MIENTRAS
LA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS CRECÍA desde afuera, la iglesia del primer
siglo también enfrentaba problemas internos. Tenían que luchar con los
sufrimientos, la guerra espiritual, la herejía doctrinal y práctica, y la
apatía espiritual. Cristo prometió volver, pero ¿cuándo? Y, ¿cómo? ¿Qué haría
con los problemas que enfrentaba la iglesia cuando volviera?
Confrontados
con estas circunstancias, los primeros lectores de Apocalipsis necesitaban que
se les alentara y exhortara. Por una parte, Apocalipsis tenía el propósito de
ser una promesa de protección divina contra el juicio de Dios en el mundo. Por
otra parte, los que leían el libro debían tomarlo de todo corazón y obedecer,
tomando posición devotamente en favor de la Palabra de Dios y el testimonio de
Jesús, como lo había hecho el apóstol Juan. Al dejar por escrito la revelación
de Jesucristo, Juan quería confirmar a sus lectores que Jesucristo controla el
curso y el clímax de la historia.
El
propósito supremo de Dios en la historia es el establecimiento del prometido
Reino mesiánico. Unido a este objetivo divino final está la oportunidad para
que los creyentes perseveren por la fe en una vida de obediencia. La
perspectiva para los vencedores es el destino de reinar con Cristo y ser
coherederos en su Reino.
El
libro en sí tiene como título: «La revelación de Jesucristo» (1.1). Se describe
a Jesucristo como el glorificado Hijo del Hombre (1.12-16), el León de Judá
(5.5), el Cordero digno (5.8-13), el Hijo varón que regirá a todos (12.5), el
Esposo (19.7-9), el victorioso Rey de reyes y Señor de señores (19.16), y Rey
justo de sus reinos terrenal (20.4-6) y eterno (22.1, 3). No hay que olvidar
que «el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía» (19.10). Su persona,
victoria y reinado dan como resultado la adoración y la alabanza a lo largo del
libro de Apocalipsis.
El
libro detalla las instrucciones de Cristo a las iglesias (caps. 2-3) y describe
la «ira del Cordero» (6.16), sus juicios sobre el mundo pecador (caps. 6; 8; 9;
14; 16-18) antes de su Segunda Venida (19.11-21). Este enfoque sobre los
tiempos del fin se completa con una breve descripción del reinado del Señor por
mil años (20.2-6), su juicio sobre todo el orden creado (20.4, 11-15), y su
Reino eterno (21.1-22.5).
La
muerte, resurrección (1.5), y ascensión (12.5) de Jesucristo son el telón de
fondo histórico para su misericordiosa oferta de redención del pecado y la vida
eterna (22.14, 17). Se llama a los creyentes (2.5) y los incrédulos (9.20, 21)
a arrepentirse y a vencer por «la sangre del Cordero» (12.11). Los que obedecen
son un real sacerdocio para el Señor (1.6; 5.9, 10) y reinarán con Él (20.4,
6). Sus oraciones están continuamente ante el trono celestial de Dios (5.8;
8.3, 4).
En
el poder del Espíritu Santo, Juan recibió grandes visiones (1.10; 4.2; 17.3;
21.10) y mensajes fundamentales que la Iglesia necesitaba oír (2.7). En la
esfera espiritual, el Apocalipsis describe una lucha divina contra Satanás y
sus demonios (2.9, 10, 13, 24; 3.9). Sin embargo, esta batalla contra el
engañador del mundo y el «acusador de los hermanos» ya se ganó por la sangre
del Cordero (12.9-11). Todo lo que resta es que el Señor sentencie a Satanás y
sus seguidores con su justo y eterno castigo (19.20-20.3, 10). Su condenación
es cierta.
Desde
el año 53 d.C., el apóstol Pablo usó la gran ciudad de Éfeso como centro para
la evangelización y para plantar iglesias a través de la provincia romana de
Asia (Hch 19.10). Probablemente las siete iglesias de Apocalipsis se fundaron
durante este período o poco después.
Mientras
estuvo preso en Roma (alrededor del 60-62 d.C.) Pablo escribió cartas a los
efesios, a los colosenses, a los filipenses y a Filemón. Colosenses debía
leerse en «las iglesias de Laodicea» y «la epístola de Laodicea» debía
escucharse en la congregación de Colosas (Col 4.16). Aparentemente se aceptaba
la práctica de escribir epístolas que tenían una circulación más amplia, que no
se destinaban sólo a un individuo o grupo específico, como se puede ver en los
capítulos 2 y 3 de Apocalipsis.
Fuentes
históricas fidedignas del segundo siglo d.C., ubican al apóstol Juan en Éfeso y
ministrando a lo largo de la provincia romana de Asia desde alrededor del
70-100 d.C. Es probable que el apóstol escribiera 1, 2 y 3 de Juan a los
cristianos de la región en las proximidades del 80-100 d.C. Durante la última
parte de este período, el emperador Domiciano intensificó su persecución de los
cristianos. Juan estaba indudablemente en la isla de Patmos, exiliado por su
testimonio cristiano. Después de dieciocho meses fue puesto en libertad por el
emperador Nerva (ca. 96-98 d.C.), luego de lo cual el apóstol regresó a Éfeso
para retomar allí su liderazgo. El autor de Apocalipsis se refiere a sí mismo
como Juan. Se asocia con las siete iglesias de la provincia romana de Asia
(actual Turquía) en sus sufrimientos, bendiciones y perseverancia. Su posición
«por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo» (1.9) provocó su
destierro a Patmos, pequeña isla localizada unos noventa y seis kilómetros al
suroeste de Éfeso en el Mar Egeo.
El
autor escribe con autoridad profética. Apocalipsis está saturado de alusiones
al AT y a la literatura judaica extra bíblica, lo que sugiere que el autor era
judío. Además existe un impresionante paralelismo entre el Evangelio de Juan y Apocalipsis.
Por lo tanto, es muy probable que un mismo autor escribiera ambos libros.
Esta
evidencia no prueba que el apóstol Juan escribiera Apocalipsis; sin embargo,
Juan, quien fuera uno de los ardientes «Hijos del trueno» (Mr 3.17) en sus días
de juventud, es el candidato más probable. Los primeros testigos en la historia
de la Iglesia, tales como el mártir Justino en el siglo segundo d.C., coinciden
en que el apóstol es el autor de Apocalipsis. Sin embargo, un siglo más tarde,
Dionisio, obispo de Alejandría, determinó que el libro fue escrito por otro
Juan, al que le llamaban «Juan el Anciano». Su punto de vista se basaba en
diferencias entre el lenguaje, estilo y pensamientos de Apocalipsis y los
escritos más comúnmente reconocidos de Juan.
A
través de los siglos siguientes, las conclusiones de Dionisio atrajeron a
muchos seguidores, incluso a Martín Lutero durante la Reforma. Sin embargo, la
evidencia externa de la historia, todavía apoya fuertemente a Juan, el hijo de
Zebedeo, como el escritor inspirado por Dios de la Revelación de Jesucristo.
Por
lo que respecta a la fecha en que se escribió, el Apocalipsis emergió
claramente en una época en que se perseguía intensamente a los cristianos. Las
fechas que se sugieren principalmente son una temprana, antes del año 70 d.C.,
y una posterior, alrededor del año 95 d.C.
La
validez de la fecha que habla de la segunda parte de la década del sesenta se
basa en el mito popular de ese período de que se reviviría al trastornado
emperador Nerón. Este mito se asemeja bastante con los simbolismos del capítulo
13. La referencia al «templo de Dios» y al «altar» (11.1) en Jerusalén, que
fueron ambos destruidos en el año 70 d.C., también apoya la teoría de la
primera fecha. Pero la fecha posterior, cerca del fin del reinado de Domiciano
como emperador (81-96 d.C.) es más probable. La visión del sufrimiento que se
muestra en Apocalipsis parece más cercana a lo que se conoce de la persecución
durante el reinado de Domiciano. Además, existe una declaración de Ireneo,
alrededor del año 185 d.C., en que señala que Juan escribió el Apocalipsis
durante el reinado del emperador Domiciano. Esto sería alrededor del año 95
d.C.
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