sábado, 22 de septiembre de 2018

DÍA DE PENTECOSTES




HECHOS. 2:13.

La venida del Espíritu Santo

            1Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.


            5Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. 6Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. 7Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? 8¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? 9Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? 13M    ás otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto.

El Pentecostés era un festival judío anual, también conocido como la «Fiesta de las semanas» o la «Fiesta de las primicias», una celebración de los primeros frutos de la cosecha. Los varones judíos debían ir tres veces al año a Jerusalén para asistir a tres grandes celebraciones (Dt.16.16); La Pascua en primavera; el Pentecostés (del griego «pentekostos», cincuenta y siete semanas y un día más tarde Lv 23.15, 16); y los Tabernáculos, al final de la cosecha en el otoño. En Levítico 23 se detallan las fechas y rituales del calendario de las fiestas judías. Aquellos que se convertían al cristianismo el día de Pentecostés eran los primeros frutos de una vasta cosecha de millones de almas.

Como de un viento recio que soplaba: No un viento, sino como de un viento (Jn. 3.8), en alusión al poderoso pero invisible poder del Espíritu.

Lenguas repartidas, como de fuego: No fuego, sino como de fuego. Juan el Bautista predijo cómo el bautismo en el Espíritu estaría acompañado de viento y fuego (Mt 3.11, 12). Esto puede también ser una alusión a la zarza ardiente (Ex 3.11, 12) que simbolizaba la presencia divina (Ex 3.2–5). Esta manifestación externa de la venida del Espíritu constituía otra señal de su poder.



En el primer siglo de la era cristiana, las comunidades judías estaban localizadas principalmente en la parte oriental del imperio romano, donde el griego era la lengua comúnmente usada, pero también las había tan al oeste como en Italia, y tan al este como en Babilonia. Además de gente de las naciones que aquí se muestran, el grupo presente el día de Pentecostés incluía visitantes de Mesopotamia, y de regiones situadas aún más al este, como Partia, Media y Elam (el actual Irán).

Este es el inicio de la consumación de la promesa de Jesús en 1.5, 8. La equivalencia de los términos empleados en cada una de las tres referencias es algo común en los Hechos. Véase la Introducción a los Hechos: El Espíritu Santo en acción. Las expectativas del AT en torno a la venida del Espíritu y los comienzos de una nueva era se cumplen al fin.

Otras lenguas se refiere aquí a idiomas o lenguajes humanos, no conocidos por quienes los hablaban, pero sí por otras personas (v. 6); una práctica distintiva de la plenitud del Espíritu que posteriormente evolucionó, con el desarrollo de la iglesia, producía lo que se llamó hablar «en lenguas...angélicas (desconocidas)» (1 Co 13.1). Y comenzaron a hablar sugiere que la experiencia continuó (véase 11.15). El relato podría indicar que continuaron hablando en lenguas por un período de tiempo indeterminado; pero es más probable que la frase indique que esta práctica los acompañó toda su vida, hasta el momento en que se redactaba el relato sobre cómo la iglesia proseguía realizando «todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar» (1.1).

Muchos creyentes contemporáneos de diferentes denominaciones cristianas, creen que la experiencia de «hablar en lenguas» (idiomas no estudiados o conocidos por quien habla) puede acompañar la ocasión cuando una persona recibe por primera vez la plenitud del Espíritu Santo. Dentro de la tradición pentecostal clásica, se espera por esta experiencia, y se expresa doctrinalmente con las palabras siguientes: «La primera evidencia física del bautismo con el Espíritu Santo es hablar en otras lenguas».

Esta visión modificada, también aceptada por los pentecostales, hace menos énfasis en la importancia de las lenguas como evidencia del bautismo con el Espíritu Santo, tanto en términos de una experiencia inicial, o como un estado permanente de plenitud en el Espíritu. Ellos destacan más el conjunto de dones, de los cuales el hablar en lenguas es sólo uno, teniendo en cuenta que todos estos tienen una efectividad circunstancial y que ninguno de ellos puede servir como señal del bautismo en el Espíritu. Aún más, una profunda participación en el culto se considera también como una indicación fundamental de haber sido bautizado en el Espíritu, junto al continuo ejercicio del hablar en lenguas como parte de la vida devocional íntima del creyente (véase 1 Co 14.1, 2, 4, 15, 39, 40).

  LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO.


En el principio
• Presente y activo en la creación, moviéndose sobre el caos (Gn 1.2)
En el Antiguo Testamento
• El origen de poderes sobrenaturales (Gn 41.38)
• El dador de las habilidades artísticas (Ex 31.2–5)
• La fuente de fuerza y poder (Jue 3.9, 10)
• La inspiración de la profecía (1 S 19.20, 23)
• El mediador del mensaje de Dios (Miq 3.8)
Profecía en el Antiguo Testamento
• La limpieza del corazón para una vida en santidad (Ez 36.25–29).

En la salvación


• Nos convence de pecado (Jn 16.8–11)
• Regenera al creyente (Tit 3.5)
• Santifica al creyente (2 Ts 2.13)
• Mora en la vida del creyente (Jn 14.17; Ro 8.9–11)

En el Nuevo Testamento

• Enseña la verdad espiritual (Jn 14.26; 16.13; 1 Co 2.13–15)
• Glorifica a Cristo (Jn 16.14)
• Derrama su poder sobre quien proclama el evangelio (Hch 1.8)
• Llena a los creyentes (Hch 2.4)
• Derrama el poder de Dios en el corazón (Ro 5.5)
• Hace posible que los creyentes anden en santidad (Ro 8.1–8; Gl 5.16–25)
• Intercede por los pecadores (8.26)
• Imparte los dones del ministerio (1 Co 12.4–11)
• Fortalece el ser interior (Ef 3.16)
En la Palabra escrita
• Inspiró las Sagradas Escrituras (2 Ti 3.16; 2 P 1.21)

El Nuevo Testamento ve en el Espíritu Santo a aquel que da testimonio de que el Cristo resucitado mora en los creyentes.
Los que se burlaban llegaron aparentemente a esta conclusión porque no reconocían las palabras que escuchaban.

Pedro es el vocero de los discípulos y asume el papel dirigente en este momento, según los Hechos.

2.15 La hora tercera del día equivalía a las 9 a.m.

2.17,18 Los postreros días se refiere a la era de la iglesia, desde el Pentecostés hasta el retorno de Cristo (véase Heb 1.1, 2). Ellos representan la transición entre esta era y la era por venir. Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne: Pedro explica los extraordinarios acontecimientos del Pentecostés en términos del derramamiento del Espíritu predicho en la profecía de Joel. El derramamiento del Espíritu en el AT había sido durante mucho tiempo reservado a los líderes espirituales y nacionales de Israel. Bajo el Nuevo Pacto, sin embargo, la autoridad del Espíritu se concede a «toda carne», a todo el que se acoja a éste. Todo creyente es ungido como sacerdote y rey ante Dios. Importantes evidencias de haber participado en el derramamiento del Espíritu son los sueños y profecías.

Joel profetizó que esta edad presente terminaría en medio de los portentos del juicio divino, pero que todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. Pedro quiso establecer que Jesús era el Señor que regresaría para juzgar, y a quien el pueblo debía acudir ahora en arrepentimiento y fe.

Pedro prueba que la resurrección de Cristo está predicha en el AT. De ahí que su audiencia judía debía estar lista para aceptar a Jesús como el Mesías.

Pedro solicita a su audiencia que cambie de opinión y actitud hacia Cristo, para ser bautizados en su nombre como un público reconocimiento de que lo han aceptado como Mesías y Señor. «Nombre» sugiere la naturaleza de su carácter; por ello, ser bautizado «en el nombre de Jesucristo», es confesar que el Señor es todo aquello que dice su nombre. El bautismo no constituye en sí mismo un medio para obtener el perdón y la salvación (véase 3.19). Para la iglesia primitiva, sin embargo, no existía separación entre la realidad y el ritual. Venir a Cristo y ser bautizado eran cosas complementarias (véase 22.16; Mc 16.16; 1 P 3.21). El don del Espíritu Santo debe distinguirse de los dones del Espíritu. El primero es el Espíritu Santo mismo, mientras los segundos son dones especiales concedidos por el Espíritu para poner a los creyentes en condiciones de servir (véase 1 Co 12.1–31).

La promesa del Espíritu Santo (véase v. 33; 1.4, 5; Lc 24.49) es un don para todo creyente de cada generación. Todos los que están lejos incluye a los gentiles (véase Is 57.19; Ef 2.13, 17). Las palabras de Pedro claramente se extienden a cada creyente en toda época y lugar, razón suficiente para esperar los mismos dones y experiencias concedidos a los primeros creyentes que recibieron el Espíritu Santo al nacer la iglesia.

Tenían en común todas las cosas: Esta frase pone de manifiesto la benevolencia espontánea y voluntaria de los creyentes como resultado de la verdadera comprensión del amor de Dios.

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