Cuando yo tenía nueve años, nuestra familia vivía en
Akron, Ohio, donde mi padre pastoreaba una pequeña iglesia. Me acuerdo más que
nada de ese tiempo, pues es donde experimenté la fe de salvación en Jesucristo.
Volvíamos a casa después de asistir a una reunión en
otra iglesia. Recuerdo que estaba sentado en la parte delantera del auto, en
medio de papá y mamá, cuando les pregunté: «¿Podrían orar conmigo esta noche
para que yo reciba al Señor Jesús?»
No esperaban esa pregunta, menos en ese momento.
Todavía me acuerdo de lo sorprendido que yo estaba por la tardanza de papá en
contestarme. Finalmente me dijo que orarían conmigo antes de ir a dormir.
Recuerdo con vaguedad que me lavé los dientes y me puse la piyama tan rápido
como me fue posible. Lo que recuerdo con claridad absoluta es haberme
arrodillado frente a la litera que compartía con Jim, mi hermano menor. Alcancé
a ver a Jim que se asomaba desde el borde superior de la litera, probablemente
para ver si algo especial ocurría con el hermano.
Mamá se sentó en la cama y papá se arrodilló a mi
lado, me abrazó y me guió en una sencilla oración en la que yo le pedía a Jesús
que se convirtiera en Salvador y Señor de mi vida.
No recuerdo haber tenido alguna sensación especial,
pero ese momento se grabó por siempre en mi memoria. Más tarde estaría
agradecido de que no hubo ningún flujo de emociones. No sentí temor o culpa, ni
tuve pensamientos del cielo o del infierno. Debo decir con sinceridad que no sé
lo que se pudo haber dicho en la iglesia que motivara mi requerimiento. Pero de
alguna manera, me di cuenta que ya era hora (¡sabía que debía hacerlo!), y que
me era posible hacerlo (¡sabía que podía!).
Esta es la fe salvadora. Es el momento en que alguien
sabe que debe recibir a Jesús y sabe que puede creer en El y recibirlo.
Ahora bien, alguien tal vez pregunte: «¿Para qué
queremos estudiar la fe salvadora» en el contexto de un estudio de la fe
poderosa de un creyente que ya recibió la salvación»? ¿No hemos tratado ya la
fe práctica, mientras que la fe para salvación tiene más que ver con la
teología y la doctrina?» Sin embargo, quiero que veamos cómo la fe básica
ejercida en nuestra salvación no es diferente del ejercicio de la fe que accede
al poder de Dios. Sea cual fuera lo que usted o yo sentimos en el momento en
que supimos que debíamos, y supimos que podíamos, recibir a Jesucristo como
Salvador y Señor, es el mismo tipo de fe de la que hemos estado hablando.
Analicemos este tema: ¿Qué es la fe salvadora?
Primero, se centra en Cristo: Es fe en Dios por medio
de la persona de Cristo Jesús. La fe de salvación siempre enfoca hacia Jesús
como persona, y no hacia Él como un simple concepto. En otras palabras, cuando
usted o yo permitimos que se separe a Jesús de nuestro estudio de la Palabra de
Dios, este estudio se vuelve únicamente un objetivo académico sin el poder del
Espíritu que nos enseña a glorificar a Jesús en nosotros por medio de la
Palabra. Por verdaderas que sea la Biblia y por maravillosa que sea la
sabiduría que destila, la vida de las Escrituras está ligada a Cristo. No nos
atrevemos a separar la Palabra de la Persona.
Lea los textos siguientes y escriba sus observaciones
en respuesta a esta pregunta: ¿En qué pusieron la fe los discípulos?
1. Hechos 24.24
2. Gálatas 3.26
3. Colosenses 1.14
4. Colosenses 2.5
Vayamos al comienzo del evangelio de Juan. Al leer la
primera docena de versículos vea cuán cuidadosamente presenta Juan a Jesús como
la Luz y el Creador del mundo. Ahora vea Juan 1.12. Note cómo el acto de recibir a Cristo se hace
posible por la presencia de la fe.
¿Qué se dio a los que creyeron y recibieron?
Vayamos a Juan 3, a la conversación nocturna que Jesús tuvo con
Nicodemo. Aquí el centro de la fe se presenta con palabras que muchos niños han
memorizado en su Escuela Dominical. Lea Juan 3.15–19, y tome nota de las cinco veces que se menciona el
creer en la persona de Jesucristo.
Estos pasajes y los que preceden lo aclaran bien:
Primero, todos los asuntos vitales están centrados en la persona de Jesucristo,
no en los «objetos», «ideas» ni aun en «creer en la fe». Eso es lo que separa la
fe viva de una fórmula de fe o sistemas seudocientíficos de creencia. Segundo,
la fe de salvación se despierta por la palabra del evangelio.
Busque y examine Romanos 10.6–10 para ayudarlo a responder a estas preguntas:
1. ¿Cuáles son los dos pasajes donde se encuentra la
palabra de fe?
2. ¿Cómo se oye?
3. ¿Qué es lo que se hace con el corazón?
4. ¿Qué es lo que se hace con la boca?
Aunque el estudio del lenguaje de la fe se encuentra
en otra lección, puede serle útil algo que dijo mi padre, el doctor Roy Hicks,
al referirse a Romanos 10.9–10: «He aquí la lección más relevante sobre la importancia y el poder de
la confesión de fe que se puede hallar en todas las Escrituras. El principio de
la fe se establece desde el comienzo mismo de nuestra vida en Cristo.
Exactamente igual a como la salvación (la obra justa de Dios en nuestro favor)
se confirma por creer de corazón y por la confesión pública de nuestra fe, así
también la continua manifestación de Cristo en nuestras vidas se logra por los
mismos medios.»
La palabra «confesar» (del griego homologeo) tiene el
significado de «una vinculante declaración pública por la cual se establece una
relación legal mediante un contrato» (Kittel). Por lo tanto, así como con
nuestras palabras contratamos” desde nuestra parte la salvación, desde su parte
Dios proporciona la obra y el poder de Cristo; aquí tenemos un principio para
toda la vida. Crezcamos en la fe activa a partir de este espíritu de fe
salvadora, creyendo en el gran poder de Dios para suplir todas nuestras
necesidades y proclamando con los labios lo que nuestros corazones reciben y
creen de las muchas promesas de su Palabra. Aceptemos los “contratos” de Dios para toda necesidad nuestra, dotándolos con
la confesión de nuestra creencia, tal como cuando fuimos salvos»
Entonces, el paralelo entre la fe «salvadora» y la fe
de «poder» se encuentra en su dependencia de la Palabra del evangelio.
Tercero, la fe salvadora es milagrosa.
1. Lea Juan 6.44. ¿Quién puede venir a Jesús?
2. Lea Efesios 2.8, 9. ¿Cuál es el don?
En este versículo existen tres fuerzas en movimiento:
Gracia, fe y salvación. Pablo quiere que se entienda bien que bajo ninguna
circunstancia nadie puede decir que logra salvarse por iniciativa personal.
Aunque la fe salvadora es su respuesta que permite a un Dios de gracia traerle
vida eterna, esta sería imposible sin el don y la gracia del Espíritu que lo
atrae hacia el Salvador.
A medida que crece en la experiencia cristiana, esta
faceta de la gracia de Dios (que Él es el iniciador y el autor de su fe) no
sólo se volverá más preciosa para usted, sino que también descubrirá que la fe
salvadora tiene el poder para encender la fe de poder en el diario vivir. Ya
que Dios es el iniciador, el creyente sólo tiene que descubrir lo que Él está
iniciando; o sea, ¿qué dice la Palabra de Dios acerca de lo que Él quiere
hacer? ¿Qué es lo que el Espíritu Santo le incita a aceptar? Cuando descubrimos
la provisión que Dios ya ha puesto en marcha, podemos confiadamente apropiarnos
de ella en fe, tal como hicimos en la conversión cuando recibimos a Cristo.
Lea Romanos 3.21–26 y responda las preguntas siguientes:
1. ¿Quién ha pecado?
2. ¿Cómo se recibe la justicia de Dios?
3. ¿Quién es justificado?
Redención, apolutrosis; Strong #629: Una liberación asegurada por el pago de un rescate,
liberación, dar en libertad. La palabra, en el griego secular, describía a un
conquistador soltando a los prisioneros, un amo redimiendo a un esclavo. En el
NT, la palabra designa la liberación del mal y de la condenación del pecado por
medio de Cristo. El precio que se pagó para la compra de esa liberación fue su
sangre derramada.
Mientras responde a las preguntas usted revisa y se
enfrenta a los principios fundamentales de la salvación. Es un milagro,
¿verdad? Nuestra salvación no es un milagro porque nosotros éramos
especialmente malvados. Usted quizás sí o quizás no haya sido malvado en el sentido
de estar dedicado a lo reprochable, depravado u horrible. De una u otra forma
estaba perdido, sin esperanza (Efesios 2.12). No podría rescatarlo nada de lo que pudiera hacer con
cualquier demostración de ingenio, fuerza, sabiduría o bondad en hechos concretos.
Pero Jesús lo hizo. ¡Él lo rescató a usted!
¡Milagrosamente!
¿Por qué hago tal énfasis en el hecho de que la
conversión es un milagro? Es la tendencia normal del ser humano olvidarse que
la naturaleza de la provisión y el poder operante al momento de nuestra
experiencia de fe salvadora es absoluta y magníficamente milagrosa. Con el paso
del tiempo, muy fácilmente nuestra conversión se vuelve parte de un viejo
álbum, un diario personal o un recuerdo de tiempos antiguos. Sin embargo, si
podemos mantener candente la naturaleza milagrosa de la «fe salvadora», podemos
seguir preparados a experimentar muchísimos momentos más de fe de poder,
operando en las circunstancias diarias de la vida tal como la salvación fue el
momento de decisión en nuestra vida.
Pero si nos olvidamos de la naturaleza sencilla pero
milagrosa de nuestra salvación «original» (cómo Dios nos atrajo hacia sí, cómo
nos persuadió y nos avivó por medio de la Palabra), nos volveremos insensibles
a su disponibilidad para tratar con nosotros hoy día y estaríamos desprevenidos
o lentos en responder a la fe.
En verdad cada área de su vida se ha diseñado para
sentir la iniciación, la atracción, la conquista y la convicción de Dios por
medio de su Palabra y su Espíritu. Milagrosamente, El nos motiva hacia la fe
para con nosotros mismos, el matrimonio, los niños, nuestros asuntos y para
todas las áreas de la vida.
Cuarto, la fe salvadora no confía en las emociones.
¿Cuál es la antítesis de caminar por fe? (2 Corintios 5.7).
Lea 1 Corintios 2.9–12.
Pablo cita en este pasaje al profeta Isaías. Quiere
mostrar que nuestra relación con Dios a través de Cristo no es algo que se
pueda apreciar con los sentidos naturales. El ojo, el oído o el corazón no
pueden percibir lo que Dios ha preparado para nosotros,.
¿Cómo se puede percibir? Pablo dice que podemos ver
estas maravillas sólo si las revela el Espíritu de Dios. Su Espíritu no las
muestra a los ojos, los oídos o el corazón, el centro de las emociones humanas.
Por el contrario, se las revela al espíritu humano.
El versículo 11 dice que sólo en nuestro espíritu redimido se puede recibir la Palabra de Dios y la
revelación, separadas de la distorsión que viene de los ojos, los oídos y el corazón.
Estas son lecciones sencillas que la mayoría de los
creyentes aprenden temprano en su caminar con Cristo. Usted lo ha oído en forma
hablada y cantada: «Yo soy salvo hoy, ya sea que lo sienta o no». O, «soy salvo
hoy, a pesar de cómo me veo o de cómo se ven las circunstancias». Aun cuando
hayamos aprendido estas lecciones hace mucho tiempo, la vida dinámica de fe
moderna exige un repaso de aquellos principios de fe básicos. ¿Por qué? Porque
cada promesa que procuremos percibir comprenderá la prueba de nuestra fe y lo
que Pablo llama «la buena batalla» (1 Timoteo 6.12). Nuestra fe se fortalecerá únicamente en la medida en que aprendamos a confiar en
su Palabra, yendo más allá de las emociones, viviendo y respondiendo a las circunstancias a través de lo que entendemos por verdad a causa de su
Palabra, no por lo que sintamos, veamos o pensemos en el plano natural.
Lea Romanos 4.13–25. Utilice estas preguntas a medida que estudia la fe
de Abraham para que le ayuden a entender el significado de andar por fe y no
por vista.
1. ¿Cuándo se nulifica la fe? (Romanos 4.14).
2. ¿A quién se le afirma la promesa? (Romanos 4.16).
3. En su opinión, ¿qué significa: «Él creyó en
esperanza contra esperanza»? (Romanos 4.18).
4. ¿Cuándo es usted débil en la fe? (Romanos 4.19)
5. A la inversa, y del mismo versículo, ¿cuándo es
usted fuerte en la fe? (Romanos 4.19).
6. ¿Qué nos haría dudar en la promesa de Dios? (Romanos 4.20).
7. ¿De qué quedó convencido Abraham? (Romanos 4.21).
8. ¿Cuándo fue Abraham fortalecido en fe? (Romanos 4.20).
Para finalizar, aunque la fe salvadora es una
experiencia arraigada en el espacio y el tiempo (tal como recuerdo claramente
mi experiencia a los nueve años), también es continua.
Con esto quiero decir que la fe que usted emplea para confiar
en todos los días en Dios es la misma fe que utilizó para la conversión. La fe
se desarrolla, se vuelve más fuerte y también evoluciona; pero no cambia la
esencia. Esto es algo digno y maravilloso de observar y recordar, porque
muestra cómo Dios promete cubrir cada necesidad que tenga hoy en su vida, ¡y
cubrirla a través de ese sencillo proceso de fe que usted inició!
Narre su propia experiencia de fe salvadora. Describa
cómo llegó a creer en el Hijo de Dios. ¿Cómo lo atrajo Dios? ¿Cómo oyó por
primera vez el evangelio, la palabra de salvación por gracia? Al escribir su
experiencia, pídale al Señor que le muestre cómo ha continuado la obra que puso
en marcha la posibilidad de fe para su vida. ¡Pídale al Señor que le muestre
cualquier corrección y arrepentimiento que deba ofrecer para que su vida de fe
se examine de tal manera que otra vez vuelva a ser fe salvadora!
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