El ascensor era muy lento; así que tomé las escaleras.
Tan rápido como me fue posible subí los escalones de dos en dos. Me habían
llamado cuando estaba camino al hospital. Fueron pocas y concisas palabras. La
comunicación se interrumpió antes de que pudiera hacer alguna pregunta. Sin
embargo, yo sonreía al subir las escaleras.
¿Por qué? No es que Hank fuera demasiado joven para
morir de un ataque al corazón. Yo sabía que había algo mejor. Un ataque al
corazón le puede ocurrir a cualquiera, a cualquier edad. Tampoco es que él
fuera un firme creyente que sabría cómo asirse de las provisiones de la gracia
sanadora. Hank era un creyente joven. Yo lo conocía bastante bien. Le era
difícil encontrar el evangelio de Juan y peor aun encontrar los pasajes sobre
sanidad.
Sin embargo, yo sonreía. ¿Por qué? Porque estaba
seguro de que Hank se recuperaría. Esta seguridad no provenía de las breves
palabras que me habían hecho correr al hospital. Mi sonrisa no era por algún
conocimiento médico, o por la ausencia del mismo. Sonreía porque reconocía el
don de fe.
No era la primera vez que me ocurría. Me sucedió una
ocasión cuando me arrodillé al lado de una niña de nueve años que la acababa de
atropellar un camión. Yo conducía mi auto detrás del camión que la golpeó.
Cuando la examiné parecía tener graves heridas. El golpe le había deformado la
cabeza. Le salía sangre por el oído. Pude escuchar los gritos de la madre en el
fondo y las voces de la gente que pedían a alguien que llamara una ambulancia.
Sabiendo que no debía moverla le empecé a susurrar al
oído: «Vas a estar bien. El Señor se va a encargar de ti. Vivirás y sanarás
completamente». ¡Era verdad! Yo no estaba tratando de consolarla con palabras
de ánimo. De alguna manera sabía que se iba a recuperar por completo.
Yo había recibido el don de fe.
Ella se recuperó, así como también Hank. Ojalá
ocurriera siempre, pero no es así. Aún las personas de gran fe deben admitir
que aunque el don de fe no es raro tampoco es una experiencia común y
corriente, es cuestión de voluntad. El creyente elige creer lo que Dios ha
dicho en su Palabra. El próximo capítulo de esta guía está dedicado a explorar
esa expresión de fe que denominaremos la decisión de fe. Pero en este
estudiamos otra faceta de la obra del Espíritu de Dios en que la fe funciona
como un «don», porque el Espíritu Santo ha decidido darla en una situación en
que usted, algún otro cristiano o yo «aparece» como el instrumento que El ha
elegido para ministrar ese «don». A este don se refiere 1 Corintios 12.9: «A otro, fe por el mismo Espíritu».
Lea 1 Corintios 12.7–11 y conteste lo siguiente:
1. ¿A quién se le da la manifestación del Espíritu y
por qué?
2. Escriba las nueve manifestaciones de dones
espirituales, mencionadas en este pasaje.
3. ¿Quién opera todos estos dones, y por voluntad de
quién?
Riqueza literaria
Fe, pistis (Strong #4102). Significa persuasión: creencia, convicción moral de una verdad religiosa o confianza en Dios.
Acarrea la connotación de seguridad, credo, creencia, fe, fidelidad.
Don, carisma (Strong #5486). Un regalo (divino): liberación (de peligro o pasión), dote espiritual o facultad milagrosa, obsequio
gratuito.
Si unimos estas dos palabras, «fe» y «don», y le
agregamos la idea de que este carisma de fe viene por la obra del Espíritu
Santo, tenemos algunas posibilidades extraordinarias.
El apóstol Pablo
El apóstol Pablo recibió el don de fe muchas veces.
Podemos leer acerca de una de esas oportunidades en Hechos 27.6–44. Observe cómo este pasaje describe su viaje a Roma como
prisionero. Vea cómo el capitán, haciendo caso omiso a la advertencia de Pablo,
se dispuso a navegar en una de las épocas más peligrosas del año (ver mapa).
Con su Biblia abierta en este pasaje, responda las
siguientes preguntas:
1. ¿Qué es lo primero que dijo Pablo respecto a la
pérdida de vidas? (Hechos 27.10).
2. ¿Qué es lo que Pablo dijo acerca de la pérdida de
vidas? (Hechos 27.22).
3. ¿En que baso Pablo su promesa? (Hechos 27.23–24.
4. ¿En qué creyó Pablo? (Hechos 27.25).
La confianza inquebrantable de Pablo en esta situación
no se basaba en una poderosa «voluntad» humana para creer, sino en una visita
del Señor que «impartió» fe en una situación que parecía no tener solución.
Cuando lo estudiamos con objetividad, el don de fe parece que funciona sin
estímulo externo. Con esto quiero decir que los factores atenuantes conducen o
al menos sugieren otro desenlace. Por ejemplo, ¡la tormenta no llevaba a creer
que todo iba a salir bien! Al contrario, la fe de Pablo provenía de adentro, no
venía de un factor externo; era sobrenatural, no natural. Además se basaba en
el entendimiento de Pablo acerca de lo que dijo el Señor, en vez de basarse en
algún comentario proveniente de una autoridad terrenal o generado por la
voluntad humana o el celo religioso.
Camino a Roma (cuarto viaje misionero de Pablo, Hechos 27.1—28.16). Estando en Jerusalén tras su tercer viaje misionero, Pablo se encontró en dificultades con los judíos que lo acusaron de profanar el templo (Hechos 21.26—34). Fue colocado bajo custodia romana en Cesarea
durante dos años, pero después de apelar al César, se le envió por barco a
Roma. Al zarpar de la Isla de Creta, el grupo de Pablo naufragó frente a Malta
debido a una gran tormenta. Por último, tres meses más tarde arribó a la
capital del imperio.
Caleb
En el Antiguo Testamento existen varios ejemplos
similares de fe sobrenatural. Una de ellas es la historia de los doce espías
enviados por Moisés a Canaán; debían informar de vuelta a Israel. Diez de los
espías ofrecieron un informe negativo, humanamente real y militarmente
práctico. Como contrapartida, dos de los espías dieron un informe positivo que
parecía obviar los desafíos a los que se enfrentaban.
Acerca de este incidente en Números 13.17–3, responda estas preguntas:
1. ¿Qué asignación se dio a los espías?
2. ¿Por cuánto tiempo se fueron los espías?
3. ¿Qué dijo Caleb?
Podremos, yakol (Strong #3201): Tener la habilidad, el poder, la capacidad para
vencer o tener éxito. Este verbo se usa 200 veces en el Antiguo Testamento.
Generalmente se traduce de varias formas, pero todas encierran ideas similares.
En Números 13.30 Caleb utiliza
la repetición intensiva de yakol, a fin de indicar su clara y firme convicción de
que el pueblo poseía todos los recursos físicos y espirituales para lograr la
victoria: «porque más podremos nosotros que ellos»2
Al estudiar los versículos habrá notado el contraste
entre el informe de Caleb y el de los otros diez espías. Obviamente Caleb habla
con una fe asombrosa. ¿De dónde viene esta? ¿Cómo puede Caleb hablar con tal
confianza, cuando los otros hombres tienen una versión totalmente opuesta?
Para encontrar la respuesta, lea Números 14.24. ¿Qué clase de «espíritu» tiene Caleb?
«Espíritu» se refiere al hombre interior de Caleb, no
al Espíritu Santo. Sin embargo sigue siendo una referencia que nos ayuda a ver
cómo el don de fe funciona en nosotros.
A Caleb no le asustaron los gigantes que vio durante sus
cuarenta días de espionaje. No lo asombraron las ciudades amuralladas o el
tamaño enorme de la tierra. Al contrario, él «decidió ir en pos de [Dios]», ¡no
vio sólo a los gigantes, también vio al Señor! Aunque vio las ciudades
amuralladas, también vio al Señor. Caleb vio la enormidad de la tierra, pero
también vio al Señor. Aquellos que siguen al Señor, lo ven en medio de sus
circunstancias. Conocen los desafíos; no juegan con la mente, pretendiendo
negar la realidad de la situación que enfrentan, sino que ven al Señor por
encima de los problemas.
El don de fe, la obra sobrenatural del Espíritu Santo,
viene a los que son llenos del Espíritu. Como todos los otros dones, el don de
fe fluye hacia quienes permiten al Espíritu Santo obrar en ellos. La confesión
de Caleb muestra su carácter y voluntad por creer. Sin embargo, tal como con
Pablo en el barco, cuando examinamos la situación no se puede ver una
influencia externa que justifique la confesión de Caleb. Los gigantes, el
tamaño de la tierra y las ciudades amuralladas sugieren que el informe de los
otros espías es más acertado.
Pero el reporte de Caleb es diferente, no sólo por su
carácter o por su decisión, sino por la influencia del Espíritu Santo de Dios.
Es un don sobrenatural que dice: «¡Somos capaces de vencer!»
Mi padre, el doctor Roy Hicks, dice de la confesión de
Caleb: «Caleb vio los mismos gigantes y las mismas ciudades amuralladas que los
otros espías, pero los diez espías regresaron para transmitir un «malvado
informe» pesimista. Las palabras de Caleb proclamaron una convicción, una
«confesión», ante todo Israel: «Más podremos nosotros que ellos». Él había
reconocido el terreno, lo que nos recuerda que la fe no es ciega. La fe no
niega la realidad o la dificultad; declara el poder de Dios.
Hay un mensaje en la respuesta de Caleb al rechazo de
su informe. Algunos utilizan su confesión de fe para crear por orgullo escisión
o división, pero Caleb permaneció en la fe y continuó sirviendo durante
cuarenta años junto a aquellos cuya incredulidad causó un severo retraso en su
experiencia personal. ¡Qué paciencia y fe! El hecho de que finalmente lograra
la posesión de la tierra en una fecha tardía indica que, aunque vendrán
retrasos, la confesión de fe traerá al final la victoria al creyente.
Pedro
La sanidad del hombre cojo en Hechos 3.1–16 nos presenta otra imagen de la fe sobrenatural.
Aunque ocurrieron muchos milagros durante el ministerio de Pedro, la metodología del milagro se presenta de esta manera sólo en este pasaje. Es importante por varios motivos.
Responda a las preguntas siguientes en base al texto:
1. ¿Por cuánto tiempo había estado cojo el hombre?
2. ¿Dónde estaba el cojo cuando Pedro le habló?
3. ¿Qué dijo Pedro que le podía dar al cojo?
4. ¿Cómo se lo dio?
5. ¿Cuándo fue sanado el hombre?
6. Según Pedro, ¿qué no sanó al hombre?
7. ¿A qué atribuyó Pedro la sanidad? (v. 16)
8. ¿De dónde vino la fe?
Este primer milagro realizado por los discípulos da a
todos los creyentes la clave para ejercitar la autoridad de fe. Al ordenar la
sanidad en el hombre cojo, Pedro emplea el nombre completo y el título de
nuestro Señor: «Jesucristo [Mesías] de Nazaret». «Jesús» era un nombre común
entre los judíos y continúa siéndolo en muchas culturas. Pero la declaración de
su nombre y título completos, una práctica interesante en Hechos, parece ser
una lección buena y objetiva para nosotros (véase 2.22; 4.10). Seamos específicos cuando reclamemos autoridad sobre las
enfermedades o los demonios. En nuestra confesión de fe o proclamación de poder, confesemos su deidad
y su señorío como «el Cristo» («Mesías»); usemos su nombre precioso, como
«Jesús» («Salvador»). Clamemos a Él como «Señor Jesús», «Jesucristo» o «Jesús
de Nazaret», sin que en este punta haya la intención de establecer un principio
legal o ritual. Pero es sabio recordar que, al igual que oramos «en el nombre
de Jesús» (Juan 16.24), también ejercemos toda autoridad en Él, mediante el privilegio de poder que nos ha dada en
Su nombre (Matea 28.18; Marcas 16.12; Juan 14.13, 14). En la Palabra de Dios encontramos muchos otros
nombres compuestas que se aplican a El. Declarémoslos en fe, con oración y plena confianza.
Notemos aquí que la sanidad requirió de Pedro una
decisión: Extender la mano al cojo para levantarlo y expresar palabras de
sanidad en el nombre del Señor Jesús. Pero respondiendo al asombro de todos al
ver al cojo caminando, saltando, y alabando a Dios, Pedro dice que la fe es lo
que lo sanó. Aun más importante en nuestro estudio, Pedro declara que «la fe
que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos
vosotros».
Pedro reconoce que la operación de esta fe no fue
premeditada y que no es una función del carácter o de alguna cualidad personal.
Aunque la obediencia es parte del proceso, Pedro aclara que este milagro
maravilloso no se ha logrado por la santidad personal, la voluntad propia o el
poder humano (Hechos 3.12).
Pedro reconoció que este milagro fue posible por una
fe cuya fuente está más allá del alcance humano. Esta fe sobrenatural puede y
debe encontrar cooperación humana, puede y se debe canalizar a través del
hombre, pero por sobre todo, la fe «es por Él».
Pablo y el hombre en Listra
Abra su Biblia en Hechos 14.1–18 y examine este pasaje para responder a las siguientes
preguntas:
1. ¿Cómo testificó el Señor de la palabra de su
gracia?
2. ¿Cuánto tiempo había estado el cojo en Listra en
esa condición?
3. ¿Qué le ordenó Pablo hacer al hombre?
4. ¿Cuál fue la respuesta del cojo?
5. ¿Qué es lo que Pablo vio en el hombre?
Puesto que la costumbre de Pablo al entrar a una nueva
ciudad era hablar primero a la comunidad judía, algunos asumieron que el cojo
era judío. Esto no se puede saber con certeza, pero lo más probable es que él
escuchó la «palabra de gracia» por vez primera. El cojo empieza a creer a
medida que Pablo predica acerca de lo que Jesucristo, su muerte y resurrección
significan para todos.
Es crucial ver que Pablo no predica sanidad sino que
predica a Cristo, al mismo Jesús como el cumplimiento de las profecías del
Rey-Salvador. Pablo ve fe en el cojo, pero no fe para sanidad sino fe en
Cristo, en Jesús el Señor. Este hombre ha empezado a creer en lo que Pablo dice
acerca del Señor Jesús. Cuando Pablo reconoce la presencia de la fe, le dice a
gran voz: «Levántate derecho sobre tus pies».
Recuerde las señales y prodigios prometidos y dados
por el Señor Jesús, como testimonio del mensaje que los apóstoles predicaban (Marcos 16.15–20). Este milagro ocurre como una señal, como testimonio de la verdad de la presentación que Pablo dio de Jesucristo. Vea también que la sanidad ocurrió a alguien con fe.
¿De dónde vino esta fe?
La aparición de la fe en este hombre coincide con oír
el mensaje de Jesucristo. Es la proclama del mensaje del Señor Jesús que
despierta la fe, y es el obrar del Espíritu Santo que posibilita la existencia
de la fe en un hombre que nunca antes ha tenido fuerza en sus pies.
A este capítulo sobre el «don de fe» seguirá otro
sobre la «decisión de fe». Están escritas así a propósito, pues ni una u otra
se presentan como das alternativas. Algunos en el movimiento de renovación
dentro de la iglesia se han polarizada con esta pregunta: «¿Es la fe soberana o
es una decisión del hombre?
Das personalidades del inicio del movimiento de
renovación ilustran opiniones diferentes: Charles Price y Smith Wigglesworth.
Ambas eran evangelistas, Price de Canada y Wiggleswarth de Gran Bretaña.
Charles Price predicaba que la fe era una cuestión de
la soberanía de Dios. Si usted no tenía fe, no se podía hacer nada al respecto.
¡La tenía a no la tenía! Price dijo: «Dios se moverá, es entonces cuando usted
lo podrá seguir». Se cuenta una historia del evangelista Price. Un joven llegó
tarde a una reunión de la iglesia y lo condujeran hasta la primera fila. Aunque
llegó tarde, él notó que la reunión no había comenzado todavía.
—¿Qué pasa —le susurró al hombre que se sentaba a su
lado—, no hemos empezado todavía? ¿Dónde está el evangelista?
—Joven —le contestó el hombre—, yo soy el evangelista.
¡Pero no empezaremos hasta que llegue el Señor!
Smith Wigglesworth tenía ideas bastante diferentes. Su
mensaje era: «¡Usted se mueve, luego Dios se moverá!» Es famoso por su
comportamiento descomunal. Esta historia muestra su posición en lo que respecta
a la fe: Una vez haló a una mujer de su silla de ruedas y le ordenó:
—¡Sé sana!
En vez de ser sanada, se cayó. Todos estaban bastante
avergonzados, menos Wigglesworth, quien con tranquilidad la ubicó de nuevo en
la silla de ruedas.
—Jovencita —le dijo—, te caíste al tropezar can tus
cobijas.
De nuevo la haló de la silla de ruedas y le ordenó que
fuera sanada. ¡Y se levantó sana!
Los das hombres tuvieron resultados extraordinarios en
la sanidad de muchas personas, pero los métodos que emplearon fueron muy
diferentes. Como ambos ministerios ocurrieron al inicio del movimiento de
renovación de este siglo, el entendimiento de la fe y de lo milagroso en la
Iglesia recién estaba empezando a desarrollarse. Desde entonces, muchos han
tendida a polarizar el asunto entre la soberanía de Dios versus la
participación humana. Pera cuando al presente analizamos el interrogante de si
la fe viene de Dios o del hambre, la respuesta más apropiada es que viene de
«ambos». Existe el don de fe (de Dios, quien da en forma soberana), y está la
decisión de fe (el hombre recibe enérgicamente).
Nuestra vida de fe será completa sólo si damos lugar a
ambas expresiones. Considere lo siguiente: Existirán momentos en que el
Espíritu de Dios le dará a usted la capacidad sobrenatural de creer. El don de
fe fluirá desde su interior, y frente a circunstancias difíciles sentirá que
crece una confianza sólida. Aunque no exista nada en su situación que concuerde
con su fe, usted oirá o sentirá en su interior algo que dice: «Todo va a estar
bien. Voy a salir adelante». ¿Por qué siente esta confianza? Porque la
presencia del Espíritu Santo le da el don de fe.
Pero también considere otros momentos cuando evalúa
las circunstancias que vive a la luz de la cruda realidad y no siente
confianza. Sin embargo, oye la Palabra de Dios en su corazón, susurrándole al
alma. O tal vez una promesa que memorizó mucho tiempo antes. En este momento,
usted es quien decide: Puede ceder su fe al análisis práctico de la
circunstancia o puede decidirse a creer las promesas llenas de poder como se
encuentran en la Palabra de Dios. Este es el tipo de situación que todos
vivimos cuando enfrentamos la decisión de fe.
Escriba una experiencia personal que haya tenido con
el «don de fe».
¿Qué lo hace sensible a la obra del Espíritu Santo
cuando se manifiesta el don de fe? (Efesios 5.18)
Romanos 12.3–8, dice que todos hemos recibido una «medida» de fe. Evalúe con honestidad cómo está utilizando esa medida de fe que recibió.
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