El
profeta Ezequiel tuvo el ingrato trabajo de proclamar los mensajes de Dios por
las multitudinarias y hostiles calles de Babilonia. Al mismo tiempo que
Jeremías advertía a los ciudadanos de Jerusalén sobre la venidera destrucción
de la ciudad santa, Ezequiel predicaba el mismo mensaje a los cautivos en
Babilonia. Aunque estos deportados estaban a cientos de kilómetros lejos de la
tierra prometida y del Templo, Dios no los abandonaría en medio de las
tinieblas. En cambio, envió a Ezequiel a advertir, exhortar y consolar a los
abatidos cautivos.