¿Alguna vez ha conocido a alguien que ha sido usado de manera poderosa por Dios y sin embargo detectó en él la necesidad de un mayor grado de amor o de un refinamiento de carácter? Esta es la preocupación de Pablo en 1 Corintios 13. Él sabe que es posible que las manifestaciones del Espíritu operen sin que esté presente el fruto del amor, y por eso expresa con toda claridad que se puede hablar «lenguas humanas y angélicas, y no [tener] amor», o tener « [el don de] profecía […] y no [tener] amor» (vv. 1–2). Sin embargo, aunque sea posible, socava el propósito de Dios. Las manifestaciones en lenguas sin el fruto del amor hacen que uno sea «como metal que resuena o címbalo que retiñe» (v. 1); la profecía sin amor hace que uno sea como «nada» (v. 2).