lunes, 29 de octubre de 2018

Est. 11—El poder del Siervo



(13.1–14.14)

Todos conocemos personas que tienen poder: presidentes, legisladores, empleadores, pastores, maestros, magnates comerciales, empresarios, inventores, padres y hasta algunos niños. La mayoría de las personas poderosas que nos rodean aman su poder; se encaprichan con la influencia que ejercen sobre otras personas, políticas, teorías, propiedades… cualquiera que sea lo que luchan por controlar.


Jesús era también una Persona poderosa. Cualquiera que pueda crear un universo de la nada, sostenerlo por el poder de su palabra y modificarlo como le plazca tiene un poder superior a nuestros sueños más audaces. Por supuesto, esas actividades corresponden a la deidad de Jesús. ¿Qué de su humanidad? ¿Cómo mostró y ejerció poder como hombre? La respuesta es fascinante.

Jesús sometió su poder al Padre. Su sujeción fue tan completa, que pudo afirmar que nada de lo que hacía, enseñaba o decía procedía de Él. Todo lo que hacía, lo hacía con la orientación y autorización previas del Padre. ¿Era necesario sanar a un paralítico o a un ciego? No había problema, siempre que el Padre diera el visto bueno. ¿Convertir el agua en vino o resucitar a un hombre de entre los muertos? Si el Padre se lo ordena, Él lo haría. ¿Decirle a la gente que Él es uno con el Padre, aunque les produzca enojo? Sí, siempre que el Padre se lo indique. (Tome nota de Juan 5.19, 30; 7.16; 8.28, 29, donde encontrará ejemplos.)

¿Qué clase de poder es este? El poder más grande del mundo: poder de siervo. Es un poder que nunca se puede emplear mal porque sólo obedece al Padre. Siempre logrará lo que se propone, porque Dios lo respalda hasta el final. Sólo produce bien, porque Dios, que es la personificación del bien, es su fuente, sostén, guía y meta. Jamás puede ser tiránico, porque su fuente es Dios; y Él siempre está motivado por un amor perfecto, porque eso es exactamente lo que Él es. Nunca puede ser derrotado, porque nada hay en el universo que pueda competir con efectividad con la todopoderosa fuente de poder. Y Jesús disponía de ese poder en medida tal que nadie tuvo antes ni después. Él era el Siervo por excelencia; no tiene igual.

¿Cómo podemos conectarnos con el poder que tenía Jesús? Hay un solo medio: la manera de Jesús, que es la misma del Padre. En Juan 13.1–14.14 encontramos la mayor parte de los fundamentos de este poder, mientras que en Juan 14.15–16.33 se nos habla acerca del Consolador o Ayudador que necesitamos para que el poder del siervo sea una realidad efectiva en nuestra vida diaria.

En este capítulo, vamos a comenzar donde Jesús lo hizo, con lo esencial.

El conocimiento de la voluntad de Dios

Recuerde el marco. Jesús entró a Jerusalén cinco días antes de la Pascua en medio de los vítores de los que pensaban que había venido a librarlos de la opresión romana (Jn 12.1, 12, 13). Jesús sabía que habían puesto precio a su cabeza, pero de todas formas vino y predicó el evangelio.

De acuerdo al inicio de Juan 13, la Fiesta de la Pascua todavía no había empezado, pero Jesús sabe dónde tiene que estar. ¿Qué sugiere esto en el pasaje? (vv. 1–3)

Jesús conocía la voluntad del Padre. A través del Evangelio encontramos indicios que lo demuestran. ¿Qué otros pasajes podría citar?

¿Conoce la voluntad de Dios? ¿Pasa suficiente tiempo con Él, escuchando Su voz dentro de su ser, estudiando su Palabra escrita, buscando el consejo de hombres y mujeres piadosos? Dios no quiere escondernos su voluntad, pero le es difícil encontrar personas que sepan cómo escuchar. Si no está seguro de cómo escuchar, pídale a Dios que le enseñe. Él está más que dispuesto.
Compromiso

El segundo aspecto esencial del poder del siervo se encuentra también en Juan 13.1. Además de lo que Jesús sabía, ¿qué hacía?

¿Qué otras cosas apoyan esta afirmación en el cuarto Evangelio? Trate de mencionar cuatro o cinco evidencias.

¿Cómo evalúa su dedicación a otros? ¿Es segura, incluso en las crisis? ¿Saben los familiares cercanos y de su familia extendida que usted los apoyará, no importa qué suceda? ¿Lo saben sus amigos? ¿Su iglesia local? ¿Sus colegas? ¿Qué debería profundizar en función de su compromiso con los demás? Aunque le resulte duro, es posible que obtenga respuestas más objetivas a estas preguntas si se las hace a algunas de las personas más allegadas en cada uno de esos grupos. Recuerde, todos tenemos puntos débiles.

Humildad

El tercer factor esencial lo encontramos en un acto que llevó a cabo Jesús durante la última cena con sus discípulos, la noche antes de ser ejecutado. ¿Qué hizo? (vv. 4–11)

¿Qué enseñaba ese gesto? (vv. 12–17)

¿Cuál es su cociente de humildad? ¿Cuán dispuesto está a humillarse para hacer cosas que considera que están por debajo de su categoría? ¿Puede cumplir tareas detrás del escenario, o exige siempre ocupar un lugar prominente? ¿Es capaz de realizar tareas ingratas, y no sólo las que brindan grandes alabanzas? Jesús dijo que las bendiciones vienen en el hacer, no en el simple conocer (v. 17). ¿Está dispuesto a echar a un lado su persona y en primer lugar servir a otros por amor a Cristo? Descúbrase ante el Señor. Déjele que se ocupe de su soberbia.
Valor

Otro elemento básico del poder del siervo se describe en una de las secciones más dramáticas de las Escrituras. Lea los versículos 18–30. Póngase en el lugar del Señor. Jesús dedicó más de tres años a transformar la vida de sus doce discípulos, sabiendo que llegaría el momento en que uno de ellos traicionaría su confianza, le escupiría a la cara sus enseñanzas y lo entregaría en manos de sus enemigos. Observe lo que dice Jesús, cómo lo dice, las emociones que le brotaban y cómo los demás discípulos estaban desorientados, incluyendo el autor del Evangelio, Juan (el discípulo «al cual Jesús amaba», v. 23). Anote sus reflexiones.

Lo que Jesús hizo requería enorme valentía. Sin intentar ponerse a salvo ni echarse atrás, puso en marcha el proceso de la traición. ¿Por qué? Para que la voluntad del Padre pudiera cumplirse, y de esa forma sus discípulos pudieran alcanzar una fe más firme en Él como el anunciado Dios-Hombre mesiánico (vv. 18, 19).

¿Puede servir con esa clase de osadía? ¿Está dispuesto a sacrificarlo todo —tiempo, energía, planes, anhelos, sueños, finanzas, posesiones, relaciones y hasta su propia vida— por el Señor y su obra, si Él así lo quiere? ¿Aceptaría incluso que lo traicionaran por el bien del reino? Derrame ante el Señor sus temores, preocupaciones, todo lo que se interponga en su camino para evitar que le sirva con desprendida valentía y decisión. Permítale obrar en su corazón de manera que aumente su valor para servirle.

Amor

Una vez más es el Maestro el que da el ejemplo y nos llama a imitarle. ¿Qué dice Jesús en los versículos 31–35, en esencia?

Los sentimientos pueden acompañar al amor, pero no se deben confundir con la clase de amor que Jesús nos tiene y el que quiere que tengamos unos por otros. El amor del cual habla, el amor ágape, es sacrificial, incondicional, constante, se autoperpetúa, siempre busca el bien de la otra persona. En las Escrituras, la mejor descripción la encontramos en 1 Corintios 13.4–8.

Considere cada una de las características del amor que se describen allí y analice cómo compararlas con su amor. El propósito de este ejercicio no es provocar sentimiento de culpa en usted, sino mostrarle cómo es en realidad el amor de siervo. Sea sincero ante el Señor para que pueda obrar mejor en su vida.


EL AMOR DEL SIERVO ES…
MI AMOR ES…
Sufrido
Benigno
No tiene envidia
No es jactancioso
No se envanece
No hace nada indebido
No busca lo suyo
No se irrita
No guarda rencor
No se goza de la injusticia
Se goza de la verdad
Todo lo sufre
Todo lo cree
Todo lo espera
Todo lo soporta
Nunca deja de ser

Reconocimiento del momento justo

En respuesta a lo que Jesús dijo en Juan 13.33, Pedro hace algunas preguntas que Jesús no se apresura a contestar (vv. 36–38). Resuma tanto las preguntas de Pedro como las respuestas de Jesús.

Pregunta 1:
Respuesta 1:
Pregunta 2:
Respuesta 2:

Hay tres formas en que usted podría dejar pasar el momento apropiado: llegar temprano, tarde o no llegar. El auténtico poder del siervo procura ser usado en el momento justo; no se apresura, no se retrasa, no se oculta.

¿Se encuentra tratando de apurar un poco el momento adecuado de Dios? ¿O descubre que Dios es el que lo insta a apurar el paso? ¿O está como Adán y Eva en el huerto del Edén, tratando de esconderse completamente de Dios?

Jesús estaba siempre en el centro de la voluntad del Padre. Sabía cuándo su hora no había llegado tanto como cuándo llegaba. Este conocimiento y esta aceptación del tiempo oportuno de Dios es lo que mantenía a Jesús en un ritmo constante y efectivo.

Si eso es lo que usted anhela, Dios está más que dispuesto a ayudarlo a experimentarlo. Sólo tiene que pedirlo. Esto es consecuente con su voluntad, de modo que estará contento de responder a su oración.

Creer en Cristo como Dios

Si bien los discípulos de Jesús habían estado con Él, observando sus milagros, escuchando su enseñanza, recibiendo lecciones privadas de teología y de vida, y presenciando personalmente cómo llevaba a la práctica su compasión y sus convicciones, aun así no llegaban a comprender por completo lo que necesitaban saber. De manera que, una vez más, Jesús volvió a hablar acerca de quién era y qué había venido a hacer.

Resuma el diálogo que tuvo lugar en Juan 4.1–11.

Creer en Cristo como Dios es el fundamento de todos los fundamentos. Si esa afirmación es falsa, también lo es el cristianismo. Si es verdadera, y por cierto que lo es, Jesús es «el camino, y la verdad, y la vida», y fuera de Él no hay manera alguna de llegar al Padre. ¿ Está usted absolutamente seguro de esta verdad? Si no lo está, el poder que caracteriza al siervo seguirá siendo difícil de encontrar en su vida.

Escriba aquí lo que cree acerca de Cristo. Si tiene dudas, pídale al Señor y quizás a algunos amigos entendidos, que lo ayuden a resolverlas. Esto es decisivo. No lo postergue.

Seguridad de apoyo

El último elemento básico del poder del siervo aparece en los versículos 12–14. ¿Qué dice Jesús aquí?

Jesús nos ayudará a hacer mayores obras que las que Él hizo, manifestando su inmutable poder como respuesta a la oración. Esa es nuestra confianza. Él prometió que no nos dejaría abandonados a nuestros propios recursos. Podemos contar con los de Él, que son ilimitados.

¿Cuenta con esta increíble promesa y privilegio? ¿Procura conocer la voluntad de Dios, entonces pídale que la cumpla? Dios ha prometido que no dejará de responder a esa oración; el eco del «¡sí!» divino es constante a través de los altibajos de nuestra vida. Haga una lista de las áreas en las que le gustaría empezar a ver «obras mayores» llevadas a cabo por el poder del Espíritu Santo.

Ahora, si no lo ha hecho, ¿por qué no se compromete hoy a hacer de la oración una práctica cotidiana? Busque al Señor. Discierna su voluntad. Luego ore por el cumplimiento de los propósitos divinos. Después, observe cómo Él dice: «¡Sí!», tanto que sus oraciones producen «mayores obras» de acuerdo a su Palabra.
Un vistazo al futuro

Luego de autoanalizarse frente a los aspectos básicos, ¿se siente incompetente para la tarea? ¿Le parece que nunca podrá satisfacer los requisitos fundamentales, de modo que el poder de siervo nunca será parte de su experiencia? Si contestó sí, no sólo ha sido sincero, sino que está en lo cierto. Estos requerimientos esenciales están por encima de las posibilidades de cualquiera de nosotros… SI intentamos lograrlos con nuestras fuerzas. Como verá, en realidad el poder del siervo es un don, no una adquisición. Y hay una sola manera de recibirlo: a través de Cristo. En primer lugar debemos creer que Él es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nuestro Libertador, y debemos poner toda nuestra confianza en El. Entonces, y sólo entonces, Jesús suplirá todo lo demás que necesitamos en la persona de aquel a quien llamó el Ayudador. Esta persona es el Espíritu Santo, la tercera persona de la bendita Trinidad. Él es el que nos capacita para vivir como siervos; sin Él, nuestros intentos de servicio pueden ser pálidas imitaciones del verdadero servicio. Él es la clave final, el poder clave, y nosotros aprenderemos más acerca de esta persona en el próximo capítulo.

Por lo tanto, no se desespere. Dios nunca nos ordena hacer algo sin darnos también la capacidad para obedecerlo. Y, en este caso, nuestra habilidad está garantizada por la omnipotencia del Espíritu Santo.

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