sábado, 8 de febrero de 2020

JUAN, EL DISCÍPULO AMADO.



Las palabras “lea esto primero” han adquirido un importante papel en el empaque de los productos de consumo de hoy día. La mayoría de los consumidores piensa que la vida es demasiado breve para manuales de instrucciones, por lo que los envases dicen claramente: Si no puede leer el manual, por lo menos lea esta parte importante. «Lea esto primero», es por su bien.

El Evangelio de Juan hace una petición similar. Es el único libro de la Biblia que declara en forma clara y sucinta su propósito: Se escribió para decir al hombre cómo encontrar la vida eterna (20.31). Este propósito claramente identificado coloca al Evangelio de Juan en un lugar único, separado de los demás Evangelios. Este libro no es tanto un recuento de la vida de Jesús sino más bien una poderosa presentación de su deidad.

Cada capítulo presenta evidencia —tanto señales como afirmaciones— de su autoridad divina. Según Juan, creer que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, es el principio de la vida eterna (3.14-17). ¿Qué puede ser más importante? La afirmación de Juan sobre su Evangelio es tan buena como una advertencia «lea esto primero» para la vida de una persona.

El Evangelio de Juan es un argumento persuasivo para la divinidad de Jesús. Se concentra en presentar a Jesús como el Verbo, es decir, Dios (1.1) que se hizo hombre (1.14). Así, Juan relata meticulosamente las declaraciones y describe los milagros de Jesús que sólo pueden atribuirse a Dios mismo.

Jesús se llamó a sí mismo el pan de vida (6.35, 41, 48, 51), la luz del mundo (8.12; 9.5), la puerta de las ovejas (10.7, 9), el buen pastor (10.11, 14), la resurrección y la vida (11.25), el camino, la verdad y la vida (14.6) y la vid verdadera (15.1, 5). Cada una de estas declaraciones comienza con las palabras «Yo soy», que nos recuerdan la revelación de Dios de su nombre «YO SOY», a Moisés (Éx 3.14). Jesús no dijo que Él daría pan; dijo que es el Pan que da vida. No dijo que nos enseñaría el camino, la verdad y la vida; en cambio, dijo que es el Camino, porque es la Verdad y la Vida. Estas son claras afirmaciones de Jesús acerca de su divinidad. No era solamente un hombre.

Luego tenemos las señales de la deidad de Jesús. Los milagros en el Evangelio de Juan se llaman «señales» porque indican la naturaleza divina de Jesús. Juan registra siete señales: la transformación del agua en vino (2.1-11), sanidad del hijo de un hombre (4.46-54), sanidad de un paralítico (5.1-9), multiplicación de los panes y los peces (6.1-14), caminar sobre el agua (6.15-21), sanidad de un ciego (9.1-7) y la resurrección de Lázaro (11.38-44). Estos milagros muestran que Jesús es Dios; Él tiene poder sobre la naturaleza.

Otras indicaciones de la deidad de Jesús incluyen los testimonios de Juan el Bautista (1.32-34), Natanael (1.49), el ciego (9.35-38), Marta (11.27) y Tomás (20.28), sin mencionar las palabras de Jesús mismo (5.19-26).Jesús también era totalmente hombre. Su cuerpo se cansó (4.6), su alma se turbó (12.27; 13.21) y se estremecía y conmovía en su espíritu (11.33). Este Dios-hombre era al mismo tiempo el Mesías de Israel. Andrés dijo a su hermano: «Hemos hallado al Mesías» (1.41). Natanael concluyó: «tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel» (1.49). Aun la mujer samaritana testificó acera de la identidad de Jesús (4.25, 26, 29). Jesús el Mesías era y es el Salvador del mundo (4.42; 11.27; 12.13). Juan nos exhorta a confiar en Jesús para la vida eterna. Nuestra confianza se edifica en nuestra creencia que (1) el Padre es en el Cristo, y el Cristo es en el Padre (10.38; 14.10, 11); (2) El Cristo vino de Dios (16.17, 30) y Dios lo envió (11.42; 17.8, 21; véase 6.29); y (3) Él es el Hijo de Dios (6.69; 11.27; 20.31). Juan revela el mensaje más importante de la Biblia: cree en Jesús y síguele, porque Él es el camino a la vida eterna.

El autor del Evangelio de Juan no se identifica a sí mismo por nombre, pero su identidad puede desprenderse del diálogo registrado en 21.19-24. El autor se llama a sí mismo «el discípulo a quien amaba Jesús» (21.20), designación que se usa otras cuatro veces en el libro (13.23; 19.26; 20.2; 21.7). «Este es el discípulo que… escribió estas cosas» (21.24). El autor tenía que ser uno de los doce apóstoles, porque se le describe apoyado en el pecho de Jesús en la Última Cena, acto en el cual sólo los apóstoles participaron (13.23; Mr 14.17). Estos detalles dan a entender que era uno de los tres discípulos más cercanos a Jesús. Pedro, Jacobo o Juan (Mt 17.1). No podía ser Pedro, porque 21.20 afirma que Pedro miró y vio a aquel que Jesús amaba, y en otro lugar le hace una pregunta sobre él (13.23, 24). Por otra parte, Jacobo sufrió el martirio muy temprano para ser el autor de este Evangelio (Hch 12.1, 2). Por lo tanto, es razonable concluir que este libro fue escrito por el apóstol Juan. Esta conclusión la apoyan cristianos primitivos como Policarpo (60-155 d.C.), discípulo de Juan.

En el siglo IX, muchos críticos afirmaron que el Evangelio de Juan fue escrito alrededor del año 170 d.C. Luego, en 1935, C.H. Roberts descubrió en Egipto un fragmento de papiro que contenía porciones de 18.31-33, 37, 38 que refutó la teoría. Este fragmento, el Papiro Rylands, fue escrito hacia el año 125 d.C. El Evangelio debe haberse escrito mucho antes de 125 d.C., o incluso 110 d.C., dejando el tiempo necesario para que se copiara y se llevara a Egipto.

Los estudiosos conservadores normalmente fechan el libro entre los años 85 y 95 d.C. El libro no hace referencia a la destrucción de Jerusalén el año 70 d.C., lo que da a entender que ese importante acontecimiento habría ocurrido muchos años antes. Además, la afirmación acerca de Pedro en 21.18, 23 parece indicar que el Evangelio fue escrito cuando Juan era ya viejo. Solamente entonces Juan tendría que explicar la muerte de Pedro, o desvirtuar un rumor largamente establecido en la iglesia primitiva. Otros han sugerido una fecha antes del año 70 d.C. sobre la base de 5.2, que indica que Jerusalén aún estaba en pie. Pero hay una duda sobre la interpretación del tiempo del verbo hoy. Es probable que la razón por la que Juan usó el presente en este versículo fuera dar una descripción vívida de Jerusalén, no para describir su condición presente. Sin más evidencia que el tiempo del verbo en 5.2, la fecha en los alrededores del año 90 d.C. parece ser la más razonable.

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