Hace varios años enterré a Nita Smith. Todavía la
extraño. Aunque no necesitaba trabajar, ella decidió ayudarnos en el
departamento de contabilidad de la iglesia. Cuando hablan de ella sus
compañeros de oficina utilizan las palabras eficiente, rápida, inteligente,
buen sentido del humor, etc.
Pero no es por eso que la extraño, sino porque era una
de esas pocas personas que consiguen entender el significado de la fe en su
aplicación a la vida diaria. Para ella, cada momento negativo le daba una
oportunidad para encontrar una promesa de Dios y ponerla a prueba. ¡Esperaba
ver con humor y confianza lo que haría su Dios Todopoderoso en cada
oportunidad!
Me acuerdo especialmente del domingo en la mañana
cuando tropezó al salir por la puerta delantera de la iglesia. Como ella había
asistido al primer culto, nadie me habló del accidente hasta que todos los
cultos terminaron. Salí corriendo a la sala de emergencia, pero llegué muy
tarde: ya se sentía bien.
—Por sus llagas soy curada —me dijo.
Mientras las enfermeras terminaban me contaron los
momentos llenos de humor que habían pasado. Cuando Nita cayó, se golpeó la
cabeza con el borde de concreto al pie de las escaleras. Como la mayoría de las
heridas en la cabeza, sangraba intensamente. Uno de los ujieres pidió una ambulancia,
lo que no la alegró. Ella no temía ir al hospital pero en su opinión no era
necesario.
El personal de la ambulancia le puso una venda
provisoria en la frente para detener la hemorragia hasta que el doctor pudiera
suturar la herida. Como su rostro estaba cubierto con la venda, Nita aprovechó
la oportunidad para alabar en silencio al Señor. Pero el que la atendía vio el
movimiento de la boca. Temiendo que pudiera estarle doliendo algo, le levantó
la venda y le preguntó si estaba bien.
—¡Estoy orando! —le respondio con brillo en los ojos—. ¡Y si me dejas
tranquila, tal vez pueda terminar antes de que lleguemos al hospital!
Esa fue la primera señal de que esta mujer no era el
paciente habitual de un domingo por la mañana. La segunda señal apareció cuando
la enfermera analizó la herida para ver si podría detectar daño más allá del
corte.
—Ya oré —fue la reacción de Nita—. Y sé que el Señor
ya me sanó. Si me toman una radiografía verán que es sólo una herida
superficial.
Como también se lastimó la rodilla le tomaron en ese
momento una radiografía de la misma. El doctor entró con el informe preliminar
y dijo que no se veía bien, que había sufrido graves lesiones tanto en la
rodilla como en la frente.
La respuesta de Nita fue tranquila, dijo:
—No puede ser —fue la tranquila respuesta de Nita—. Al
venir acá oré al Señor y le pedí que me sanara. Su Palabra dice que lo hará.
Por favor tome otra radiografía.
Lo hicieron de mala gana. Para su sorpresa, aunque no
para Nita, no encontraron nada grave en la rodilla ni en la frente. Cuando
llegué, Nita estaba utilizando el momento como otra oportunidad para hablar de
su amor por el Señor Todopoderoso.
Perdí la cuenta de la cantidad de veces que Nita llevó
a la iglesia a alguien con problemas irreparables. Ella sonreía durante todo el
culto matinal, esperando plenamente que el Señor se moviera en sanidad,
liberación o en cualquier otra área de necesidad de su amigo.
¡Sé donde está ahora, ella es muy feliz, pero la
extraño!
Narro la historia de Nita porque en esta lección
estudiaremos varias partes de las Escrituras que resaltan la importancia del
lenguaje de la fe. Tal como hay un cierto sonido para la duda y el temor,
también hay un sonido claro para la fe. ¡Los que creen se distinguen por cómo
hablan! A menudo hablan con un lenguaje muy particular, el de la fe.
Debemos considerar tres grandes obstáculos antes de
explorar el fabuloso tema del lenguaje de la fe:
Primero, el lenguaje de la fe no trata de crear una
falsa realidad. A veces los que escuchan la palabra «fe» piensan que esta es
una manera de negar la realidad. Lo que no es verdad. Por ejemplo, el lenguaje
de la fe no niega la existencia de la enfermedad, ni ninguna otra cosa como la
bajeza humana o la maldición que ha caído sobre el hombre como consecuencia del
primer pecado. No es un lenguaje de «pretensiones», como si sólo pronunciando
ciertas palabras, pudiéramos salir de la pobreza, la enfermedad, el divorcio o
cualquier otro problema que vemos o enfrentamos. Usted no puede, y la fe verdadera
no se trata de eso. ¡No!
Pero hay una manera especial de responder en fe a la
realidad. Cuando lo hace, ¡hablará de cierta manera! Su lenguaje empleará
palabras de fe. En vez de rendirse a la realidad de la circunstancia, la fe
hablará de la voluntad del Señor para ese momento. En vez de ahondar en los
síntomas de la realidad, la fe meditará en las promesas de Dios. En vez de
someterse a la derrota o al desánimo, la fe dará alabanza a Dios por su bondad.
Hablar en fe no es practicar el arte de hacer caso
omiso a la realidad, sino expresar con confianza lo que Dios ha prometido hacer
con nuestra realidad.
Segundo, el lenguaje de la fe no se puede reducir a la
simpleza de hablar positivamente. Podemos mostrar que el negativismo es la
causa de muchos fracasos, pero hablar positivamente no es lo mismo que hablar
en «fe». El lenguaje de la fe, sea positivo o negativo, habla la Palabra de
Dios. Hablar en fe es utilizar las promesas de Dios, no sólo las buenas
intenciones del hombre. Hablar positivamente es muy bueno, pero el lenguaje de
la fe accede al trono de Dios. Hablar positivamente puede mover a muchos, pero
no mueve la mano de Dios.
Tercero, aunque esta lección busca identificar el
sonido cierto de la fe, es peligroso pensar que una vez reconocido se puede
practicar separado de la obra energizante del Espíritu Santo (por favor lea la
oración anterior dos veces más). El Espíritu Santo es el Espíritu de fe y de
gracia, no de «obras». Él da fe viva, dinámica. No hay nada más superficial que
una apariencia de fe sin la sustancia dada por el Espíritu Santo.
Piense en lo siguiente: Uno de los peligros graves a
la vida de fe es el legalismo. Este es el intento humano de reducir la gracia
de Dios a un tipo de conducta que no requiere la obra dinámica del Espíritu Santo.
Dondequiera que Pablo predicaba, los judaizados lo perseguían. Su preocupación
más grave era que los nuevos creyentes cayeran en la trampa de lo que él
llamaba «otro evangelio diferente» (Gálatas 1.6–9). Si no opera en nosotros el poder cálido, amoroso y
vital del Espíritu Santo, aun la fe expresada con convicción puede volverse
«otro evangelio diferente» hundido en los vestigios de la tradición religiosa.
Cuando se trata del lenguaje dé la fe, cada uno de
nosotros necesita un tratamiento profundo del Espíritu, para que de la
abundancia del corazón, hablemos palabras de fe (Mateo 12.34).
Lea Proverbios 18.21 y conteste las siguientes preguntas:
1. ¿Qué tiene la lengua bajo su poder?
2. ¿Qué hace la lengua para producir el fruto de la
muerte y de la vida?
Poder, yad (Strong #3027). Traducido casi exclusivamente como «mano», «en tu
mano», indicando poder, medios, fuente y dirección. ¡El aspecto figurativo del
lenguaje hebreo dibuja una lengua con una mano! La lengua puede «agarrar» (como
en este versículo) la vida y la muerte. Las palabras que usted y yo usamos
pueden retener o liberar poderes vinculados con la vida y la muerte. La
expresión «sus frutos» (Proverbios 18.21) indica que la palabra hablada es semejante a la semilla. Las palabras
plantadas mediante el poder del habla son como plantas que llevan fruto y dan
vida o muerte, dependiendo de lo que se haya hablado.
Utilice una concordancia de la Biblia para ayudarlo en
un estudio del libro de Proverbios. Busque los versículos que tengan que ver
con la lengua, la boca, los labios o la palabra. A continuación enumeraré
algunos para ayudarlo a comenzar. Escriba los versículos y anote sus
observaciones personales sobre el poder del habla.
1. Proverbios 6.2
Antes de que los contratos se escribieran sobre papel,
un simple pacto verbal, obligaba a las partes. ¿Qué pasaje bíblico podría usted
utilizar como un contrato con Dios? ¿Qué palabras usaría usted para pactar el
contrato?
2. Proverbios 12.18
La palabra hablada promueve la salud. ¿Qué palabras
puede usted hablar que promoverían la integridad en las relaciones, en la
conducta y en las circunstancias físicas?
3. Proverbios 3.13, 21.23
El aprendizaje del lenguaje de la fe incluye aprender
a saber qué no decir. ¿Qué ha dicho usted o alguna otra persona que no debería
haberse expresado?
4. Proverbios 15.4
Una manera distinta de decirlo sería: «Una lengua de
sanidad es un árbol de vida».
5. Proverbios 16.24
Proverbios 16.24 revela lo que la sabiduría divina (su Palabra) enseña
a nuestros corazones: verdades y promesas que deben reflejarse en nuestra
conversación y transmitir esas enseñanzas a nuestros labios. La Palabra en
nuestros corazones debe influir sobre nuestra conducta y conversación. La
«dulzura» y la «medicina» que tales palabras promueven son deseables, ya sea
para nuestras relaciones humanas o para la recepción de la gracia divina en
nuestro diario vivir. Llevan al creyente a una vida victoriosa a través del
reconocimiento del poder y la fortaleza de Dios, tanto con nuestras acciones
como con nuestros labios.
Habiendo estudiado algunos de los versículos del libro
de Proverbios, usted ha descubierto la conexión que Dios hace entre el mundo
físico y el espiritual, ubicando al modo de hablar como la entrada. Aprender el
poder de la palabra es una de las lecciones básicas del discípulo.
Escriba sus propios pensamientos al revisar los
siguientes versículos:
• La Palabra es como una semilla (Mateo 13.18–23). ¿Qué podemos hacer con ella?
• La Palabra es como una espada (Efesios 6.17). ¿De qué modos podemos usarla?
• La Palabra se usa en conexión con el lavamiento y
con el agua (Efesios 5.26).
¿Cómo se aplica?
Habiendo estudiado las referencias, ¿cómo puede
ponerlas por obra en su propia vida? ¿Existe la posibilidad de que las palabras
que usted pronuncia sean semillas, así como la Palabra de Dios es semilla?
¿Existen ocasiones en que usted debe usar sus propias palabras para hacer
guerra? O, ¿puede usted expresar palabras que sean usadas para el lavamiento y
la purificación? Por supuesto que la respuesta es «sí». Pero esto sólo es
posible en la medida en que esté dispuesto a dejar que la palabra de Dios se
convierta en el patrón de sus propias palabras. El lenguaje de la fe es hablar
lo que Dios ha dicho y lo que nos dice aun como su respuesta inmutable a las
circunstancias presentes.
Una de las grandes enseñanzas de Jesús acerca del
poder del habla se encuentra en Marcos 11.23–26. Lea estos versículos antes de continuar y escriba
sus propias observaciones.
Versículo 23, acerca de las posibilidades de la fe y el habla.
Versículo 24, acerca de la liberación de la fe y el habla.
Versículo 25, acerca de la humildad de la fe y el habla.
Lea las palabras del doctor Roy Hicks, padre, en Marcos 11.22–24, tituladas Jesús en la «confesión de fe»: «De los
propios labios de Jesús recibimos la más directa y práctica instrucción
concerniente al ejercicio de nuestra fe. Consideremos estos tres puntos: 1) La
fe debe depositarse «en Dios». La fe que se expresa llega antes que la fe que
se busca. El Todopoderoso es la fuente y la base de nuestra fe y de nuestro
ser. La fe fluye sólo hacia Él, debido a que la fidelidad fluye directamente de
Él. 2) La fe no es una treta que hacemos con los labios, sino una expresión que
brota de la convicción de nuestros corazones. No es bíblica la idea de que la
confesión de fe es una “fórmula” para conseguir cosas de Dios. Lo que Jesús nos enseña es que la fe que
hay en nuestros corazones debe expresarse, lo que la convierte en algo activo y
eficaz, que produce resultados concretos. 3) Las palabras de Jesús: “Todo lo que pidiereis”, extienden este principio a todos los aspectos de
nuestra vida. Las únicas restricciones son: (a) que nuestra fe esté puesta “en Dios”, nuestro Padre viviente en concordancia con su
voluntad y palabra; y (b) “que creamos” en nuestros corazones y no dudemos. Así, decir “al monte” no es un ejercicio vano o supersticioso, sino más
bien una forma de invocar la promesa de la palabra creadora de Dios»
Puesto que usted toma la fe en serio y desea aprender
el lenguaje de la fe, querrá prestar atención especial a la conexión entre el
hablar que mueve montañas y la fe que echa fuera el pecado. Tal como lo hemos
visto, ¡Jesús habló del lenguaje de la fe de las dos maneras!
En Marcos 11.25, al que se le acababa de explicar cómo hablar a los
obstáculos montañosos también se le enseñó cómo perdonar. Perdonar, aphiemi
(Strong #863) «quitar». ¡Probablemente no es mera coincidencia que
la palabra que Jesús usa para «mover montañas», en griego signifique perdonar
el pecado! ¡Claramente puede ver que no se pueden mover montañas si no se está
dispuesto a perdonar pecados!
Guardar rencor contra una persona es rehusar ofrecerle
perdón, o «quitar» el pecado o acto que alguien cometió contra usted. El que
alberga un rencor no podrá «mover la montaña». Usted y yo no podemos sortear
los obstáculos en nuestro camino si mantenemos obstáculos (montañas de falta de
perdón) en el camino de los demás. Perdone ya que se le perdona. Al perdonar
descubrirá una dimensión mayor del perdón de Dios para usted. Entonces su fe
estará preparada y activamente lista para mover montañas.
«El creer puede tomar formas opuestas. Puede ser fe o
duda. Cuando crees que Dios existe, que te ama y que está atento a tus
necesidades, entonces nace la fe en el corazón.»
«De la misma manera la duda es igualmente real. Al
contrario de la fe, la duda te dice que Dios no existe, o que no te ama y no se
preocupa de tus necesidades. La duda hace que el temor aparezca, lo que acarrea
tormento, no paz. En realidad el temor te impide recibir las cosas buenas que
Dios desea enviarte. Apodérate de esta verdad: Duda, y no recibirás nada; ten
fe, y recibirás. Durante muchos años he dicho: ¡Espera un milagro!»
«Tales expectativas abrirán tu vida a Dios y lo
pondrán en condiciones de recibir salvación, gozo, salud, ayuda económica y
también paz mental; en pocas palabras, todas las cosas buenas que tu corazón
desea, ¡y mucho más!»
Pat Robertson respondió así a la pregunta «¿Cómo orar
para que ocurra un milagro?»: «Cuando enfrentemos una gran necesidad, ya sea
nuestra o ajena, debemos humildemente buscar la voluntad de Dios en el asunto:
“Padre, ¿qué te propones hacer en esta situación?” Jesús dijo: “Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5.17). Escuchó la voz del Padre, y le puso atención. Cuida
de no comenzar o terminar oración alguna diciendo torpemente: “Si es tu voluntad”. En lugar de ello, debes tratar de conocer la
voluntad de Dios en cada situación particular y basar en ella tu oración. Orar
por un milagro constituye una invitación al Espíritu Santo para que se
manifieste. Cuando ese es su propósito, Él te lo hará saber. Entonces puedes
pedirle el milagro que ya sabes que El desea llevar a cabo.
»A menudo es importante utilizar algo clave para
implorar un milagro: la palabra hablada. Dios nos ha dado autoridad sobre la
enfermedad, los demonios, las tormentas y las finanzas (Mateo 10.1; Lucas 10.19). A veces le pedimos a Dios que actúe, cuando en
realidad Él nos llama a emplear su autoridad actuando por medio de
declaraciones divinamente autorizadas. Debemos declarar esa autoridad en nombre
de Jesús: podemos ordenar que los fondos necesarios fluyan en nuestras manos,
que la tormenta cese, que un demonio abandone a alguien, que una aflicción nos
deje o que una enfermedad desaparezca.
»Las palabras de Jesús fueron: “Cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate
en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice,
lo que diga le será hecho” (Marcos 11.23). ¡Cree en tu corazón que ya ha sido hecho! Proclámalo con la unción de
fe que Dios da. Pero recuerda, los milagros nacen de la fe en el poder de Dios,
no de un ritual, fórmula o fuerza de la voluntad humana»
Habiendo meditado en Marcos 11.23–26 con estos notables maestros y líderes acerca de las
posibilidades de la fe, escriba ahora sus propios pensamientos sobre esta
enseñanza clave de Jesús.
Para terminar nuestra lección sobre el lenguaje y la
fe, estudie las palabras de Pablo en 2 Corintios 4.13. ¿A qué versículo de los Salmos se refiere Pablo?
En base a 2 Corintios 4.14, ¿qué dice saber Pablo?
En última instancia, su lenguaje de la fe depende del
conocimiento de la misma verdad que conoció Pablo. Es la vida del Señor Jesús
que da sentido a la confesión de fe. Recuerde lo que dijo Salomón:
«La muerte y la vida están en poder de la lengua» (Proverbios 18.21). Como sabemos que Jesucristo está vivo, y que como
Resucitado está listo para administrarle a usted su poder vivificante
¡inmediatamente!— en todas las circunstancias presentes, podemos elegir
expresarnos desde el punto de vista de la vida y no de la muerte. Nuestras
palabras de fe pueden acoger y cooperar confiadamente con la voluntad de Dios,
tal como lo ha revelado en su Palabra. Hoy y todos los días podemos disfrutar
el vocabulario de fe, ¡hasta que vuelva el Señor!
Escriba una confesión de fe que le haya venido durante
su estudio de la Palabra de Dios en este tópico. Escriba además la corrección
de algo incorrecto y no bíblico que haya venido permitiendo en su vida de fe.
Con todo el potencial que Dios le ha dado, utilice su lenguaje de fe.
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