha obrado una «maravilla» en su
vida.
Jesús es el Consejero que puede guiar a su pueblo por
el camino oscuro y sinuoso. Aquellos que siguen el consejo maravilloso del Guía
infalible ya no pueden tropezar con el «consejo de malos». Lea el Salmo 32.8 e Isaías 30.21 y describa dos formas en que Dios nos guiará o
dirigirá.
Jesús puede ofrecer la redención perfecta porque Él
asimismo es Dios fuerte. Es fuerte en la «creación» (Jn 1.3), en «revelación» (Heb 1.1–2), en salvación (Ef 3.16), en obras (Mt 13.54), poderoso en milagros de sanidad (Ro 15.19). Lea estos pasajes y escriba sus reflexiones de cada
uno de ellos.
Jesús es también el Padre eterno. Nunca cambia. Sus
bendiciones nunca expiran o se vuelven anticuadas o inaccesibles. Sus milagros
de sanidad y transformación acompañarán a aquellos que creen mientras la «buena
nueva» no haya alcanzado a toda nación, pueblo, lengua y tribu. Lea Hebreos 13.8 usando este nombre.
En una sociedad plagada de contienda, cuán maravilloso
es que Jesús se llame Príncipe de paz. Jesús nos ha dejado un legado precioso
de paz, como dice Juan 14.27: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.
No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo».
Dedique tiempo para orar con estos nombres y en la
oración participe de los recursos específicos que ofrecen. Todos son en el
«nombre de Jesús». Anote cada uno y al lado escriba una situación o persona en
la que usted aplicaría el poder por la fe en ese nombre.
Salvación en el nombre de
Jesús
Para Isaías era también «varón de dolores,
experimentado en quebranto», y por su muerte en sacrificio se convertiría en
«herido […] por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados». El Espíritu
Santo guió a los padres de Isaías al nombrarlo «Isaías», que significa, «Jehová
es salvación». El sería el profeta que anunciaría la venida del «siervo sufrido
de Jehová», quien sería llamado «Jesús» porque El «salvará a su pueblo de sus
pecados» (Mt 1.21). El hecho de que Isaías veía a Jesús se fundamenta sin lugar a dudas
en las palabras de Jesús en Juan 12.38–41, cuyo pasaje concluye con esta oración: «Isaías dijo
esto cuando vio su gloria, y habló acerca de Él».
Mucha gente tiene la falsa idea de que la salvación en
el Antiguo Testamento se obtenía mediante el cumplimiento de la Ley de Moisés.
Esto no es cierto. Antes bien, la Ley de Moisés se dio como modelo para
mantener una sociedad o teocracia ordenada.
Dios dio la Ley, no para salvar al hombre del pecado,
sino para mostrarle al hombre su pecado. Los requisitos de la Ley eran tales
que el hombre, con su naturaleza pecaminosa heredada de Adán y Eva, no podrían
guardarla en su totalidad. Por lo general, cuando la gente leía cuidadosamente
la Ley, se arrepentían en cilicio y cenizas.
Cuando Adán pecó, lo expulsaron del Edén y se le
enseñó que sólo podría acercarse a un Dios santo mediante el sacrificio (Gn 3.15, 21; 4.4). Cuando mandaron a Abraham a sacrificar a su hijo
Isaac en el Monte de Moriah, obedeció. ¿Por qué estaba Abraham dispuesto a
sacrificar a Isaac, según Hebreos 11.17–19? ¿Cuál fue la promesa ganada y la lección aprendida
con la intervención de Dios? (Gn 22.10–14)
El sistema mosaico enfatizó la enseñanza del principio
de un sustituto prometido y necesario. En Israel, el sumo sacerdote entraba al
Lugar Santísimo (el asiento de misericordia) una vez al año para hacer
expiación por los pecados del pueblo. La sentencia de muerte se transfería a un
animal sin mancha, dándole acceso al redimido a Dios. El cordero inmolado no
podía, en efecto, sustituir al pecador. El cordero inmolado era una
representación del Cordero infinito de Dios, quien, en el cumplimiento del
tiempo, moriría por todos los pecadores que habrían de invocar el nombre de
Dios en fe. Vendría como aquel en quien se cree y a través de Él los creyentes
del Antiguo Testamento recibirían salvación. Jesús hizo esto en su carácter de
Dios, por quien todas las cosas fueron creadas. Como el Cordero de Dios, murió
en la cruz, se levantó de entre los muertos y ascendió a la diestra del Padre,
y ahora es nuestro gran Sumo Sacerdote. Mediante El venimos con denuedo al
trono de la gracia en su nombre; «De este dan testimonio todos los profetas,
que todos los que en El creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre» (Hch 10.43). Por lo tanto, todo acceso a Dios, tanto para
creyentes del Antiguo como del Nuevo Testamentos, es a través nuestro Mediador
eterno y perfecto.
Acercarnos al trono de Dios en el nombre de Jesús
significa ir ante Él tal como si fuera Jesús el que lo hace. Es por eso que
Jesús nos dijo: «Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para
que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo
haré» (Jn 14.13–14).
¿Cómo llegó Jesús a tener el nombre sobre todo nombre?
(Flp 2.6–11)
¿Cómo los discípulos conocieron cada lugar donde Jesús
se reveló en el Antiguo Testamento? (Lc 24.25–27)
Cite cuatro nombres de Jesús que encuentre en el libro
de Isaías.
¿Cuál es el significado dinámico y las implicaciones
del nombre Siloh?
¿Cómo recibía la salvación la gente del Antiguo
Testamento?
Sanidad en el nombre de Jesús
Después de estudiar el significado y el poder
inherente y residente en el nombre de Jesús según se profetizó, veamos la
comisión que nos dio de sanar a los enfermos.
Cuando Jesús envió a los setenta elegidos a anunciar
el reino de Dios, les dijo: «Y sanad a los enfermos que en ella haya, y
decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios» (Lc 10.9). Cuando volvieron de su gira ministerial,
reportaron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre». Y Él les
respondió: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lc 10.17, 18).
Los discípulos son instruidos para sanar. Las
instrucciones de Jesús a los 70 enviados son claras y directas: «Sanad a los
enfermos… y decidles: Se ha acercado el reino de Dios». La venida del reino de
Dios y el ministerio de sanidad son inseparables. En 9.12 se enfatiza el mismo asunto ante los doce discípulos.
La autoridad para sanar ha sido dada a los discípulos de Jesús, en la medida en
que estén dispuestos a ejercer los privilegios de ser los mensajeros y los
participantes en el reino de Dios. Este ministerio no debiera ser separado de
la declaración completa de la venida del reino. El Espíritu Santo se deleita en
confirmar la presencia del reino glorificando el poder del Rey, realzando la
obra de Cristo a través del ministerio de sanidad. Este ministerio de sanidad
se manifiesta en todo el libro de los Hechos de los Apóstoles; y en Santiago 5.13–16 se le declara como una de las responsabilidades de
los ancianos en la congregación local.
Uno de los primeros milagros notables de sanidad en el
nombre de Jesús en el ministerio de los apóstoles, luego de la ascensión de
Jesús, está registrada en Hechos 3.2–7. Lea este pasaje y note: (a) la perspicacia de los
discípulos, (b) su respuesta a esta necesidad, y (c) los tres pasos en el
ministerio de sanidad.
El resultado de la sanidad del cojo fue inmediato.
Estas nuevas se divulgaron en toda la ciudad. Los discípulos pronto se
encontraron rodeados de multitudes que querían saber cómo había ocurrido el
gran milagro. Tal parece que el cojo era bien conocido, pues pedía limosna a
las puertas del templo. Algunos empezaron a asignar el poder milagroso a los discípulos.
Lea el versículo 16 y tome nota de la respuesta de Pedro.
Al día siguiente, los líderes y gobernadores llamaron
a los apóstoles para que rindieran cuenta de cómo habían sanado al cojo,
causando gran expectativa en toda la ciudad. Pedro, quien una vez por temor
negó a su Señor, habló con denuedo al concilio. ¿Cuál fue la clave de la
explicación de cómo el hombre recibió la sanidad? (Hch 4.9, 10)
Los apóstoles atribuyeron el don de sanidad a Jesús y
a la declaración de su nombre. Su única función era responder al Espíritu
Santo, quien les dio fe especial, y hablaron las palabras en el nombre de Jesús
que el Espíritu les reveló. Negaron que el milagro se relacionara a algún poder
o piedad de ellos. Eran buenos hombres, pero a la justicia y al nombre de Jesús
debía atribuirse el milagro. ¿Qué piensa debería ser su privilegio, dada
semejante escena?
Después de apedrear a Esteban (Hch 7), se levantó una persecución fanática hacia la
iglesia, esparciendo a muchos fuera de Jerusalén. Entre los que huyeron de
Jerusalén estaba Felipe, quien arribó a Samaria y pronto comenzó a predicar. En
el Nuevo Testamento, Felipe es caracterizado como evangelista. Un evangelista
se especializa en predicar el evangelio de Cristo con vista a ganar almas para
Cristo, pero a menudo esta predicación es respaldada por señales y maravillas.
Lea Hechos 8.4–8, 12 y enumere los tipos de hechos que ocurrieron.
Luego, el Espíritu condujo a Felipe a testificar a una
persona que viajaba por el desierto. El evangelista de las multitudes tenía la
misma habilidad en el trabajo personal. Ganó al eunuco, predicándole a Jesús a
partir del libro de Isaías. Algunos creen que el tesorero etíope llevó el
evangelio de vuelta a su tierra y que luego se convirtió en una nación
fuertemente cristiana. Felipe tenía el mismo poder al testificarle a muchos o a
uno; su mensaje era Jesús, sus predicaciones y oraciones se hicieron poderosas
a través del nombre maravilloso de Jesús.
Nuestro estudio del nombre de Jesús nos lleva una vez
más al pacto de sanidad del Nuevo Testamento en Santiago 5.13–18. El pacto tiene dos partes: la parte de la persona
enferma y la parte de la oración de los ancianos. 1) Los enfermos deben acudir
a los ancianos; 2) los ancianos deben ungir a los enfermos con aceite y orar
por ellos. Lea el texto y describa exactamente cómo deben orar los ancianos:
(a) ¿qué deben hacer?, (b) ¿en qué?, (c) ¿con qué tipo de oración?
La unción con aceite se llevaba a cabo para indicar
que el poder de sanar provenía del Espíritu Santo y no de los ancianos que
oraban. La oración en el nombre de Jesús se pronunciaba para afirmar que Jesús,
cuyo nombre es sobre todo nombre, es el Mediador que ha dado acceso a todos los
creyentes al trono de la gracia. Los enfermos tal vez necesiten confesar los
pecados, hacer compensación, orar unos por otros; pero cuando todo lo que frena
la fe se haya quitado y se tenga acceso a Dios mediante nuestro Sumo Sacerdote
por cuya «llaga fuimos nosotros curados», entonces «la oración de fe salvará al
enfermo» (Stg 5.15). De esto tenemos la seguridad debido a que Él lo prometió: «Si algo
pidiereis en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14.14).
Al principio de este capítulo se hace referencia a las
predicciones del profeta Isaías acerca de la venida del «siervo» de Jehová. El
profeta declaró el significado extraordinario de varios de los nombres del
Mesías. En el capítulo 42, lo llama «mi siervo» y «mi escogido» y el Padre dice «en quien mi alma
tiene contentamiento». Ese contentamiento proviene de que su «Siervo» se convertiría
en «luz para los gentiles». En Mateo 12.15–23, se cita el pasaje de Isaías.
Jesús les advirtió a las personas que no
propagandizarán las sanidades, porque Él no estaba listo para tomar el trono de
David; eso ocurriría más adelante. Ahora Él debía revelar su bendición, que
fluiría de su gran corazón de amor, tal como el perdón de los pecados y la
sanidad a los enfermos. Vino para sufrir y morir, para darnos su redención. Si
sus sanidades de compasión se divulgaran muy ampliamente, el pueblo demandaría
una corona y vestidura real; Él ahora es el «Cordero de Dios»; luego será el
«León de la tribu de Judá».
Este es el tiempo de ir a las naciones con el mensaje
de redención; esta es la era en que el evangelio, el mensaje de acceso al trono
de misericordia de Dios mediante el nombre de Jesús, debe declararse a todos.
Uno podría decir que esta es la dispensación de «el nombre». Acceso en el
nombre, perdón por el nombre, sanidad por el nombre, toda oración contestada en
el nombre, esta es la bendición de la era de la gracia. Mateo quería que los
lectores supieran que habrá una dispensación en que todas las naciones pondrán
su confianza en Uno que sufriría humildemente la salvación del alma y el
cuerpo, para la plenitud de la persona. «¡Bendito sea el nombre!»
Concluya este capítulo escribiéndole un salmo de
alabanza personal a Jesús, magnificando la belleza, la promesa y el poder del
nombre de Jesús. No se preocupe en hacerlo rimar ni del estilo literario;
simplemente deje que el Espíritu inunde su corazón con palabras de alabanza y
exaltación que inspiren la fe.
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