Parte
de la arrogancia de la naturaleza humana es pensar que sabemos más que los
demás. En esta epístola el apóstol Juan ataca el problema de los falsos
maestros que afirmaban tener elevados conocimientos respecto a la deidad y
naturaleza de Cristo. Juan contradice sus falsas afirmaciones y recuerda a sus
lectores el testimonio ocular relatado por los apóstoles, incluido él mismo.
Jesús vino en carne humana, llevó una vida humana, murió y luego resucitó de
entre los muertos. Era completamente humano y completamente Dios. Cualquier
cosa que enseñaran otras personas era falsa. En esta epístola Juan suena la
alarma: no se puede tolerar la enseñanza falsa. Las falsedades llevan a la
inmoralidad, y la inmoralidad conduce a la muerte eterna. En contraste, la verdad
se demuestra en amor, y el amor lleva a la vida eterna. Para Juan, lo que uno
cree verdaderamente importa.
Es
muy probable que Juan escribiera esta carta con dos objetivos, uno pastoral y
uno polémico. El propósito pastoral era promover la comunión (1.3). Pero para
que los creyentes tengan verdadera comunión, necesitan entender la verdadera
naturaleza de Dios (1.5; 2.29; 4.7, 8). Así, el propósito pastoral naturalmente
conduce al propósito polémico (2.26), que era proteger a sus lectores contra
las ideas engañosas de los falsos maestros. Si se engañaba a los creyentes con
la falsa doctrina, a la larga iban a perder su unidad, la cual sólo es posible
en el amor del Cristo. Evidentemente algunos engañadores se introdujeron entre
los hermanos (2.18, 19, 26). Si los creyentes lograban discernir la verdad del
error, podrían conservar la unidad en la fe y tendrían la oportunidad de
demostrar amor a los demás creyentes (3.11). Para Juan, la conducta de una
persona era el resultado natural de su creencia.
En
conformidad con el propósito de Juan, la comunión domina la primera porción de
su carta (1.5-2.27) mientras la seguridad de la salvación domina el resto.
Entre los conceptos claves de la epístola están la vida eterna, el conocimiento
de Dios y la permanencia en la fe. Además, Juan desarrolla conceptos teológicos
en su carta por medio de contrastes específicos, como andar en la luz o en las
tinieblas, hijos de Dios o del diablo, vida o muerte, amor o aborrecimiento.
Con estos contrastes, Juan intenta trazar una línea clara entre los verdaderos
y falsos maestros. Juan les escribe a creyentes que enfrentaban un tipo
específico de enseñanza falsa, la contagiosa herejía del gnosticismo antiguo.
Escribió la carta para exhortarlos a permanecer en lo que habían oído desde el
principio a fin de mantener la comunión con Dios y su amor por los creyentes.
En suma, los exhorta a dejar en evidencia delante de todos los hombres su fe en
el Cristo, para que se identifique la doctrina correcta por sus vidas de
justicia y el amor del corazón de ellos hacia los demás.
El
gnosticismo fue un problema que amenazó a la iglesia en Asia Menor durante el
segundo siglo d.C. Era una enseñanza que mezclaba el misticismo oriental con el
dualismo griego (que afirmaba que el
espíritu es completamente bueno, pero la materia es completamente mala).
Esta enseñanza estaba presente en forma seminal en la iglesia durante los
últimos años del primer siglo. Hacia mediados del segundo siglo se convirtió en
un sistema teológico plenamente desarrollado, que incluía evangelios y
epístolas gnósticas. Juan reconoce el peligro del gnosticismo y escribe para
contrarrestar su influencia antes que se difunda por las iglesias de Asia
Menor. Sobre la base del concepto de que la materia es mala y el espíritu es
bueno, algunos gnósticos llegaron a la conclusión de que si Dios era
verdaderamente bueno no pudo crear el universo material. En consecuencia, un
dios menor tuvo que hacerlo. Según ellos, ese dios menor era el Dios del AT, las
opiniones dualistas del gnosticismo también se reflejaban en la creencia
dominante de que Jesús no tenía cuerpo físico. Esta enseñanza llamada docetismo
afirmaba que Jesús sólo tenía la apariencia de un cuerpo humano y nunca
realmente tuvo dolor ni murió en la cruz.
Otra
herejía contra la que escribe Juan en su carta y que confrontó personalmente en
Éfeso es el cerintianismo. (Los cerintianos fueron herejes
del primer y segundo siglo de nuestra era. Su jefe fue Cerinto, judío de nación
o de religión que después de haber estudiado filosofía en la escuela de
Alejandría se presentó en Palestina y esparció su doctrina especialmente por
Asia menor.) Enseñaba que Jesús era sólo un
hombre sobre quien descendió el «Cristo» en su bautismo, que el Cristo se
apartó de Jesús antes de su crucifixión y que así el Cristo espiritual no
sufrió realmente ni murió en la cruz por los pecados de la humanidad, sino sólo
fue apariencia. Hay diversos indicios de que Juan atacaba estas herejías en su
epístola. Nótese el uso de expresiones como «lo que hemos visto con nuestros
ojos… y palparon nuestras manos» (1.1); «Todo espíritu que confiesa que
Jesucristo ha venido en la carne es de Dios» (4.2) y «que vino por agua y
sangre» (5.6). Todas estas frases usan un lenguaje explícito y vívido para
describir la encarnación, la verdad de que Jesús es completamente Dios y
completamente hombre.
Se
entiende que el autor de la carta es Juan, el apóstol amado. Aunque no se
identifica en la carta, la similitud en el vocabulario y el estilo de escribir
entre este libro y el Evangelio de Juan es un fuerte argumento en favor de que
ambos libros fueron escritos por la misma persona. Los escritos de los primeros
padres de la iglesia, desde Ignacio a Policarpo, también identifican a Juan
como el autor de esta carta. Además, en los primeros versículos de la epístola
(1.1-4), el autor se identifica como uno de los testigos oculares de la vida
terrenal del Cristo, como uno que literalmente vio y tocó al «Verbo de vida».
Obviamente esas descripciones son apropiadas para un apóstol y no para un líder
eclesiástico de segunda generación. Finalmente, el autor virtualmente se llama
a sí mismo apóstol (el «nosotros» tácito de 1.1-3; y el expreso de 4.14 parecen
referirse a los apóstoles).
Aunque
algunos sostienen que la epístola se escribió antes de la destrucción de
Jerusalén (el año 70 d.C.), una fecha más tardía en el primer siglo permite la
aparición de las ideas que más adelante resultaron en el gnosticismo, ideas que
Juan probablemente ataca en esta carta. Por otra parte, la carta no pudo
escribirse más allá de fines del primer siglo, cuando Juan murió. Además, la
evidencia de escritores de principios del segundo siglo que conocían la
epístola y la citan, demuestra que se escribió con anterioridad. En
consecuencia, 1 Juan probablemente se escribió unos pocos años antes de
Apocalipsis.
En
la determinación de la fecha del escrito hay que tomar en cuenta diversos
factores. Primero, el tono del libro y especialmente la actitud del autor hacia
sus lectores sugieren a una persona mayor que se dirige a una generación más
joven. Segundo, Ireneo indica que Juan vivió en Éfeso y escribió a las iglesias
en Asia. Las epístolas de Juan a las iglesias de Asia en Apocalipsis (Ap 2.3)
sustancian el comentario de Ireneo. Es natural concluir que 1
Juan se dirige a los mismos creyentes. Tercero, Pablo visitó Éfeso
varias veces entre el 53 y 56 d.C., y usó la ciudad como centro de sus
esfuerzos evangelísticos. Timoteo estaba en Éfeso con Pablo hacia el año 63
d.C. y todavía estaba allá cuando le escribió en el año 67. No hay indicios de
que Juan y Timoteo estuvieran en Éfeso al mismo tiempo, en consecuencia Juan
debió visitar Éfeso después de la partida de Timoteo. Esto daría para la carta
una fecha después del año 67 pero anterior al año 98 d.C. Es razonable una
fecha alrededor del año 90.
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