(Juan
1.1–18)
El cristianismo es Cristo. Muchas de las religiones
del mundo creen en un Dios único. Casi todas creen que la humanidad tiene
problemas y que necesita salvarse de alguna manera. Y la mayoría cree que nos
espera al menos un juicio, un juicio basado en lo que hacemos durante nuestro
peregrinaje en la tierra. Pero sólo el cristianismo enseña que Jesucristo es la
llave que abre todas las puertas principales de nuestra vida pasada, presente y
futura. Sólo el cristianismo considera a Jesús como el único mediador entre
Dios y los hombres. Sólo el cristianismo ve a Jesús como la única esperanza
verdadera de salvación, una salvación basada en la gracia y la misericordia por
medio de la fe, no en el esfuerzo propio, ni en la educación, ni en el control
de la información, ni en la modificación de la conducta, ni en la comunidad, ni
en cualquier otro bien menor.
¿Por qué es así? ¿Por qué es que el cristianismo
adopta una actitud tan intransigente en cuanto al papel central de Jesucristo?
Porque Jesucristo es Dios encarnado. Este hombre, que nació en Belén, y María y
José lo criaron en Nazaret, es además plenamente Dios. Mientras los brazos de
María lo acunaban cuando era bebé, El sustentaba la existencia del universo
entero. Mientras se alimentaba del pecho de María, mandaba la valiosa lluvia
por toda la tierra. Mientras aprendía al lado de José el oficio de carpintero,
los ángeles lo adoraban y alababan. Este hombre que comía, se cansaba, que
llegó a frustrarse, a manifestar su enojo, que sudaba, sufría, lloraba, era incomprendido
y rechazado —este hombre que al mismo tiempo era la Deidad- y no necesitaba
nada, mantenía el control sobre todas las cosas, era todopoderoso, omnisciente,
amaba a plenitud y era perfecto en todo sentido. Él es el Dios-Hombre: Todo lo
que pertenece a la humanidad, con excepción del pecado, le pertenece a Él.
Completo Dios y, sin embargo, completo hombre. Sólo el cristianismo afirma esta
verdad acerca de Jesús. Esto es tan central que si el cristianismo estuviera
equivocado en cuanto a Jesús, sería falso. El cristianismo es Cristo. Sin Él,
el cristianismo no tiene nada extraordinario que decir, nada especial para dar,
ninguna esperanza que ofrecer, ningún perdón para prometer, ninguna salvación
que asegurar, ningún Hijo, ni Espíritu, ni Padre, ni nada.
Juan, el autor humano del cuarto Evangelio, sabía muy
bien este hecho. De modo que en el prólogo a su Evangelio, compuesto por los
primeros dieciocho versículos, expone los hechos básicos acerca de Jesús: quién
es, lo que es, por qué vino a la tierra y por qué deberíamos escucharlo y no
darle la espalda. Los hechos que se presentan son sobrecogedores,
revolucionarios, conmueven el alma. Pero más que eso, pueden generar vida, al
menos para los que tienen oídos para oír y voluntad para obedecer.
Así que antes de ahondar más, dedique unos minutos a
leer Juan 1.1–18 un par de veces.
Semejanzas que debemos
considerar
La correlación es uno de los pasos que más luz da al
estudiar la Biblia. Cuando se usa la correlación, se comparan pasajes en una
parte de la Biblia con otros similares en otra parte. Este procedimiento
termina arrojando luz sobre ambos conjuntos de pasajes, de modo que se sale con
una mejor comprensión del significado de los textos.
Cuando lee Juan 1.1 («En el principio era el Verbo») quizás ha notado que
comienza como Génesis 1.1: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». Si sigue leyendo
en Juan 1, es posible que advierta también que habla de la
manera en que el Verbo intervino en la creación, lo que así mismo nos recuerda
el relato de la creación de Génesis 1.
Lea Génesis 1.1–2.4, luego vuelva a leer Juan 1.1–18. Observe qué semejanzas encuentra en la fraseología,
en las ideas y en la estructura de estos dos pasajes.
El mensaje de Juan 1.12b enfoca la totalidad de la estructura del prólogo; es
el clímax al final de un crescendo. Y cuando vemos que el prólogo es el mensaje
en miniatura de todo el Evangelio, ¿qué podría decir usted acerca de la idea
principal del Evangelio de Juan? ¿Concuerda su respuesta con Juan 20.31?
¿Por qué cree que Juan fue tan cuidadoso al referirse,
en cuanto a contenido y estructura, a la parte inicial de Génesis? ¿Qué era lo
que trataba de comunicar?
Cuando recordamos que Dios inspiró la Biblia, que las
palabras de los autores humanos son Sus verdaderas palabras, la sorprendente
estructura literaria en la que esas palabras se encuentran insertadas nos dice
muchísimo acerca del énfasis que Dios pone sobre el diseño y la belleza que Él
les otorga. Dedique un tiempo para reflexionar sobre esto y registre aquí sus
pensamientos. Por ejemplo: ¿Qué le dice esto acerca del resto de las obras de
Dios? ¿Deberíamos aceptar o rechazar el caos, o la imprudente despreocupación
por el orden en los servicios religiosos o en las reuniones administrativas?
¿Permite el uso que hace Dios de una estructura fundacional que haya
espontaneidad y creatividad? Estoy seguro que usted podrá plantearse otros
interrogantes y temas para explorar.
Ahora exploremos con más profundidad el prólogo de
Juan.
No hay otro dios que Dios
En Juan 1.1–3, se establecen dos verdades: (1) el Verbo es Dios;
(2) el Verbo es, de algún modo, diferente a Dios. ¿Qué base dan estos
versículos para respaldar la primera verdad?
¿Qué base hay para la segunda?
¿Quién es el Verbo? (cf. vv. 14, 17)
¿Cómo cree que el Verbo puede ser igual a Dios y, sin
embargo, diferente? Sería conveniente que consulte la sección «Riqueza
literaria» antes de tratar de contestar esta pregunta.
En el principio (1.1, 2): Este enunciado se refiere al comienzo de la
creación, y nos hace retroceder hasta Génesis 1.1.
Era (1.1): Indica que el Verbo antecede al comienzo de la
creación. En otras palabras, el Verbo ya existía incluso antes del primer acto
por el cual se dio principio a la existencia del universo.
Con (1.1): Hacia Dios, cara a cara con Dios, en compañía de
Dios. La idea es que el Verbo estaba en eterna comunión con el resto de la
Deidad: Dios Padre y Dios Espíritu Santo.
Dios (1.1, 2): En la primera y tercera ocasiones en que aparece
esta palabra, Dios se refiere al Padre y al Espíritu Santo (el primer y el
tercer miembros de la Divinidad). La segunda vez que aparece significa
«deidad»; declara la naturaleza divina indivisible que el Verbo posee junto al
Padre y al Espíritu Santo.
Verbo (1.1): Es una traducción de la palabra griega logos. En la
mentalidad del judío del primer siglo, logos se refería a la palabra hablada,
con énfasis en el significado, no en su sonido, de modo que implicaría a un ser
racional involucrado en la comunicación. Dada la similitud entre Juan 1.1 y Génesis 1.1, los lectores judíos habrían vinculado el Verbo en
Juan con la actividad creadora de Dios en Génesis 1, donde Él hablaba y las cosas adquirían existencia (Gn 1.3). Así que para ellos Logos designaba el poder y la
actividad creativa personal de Dios. Es el verbo en acción.
Para los lectores griegos, logos significaba «razón,
pensamiento racional y discurso; el principio de la razón o del orden en el
mundo que confiere a este su estructura y constituye el alma del hombre».
Nuestra palabra lógica se deriva de logos.
Juntos, esos significados nos dicen que el Verbo es la
fuente racional y personal del poder y la acción en la creación. Sin dudas que
el apóstol Juan eligió esta palabra de modo que apelara tanto a judíos como a
griegos, a fin de expresar verdades que ambos grupos pudieran asociar con el
Verbo.
Nada (1.3): Ni siquiera un sola cosa fue hecha al margen de la
obra creadora del Verbo.
El cuarto Evangelio comienza con una de las doctrinas
más difíciles del cristianismo: la Trinidad. Cuando Juan habla de la igualdad
entre el Verbo y Dios, y sin embargo, también indica diferencias, plantea un
problema que los cristianos siempre aceptaron pero que les llevó varios cientos
de años para resolver. La Biblia deja bien aclarado que existe un solo Dios (Dt 6.4; Is 44.6–8; 45.5, 6, 18, 21, 22; 1 Co 8.4–6; 1 Ti 2.5). Pero también establece con claridad que el Padre es
Dios (Jn 6.27; Ro 1.7; Gl 1.1), que Jesucristo es Dios (Jn 1.1–3, 14; Col 2.9; Tit 2.13; Heb 1.2, 3; 1 Jn 5.20), y que el Espíritu Santo es Dios (Hch 5.3, 4; 28.25–27; 2 Co 3.16, 17; Heb 10.15, 16). Además, la Biblia asigna atributos y actividades
divinos tanto a dos, como a las tres Personas en el mismo contexto (Mt 28.18, 19; 1 Co 1.3; 2 Co 13.14; Ef 4.4–6).
Ante estos y muchos otros pasajes, la iglesia del
siglo cuarto finalmente estructuró de manera formal la relación entre el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo como tres Personas no creadas, eternas, coiguales,
que coexisten en, o poseen la misma naturaleza divina indivisible. Por lo
tanto, cada Persona es completamente Dios y posee los mismos atributos divinos,
porque cada una posee sin variación la misma naturaleza, si bien cada Persona
es eternamente distinguible de las otras. El Padre no es el Hijo o el Espíritu,
el Hijo no es el Padre o el Espíritu, y el Espíritu no es el Padre o el Hijo.
En síntesis, existe un solo Dios, pero este Dios es tres Personas distintas que
coexisten eternamente en una sola naturaleza divina.
Si le resulta difícil entender esto, no se desaliente,
¡no está solo! ¿Acaso no debiera el Dios de todo el universo estar «un poco»
más allá de nuestra posibilidad de describirlo, puesto que es Dios? Al
sometemos a la fe, debemos reconocer que a través de los siglos la Iglesia ha
apoyado esta manera de concebir a Dios como una fiel descripción de lo que la
Biblia enseña. Las grandes mentalidades en realidad se han mostrado siempre
dispuestas a reconocer que su entendimiento es finito, y a dejar abierta la
«posibilidad» de que la trascendente grandeza de Dios «pudiese» exceder su
pleno entendimiento. Y, sin embargo, en lo que respecta a la naturaleza personal
de su amor, Él ha decidido revelarse de igual modo a nosotros.
Vida y luz
En Juan 1.1, 2, el Verbo es Dios. En el versículo 3, el Verbo es el Creador. ¿Qué es el Verbo en los
versículos 4–13?
¿Quién envió Dios antes que al Verbo y por qué? (vv. 6–8)
¿A dónde fue el Verbo y cómo fue recibido? (vv. 5, 11, 12)
Juan nos dice que el Verbo es la luz. ¿Qué son las
tinieblas?
¿Cuáles son las ironías que se mencionan en los
versículos 9–11?
Conocer (1.10): «Es el reconocimiento de la verdad por experiencia
personal »
¿Qué nos dicen esas ironías acerca de la condición del
mundo y de qué manera podemos esperar que la gente responda a Jesús?
Según su opinión, ¿qué es lo que tratan de enseñar los
versículos 12 y 13 acerca de la manera en que podemos obtener o no la salvación? Dicho de
otro modo, ¿qué nos dicen estos versículos acerca de los medios de salvación
(la manera en que podemos ser salvos en contraste con las formas en que no
podemos serlo) y cuál es la fuente de nuestra salvación (quién nos salva y
quiénes no pueden hacerlo)?
Potestad (1.12): Autoridad.
Ser hechos hijos de Dios (1.12): Aparte de Cristo, no comenzamos siendo parte de la
familia eterna de Dios. Debemos entrar en ella, y cuando lo hacemos, entramos
como sus pequeños adoptados.
Creen en su nombre (1.12): Un compromiso activo con Jesucristo: su persona,
carácter, obra.
Nacidos (1.13): Figura de lenguaje que se usa para ejemplificar un
nacimiento espiritual, no físico, en la familia de Dios (cf. Jn 3.1–21).
¿Entiende quién es el que lo salva y cómo? ¿Está
seguro acerca del papel de Dios y el suyo? Si no es así, lea de nuevo el
prólogo de Juan y repase este capítulo de la guía de estudio. Si es necesario,
consulte a su pastor o algún maestro de la Biblia, o algún amigo cristiano, y
pídale que se lo explique. Haga lo que haga, no permita que esta importante
enseñanza se le escape. Su destino eterno podría estar en juego.
La Palabra encarnada
Antes que viniera el Verbo, Dios se había revelado al
mundo en una variedad de formas a lo largo de la historia (Heb 1.1). ¿Cuáles fueron algunas de esas formas?
¿En qué consiste que la revelación de Dios por medio
del Verbo fuera algo único? (Jn 1.14, 17, 18).
Dadas las diferentes maneras en que Dios se manifestó
en el Antiguo Testamento, ¿por qué es que Juan puede decir que nadie ha visto
al Padre y que sólo el Hijo lo ha revelado? (y. 18) ¿De qué modo puede usted explicar esto? (Más
adelante, volveremos a tratar este asunto al detalle, pero por el momento haga
un esfuerzo por resolver este aparente problema.)
¿Qué dijo Juan el Bautista acerca del Verbo encarnado?
(v. 15)
El Verbo fue hecho carne (1.14): El Verbo, el Hijo de Dios, adoptó para sí una
naturaleza humana por completo (cuerpo, alma y espíritu), igual que la nuestra,
pero sin manchas de pecado, de modo que ahora tenía dos naturalezas distintas:
una plenamente humana y otra plenamente divina.
Habitó (1.14): Instaló su tienda de campaña. El lugar donde Dios
moraba entre su pueblo ya no era el tabernáculo o el templo (Éx 25.8; 40.34; 1 R 8.10–12), sino el Hijo de Dios encamado.
Gloria (1.14): «La manifestación de Dios, el resplandor externo de
su ser interior».4 de la misma manera en que los rayos del sol
manifiestan la presencia y el poder de su fuente, el sol. De esta manera Jesús
reveló la magnificencia de la deidad por medio de su humanidad.
Unigénito del Padre (1.14): Esto no se refiere a la concepción terrenal de
Cristo o a su nacimiento, sino a la amorosa relación única y eterna que tiene
con el Padre celestial al ser su Hijo.
Gracia sobre gracia (1.16): Una ola de gracia que es constantemente reemplazada
por otra. Gracia tras gracia; gracia sobreabundante.
Ley (1.17): La revelación de Dios que vino por el profeta
Moisés. Aunque la gracia y la verdad de Dios se vieron en la Ley, se han
manifestado en Cristo Jesús con tal plenitud que casi no hay comparación
posible entre ambas revelaciones.
Juan introduce de nuevo una de las enseñanzas más
difíciles del cristianismo: la encarnación. Al igual que la doctrina de la
Trinidad, la de la encarnación llevó un tiempo en desarrollarse formalmente, a
pesar de que la Iglesia siempre aceptó el hecho de que Jesús era tanto humano
como divino al mismo tiempo. En el siglo cuarto, sin embargo, en dos de los
concilios principales de la iglesia (uno en Nicea y el otro en Calcedonia) la
Iglesia resolvió esta cuestión.
Declaró que la segunda Persona de la Trinidad (el
Hijo) agregó a su deidad una naturaleza humana plena (aunque absolutamente sin
pecado o sin propensión a pecar), sin que esto altere su naturaleza divina.
De modo que manteniéndose Dios por completo y sin alteración alguna de su
deidad, el Hijo se unió a una verdadera naturaleza humana en la matriz virginal
de María. Y gracias a la distinción entre las tres Personas de la Deidad, sólo
el Hijo se encarnó; ni el Padre ni el Espíritu Santo adoptaron la naturaleza
humana. De modo que el Hijo, y sólo el Hijo, es en verdad humano en una
naturaleza, y en verdad divino en otra naturaleza. Y estas dos naturalezas, si
bien unidas en una Persona, no mezclan sus características (por ejemplo, la
naturaleza humana no puede volverse todopoderosa y débil la divina), como
tampoco están separadas una de la otra. Por lo tanto, Jesucristo es una Persona
que posee dos naturalezas distintas que lo hacen en todo sentido el
Dios-Hombre, único en su carácter.
Como ya vimos, las doctrinas de la Trinidad y de la
encarnación resultaron difíciles de consolidar por parte de la Iglesia, y
siguen siendo difíciles de entender. Para que pueda adquirir una comprensión
más firme de ellas, consulte algunas obras sobre ambos temas. Comprobará que
estas doctrinas son realmente bíblicas y razonables. No es posible sondear las
profundidades de estas doctrinas sin cosechar beneficios personales. Adelante,
pues. Decídase a hacerlo. Bien vale la pena dedicarle su tiempo y esfuerzo.
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