sábado, 3 de noviembre de 2018

Mod. 4—La fe y la sanidad



¡Crack! Era la tercera entrada, dos outs, y el bateador hizo volar la pelota sobre mi cabeza en el puesto de parador. Con el ojo clavado en la pelota, corriendo velozmente hacia atrás, estaba yo seguro de que iba a lograr el último «out» de la entrada. Desafortunadamente, el interceptor izquierdo tuvo la misma idea. Todos los espectadores quedaron maravillados cuando saltamos al mismo tiempo. Tropecé y él me cayó encima. Ninguno de los dos pudo agarrar la pelota. ¡Otro día típico en la cancha de la Liga Infantil de Béisbol!


Así se me fue el verano, dejándome con la clavícula fracturada en dos partes. Si no hubiera tenido tanto dolor, me habría enojado mucho más. Pero el dolor me quitó la furia.

Cuando me llevaron a casa, me di cuenta que tenía otro problema. No sólo tenía la clavícula fracturada; también tenía un padre que creía en las promesas de la Biblia sobre la sanidad divina. Para él, «sanidad divina» quería decir: «El poder de Dios para sanar los enfermos y afligidos en respuesta a la oración de fe ofrecida en el nombre de Jesús». La fe de mi padre en favor de la sanidad era tan fuerte que nuestra familia sufrió muy pocas enfermedades (¡en años posteriores, mi hermano y yo solíamos decir que «no se nos permitía» enfermarnos!).

Cuando el entrenador me llevó a la sala de mi casa, papá le hizo algunas preguntas. Después de que se fue, papá se dirigió a mí, lo que me causó sorpresa. Yo estaba esperando una de sus famosas oraciones de sanidad, porque es lo que normalmente hacía (y en general daba resultado, aunque no siempre el que yo esperaba. Otros niños, de vez en cuando, podían quedarse en casa por un dolor de estómago. ¡Pero nosotros, no! «¡Sé sano en el nombre de Jesús! Ahora, vete a la escuela»).

Pero esta vez, le oí decir:

—Bueno, hijo: ¿Qué te gustaría hacer?

No vale, pensé. Vamos, ora por mí y haz que me ponga bien. Rapido.
Por su mirada, yo sabía que él había tomado una decisión y que esta iba a ser mi decisión. Algunos años más tarde me daría cuenta de que él sabía que era necesario que un niño en crecimiento se encontrara a solas para lidiar con las promesas y pactos de Dios sobre la sanidad.

—Vamos papá, ora —le dije con la audacia que me habían dado todas sus oraciones anteriores.

Él oró, ¡pero cuando traté de mover mi brazo, me dolió! En vez de orar de nuevo, sonrió. Según recuerdo, me dijo que me llevaría al médico en cuanto yo estuviera listo.

He aquí una propuesta interesante. Nunca había conocido a un médico, ni tampoco había estado en un hospital, mucho menos había utilizado los servicios de un profesional. Así que no era una idea agradable. Entonces, basado más en el temor de lo ignoto que en la fe en el Señor, decidí llevar el brazo en cabestrillo y me fui a dormir. Tenía once años y estaba mucho más interesado en los placeres del verano que se me iban a escapar que en darle al Señor la gloria en el proceso de sanidad.

Pero algo ocurrió en esas dos semanas que influyó en el resto de mi vida. En realidad leí la Biblia con seriedad y para el crecimiento personal. Tal como la mayoría de los niños buenos que van a la iglesia, había memorizado las Escrituras para concursos, y en general para lucirme frente a los adultos. Pero en realidad no había leído las promesas de Dios por algún otro motivo. ¡No estaban ligadas a la «vida real»!

Esto sí que era real. Especialmente después de haberme caído por las escaleras al día siguiente, y después de que todo el vecindario me oyera gritar del dolor. De pronto, ir al doctor no era tan mala idea.

—¿Qué te gustaría hacer? —me volvió a preguntar papá.

Como un niño de once años, admito que tomé una decisión basada en un entendimiento inmaduro del propósito y de las promesas de Dios, sin embargo decidí creer para sanidad. Cómo sé que Él me sanó es el "resto de la historia". Antes de contarle eso, repasemos algunas de las promesas que cimentarán su fe.

La provisión de sanidad

El profeta Isaías describe al Señor Jesús como el Siervo sufrido. En Isaías 53 se ilustra gráficamente el sufrimiento de nuestro Señor en la cruz. Estudie Isaías 53.1–12, formulando las preguntas que se encuentran a continuación a medida que va leyendo el pasaje:

1. ¿Cómo se describe la aparición del Señor en el versículo 2?

2. ¿Qué lleva y qué experimenta, según el versículo 3?

3. Según el versículo 4, ¿cómo fue estimado el Señor?

4. Según el versículo 4 ¿qué llevó el Señor?

5. Según el versículo 5, ¿por qué fue herido?

6. Según el versículo 5, ¿para qué fue molido el Señor?

7. Según el versículo 5, ¿qué consiguió su llaga?

8. Según el versículo 6, ¿qué hizo el Señor con el pecado de todos nosotros?

9. Según el versículo 7, ¿cuál es la respuesta del Cordero en su sufrimiento?

10. Según el versículo 8, ¿por qué fue herido?

11. Según el versículo 10, ¿qué expresión parece hacer referencia a la resurrección del Señor?

12. Según el versículo 11, ¿cómo justificará a muchos el Siervo justo?

13. Según el versículo 12, ¿cuáles son las cuatro cosas que el Siervo hizo por la humanidad?

Isaías 53.4, quebrantos, choliy (Strong #2483); dolencia, ansiedad, calamidad: aflicción, enfermedad, quebranto. Utilice una concordancia de la Biblia para buscar esta palabra y ver cuántas veces se utiliza para referirse a la enfermedad física.

Isaías 53.4, dolores, makob (Strong #4341). Esta palabra a menudo se traduce, «dolor», «quebranto», y parece que se refiere al dolor emocional, mientras que la palabra que antecede parece indicar dolor físico. Utilice una concordancia para ver cómo otros escritores han utilizado esta palabra.

Isaías 53 enseña con claridad que la sanidad corporal está incluida en la obra expiatoria, el sufrimiento y la cruz de Cristo. Las palabras hebreas para «dolores» y «enfermedades» (v. 4) se refieren específicamente a la aflicción física. Esto se verifica en el hecho de que Mateo 8.17 dice que este texto de Isaías se cumple a carta cabal en los actos de sanidad que efectuó Jesús.

Además, está claro que las palabras «llevó» y «sufrió» se refieren a la obra expiatoria de Jesús, porque son las mismas que se utilizan para describir a Cristo cargado con nuestros pecados (véase el v. 11 y 1 Pedro 2.24). Estos textos vinculan inequívocamente la base de la provisión, tanto de nuestra salvación como de nuestra sanidad, con la obra expiatoria del Calvario. Sin embargo, ninguna de estas cosas se recibe automáticamente, porque ambas deben alcanzarse por la fe. La obra de Cristo en la cruz las pone a nuestra disposición, y las recibimos, según sea nuestra elección, mediante un acto sencillo de fe.

Por cierto, unos pocos alegan que la profecía de Isaías acerca de la enfermedad se cumplió completamente mediante las sanidades descritas en Mateo 8.17. Pero un examen más cuidadoso no revela que la palabra «cumplir» se aplica a menudo a una acción que se extiende a lo largo de toda la era de la iglesia (véanse Isaías 42.1–4; Mateo 12.14–17; Salmos 107.20; Mateo 4.23–25).

Antes de estudiar algunos otros pasajes importantes que explican la provisión divina para la sanidad corporal observe el siguiente cuadro, que combina los versículos de Isaías 52 y 53, y enumera las referencias del Nuevo Testamento que les dan cumplimiento.

El sufrimiento del Siervo

Jesús entendió su misión y obra como el cumplimiento del sufrimiento del siervo anunciado en Isaías.

La profecía

El cumplimiento

Será exaltado (52.13).

Será desfigurado por el sufrimiento (52.14; 53.2).

Expiará con su sangre (52.15).

Será rechazado abiertamente (53.1, 3).

Sufrirá nuestros pecados y dolores (53.4, 5).

Será nuestro sustituto (53.6, 8).

Aceptará voluntariamente nuestra culpa y castigo (53.7, 8).

Será sepultado en la tumba de un hombre rico (53.9).

Salvará a quienes crean en El (53.10, 11).

Morirá en lugar de los transgresores (53.12).

Filipenses 2.9

Marcos 15.17, 19

1 Pedro 1.2

Juan 12.37, 38

Romanos 4.25; 1 Pedro 2.24, 25

2 Corintios 5.21

Juan 10.11; 19.30

Juan 19.38–42

Juan 3.16; Hechos 16.31

Marcos 15.27, 28; Lucas 22.37

La provisión amorosa de Dios para sanidad está enraizada en la obra propiciatoria de su Hijo sobre la cruz, en el poder de Dios por medio del ministerio del Espíritu Santo y en el carácter de Dios, quien está comprometido a buscar la sanidad completa del ser humano. Mirándolo desde otro punto de vista, Dios en su naturaleza es un Dios de sanidad. En cuanto al poder, no hay nada imposible para Dios. En lo legal, la obra de Cristo en la cruz abrió la puerta para que el Dios santo opere su misericordia sanadora en personas que de otra manera estarían descalificadas para recibir su toque sanador.

En los siguientes versículos, ¿qué dice el Señor que sanara?

1. 2 Crónicas 7.14

2. Salmos 6.2, 3

3. Salmos 41.4

4. Isaías 57.17, 18; Jeremías 3.22; Oseas 14.4

5. Isaías 61.1

6. Jeremías 30.17

Cada promesa tiene una condición. Estudie los siguientes versículos en su contexto. Tome nota de la promesa de sanidad y de la condición que se debe satisfacer para que la promesa de sanidad se cumpla.

1. Isaías 58.8

Promesa:

Condición:

2. Éxodo 23.25

Promesa:

Condición:

3. Deuteronomio 7.15

Promesa:

Condición:

4. Santiago 5.14, 15

Promesa:

Condición:

La sanidad y el ministerio de Jesús

No hay estímulo mayor para aumentar la fe en la sanidad que el ministerio de Jesús. Hebreos 13.8 dice: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Este ser maravilloso, quien es el mismo que ministró las sanidades maravillosas y poderosas descritas en los cuatro evangelios, nos invita a confiar en Él para el toque de sanidad.

Escriba sus pensamientos acerca de los cuatro incidentes de milagros de sanidad que operó el Señor Jesús. ¿Qué le llama la atención de Él? ¿Qué le dice acerca de usted mismo?

1. Mateo 12.10–13

2. Marcos 2.1–12

3. Lucas 4.38–43

4. Juan 4.47–54

La sanidad continuada a través de la Iglesia

Algunos enseñan que tener fe para sanidad no está bien. Basan su creencia en la proposición de que una vez que las Escrituras fueron canonizadas, o sea, una vez que la Biblia como la conocemos hoy quedó completamente ensamblada, lo milagroso ya no fue necesario; y ahora, la evidencia para la fe personal debe «descansar solamente en las Escrituras». Esta perspectiva sostiene que el ministerio de sanidad del Señor Jesús por medio de la iglesia cesó con el fallecimiento de los últimos apóstoles.

Al contestar esta objeción, afirmemos en primer lugar que la perspectiva planteada en este estudio bíblico concuerda totalmente en que nuestra fe debe descansar completamente en las Escrituras, pues la Biblia dice: «La fe es por el oír, y el oír, por la Palabra de Dios» (Romanos 10.17).

Asimismo, las Escrituras mismas no enseñan que hay un «cese» de la provisión de sanidad que Dios ha acercado a la humanidad. La idea del «cese» de las sanidades, milagros (o cualquiera de los dones del Espíritu) parece ser una proposición hecha por hombres, basada en la opinión humana y en la doctrina de la iglesia, además de la interpretación que algunos dan a sus experiencias personales negativas.

Uno de los textos bíblicos en que se basa la oposición a los actos milagrosos de Dios en la actualidad se encuentra en 1 Corintios 13.10. Queriendo glorificar la importancia de las Escrituras, el ingenio humano ha propuesto que «lo perfecto» es la Biblia, y como ya está completa, todos los milagros y señales que sostiene el Nuevo Testamento «se acabaron» y ya no ocurren más. La Palabra de Dios revela algo muy diferente: «Lo perfecto» se refiere al cumplimiento de los propósitos de Dios a partir de la venida del Señor Jesucristo (Romanos 8.18, 19). O sea, cuando se cumpla la voluntad más perfecta de Dios para con nosotros. «La opinión humana es la única razón para presumir que este pasaje se refiere a la conclusión del canon de las Escrituras. Aunque la Palabra inspirada de Dios se completó al fin del primer siglo, su conclusión no marcó el fin de la continuidad del funcionamiento de los poderes que ella misma describe. Tampoco indicó el fin de la necesidad humana de compasión y sanidad. Al contrario, la Palabra nos instruye a aceptar los dones y el ministerio del Espíritu Santo en nuestras vidas, completando nuestra suficiencia para el ministerio a un mundo necesitado, por medio de la Palabra predicada y la Palabra confirmada.

Escriba sus pensamientos y observaciones a partir de los siguientes textos que describen el ministerio de sanidad del Señor por medio de la Iglesia. Tome nota de las diferentes alternativas y de cómo se ministra la gracia de Dios.

1. Hechos 3.1–11; Hechos 4.14

2. Hechos 5.15, 16

3. Hechos 8.7

4. Hechos 9.36–42

5. Hechos 19.12–17

6. Hechos 28.8, 9

7. Filipenses 2.26, 27

Examine lo enunciado y recuerde: Jesús estaba vivo y ministró sanidad a través de la iglesia primitiva. ¡Hoy Jesús está vivo para ministrar sanidad en usted y a través de usted!

Usted ha estudiado las profecías del Antiguo Testamento que presentan la obra propiciatoria de Jesucristo en la cruz. En esa sección vio las referencias bíblicas que incluían la provisión divina para su sanidad física y espiritual. Nosotros remarcamos la verdad de que la obra de Cristo en la cruz es la base legal sobre la cual Dios extiende su misericordia sanadora a los creyentes que son justificados por su fe en Cristo.

También estudió las promesas para sanidad, todas las cuales tienen condiciones, que son asunto de fe y obediencia. Cuando se cumplen estas condiciones, los creyentes quedan en posición a no hacerle demandas a Dios sino a ponerse bajo su mano de manera que puedan recibir la operación de su promesa en la experiencia personal.

Al estudiar los relatos del ministerio de sanidad del Señor Jesús, usted ha visto a Aquel que no cambia, quien es el mismo ayer, hoy, y por siempre. Usted puede tener fe en Él para que sea el Señor que lo sana hoy. El no cambia.

Al estudiar los casos de sanidad que se suscitaron a través de la Iglesia luego de la ascensión del Señor Jesús, usted ha visto que la provisión de sanidad sigue vigente y debe continuar no sólo para usted, sino también a través de usted para un mundo en necesidad.

El resto de la historia

Para concluir esta lección sobre la fe y la sanidad quisiera terminar la historia que empecé en la introducción.

Dos semanas más tarde, en una pelea con un chico de mi barrio quedé sin sentido, y la madre del que me golpeó a traición me llevó al hospital. El doctor confirmó rápidamente que fue un puñetazo afortunado. Pero antes de que me diera de alta, escuché a la mamá decir:

—¿Doctor, ya que estamos aquí, podría revisarle la clavicula? Creo que se la rompió, pero no estoy segura si se le suministró algún tratamiento.
Inmediatamente, el doctor me revisó la clavícula. Nunca olvidaré lo que dijo.
—Hijo, tu clavícula estuvo rota en dos lugares pero ya soldó perfectamente.
—¿Qué tratamiento te hicieron? —quiso saber, motivado por la pregunta de la dama.
—Lo único que hicimos fue orar —dije sonriendo con timidez.
—Lo que te hayan hecho te hizo bien —dijo mientras reía—. ¡Pero de ahora en adelante tendrás que tratar de evitar esos golpes a traición!

En el camino de vuelta a casa, la madre de mi amigo se disculpó. Me dijo que el resto del vecindario se había disgustado bastante con mi familia, pensando que nadie me había cuidado bien. Esta no habría de ser la última vez que escucharía a un médico confirmar el obrar maravilloso de la misericordia sanadora de Dios en nuestra familia.

Desde entonces, aunque agradezco las palabras del doctor, estoy más agradecido por un padre que tuvo la sabiduría de dejarme tener mi primera experiencia de fe sanadora en un ambiente de amor. No me forzó a tener fe, me dejó elegir entre confiar o no. Él me ofreció ir al médico inmediatamente, sin hacerme creer que era una opción inaceptable o indigna. Resumiendo, me hizo decidir en lo que yo creía en vez de dejar que mi fe dependiera de la suya.

Siempre he estado agradecido por aquellos momentos en que indagué las Escrituras por primera vez para basar mi fe personal en algo que Dios me estaba diciendo personalmente.

Escriba las promesas de sanidad que se han despertado en usted durante el estudio de esta lección. ¿Cuáles son las condiciones que se deben cumplir para que su fe se mueva «bajo la mano de Dios», y así tener la libertad plena para recibir esas promesas?

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