¿Qué es el arrepentimiento?
Generalmente pensamos en el arrepentimiento como
aquello que ocurre con los pecadores que vienen a Cristo por primera vez.
Después del sermón de Pedro en el día de Pentecostés, la gente respondió bajo
gran convicción de pecado: «Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo:
Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2.38). Algunos días más tarde Pedro, respondiendo a un
grupo de pecadores, dijo: «Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean
borrados vuestros pecados» (Hch 3.19). Cuando Jesús vino predicando el evangelio del
reino, decía: «El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado;
arrepentíos. y creed en el evangelio» (Mc 1.15).
Sin embargo, a los creyentes desobedientes,
descuidados y pecadores, también se les llama al arrepentimiento. Pablo demandó
a los miembros moralmente pecaminosos de la iglesia de Corinto a que se
arrepintieran de sus caminos, por la fornicación y la lascivia que habían
cometido (2 Co 12.20, 21). Asimismo, cuando Juan por orden de Jesús escribió a las siete
iglesias de Asia, la carta a la iglesia de Efeso (la mejor de las siete)
concluyó con la advertencia a arrepentirse «pues si no, vendré pronto a ti, y
quitaré tu candelero de su lugar» (Ap 2.5).
Arrepentíos, metanoeo. De meta, «después», y noeo,
«pensar». El arrepentimiento es una decisión que resulta en un cambio de mente,
lo cual a su vez lleva a un cambio de propósito y acción.
Nuestro concepto del «arrepentimiento» general mente
está unido a la «tristeza y la pesadumbre emocional». Sin embargo, las palabras
bíblicas (sub en hebreo y metanoeo en griego) significan «cambio de mente y
dirección», un cambio total. La tristeza y la pesadumbre casi siempre acompañan
al arrepentimiento, es más, el remordimiento es un preludio importante del
arrepentimiento, pero decir tan solo: «lo lamento», a menudo denota lástima por
las consecuencias del pecado y no por el acto en sí. Pablo dice en 2 Corintios 7.9, 10: «Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados,
sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento[…] Porque la tristeza
que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse;
pero la tristeza del mundo produce muerte».
Si la tristeza y la pesadumbre nos conducen al
arrepentimiento, obviamente el arrepentimiento va más allá de la tristeza o del
remordimiento. Si en realidad lamentamos y tenemos remordimiento por nuestro
mal proceder, nuestra conducta cambiará de dirección y nuestro propósito
cambiará su conducta. Tanto Judas Iscariote como Simón el hechicero tuvieron
dolor profundo, pero ninguno de los dos se volvió a Dios con sinceridad. Al
Señor no lo engañan las lágrimas de cocodrilo. Él responde al cambio de
resolución interna que conduce a nuestra vida de la voluntad propia a la
divina.
¿En qué el arrepentimiento es un cambio? Describa una
experiencia personal de arrepentimiento.
¿Cuál es la diferencia entre remordimiento y el
arrepentimiento del pecado?
¿Puede mencionar tres ejemplos bíblicos de dolor (sea
genuino o no) que causó el pecado?
¿Qué dijo Pablo acerca de la relación entre la
tristeza piadosa y el arrepentimiento verdadero?
Los cristianos a veces pecan, como dijo Juan en la
primera epístola: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, El es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados» (1 Jn 1.8, 9). Los verdaderos creyentes no viven en pecado ni lo
practican deliberadamente; si lo hacen, se convierten en apóstatas (1 Jn 3.7–9). Sin embargo, los cristianos a menudo cometen
pecados de actitud, omisión, descuido, incredulidad, disposición, etc. El
escritor de Hebreos dice: «Porque el Señor al que ama, disciplina» (Heb 12.6). A veces, la disciplina viene en forma de
enfermedad; sin embargo, debo decir que no toda enfermedad se debe a algún
pecado (Jn 9.1–3). Cuando la enfermedad es un método de disciplina,
debe haber arrepentimiento para que venga la sanidad. En el pacto de sanidad
del Nuevo Testamento (Stg 5.13–16) se entiende claramente que en muchos casos primero debe haber
confesión de pecados y arrepentimiento, antes que los ancianos o aquellos que
oran eleven la oración eficaz por el enfermo.
Hay varios pasajes bíblicos que se refieren a la
relación que existe entre la demora a la respuesta a la oración de sanidad y un
cambio de actitud y de conducta. En este capítulo examinaremos estos pasajes
sobre el arrepentimiento.
El caso de la lepra de
María (Nm 12.1–15)
Números
12.1–15 contiene no sólo la sanidad de la lepra de María,
sino también la historia de su mala conducta que le causó una aflicción grave.
Esta mujer espiritualmente dotada se permitió cometer al menos siete pecados,
seis de ellos eran de actitud. Antes de estudiarlos, veamos cuántos puede usted
encontrar al leer y meditar el pasaje en cuestión. Sus pecados fueron los
siguientes:
1. El pecado de rebelión y
crítica errada
María (la hermana de Moisés) y su hermano Aarón
criticaron implacablemente el casamiento de Moisés con Séfora, la hija de
Jetro, porque era cusita y quizás el color de la piel era diferente, aunque no
tenemos certeza de lo último. Sabemos que la familia de Jetro era de Dios. Los
cusitas no eran uno de los pueblos con los que Dios había prohibido el
casamiento de los israelitas. En realidad, María y Aarón se rebelaban contra la
autoridad de Moisés, usando como excusa a la esposa para encubrir el motivo
verdadero. Tenemos, ciertamente, el derecho de dar sugerencias a los líderes
espirituales, pero criticarlos es dañino para ambas partes.
2. El pecado del celo y la
envidia
La crítica de María respecto a la esposa de Moisés era
un escudo de sus celos. Cuando la carga de juzgar al pueblo se le volvió muy
pesada a Moisés, Jetro, su suegro, le sugirió que eligiera a setenta ancianos
que lo ayudaran con la enorme tarea de juzgar las necesidades y ofensas entre
más de medio millón de personas (véanse Nm 11.21–30; Éx 18.1–27). No existe duda de que Aarón y María eran personas
espiritualmente dotadas; Aarón era el primer sumo sacerdote; a María se le
reconoce como profetiza; compuso una canción en el Espíritu; era líder de las
mujeres de Israel (Ex 15.20, 21). Sin embargo, un don espiritual no lo califica a uno para hacer
demandas de liderazgo. María era culpable de celos.
3. El pecado del prejuicio
racial
Aunque la motivación de María fueron los celos, estaba
prejuiciada o no hubiera hecho referencia a la raza y quizás al color de la
esposa de Moisés. El padre de la esposa de Moisés le dio a este un consejo que
utilizó para reorganizar la estructura del liderazgo de la nación. Aarón y
María, familiares de Moisés, estaban envidiosos y celosos porque no habían
contado con ellos en la designación de los ancianos. Para encubrir su
motivaciones verdaderas, se les ocurrió la crítica racial de Moisés por haberse
casado con Séfora, la hija de Jetro. Al mismo tiempo, María descubrió su
prejuicio racial.
4. El pecado del orgullo
desordenado
Se ve claramente en el versículo 2 que María era culpable de orgullo espiritual:
«¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?
Y lo oyó Jehová». Sí, Dios había hablado a través de Aarón y María; y ellos
eran siervos valiosos del Señor. Pero debemos recordar, sin embargo, que Dios
hablará en cualquier momento a través de quien El quiera y elija como canal.
Nadie puede imponerse en el gobierno de los asuntos de Dios porque lo hayan
usado una vez.
5. El pecada del egoísmo
«Nada hagáis por contienda o por vanagloría; antes
bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo» (Flp 2.3). La queja de María estaba impregnada de egoísmo. En
vez de gozarse por el plan que mejoraría la vida y el andar de Israel, demostró
claramente su disgusto porque la excluyeron del centro de la planificación. El
versículo 2 termina con las palabras: «Y lo oyó Jehová». No
creamos que nuestras quejas petulantes acerca de aparentes omisiones son
terrenales, el cielo sintoniza nuestra onda. De ninguna manera Dios estaba
contento con lo que oyó de labios de María.
6. El pecado del odio
«Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas,
y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado
los ojos» (1 Jn 2.11). El pecado de María progresó de los celos al prejuicio y de este al
odio. Si Dios no la hubiera disciplinado, su retrogradación no hubiera tenido
fin. Sólo la disciplina amorosa de Dios (Heb 12.6) salvó a María del desastre espiritual permanente. A
veces la enfermedad y la aflicción nos salvan de la oscuridad espiritual total.
El arrepentimiento verdadero puede dar sanidad al alma y al cuerpo.
7. El pecado de la necedad
«Y dijo Aarón a Moisés: ¡Ah! señor mío, no pongas
ahora sobre nosotros este pecado; porque locamente hemos actuado, y hemos
pecado» (Nm 12.11). La queja que María creyó la restauraría al coliderazgo con Moisés
(después de todo, era la hermana mayor que salvó a Moisés de su arquilla de
juncos: Ex 2.1–10) la hizo caer al fondo, en vez de elevarla a la cima.
Como desenlace, tuvieron que confesar la locura que provocó la lepra y el
destierro.
NOTA:
Moisés no se defendió en respuesta a las quejas de
Aarón y María. El texto inspirado nos dice que Moisés era el hombre más humilde
sobre la faz de la tierra. Dios mismo defendió a Moisés, su líder elegido (Nm 12.6–8).
La lepra horrible que afectó a María fue muy breve.
Sufrió siete días la aflicción de la enfermedad y el destierro del campamento
de Israel debido a la impureza real y ceremonial. Cuando apareció la lepra,
Aarón comenzó de inmediato a arrepentirse y a rogar perdón; debemos suponer que
María se unió a Aarón en arrepentimiento sincero. Al parecer, la participación
de Aarón en la rebelión fue el resultado de la persuasión de María, pues Aarón
no fue partícipe de la disciplina. Como Aarón era el sumo sacerdote, la lepra
hubiera manchado todo el sacerdocio.
Cuando Aarón se arrepintió por él y por su hermana,
Moisés clamó a Dios por la sanidad de María. Esta fue sanada, pero tuvo que
soportar el destierro durante siete días. Dios perdona y sana, pero las
cicatrices del pecado permanecen; no volvemos a leer de María en la historia de
la conquista hasta su muerte (Nm 20.1).
¿Qué lecciones podemos tomar de la historia de María?
¿Cuál de los siete pecados que estudiamos considera
que es el más peligroso para su vida?
¿De qué manera puede resolverlo?
La aflicción de María fue el resultado de pecados
graves, pero Dios en su infinita misericordia contestó la oración eficaz de
Moisés, sanando a María de su aflicción. Muchos enfermos tienen la impresión de
que la enfermedad que los aqueja es consecuencia del pecado, aunque muchas
veces es simplemente el resultado de la ley natural de causa y efecto. Sin
embargo, si la aflicción es disciplina de Dios, uno puede sentirse animado al
ver que Dios sanó a María en respuesta a la oración de fe. Comparadas con los
pecados de María, las ofensas de la persona común serían menores. Si usted está
enfermo y siente que su enfermedad es disciplina de Dios, regocíjese en esto:
«Porque el Señor al que ama, disciplina. Si se ha arrepentido (cambio de
voluntad y conducta) con sinceridad, pídale a Dios que lo sane, o llame a los
ancianos; quizás reciba la salud.
¿Cuántos tipos de conductas modernas piensa que Dios
puede castigarlo a uno para lograr arrepentimiento (cambio de conducta o
propósito)?
¿Cuáles de los pecados de María, en su opinión, son
comunes en la actualidad entre algunas personas en la iglesia?
Utilizando una concordancia, ¿cuántos pasajes del
Nuevo Testamento relacionados con cualquiera de los pecados de María puede
encontrar?
¿Cómo ha notado que la «enfermedad» se manifiesta en
nuestra sociedad, aparte de la aflicción física?
¿Cómo puede relacionarse el pecado con estas
manifestaciones?
Anote algunos nombres de personas por las que pueda
orar por «sanidad» en esos términos.
Casos de arrepentimiento en el Salmo 107
El escritor del Salmo 107 pinta con palabras cuatro bocetos de personas que
atraviesan una experiencia humana muy común; 1) perdidos errantes, 2) cautivos en ataduras, 3)
enfermos y afligidos, 4) navegantes perdidos en una tormenta. Cada uno
atraviesa cinco etapas: autosuficiencia (v. 11), calamidad (vv. 12, 16, 18), arrepentimiento (v. 19), liberación (v. 20) y el llamado a la acción de gracias (v. 22). La primera referencia del salmista fue acerca de la
cautividad babilónica de Israel y de la restauración a su tierra natal. Sin embargo, la
Biblia inspirada no sólo habla a sus lectores originales, sino que también se
dirige a los de todas las épocas que tienen los mismos fracasos, liberaciones y
triunfos espirituales.
Las referencias bíblicas mencionadas se tomaron de
varias figuras expresadas en el Salmo 107. Las etapas
son las mismas en las cuatro descripciones. Dios no sólo se relaciona con los transgresores de manera
similar, sino que también salva y rescata utilizando un esquema fijo de
redención, que es el siguiente: convicción de pecado, fe, arrepentimiento,
salvación y alabanza en acción de gracias.
¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los
versículos 4 al 9 del Salmo 107?
¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los
versículos 10 al 16?
¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los
versículos 17 al 22?
¿Qué clase de persona y calamidad se describen en los
versículos 23 al 32?
En este salmo la enfermedad es el castigo por la
transgresión. El transgredir implica violar a sabiendas los límites conocidos
de la obediencia. De ahí que el castigo no sea tanto una acción directa de Dios
como consecuencia indirecta de haber ignorado las bendiciones que provienen de
cumplir su voluntad, y exponernos así a los juicios que supone violarla. Sin
embargo, la liberación puede llegar mediante un genuino arrepentimiento. A
menudo la gente dama a Dios sólo cuando la asalta la calamidad. Las tormentas
nos llegan a todos. Súbitas dificultades o una severa enfermedad pueden
alcanzarnos debido a nuestra decadencia espiritual, consciente o inconsciente.
Pero este texto enseña que si buscamos a nuestro Sanador con un corazón
contrito, clamando por liberación, la calamidad puede ser trastocada y
recibiríamos sanidad, tanto física como espiritual. El Señor escuchará un
clamor como ese, y entonces nos sanará con «su palabra» (v. 20).2 Un bello ejemplo de esto puede verse en la sanidad
que el paralftico recibió de Jesús, en Lucas 5.17–26.
La sanidad del paralítico
(Lc 5.17–26)
Lucas no nos dice nada respecto a la vida y
experiencias anteriores del paralítico. Podemos suponer que esta aflicción
estaba relacionada de alguna manera con un pasado pecaminoso, porque Jesús
cuando vio la fe demostrada de una manera tan sobresaliente, le dijo al
paralítico: «Tus pecados te son perdonados».
El despertar y el cambio en el corazón de este hombre
sin duda se efectuó gracias a sus vecinos tan dedicados que al parecer le
testificaron acerca de las enseñanzas de Jesús y de su gran poder sanador.
Aunque el paralítico obviamente estaba dispuesto a conocer a Jesús, no podía
trasladarse por su cuenta al lugar donde quizás se encontraba Jesús enseñando y
sanando. En realidad, tuvo que sortear una serie de obstáculos antes de recibir
la sanidad.
Primero, tuvo que vencer la barrera de la resignación.
Muchos que han tenido impedimentos físicos por largo tiempo aprenden a aceptar
la aflicción, abandonan la lucha y hasta les resulta cómodo; una barrera
sicológica. Afortunadamente, los vecinos benevolentes del paralítico le
despertaron el deseo de caminar otra vez, de volver a vivir.
Segundo, quizás tenía una barrera social. Su
aislamiento prolongado de la sociedad activa tiene que haberlo vuelto tímido,
retraído y poco dispuesto a ser un espectáculo para la muchedumbre en una gran
actividad pública. Se vuelve a destacar el cuadro de liberación y perdón que
sus vecinos le describieron acerca del ministerio compasivo de Jesús, que le
dio el valor necesario para rendir su voluntad.
Tercero, existía una barrera física; su imposibilidad
de caminar hasta el sitio de reunión. Esto lo vencerían sus amigos. A pesar de
que las multitudes de curiosos y necesitados bloqueaban el acceso a la puerta
de entrada, subieron por una escalera externa al techo y lo bajaron por un
agujero que hicieron en el tejado, directo a la presencia de Jesús.
Cuarto, una barrera espiritual había tendido Satanás.
Los enemigos religiosos de Jesús estaban presentes en la reunión, rebatiendo a
Jesús y negando Su derecho de perdonar pecados. Sin embargo, en cuanto el
paralítico venció los primeros obstáculos, él, con la ayuda de sus consagrados
vecinos, dio el salto. Es más, juntos clamaron al Dios de amor y misericordia
encarnado.
Jesús hizo una pausa en su enseñanza y sintiendo la fe
pujante del paralítico y sus amigos, dijo: «Hombre, tus pecados te son
perdonados» (v. 20).
¿Por qué cree que Jesús dijo: «Tus pecados te son
perdonados», en vez de decir primero: «Levanta tu cama y vete a tu casa»? El
pecado está en el fondo del dilema humano. Todo lo que hace por nosotros un
Dios santo es en base a su ofrenda sacrificada por el pecado. El pecado debe
expiarse para que Él pueda tener comunión con nosotros. El pecado debe
resolverse para que pueda venir la sanidad. Jesús podía decir: «Tus pecados te
son perdonados», porque estaba rumbo a la cruz para ser nuestro sacrificio
propiciatorio por el pecado.
Jesús les respondió a los fariseos, que cerraban sus
ojos a la misión de sufrimiento salvador de Cristo, negaban su derecho a
perdonar el pecado, con una pregunta: «¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te
son perdonados, o decir: Levántate y anda?» Al observador casual, sería más
fácil decir: «Tus pecados te son perdonados», porque, ¿quién podría encontrar
en la persona algo que refute si esta ha recibido el perdón o no? Pero para
decir: «Levántate y anda», uno debía tener el poder necesario para hacer que
eso ocurra frente a la multitud.
Sin embargo, para Jesús era más fácil decir:
«Levántate y anda», porque tenía la omnipotencia para liberar; mas para decir:
«Tus pecados te son perdonados», tenía que tomar la copa amarga del calvario;
tenía que estar dedicado a la cruz. «Y sin derramamiento de sangre no se hace
remisión» de pecados (Heb 9.22). El poder es siempre más fácil que el amor y la misericordia. ¿Para qué le servía a Jesús decirle al paralítico: «Levántate y anda», si no hubiera podido decirle también: «Tus pecados
te son perdonados»? Con la sanidad, el paralítico podría haber vivido
cómodamente unos años más, pero con los pecados perdonados, viviría
eternamente; disfrutaría de la resurrección con Jesús y se sentaría con Jesús
en los lugares celestiales (Ef 2.1–10).
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