miércoles, 24 de octubre de 2018

Lección 3.3—Sanidad y arrepentimiento



¿Qué es el arrepentimiento?


Generalmente pensamos en el arrepentimiento como aquello que ocurre con los pecadores que vienen a Cristo por primera vez. Después del sermón de Pedro en el día de Pentecostés, la gente respondió bajo gran convicción de pecado: «Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2.38). Algunos días más tarde Pedro, respondiendo a un grupo de pecadores, dijo: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados» (Hch 3.19). Cuando Jesús vino predicando el evangelio del reino, decía: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos. y creed en el evangelio» (Mc 1.15).


Sin embargo, a los creyentes desobedientes, descuidados y pecadores, también se les llama al arrepentimiento. Pablo demandó a los miembros moralmente pecaminosos de la iglesia de Corinto a que se arrepintieran de sus caminos, por la fornicación y la lascivia que habían cometido (2 Co 12.20, 21). Asimismo, cuando Juan por orden de Jesús escribió a las siete iglesias de Asia, la carta a la iglesia de Efeso (la mejor de las siete) concluyó con la advertencia a arrepentirse «pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar» (Ap 2.5).

Arrepentíos, metanoeo. De meta, «después», y noeo, «pensar». El arrepentimiento es una decisión que resulta en un cambio de mente, lo cual a su vez lleva a un cambio de propósito y acción.

Nuestro concepto del «arrepentimiento» general mente está unido a la «tristeza y la pesadumbre emocional». Sin embargo, las palabras bíblicas (sub en hebreo y metanoeo en griego) significan «cambio de mente y dirección», un cambio total. La tristeza y la pesadumbre casi siempre acompañan al arrepentimiento, es más, el remordimiento es un preludio importante del arrepentimiento, pero decir tan solo: «lo lamento», a menudo denota lástima por las consecuencias del pecado y no por el acto en sí. Pablo dice en 2 Corintios 7.9, 10: «Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento[…] Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte».

Si la tristeza y la pesadumbre nos conducen al arrepentimiento, obviamente el arrepentimiento va más allá de la tristeza o del remordimiento. Si en realidad lamentamos y tenemos remordimiento por nuestro mal proceder, nuestra conducta cambiará de dirección y nuestro propósito cambiará su conducta. Tanto Judas Iscariote como Simón el hechicero tuvieron dolor profundo, pero ninguno de los dos se volvió a Dios con sinceridad. Al Señor no lo engañan las lágrimas de cocodrilo. Él responde al cambio de resolución interna que conduce a nuestra vida de la voluntad propia a la divina.

¿En qué el arrepentimiento es un cambio? Describa una experiencia personal de arrepentimiento.

¿Cuál es la diferencia entre remordimiento y el arrepentimiento del pecado?
¿Puede mencionar tres ejemplos bíblicos de dolor (sea genuino o no) que causó el pecado?

¿Qué dijo Pablo acerca de la relación entre la tristeza piadosa y el arrepentimiento verdadero?

Los cristianos a veces pecan, como dijo Juan en la primera epístola: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados» (1 Jn 1.8, 9). Los verdaderos creyentes no viven en pecado ni lo practican deliberadamente; si lo hacen, se convierten en apóstatas (1 Jn 3.7–9). Sin embargo, los cristianos a menudo cometen pecados de actitud, omisión, descuido, incredulidad, disposición, etc. El escritor de Hebreos dice: «Porque el Señor al que ama, disciplina» (Heb 12.6). A veces, la disciplina viene en forma de enfermedad; sin embargo, debo decir que no toda enfermedad se debe a algún pecado (Jn 9.1–3). Cuando la enfermedad es un método de disciplina, debe haber arrepentimiento para que venga la sanidad. En el pacto de sanidad del Nuevo Testamento (Stg 5.13–16) se entiende claramente que en muchos casos primero debe haber confesión de pecados y arrepentimiento, antes que los ancianos o aquellos que oran eleven la oración eficaz por el enfermo.

Hay varios pasajes bíblicos que se refieren a la relación que existe entre la demora a la respuesta a la oración de sanidad y un cambio de actitud y de conducta. En este capítulo examinaremos estos pasajes sobre el arrepentimiento.

El caso de la lepra de María (Nm 12.1–15)

          Números 12.1–15 contiene no sólo la sanidad de la lepra de María, sino también la historia de su mala conducta que le causó una aflicción grave. Esta mujer espiritualmente dotada se permitió cometer al menos siete pecados, seis de ellos eran de actitud. Antes de estudiarlos, veamos cuántos puede usted encontrar al leer y meditar el pasaje en cuestión. Sus pecados fueron los siguientes:

1. El pecado de rebelión y crítica errada

María (la hermana de Moisés) y su hermano Aarón criticaron implacablemente el casamiento de Moisés con Séfora, la hija de Jetro, porque era cusita y quizás el color de la piel era diferente, aunque no tenemos certeza de lo último. Sabemos que la familia de Jetro era de Dios. Los cusitas no eran uno de los pueblos con los que Dios había prohibido el casamiento de los israelitas. En realidad, María y Aarón se rebelaban contra la autoridad de Moisés, usando como excusa a la esposa para encubrir el motivo verdadero. Tenemos, ciertamente, el derecho de dar sugerencias a los líderes espirituales, pero criticarlos es dañino para ambas partes.

2. El pecado del celo y la envidia

La crítica de María respecto a la esposa de Moisés era un escudo de sus celos. Cuando la carga de juzgar al pueblo se le volvió muy pesada a Moisés, Jetro, su suegro, le sugirió que eligiera a setenta ancianos que lo ayudaran con la enorme tarea de juzgar las necesidades y ofensas entre más de medio millón de personas (véanse Nm 11.21–30; Éx 18.1–27). No existe duda de que Aarón y María eran personas espiritualmente dotadas; Aarón era el primer sumo sacerdote; a María se le reconoce como profetiza; compuso una canción en el Espíritu; era líder de las mujeres de Israel (Ex 15.20, 21). Sin embargo, un don espiritual no lo califica a uno para hacer demandas de liderazgo. María era culpable de celos.

3. El pecado del prejuicio racial

Aunque la motivación de María fueron los celos, estaba prejuiciada o no hubiera hecho referencia a la raza y quizás al color de la esposa de Moisés. El padre de la esposa de Moisés le dio a este un consejo que utilizó para reorganizar la estructura del liderazgo de la nación. Aarón y María, familiares de Moisés, estaban envidiosos y celosos porque no habían contado con ellos en la designación de los ancianos. Para encubrir su motivaciones verdaderas, se les ocurrió la crítica racial de Moisés por haberse casado con Séfora, la hija de Jetro. Al mismo tiempo, María descubrió su prejuicio racial.

4. El pecado del orgullo desordenado

Se ve claramente en el versículo 2 que María era culpable de orgullo espiritual: «¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová». Sí, Dios había hablado a través de Aarón y María; y ellos eran siervos valiosos del Señor. Pero debemos recordar, sin embargo, que Dios hablará en cualquier momento a través de quien El quiera y elija como canal. Nadie puede imponerse en el gobierno de los asuntos de Dios porque lo hayan usado una vez.

5. El pecada del egoísmo

«Nada hagáis por contienda o por vanagloría; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Flp 2.3). La queja de María estaba impregnada de egoísmo. En vez de gozarse por el plan que mejoraría la vida y el andar de Israel, demostró claramente su disgusto porque la excluyeron del centro de la planificación. El versículo 2 termina con las palabras: «Y lo oyó Jehová». No creamos que nuestras quejas petulantes acerca de aparentes omisiones son terrenales, el cielo sintoniza nuestra onda. De ninguna manera Dios estaba contento con lo que oyó de labios de María.

6. El pecado del odio

«Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos» (1 Jn 2.11). El pecado de María progresó de los celos al prejuicio y de este al odio. Si Dios no la hubiera disciplinado, su retrogradación no hubiera tenido fin. Sólo la disciplina amorosa de Dios (Heb 12.6) salvó a María del desastre espiritual permanente. A veces la enfermedad y la aflicción nos salvan de la oscuridad espiritual total. El arrepentimiento verdadero puede dar sanidad al alma y al cuerpo.

7. El pecado de la necedad

«Y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah! señor mío, no pongas ahora sobre nosotros este pecado; porque locamente hemos actuado, y hemos pecado» (Nm 12.11). La queja que María creyó la restauraría al coliderazgo con Moisés (después de todo, era la hermana mayor que salvó a Moisés de su arquilla de juncos: Ex 2.1–10) la hizo caer al fondo, en vez de elevarla a la cima. Como desenlace, tuvieron que confesar la locura que provocó la lepra y el destierro.

NOTA:
Moisés no se defendió en respuesta a las quejas de Aarón y María. El texto inspirado nos dice que Moisés era el hombre más humilde sobre la faz de la tierra. Dios mismo defendió a Moisés, su líder elegido (Nm 12.6–8).

La lepra horrible que afectó a María fue muy breve. Sufrió siete días la aflicción de la enfermedad y el destierro del campamento de Israel debido a la impureza real y ceremonial. Cuando apareció la lepra, Aarón comenzó de inmediato a arrepentirse y a rogar perdón; debemos suponer que María se unió a Aarón en arrepentimiento sincero. Al parecer, la participación de Aarón en la rebelión fue el resultado de la persuasión de María, pues Aarón no fue partícipe de la disciplina. Como Aarón era el sumo sacerdote, la lepra hubiera manchado todo el sacerdocio.
Cuando Aarón se arrepintió por él y por su hermana, Moisés clamó a Dios por la sanidad de María. Esta fue sanada, pero tuvo que soportar el destierro durante siete días. Dios perdona y sana, pero las cicatrices del pecado permanecen; no volvemos a leer de María en la historia de la conquista hasta su muerte (Nm 20.1).

¿Qué lecciones podemos tomar de la historia de María?

¿Cuál de los siete pecados que estudiamos considera que es el más peligroso para su vida?

¿De qué manera puede resolverlo?

La aflicción de María fue el resultado de pecados graves, pero Dios en su infinita misericordia contestó la oración eficaz de Moisés, sanando a María de su aflicción. Muchos enfermos tienen la impresión de que la enfermedad que los aqueja es consecuencia del pecado, aunque muchas veces es simplemente el resultado de la ley natural de causa y efecto. Sin embargo, si la aflicción es disciplina de Dios, uno puede sentirse animado al ver que Dios sanó a María en respuesta a la oración de fe. Comparadas con los pecados de María, las ofensas de la persona común serían menores. Si usted está enfermo y siente que su enfermedad es disciplina de Dios, regocíjese en esto: «Porque el Señor al que ama, disciplina. Si se ha arrepentido (cambio de voluntad y conducta) con sinceridad, pídale a Dios que lo sane, o llame a los ancianos; quizás reciba la salud.

¿Cuántos tipos de conductas modernas piensa que Dios puede castigarlo a uno para lograr arrepentimiento (cambio de conducta o propósito)?

¿Cuáles de los pecados de María, en su opinión, son comunes en la actualidad entre algunas personas en la iglesia?

Utilizando una concordancia, ¿cuántos pasajes del Nuevo Testamento relacionados con cualquiera de los pecados de María puede encontrar?

¿Cómo ha notado que la «enfermedad» se manifiesta en nuestra sociedad, aparte de la aflicción física?

¿Cómo puede relacionarse el pecado con estas manifestaciones?
Anote algunos nombres de personas por las que pueda orar por «sanidad» en esos términos.

Casos de arrepentimiento en el Salmo 107

El escritor del Salmo 107 pinta con palabras cuatro bocetos de personas que atraviesan una experiencia humana muy común; 1) perdidos errantes, 2) cautivos en ataduras, 3) enfermos y afligidos, 4) navegantes perdidos en una tormenta. Cada uno atraviesa cinco etapas: autosuficiencia (v. 11), calamidad (vv. 12, 16, 18), arrepentimiento (v. 19), liberación (v. 20) y el llamado a la acción de gracias (v. 22). La primera referencia del salmista fue acerca de la cautividad babilónica de Israel y de la restauración a su tierra natal. Sin embargo, la Biblia inspirada no sólo habla a sus lectores originales, sino que también se dirige a los de todas las épocas que tienen los mismos fracasos, liberaciones y triunfos espirituales.

Las referencias bíblicas mencionadas se tomaron de varias figuras expresadas en el Salmo 107. Las etapas son las mismas en las cuatro descripciones. Dios no sólo se relaciona con los transgresores de manera similar, sino que también salva y rescata utilizando un esquema fijo de redención, que es el siguiente: convicción de pecado, fe, arrepentimiento, salvación y alabanza en acción de gracias.

¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los versículos 4 al 9 del Salmo 107?

¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los versículos 10 al 16?

¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los versículos 17 al 22?

¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los versículos 23 al 32?

En este salmo la enfermedad es el castigo por la transgresión. El transgredir implica violar a sabiendas los límites conocidos de la obediencia. De ahí que el castigo no sea tanto una acción directa de Dios como consecuencia indirecta de haber ignorado las bendiciones que provienen de cumplir su voluntad, y exponernos así a los juicios que supone violarla. Sin embargo, la liberación puede llegar mediante un genuino arrepentimiento. A menudo la gente dama a Dios sólo cuando la asalta la calamidad. Las tormentas nos llegan a todos. Súbitas dificultades o una severa enfermedad pueden alcanzarnos debido a nuestra decadencia espiritual, consciente o inconsciente. Pero este texto enseña que si buscamos a nuestro Sanador con un corazón contrito, clamando por liberación, la calamidad puede ser trastocada y recibiríamos sanidad, tanto física como espiritual. El Señor escuchará un clamor como ese, y entonces nos sanará con «su palabra» (v. 20).2 Un bello ejemplo de esto puede verse en la sanidad que el paralftico recibió de Jesús, en Lucas 5.1726.

La sanidad del paralítico (Lc 5.1726)

Lucas no nos dice nada respecto a la vida y experiencias anteriores del paralítico. Podemos suponer que esta aflicción estaba relacionada de alguna manera con un pasado pecaminoso, porque Jesús cuando vio la fe demostrada de una manera tan sobresaliente, le dijo al paralítico: «Tus pecados te son perdonados».

El despertar y el cambio en el corazón de este hombre sin duda se efectuó gracias a sus vecinos tan dedicados que al parecer le testificaron acerca de las enseñanzas de Jesús y de su gran poder sanador. Aunque el paralítico obviamente estaba dispuesto a conocer a Jesús, no podía trasladarse por su cuenta al lugar donde quizás se encontraba Jesús enseñando y sanando. En realidad, tuvo que sortear una serie de obstáculos antes de recibir la sanidad.

Primero, tuvo que vencer la barrera de la resignación. Muchos que han tenido impedimentos físicos por largo tiempo aprenden a aceptar la aflicción, abandonan la lucha y hasta les resulta cómodo; una barrera sicológica. Afortunadamente, los vecinos benevolentes del paralítico le despertaron el deseo de caminar otra vez, de volver a vivir.

Segundo, quizás tenía una barrera social. Su aislamiento prolongado de la sociedad activa tiene que haberlo vuelto tímido, retraído y poco dispuesto a ser un espectáculo para la muchedumbre en una gran actividad pública. Se vuelve a destacar el cuadro de liberación y perdón que sus vecinos le describieron acerca del ministerio compasivo de Jesús, que le dio el valor necesario para rendir su voluntad.

Tercero, existía una barrera física; su imposibilidad de caminar hasta el sitio de reunión. Esto lo vencerían sus amigos. A pesar de que las multitudes de curiosos y necesitados bloqueaban el acceso a la puerta de entrada, subieron por una escalera externa al techo y lo bajaron por un agujero que hicieron en el tejado, directo a la presencia de Jesús.

Cuarto, una barrera espiritual había tendido Satanás. Los enemigos religiosos de Jesús estaban presentes en la reunión, rebatiendo a Jesús y negando Su derecho de perdonar pecados. Sin embargo, en cuanto el paralítico venció los primeros obstáculos, él, con la ayuda de sus consagrados vecinos, dio el salto. Es más, juntos clamaron al Dios de amor y misericordia encarnado.

Jesús hizo una pausa en su enseñanza y sintiendo la fe pujante del paralítico y sus amigos, dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados» (v. 20).

¿Por qué cree que Jesús dijo: «Tus pecados te son perdonados», en vez de decir primero: «Levanta tu cama y vete a tu casa»? El pecado está en el fondo del dilema humano. Todo lo que hace por nosotros un Dios santo es en base a su ofrenda sacrificada por el pecado. El pecado debe expiarse para que Él pueda tener comunión con nosotros. El pecado debe resolverse para que pueda venir la sanidad. Jesús podía decir: «Tus pecados te son perdonados», porque estaba rumbo a la cruz para ser nuestro sacrificio propiciatorio por el pecado.

Jesús les respondió a los fariseos, que cerraban sus ojos a la misión de sufrimiento salvador de Cristo, negaban su derecho a perdonar el pecado, con una pregunta: «¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?» Al observador casual, sería más fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», porque, ¿quién podría encontrar en la persona algo que refute si esta ha recibido el perdón o no? Pero para decir: «Levántate y anda», uno debía tener el poder necesario para hacer que eso ocurra frente a la multitud.

Sin embargo, para Jesús era más fácil decir: «Levántate y anda», porque tenía la omnipotencia para liberar; mas para decir: «Tus pecados te son perdonados», tenía que tomar la copa amarga del calvario; tenía que estar dedicado a la cruz. «Y sin derramamiento de sangre no se hace remisión» de pecados (Heb 9.22). El poder es siempre más fácil que el amor y la misericordia. ¿Para qué le servía a Jesús decirle al paralítico: «Levántate y anda», si no hubiera podido decirle también: «Tus pecados te son perdonados»? Con la sanidad, el paralítico podría haber vivido cómodamente unos años más, pero con los pecados perdonados, viviría eternamente; disfrutaría de la resurrección con Jesús y se sentaría con Jesús en los lugares celestiales (Ef 2.110).

No hay comentarios:

Publicar un comentario