lunes, 29 de octubre de 2018

Est. 9—Cuando los ciegos ven y los que ven están ciegos



(JUAN 9.110.39)

Es algo asombroso. Se le puede explicar a un niño pequeño por qué no debe cruzar una calle muy transitada o tocar una estufa caliente, y aunque incluso dé muestras de haber comprendido, hará lo que le advirtieron que no hiciera. Luego, cuando le pregunte por qué lo hizo, responderá: «No sé», en un tono que uno duda si le entendió cuando se lo dijo.

Lo más sorprendente de este fenómeno es que no finaliza en la adolescencia. Se le puede explicar a un hijo adolescente por qué debiera esforzarse en las tareas escolares, o practicar más el instrumento musical, o elegir mejor sus amistades, y dar explicaciones con una increíble claridad y convicción, pero si no quiere aceptar lo que se le dice, no lo hará. Y cuando se le pregunta por qué no siguió el consejo, ofrecerá la misma respuesta infantil: «No sé». O, más sofisticado aun: «Sencillamente, no quería hacerlo». Pero si se le pregunta el porqué, quizás volverá a escuchar ese «no sé».

¿Se supera esta condición en la edad adulta? ¡No! Si algo aporta la edad adulta, es un nivel más absurdo todavía en las respuestas. Nos volvemos expertos en encontrar justificativos para eludir las buenas razones y las claras explicaciones acerca del porqué aceptar o rechazar determinadas ideas, puntos de vista o comportamientos. Por supuesto, como adultos hemos superado la etapa del «no sé». En cambio repetimos las preguntas, dando la impresión de que nunca oímos o entendimos lo que en realidad ya se nos había dicho varias veces, O, mejor todavía, damos «razones» por las que no hemos aceptado lo que se nos dijo, aunque no tenemos verdaderos argumentos para apoyar nuestro punto de vista, O, más que eso, reunimos a nuestro alrededor un grupo de personas que aceptan lo que decimos; pero a la mayoría la hemos engañado de todos modos, de manera que sólo saben lo que nosotros sabemos, y eso al fin y al cabo es erróneo.

¿Por qué no decimos, simplemente: «No quiero hacerlo» o «Me niego a creerlo»? ¿Por qué no nos limitamos a ser sinceros respecto al tema? Hay muchas respuestas posibles para estas preguntas, pero la más directa es también la más acertada: con frecuencia, no somos sinceros con nosotros mismos porque nuestros pecados nos han cegado a la verdad. Muchas veces nuestra vida se ha construido sobre la negación, el rechazo, las mentiras y las justificaciones, a tal punto que llegamos a perder de vista lo que es verdadero. No podemos vernos con claridad nunca más, así que con toda seguridad no veremos claramente a los demás tampoco. Nos convertimos en ciegos que conducen a otros ciegos, y con demasiada facilidad somos presas del error de arrogantemente acusar de ceguera a otros que ven mejor que nosotros.

Jesús entró en contacto con personas iguales a nosotros. A los que estaban dispuestos a reconocer que eran ciegos, les dio vista. Pero a los que se negaban a que los guiara, los abandonó a su ceguera.

¿Quiere usted ver? Quizás ni siquiera sepa que hay cosas que no es capaz de ver, pero lo cierto es que a todos nos ocurre. De manera que, antes de proseguir la lectura, entre en la presencia de Dios por medio de la oración, y pídale al Espíritu Santo que actúe en su vista espiritual mientras estudia este capítulo. Luego, cuando el Espíritu le muestre lo que usted ha estado procurando encubrir durante tanto tiempo, no cierre los ojos. En lugar de ello, pídale al Señor que le dé fortaleza para mirar de frente el asunto y para depender de El a fin de que lo ayude a tratar la cuestión con sinceridad y dignidad. Al Señor le encanta responder a esta clase de plegarias.

Un milagro para dar la vista

Cuando Jesús escapó para no ser apedreado, «vio a un hombre ciego de nacimiento» (Jn 9.1). Al ver a este hombre los discípulos le hicieron una pregunta a Jesús (v. 2). ¿Qué revela esta pregunta respecto al concepto que tenían acerca del origen de las incapacidades físicas?

Los discípulos de Jesús no eran los únicos en sus creencias acerca de la causa de los impedimentos físicos. Algunos textos judíos de esa época enseñaban que el alma de una persona podía pecar en un estado preexistente (Sabiduría 8.20). Muchos creían que una criatura podía tener sentimientos estando aún en el vientre de su madre, incluso sentimientos pecaminosos (cf. Gn 25.22; Lc 1.4144). Se ha extendido la creencia de que los pasajes de Éxodo 20.5 y 34.6, 7 enseñaban que nuestros propios descendientes serían castigados por nuestros pecados. Los discípulos simplemente querían que Jesús les resolviera esta cuestión teológica en relación con el caso de este ciego.

Lo que Jesús respondió a sus discípulos no resuelve el interrogante teológico. Es más, Jesús no dice nada acerca de lo que ocasionó la ceguera de este hombre. Lo único que dice es lo que se puede hacer a través de este caso. ¿Y cuál es ese caso? (Jn 9.35)

Es muy fácil para nosotros especular en relación a los motivos del sufrimiento ajeno. ¿Qué camino mejor preparó para nosotros la respuesta de Jesús a sus discípulos con relación a esto?

¿Cómo sanó Jesús a este ciego? (vv. 6, 7)

¿Tuvo el ciego alguna seguridad de Jesús que, si seguía sus instrucciones, sería sanado?

¿Qué nos dice esto acerca del papel de la fe en este milagro?

¿Qué relación ve entre este milagro y la declaración de Jesús en el versículo 5?

¿Cuál fue la reacción del hombre sanado y la de los que lo conocían personalmente a esta señal? (vv. 812)

Un interrogatorio ciego

Como podría esperarse, la increíble curación de este hombre motivó una investigación y un interrogatorio inmediatos por parte de —ya lo habrá adivinado— los fariseos, que eran los legalistas que imperaban en la época (v. 13). ¿Por qué tenían tanto interés en este hombre? (vv. 1416)

Cuando empezó el interrogatorio, ¿qué divisiones provocó entre los fariseos el testimonio inicial de este hombre? (v. 16)

¿Cuál fue la primera conclusión de este hombre acerca de Jesús? (v. 17)

Al no recibir las respuestas que esperaban, los fariseos intentaron racionalizar el milagro. ¿Qué explicación dieron y cómo intentaron probarla? (v. 18)
¿Pudieron mantener su argumento después de interrogar a los padres del hombre sanado? (vv. 1923) ¿Qué ocurrió?

¿Qué pasó cuando llamaron de nuevo al hombre sanado? ¿Se retractó de su primer testimonio o lo sostuvo con más énfasis aún? Fundamente su respuesta con el texto bíblico (vv. 2433).

Incapaces de sostener su argumentación, ¿qué hicieron los fariseos? (v. 34)

¿Cambiaron su punto de vista? ¿Se arrepintieron? ¿Pidieron disculpas?

Visión verdadera vs. Ceguera verdadera

¿Qué sucedió entre Jesús y el hombre sanado después del interrogatorio de los fariseos? (vv. 3538)

¿Con qué propósito vino Jesús a este mundo? (v. 39)

(Nota: Recuerde que el «juicio» de Dios es el don de la salvación para los que confían en El, pero es también la condenación para los que lo rechazan. El juicio, como en el caso de una sentencia judicial, puede obrar en cualquiera de las dos direcciones.)

Cuando algunos de los fariseos acertaron a oír las palabras de Jesús, le preguntaron con cierta arrogancia si les estaba sugiriendo que eran a la verdad ciegos (v. 40). Después de todo, eran los maestros estrictos de la Ley. Si alguien conocía la verdad, eran ellos. La respuesta de Jesús es muy penetrante (v. 41), aunque a primera vista resultaba enigmática. «Jesús llevó la discusión del plano de una ceguera física al de una ceguera espiritual. Creer en Jesús significa ver espiritualmente, en tanto que los que no creen en Él permanecen ciegos»,2 atrapados en la oscuridad de su propio pecado.

El camino del Pastor

Jesús no terminó allí. Continuó hablando a los fariseos, pero ahora a través de imágenes pastoriles, en lugar de la comparación entre la ceguera y la capacidad de ver. Los fariseos conocían bien la ilustración del pastor. Esta figura se usa a lo largo de todo el Antiguo Testamento. Busque los siguientes pasajes para entender mejor con qué relacionarían los fariseos las palabras de Jesús: Genesis 49.24; Salmo 23.1; 80.1; Isaías 40.10, 11; 56.912; Jeremías 23.14; 25.3238; Ezequiel 34.

En la alocución a los fariseos, Jesús se identifica con dos de los símbolos que menciona: Él es la «puerta de las ovejas» (Jn 10.7, 9) y el «buen pastor» (vv. 11, 14). La primera imagen abarca los versículos 110, y se contrasta con la figura del ladrón. La segunda abarca los versículos 1118, y se opone a la del obrero asalariado o contratado. Teniendo presente esta estructura del pasaje, complete el cuadro a continuación, resumiendo lo que Jesús dice de sí como la puerta de las ovejas y el buen pastor, en oposición al ladrón y al obrero asalariado.
La Puerta De Salvación
(vv.
1–10)
La Puerta De Las Ovejas
El Ladrón
El Pastor Salvador
(vv.
11–18)
El Buen Pastor
El Asalariado

¿Cómo reaccionaron los fariseos a las enseñanzas de Jesús? (vv. 1921)
¿Qué aplicaciones para la vida puede extraer de las enseñanzas de Jesús en los versículos 118?

Palabras sencillas y piedras mortíferas

Entre Juan 7.110.21 y la confrontación que se registra en 10.2239 hay un período de casi dos meses. El marco de la primera de estas referencias es la Fiesta de los Tabernáculos, que se celebraba en octubre. La celebración religiosa que ocupa el centro del segundo pasaje es la Fiesta de la Dedicación, que tenía lugar en diciembre.

«La Fiesta de la Dedicación, hoy conocida como el Hanukah, tuvo su origen en la liberación y re dedicación del templo bajo el liderato de los macabeos en el año 165 a.C., tras haber sido desacralizado por el monarca seleucida Antíoco Epífanes».

Una vez más Jesús entró al área del templo en Jerusalén, pero esta vez, mientras sólo caminaba por el lugar, los judíos lo rodearon en un intento de evitar que escapara (vv. 23, 24). ¿Qué querían saber? (v. 24)

¿En qué ocasión anterior le plantearon el mismo asunto? Vuelva hacia atrás en el Evangelio para encontrarla.

¿Qué les respondió Jesús? (vv. 2530)

¿Cómo reaccionaron las autoridades judías y por qué? (vv. 3133)

Dada la interpretación que sus enemigos dieron a sus palabras, Jesús tuvo una oportunidad perfecta para corregirlos si se trataba de un error de comprensión. Pero no lo hizo. En lugar de eso, les dio un argumento que apoyaba aún más su declaración de ser uno con el Padre. Veamos más de cerca la defensa.

Primero, Jesús cita el Salmo 82.6 (Jn 10.34). El salmo no habla acerca de dioses falsos y tampoco deifica al ser humano. ¿De qué se ocupa? Lea el salmo completo en más de una versión. ¿Quiénes son los «dioses»?

Segundo, en Juan 10.35, 36, Jesús argumenta que puesto que las Escrituras no pueden ser quebrantadas (anuladas o invalidadas) y que se refieren a determinadas personas como dioses, ¿dónde está el problema en que Él se proclame como Hijo de Dios, puesto que específicamente tiene una relación especial con el Padre? ¿Cuál es esa relación?

Tercero, Jesús está dispuesto a basar toda su defensa de su unidad con el Padre en el hecho de que sus obras milagrosas verifican esa unidad (vv. 37, 38). En otras palabras, si es falsa esa unidad que Él afirma tener con Dios, ¿cómo podían explicar su capacidad para curar la ceguera congénita con sólo colocar saliva y barro sobre los ojos del enfermo, o hacer que los inválidos caminen o convertir el agua en vino? Por lo demás, si tales actos son en realidad sobrenaturales, ¿quién entonces aparte del Padre puede ser su fuente? ¡Su Hijo, obviamente!

¿Cómo respondieron los judíos al argumento de Jesús? (v. 39)

Una vez más, Jesús escapa de la trampa.

Donde los ciegos ven en realidad

Después que Jesús sale de Jerusalén, ¿hacia dónde se dirige? (v. 40; cf. 1.28)
¿Qué dicen los versículos 41 y 42 acerca del ministerio de Juan el Bautista?

Después de la confrontación, el engaño, la hipocresía y las diatribas que Jesús enfrentó en Jerusalén, ¿cómo piensa que se sentiría cuando la sencilla gente de campo creía en El por fe?

¿Y qué de usted? ¿Está su fe basada en el cumplimiento de determinadas fórmulas, tradiciones o prácticas religiosas, en complacer a determinadas personas, obedecer ciertos códigos morales o en cualquier otra cosa u obligación? Si la seguridad y las convicciones no están afianzadas en el trino Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), si alguien pretende llegar al cielo, alcanzar la perfección o la madurez espiritual por otra vía, está absolutamente equivocado. La fe comienza y se sostiene eternamente sólo en el Señor. Nada ni nadie más es suficiente. ¿Hay algún área de su vida en que esta dependencia total de Jesucristo necesite ser cimentada? No deje de aclarar este asunto con Jesús hoy mismo.

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