Llovía a cántaros. Debido a que estaba en
construcción, la autopista tenía habilitado un solo carril. Para colmo de
males, yo estaba siguiendo al único camión que había en mil kilómetros. No me
sentía feliz.
Me habían llamado muy tarde esa noche desde el
campamento donde estaba nuestro hijo.
—Pastor Hicks, creemos que a su hijo se le han roto
ambas piernas.
Mi hijo de nueve años estaba a dos horas de camino. No
podía hacer nada con la distancia o con el accidente que había ocurrido. Me
pedían autorización para llevarlo al hospital. Por supuesto que la di, y
pregunté cómo estaba.
—Tiene mucho dolor y está llorando —me dijeron.
Esto no ayudo a mis emociones.
—Díganle que su papá lo ama —les dije—, que estoy
orando por él; estoy en camino al hospital.
Había ocurrido una hora antes; y heme aquí atascado
detrás de lo que parecía ser el camionero más lento en todo el continente
norteamericano. Zigzagueé detrás de él prendiendo las luces altas en forma
intermitente. Aparentemente, esto no fue bien recibido por quien ocupaba la
cabina del camión. Al parecer, bajó la velocidad y situó su camión de tal manera
en el carril, que cualquier intento de pasarlo sería una invitación al
desastre.
Un amigo de la costa este estaba de visita en mi casa
y ofreció acompañarme en el viaje. Me preguntó si podía orar. ¡Mejor él que yo!
Porque para entonces, mis emociones estaban totalmente al rojo vivo: Estaba
enojado con el camionero, con el campamento, con los niños que tuvieron que ver
con el accidente, con el consejero que tenía responsabilidad sobre mi hijo
cuando ocurrió el accidente, y enojado conmigo mismo por haber dejado a mi hijo
ir al campamento.
Hasta estaba un poco enojado con el Señor por permitir
lo que le ocurrió a mi hijo. Al fin y al cabo, ¿no le preocupaba? ¿No sabía él
lo que habría de ocurrir? ¿Por qué no evitó el accidente? Sí, era mucho mejor
que orara mi amigo.
Mientras Amós oraba, el Espíritu Santo comenzó a
traerme convicción sobre mis emociones. Al meditar en la convicción que el
Espíritu Santo trajo con gracia sobre mí, comencé a orar por cada una de las
personas con las cuales me había enojado: El camionero (¡en realidad, alabé a
Dios por alguien que hacía caso a las leyes de velocidad máxima!), por el
director del campamento, el consejero, los otros niños y por mí. Según
recuerdo, fue en algún lugar al norte de Salem, Oregón, yendo por la autopista
I-5, cuando le pedí al Señor que me perdone por el enojo que sentía hacia Él.
Fue necedad, lo lamenté. Su perdón fue instantáneo.
Luego me uní a Amós y oré por Jeff. Nunca olvidaré las
palabras que surgieron de mi boca. «Señor, te pido que sanes a Jeff, pero no
estás obligado a hacerlo. Me encantaría ver un milagro, pero no es un
requerimiento. Tú me tienes de pie a cabeza. Señor, si nunca veo otro milagro
mientras haya vida en mí, está bien pues he visto suficiente gracia y poder
tuyos para estar convencido de lo que eres. Poderoso Dios, muévete con libertad
y haz lo que decidas hacer en tu propósito. En lo que a mí respecta, elijo
creer en ti».
Luego, Amós comentó acerca de cómo los dos sentíamos
la presencia del Señor en ese momento. En cuanto a mí, supe que acababa de
pasar otro examen crucial de la fe. Cada vez que usted pasa un examen de fe
descubre que existe una elección. De hecho, no hay manera de pasar el examen de
fe sin que se dé la elección.
En esta instancia, yo había pasado el examen de las
circunstancias por haber elegido creer en El, en vez de creer en lo que El
habría de hacer por mí.
Por favor entendamos que no hay nada malo en creer en
lo milagroso. Se nos exhorta a contender ardientemente por la fe que una vez se
dio a los santos (Judas 1.3). Sin
embargo, no se nos da el privilegio de exigir lo milagroso para decidirnos a
continuar poniendo nuestra fe en el Señor Jesús.
Tomé una decisión decisiva en la fe mientras estuve
atascado atrás de ese camión aquella noche lluviosa en Oregón. El Señor había
bendecido nuestra pequeña iglesia en Eugene con muchos milagros y mucho
crecimiento. No era raro ver a muchos sanarse de todo tipo de enfermedad. En la
iglesia había una capacidad inmensa de fe, una habilidad para creer en lo
milagroso. Yo no era un desconocido de los asuntos de fe o de lo milagroso.
En ese momento me pregunté: ¿Se ha entrometido algo en
mi vida de fe? ¿Ha habido alguna contaminación fariseica que ha comenzado a
expresarse a través de mi ministerio? Realmente no lo sé. Pero sí sé que un
poco de la gloria de Dios penetró mi hombre interior en el momento en que dije:
«Me encantaría ver un milagro, pero no es un requerimiento».
En ese momento de gloria comencé a orar por mi hijo.
Hablé paz a su corazón, con la confianza de que Dios estaba obrando en ese
momento, aunque me encontraba a muchas millas de distancia. Le pedí al Señor
que consolara a Jeff, y también reprendí al enemigo por usar este incidente
para desfigurarlo de alguna manera.
Una vez en el hospital me llevaron de inmediato a la
sala de emergencias. ¿Qué fue lo que descubrí? Un pequeño niño sonriente que se
bajó de un salto de la camilla y corrió a mis brazos. Noté dos cosas: Una, ¡sus
piernas, obviamente, no estaban rotas! Segunda, ¡tenía puestas las mismas
ropas, sin haberlas cambiado desde que se fue al campamento cinco días atrás!
Al volver juntos a casa le pregunté qué había pasado.
—No lo sé, papá —fue su respuesta—. Estaba muy mal y
de repente me dejó de doler.
Hasta el día de hoy no tengo la menor idea de lo que pasó.
La enfermera del campamento creía que las dos piernas se habían quebrado. Uno
de los jóvenes que trabajaba en el campamento y que había servido en Vietnam
como paramédico también creyó lo mismo. No existía confirmación médica
fehaciente, por eso digo: «No sé». Pero sí sé que sentí la gloria del Señor
cuando (1) hice una confesión y fui purificado y perdonado de la ira, (2) tome
una decisión de fe que lo honró a Él, y (3) liberé a Dios de de mi
requerimiento de lo milagroso. Asimismo, sé que mi hijo vivió una experiencia
que nunca olvidará. Todo esto es suficiente.
La decisión de creer
Existen varios incidentes de la vida del Señor Jesús
que ilustran la importancia de elegir bien. Lea Marcos 4.35–41. Partiendo de esta historia de la tormenta, conteste
las siguientes preguntas:
1. ¿Qué dijo Jesús a los discípulos para iniciarlos en
la travesía?
2. ¿Qué hacía Jesús cuando llegó la tormenta?
3. ¿Qué le sugiere esto a usted?
4. ¿Cómo confronta Jesús a la tormenta?
5. Los discípulos escucharon a Jesús hablar a la
tormenta. ¿Qué oyeron cuando se dirigió a ellos?
Es notable ver que Jesús reprendió tanto a la tormenta
como a los discípulos. Aunque calmó la tormenta externa, Él esperaba que ellos
confrontaran la tormenta interna. Si usted lee los relatos de los evangelios,
le sorprenderá ver cuán a menudo Jesús ejerce control sobre los eventos
climatológicos y sobre los espíritus demoníacos; sin embargo, casi nunca lo
verá ejerciendo control sobre los discípulos. Sólo Él podía reprender a la
tormenta en el mar de Galilea. Sólo ellos podían reprender a la tormenta de
temor y dudas que estaban sintiendo.
Cuando Él pregunta: «¿Cómo no tenéis fe?» Estaba
sugiriendo que era posible tener fe; que se necesitaba una decisión. Ellos
podrían haber elegido creer en vez de ceder a las dudas y temores.
Hoy día eso es también valedero para nosotros. En su
sabiduría, Dios nos ha hecho responsables a ti y a mí de los asuntos de fe.
Sólo nosotros podemos controlar nuestras dudas y temores. Utilice una
concordancia para ver cuántas veces aparece en la Biblia la expresión «no
temáis». El consejo no aparecería si no fuera posible hacer caso. Si Jesús
dice: «No temáis», ¡para nosotros debe ser posible recibir el dominio sobre el
temor!
Romanos 8.15: «No habéis recibida el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor». Phobia, phobos, (Strong #5401); alarma o consternación, tener temor, en exceso, terror, de donde se deriva
phebomai (estar atemorizado).
Pablo asocia este terror con el espíritu de esclavitud
y dice que no hemos recibido ese espíritu. Hemos recibido el Espíritu Santa
operante que es llamado el «espíritu de adopción». El nos llevará a clamar:
«¡Abba, Padre!», un término amoroso utilizado por los que se saben incluidos en
la familia de Dios.
2 Timoteo 1.7: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía», deilia (Strong #1167); timidez o temor.
Cuando Pablo confronta la timidez de Timoteo, le
recuerda lo que el Espíritu Santo le ha dado. A partir de 2 Timoteo 1.7, ¿cuáles son los tres elementos que Pablo le dice a Timoteo
que ha recibido de Dios?
1.
2.
3.
En la lección anterior vimos que la fe es un don del
Espíritu Santo. Cuando consideramos la fe como una decisión, ¡ya nunca más estamos
solos! El Espíritu de Dios labra en nosotros el conocimiento de que cada uno es
hijo del Padre. Así, el Espíritu Santo busca darnos poder, amar y dominio
propio.
2 Timoteo 1.7: «Dominio propio», sophronismos (Strong #4995); disciplina, autocontrol, sanidad mental.
Mientras que la palabra cobardía significa temer a
perder la confianza, el dominio propio se refiere a la habilidad de estar baja
control durante circunstancias difíciles, pensar acertadamente baja presión. Lo
malo es que existe el espíritu de temor. Ese espíritu estaba operando en
Timoteo, y va a tratar de aperar en usted también. Lo bueno es que el Espíritu
Santa al mismo tiempo está obrando para poner a su disposición el dominio
propio que necesita.
Usted puede decidirse a creer. También puede elegir el
pánico, dejando lugar a las dudas y a los temores. Pero la decisión es suya.
Usando la metáfora de la historia de Marcos 4, si el Señor Jesús dice: «Pasemos al otro lado», se puede asumir correctamente que usted también
llegará a la meta.
La pregunta entonces se vuelve: «¿Qué le ha dicho a
usted el Señor?» O tal vez debamos preguntar: «¿Qué pasajes de las Escrituras
entiende usted que se pueden aplicar a su situación actual?»
Si algunos aspectos de la fe están supeditados a la
decisión personal, y si la elección es entre lo que usted sabe que el Señor ha
dicho y lo que su circunstancia actual (el enemigo de su alma) dicta, entonces
se vuelve sumamente importante saber lo que el Señor está diciendo.
El espíritu y la palabra
Cuando la fe es asunto de elección, usted puede estar
seguro de que el Espíritu de Dios habla la palabra sobre la cual usted puede
basar su decisión de creer. Usando de nuevo la historia de la tormenta en Marcos 4, notemos que los discípulos tenían la palabra de Jesús («pasemos al otro lado»), así como su presencia (estaba
con ellos en el bote). Haciendo la comparación, responda a las siguientes
preguntas:
¿Está Jesús con usted? Escriba sus pensamientos al
respecto al leer estas promesas.
Mateo 28.20: «Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Amén.
Hechos 18.10: «Porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo
mucho pueblo en esta ciudad».
¡Él está contigo! Armado con lo que te ha dicho, usted
debe tomar buenas decisiones, decisiones en fe. Sea diligente en tratar con sus
dudas y temores. No olvide: Jesús reprenderá la tormenta de afuera. Sólo usted
puede reprender su tormenta interna.
No es correcto ni verdadero decir: «No tengo temor».
Pero sí está bien decir: «No temeré». No está bien decir: «No tengo dudas».
Pero sí es bueno decir: «No permitiré que las dudas se adueñen de mí».
Escriba los siguientes versículos:
1. Salmos 56.3
2. Isaías 12.2
3. Salmos 92.2 (lea los versículos 1–6)
Es cierto que en años recientes se ha enseñada un
estilo de fe que tiene más de la Nueva Era que de la Biblia. ¿Cuáles son las
diferencias?
• Las enseñanzas de fe de la Nueva Era lo llevan al
camino de satisfacer la voluntad propia. La fe bíblica lo lleva por el camino
de satisfacer la voluntad de Dios.
• Las enseñanzas de fe de la Nueva Era hacen que la
propia voluntad sea importante. Las enseñanzas de la fe bíblica ubican a Dios
como ser sumamente importante.
• Las enseñanzas de fe de la Nueva Era implementan
tácticas de negación, rechazando el reconocimiento de la realidad de la maldad
personal y sobrenatural. Las enseñanzas de la fe bíblica reconocen la realidad
y triunfa sobre la tragedia.
La negación está basada en el temor, pero la fe nunca
teme la realidad. Algunos quieren creer en la sanidad porque le tienen miedo a
la enfermedad. Pero la fe bíblica lucha por la sanidad porque Dios la ha
prometido («Yo soy Jehová tu sanador» Éxodo 15.26), y no porque tememos las complicaciones o
consecuencias de la aflicción o de la muerte.
Con esto no queremos sugerir que un cristiano no teme,
ya sea al dolor, la enfermedad, la pobreza o incluso al enemigo. Los creyentes
fieles y sinceros tienen estos sentimientos, pero algunos adoptan el arte de la
negación y no admiten el temor, como si su negación fuera «fe». La fe genuina
se centra en el Señor y en su Palabra. Se basa en Él (la Verdad) y en su
Palabra que es verdad (Juan 14.6; 17.7) En vez de vivir en un mundo de negación religiosa o
filosófica, el cristiano armado con el entendimiento verdadero de la fe
rechazará ser conmovido o tomar decisiones basado en el temor. Ese
«entendimiento verdadero» es (1) el Señor está contigo, (2) su Palabra es
verdad, y (3) nunca Él le fallará ni a usted ni a su Palabra.
¿Lo cree?
En los cuatro versículos siguientes Jesús formula la
pregunta: «¿Crees esto?» Escriba sus propias observaciones de cada incidente,
tomando la precaución de estudiarlo en contexto. En cada caso, vea cómo
Jesús exige la decisión de fe. La opción
correcta no es el poder de la fe. Es sencillamente nuestra aceptación de su
promesa: su Palabra. El poder es suyo, la promesa nos la dio a nosotros (textos
en bastardilla están resaltado cada versículo).
1. Mateo 9.28: «Y llegado a la casa, vinieron a Él los ciegos; y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor».
2. Juan 1.50: «Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije: Te vi debajo de la higuera, crees?
Cosas mayores que estas verás».
3. Juan 9.35: «Oyó Jesús que le habían expulsado; y hablándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?»
4. Juan 11.26: «Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?
En la lección anterior estudiamos el don de fe. El
Espíritu de Dios se puede mover tan poderosamente dentro de usted que la fe es
menos un asunto de hacer que algo suceda y más un asunto de permitir que algo ocurra. Coma es un dan, usted sólo puede recibirlo. Cada uno de nosotros puede
responder a un regalo que se nos ofrece. No podemos iniciar la ofrenda del don
pera podemos recibirla.
En este capítulo hemos estudiado los conceptos detrás
de la fe como una decisión. Evalúe sus decisiones recientes como asuntos de fe
en las siguientes circunstancias: Describa modos que permitan tomar la decisión
de creer:
En mi hogar
En mi trabajo
En mi salud
En mis emociones
En mi ministerio
Este es un ejercicio maravilloso, sin embargo, revise
la escrita. Si escribió decisiones que expresan sus deseos y no la voluntad de
Dios (como lo revela en su Palabra), entonces usted va a tener menos poder de
fe que lo que El desea que tenga. Vea los distintos temas de nuevo, y tome nota
de un versículo que crea adaptado a su circunstancia. Convierta esa promesa en
la base de su fe y deje que Dios entre en su decisión mediante esa decisión.
Usted no debe sentir que su responsabilidad es crear o conseguir el poder para
obtener soluciones. Usted simplemente debe elegirlo a Él. ¡Él tiene el poder, y
nos ha dada su promesa tanto a usted coma a mí!
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