La cruz de Cristo, junto con la
resurrección, es el corazón de la fe cristiana; es la médula del mensaje del
evangelio. En la cruz, al pecado y a la enfermedad se les despojaron de su
aguijón. Cuando miramos hacia la cruz, vemos a Jesús con las manos, los pies y
el costado heridos; un segundo vistazo revela una tumba abierta y sabemos que
la redención de la maldición del pecado tan largamente tipificada se ha
«hecho»; nuestra esperanza surge por encima de las nubes cuando vemos a Jesús
exaltado por nosotros. «Por su llaga fuimos nosotros curados» (Is 53.5).
La sanidad y la serpiente
de bronce levantada
En los tiempos de Moisés, Dios
proveyó un símbolo gráfico del poder de sanidad de la cruz (véase Nm 21.5–9). El pueblo pecador provocó al Señor con sus
acusaciones continuas contra Moisés y aun contra el mismo Dios. La naturaleza
pecaminosa, adámica, del pueblo estaba fuera de control; la maldición del Edén
se había manifestado a plenitud. Dios les daba el maná a diario, pero odiaban
hasta su gusto, menospreciando la provisión de la gracia de Dios. Llegaron al
punto de transferir su odio a Dios y al líder que Él les dio. Sus excesos
pecaminosos de disputas y contiendas frenaron el tan deseado viaje a la tierra
prometida. Sus actos y actitudes de rebeldía ocasionaron una aflicción horrible
a todo el campamento; multitudes cayeron a causa de las mordeduras de las
«serpientes ardientes». Parecía reinar la muerte. Sin embargo, como siempre,
Dios en su gracia proveyó un remedio para dar sanidad. Por mandato divino,
Moisés puso una serpiente de bronce sobre un asta con la promesa de que todo
aquel que mirara con fe a la serpiente de bronce sería restaurado. Había vida
en una mirada, gracia en un vistazo, victoria en una visión del emblema de la
redención del pecado juzgado y expiado.
La clave de la sanidad divina. La
plaga de serpientes ardientes enviada sobre el pueblo de Dios fue, en realidad,
un castigo que ellos mismos se infligieron debido a su frecuente murmuración.
Dios permitió que su juicio se aviniera a la presunción popular, y muchos
murieron por la mordedura de las serpientes. Pero en respuesta al
arrepentimiento de su pueblo, Dios prescribió que se erigiera una serpiente de
bronce, y todo aquel que levantara la vista con fe hacia ella sería sanado.
Jesús se refirió a este relato en Juan 3.14, 15, al implicar que la serpiente de bronce
prefiguraba su crucifixión. Nuestra sanidad, tanto espiritual como física,
viene de poner nuestros ojos en el Cristo crucificado e identificamos con Él,
ya que por su herida fuimos sanados (1 P 2.24).
La sanidad y el Cordero de
Dios levantado
Vemos claramente en Números 21 que surgieron dos remedios y beneficios
distintos al mirar el símbolo del Cristo crucificado. Las bendiciones fueron el
perdón de los pecados y la sanidad de la enfermedad que afligía al cuerpo. Los
beneficios de la gracia también eran dos: primero, el espiritual, por la
limpieza de sus almas manchadas de pecado, y segundo, el físico, por la sanidad
de las mordeduras de las serpientes. La cuerda de rescate, que parte de la cruz
hacia la humanidad afligida por el pecado, tiene dos cabos de rescate: La
redención del alma y la sanidad para el cuerpo. Sabemos que la interpretación
que hacemos es correcta porque lo aclara el pasaje central del Nuevo
Testamento: Juan
3.14–17.
La palabra salvo del versículo 17 de este pasaje se refiere a una salvación
completa, a una redención que abarca toda la persona. Cuando Jesús dijo:
«Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que
el mundo sea salvo por él», se refería a la salvación completa de la persona,
cuerpo y alma. El utiliza la palabra salvo con un significado de salvación
tanto física como espiritual, y lo podemos ver a continuación, en la
explicación sobre la «Riqueza literaria».
Salvado, sozo. Salvar, sanar, curar,
preservar, mantener seguro y sano, rescatar de un peligro o destrucción,
liberar. Sozo salva de la muerte física mediante la sanidad, y de la muerte
espiritual mediante el perdón del pecado y sus efectos.2 La palabra sozo se utiliza dieciséis veces en
el Nuevo Testamento para referirse a la sanidad del cuerpo. Los pasajes son los
siguientes: Mateo 9.21, 22; Marcos 5.23, 28, 34; 6.56; 10.52; Lucas 7.50; 8.36, 48, 50; 17.19; 18.42; Hechos 4.9; 14.9; Santiago 5.15.
Un remedio de sanidad que
caducó
Se debe dar una advertencia al
considerar la serpiente de bronce que Moisés levantó en el desierto. Él lo hizo
por mandato de Dios para dar sanidad a los israelitas enfermos y moribundos. La
serpiente de bronce sobre un asta era un símbolo orientado hacia el futuro, al
cumplimiento del tiempo cuando Jesús, el Redentor prometido, vendría para
cumplir todas las tipificaciones, sombras y símbolos del Antiguo Testamento.
Cuando levantaron a Jesús en la cruz, vino a ser lo que la serpiente de bronce
representaba. Ahora sólo es necesario ejercitar fe en la obra consumada de la
cruz.
En 2 Reyes 18.3, 4 se menciona
una práctica de alabanza a la «serpiente de bronce», que el buen rey Ezequías
abolió. La serpiente de bronce se dio para un momento y sólo como señal del
juicio y la expiación del pecado del pueblo. No se hizo para que se convirtiera
en un objeto de alabanza. Señalaba hacia adelante, a la muerte vicaria y
propiciatoria de Cristo en la cruz donde se juzgaba todo el pecado. El
sacrificio de Cristo se llevó a cabo de una vez y para siempre, y no iba a
repetirse; era una obra consumada. Honramos el recuerdo, no la cruz en sí, la
cual fue un instrumento atroz para dar pena de muerte, sino el sacrificio que
se ofreció allí para nuestra salvación. No es la cruz quien nos salva, sino la
fe en Cristo y su obra de expiación.
Si procuramos encontrar sanidad y
perdón en un objeto con forma de cruz o en algún amuleto, perpetuamos un estilo
de alabanza abusiva como la que ocurrió con la serpiente de bronce y que el rey
Ezequías abolió. Quizás hayan algunos que utilicen los objetos sólo para
recordar los hechos y las realidades espirituales; pero en algún momento, invariablemente,
los objetos de recuerdo se convierten en objetos de alabanza. Algunos pueden
evitar el abuso, pero otros menos entendidos y que los imitan pueden desembocar
en un acto de idolatría.
Además, si miramos únicamente a la
cruz, avanzamos sólo hasta la mitad del camino, pues la obra completa de
salvación para el cuerpo y el alma debe incluir la tumba vacía, la gloriosa
resurrección. Cristo no sólo murió, también resucitó y está sentado a la
diestra de Dios para ser nuestro intercesor y Sumo Sacerdote. La obra de la
cruz compró nuestra salvación, pero el caudal de beneficios gloriosos fluye
desde el asiento de misericordia del trono de gracia. El Salvador al que
adoramos es el mismo Cristo viviente hoy, ayer, mañana y siempre.
Tome nota de ejemplos contemporáneos
en que ha oído, o tiene conocimiento, de que la superstición se ha proyectado
en objetos para procurar la bondad de Dios.
Escriba sus ideas acerca de cómo
puede ocurrir algo similar cuando el pueblo busca lo mismo en algún ministro
ungido para la sanidad.
La sanidad de Dios y el
imán de redención levantados
Otro pasaje de las Escrituras que
hace referencia a Jesús «levantado» se encuentra en Juan 8.26–30. El mundo, incluso los discípulos de Jesús, en
realidad no lo conocían como el Salvador y Redentor hasta que murió y resucitó.
Lo conocían como el gran Maestro, hasta como el Mesías que regiría sobre un
reino venidero. Pero sólo la cruz lo reveló como el sufriente Cordero de Dios
que quitaría los pecados y aflicciones del mundo, a pesar de que Juan el
Bautista lo presentó como tal.
Conoceréis, ginosko. Compare
«prognosis», «gnómico», «gnomon», «gnóstico». Percibir, entender, reconocer,
ganar conocimiento, darse cuenta, llegar a conocer. Ginosko es el
reconocimiento que tiene un principio, un desarrollo y un logro. Es el
reconocimiento de la verdad por experiencia personal.
Como el Señor Jesucristo murió en la
cruz por nuestros pecados y aflicciones, millones han llegado a conocerlo como
su Salvador y Sanador.
«Y por todos murió, para que los que
viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. De
manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun
si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura
es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Co 5.15–17).
A Él lo conocemos en el
Espíritu.
Existe otro pasaje de la Escritura
que resalta a Cristo levantado en la cruz: Juan 12.20–33. Lea este pasaje y extraiga (escriba a
continuación) tres expresiones eternas clave que caracterizan y resumen el
ministerio de Jesús.
1.
2.
3.
Es posible que no haya un pasaje más
importante en el Nuevo Testamento que Juan 12. Los griegos buscaban a Jesús; quizás fueron a
invitarlo a que llevara sus enseñanzas a Grecia; a lo mejor eran como el
macedonio (griego) que aparece en Hechos 16, quien
en la visión de Pablo, vino a ayudarlos. Los griegos de Juan vinieron muy
temprano; antes de la cruz.
Jesús les explicó que la hora de su
glorificación se acercaba. ¿Qué otro grupo de hombres hubiera llamado a su hora
de ignominia el momento de gloria? Jesús la llamó la hora en que Él sería
glorificado. No ignoraba la espantosa amargura del sufrimiento de la copa del
Calvario, pero en un momento le pasó por la mente que el Padre podría salvarlo
del espanto de cargar el pecado y de sufrir la derrota aparente de la tumba.
Pero de inmediato se sometió voluntariamente al plan del Padre y surgieron
palabras de triunfo:
«Más para esto he llegado a esta
hora». Vino para ser plantado; declaró que para tener una cosecha de redención,
la semilla de provisión tenía que caer en tierra, pero que el grano de trigo
plantado produciría una cosecha mundial de almas salvadas hasta los confines de
la tierra.
Entonces Jesús dijo: «Y yo, si fuere
levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo». Podía ver las multitudes
de enfermos y culpables dejando sus cargas aplastantes al pie de la cruz. ¡Con
razón dijo que la hora de su gloria había llegado! Pablo, en Filipenses 2.5–11, expone perfectamente acerca de la
humillación y la exaltación. Para mayor enriquecimiento, lea ese pasaje.
La oración eficaz para
sanidad levantada
Existen momentos cuando los
seguidores redimidos del Señor entran en comunión con sus sufrimientos y por
consiguiente se transforman en siervos más consagrados y eficaces. Los
apóstoles de Jesús, en su esfuerzo por llevar las buenas nuevas de la salvación
completa que emanó de la cruz y de la tumba vacía, sufrieron persecución
severa. En especial sufrieron al tratar de predicar las buenas nuevas de la
resurrección. Los encarcelaron y amenazaron con castigos mayores si continuaban
con la predicación pública de la resurrección de Jesús. Los apóstoles se
reunían para informar respecto a las amenazas. Se refrescaban las mentes acerca
del propósito de la venida de Cristo a
la tierra y del significado de la cruz y la resurrección. Después se unían en
la siguiente oración:
Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y
concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras
extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el
nombre de tu santo Hijo Jesús. Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban
congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con
denuedo la palabra de Dios.
(Hch 4.29–31)
Los discípulos dijeron, en efecto:
«Señor, sabemos que tenemos salvación completa en Cristo, tu Hijo, adquirida
con su muerte propiciatoria en la cruz. Vimos que una gran victoria surgió de
tu evangelio a través de la sanidad de un cojo; ahora se nos ha prohibido la
predicación de la resurrección en Jerusalén; Señor, extiende tu mano para sanar
los enfermos para que nos dé un renovado denuedo para predicar la verdad a
pesar de los sufrimientos». El Señor les respondió, enviándoles un terremoto
espiritual privado y con esto un nuevo Pentecostés y un denuedo renovado.
Luego, Dios hizo grandes milagros de sanidad a través de Pedro, Felipe y
Esteban.
Y por la mano de los apóstoles se
hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el
pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas
el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más,
gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los enfermos a
las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos
su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aun de las ciudades vecinas muchos
venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y
todos eran sanados.
(Hch 5.12–16)
La proclamación denodada de la
resurrección de Jesús de la tumba, junto con la enseñanza de que el Señor era
un Salvador y Sanador viviente, atrajo a multitudes al Reino de Cristo.
Denuedo, parrhesia. Osadía para
hablar, expresión sin reserva, libertad de palabra, con franqueza, candor,
valor, entusiasta, lo opuesto a cobardía, timidez o temor. Aquí denota un don
divino que recibe la gente ordinaria, no profesional, que exhibe poder y
autoridad espirituales. Se refiere también a una clara presentación del
evangelio que no es ambigua o ininteligible. Parrhesia no constituye una
cualidad humana, sino un resultado de recibir la plenitud del Espíritu Santo.
Dios le dio a los discípulos denuedo
porque deseaban, por encima de cualquier pensamiento de preservación personal,
que el evangelio de salvación completa avanzara llevando redención y sanidad a
las incontables multitudes de personas enfermas y plagadas de culpa. Parece que
resultados similares ocurren hoy en día donde el pueblo de Dios ora pidiendo
denuedo mediante el poder del Espíritu Santo de Dios.
Un clamor por misericordia
sanadora levantada
Un relato muy interesante de un
milagro es el de la sanidad del ciego Bartimeo y que usted puede leer en Lucas 18.31–43.
En el último viaje a Jerusalén,
antes de llegar a Jericó, Jesús les explicó a sus discípulos que iba a ser
traicionado, insultado y crucificado, pero que se levantaría de entre los
muertos al tercer día. Los discípulos estaban perplejos por la profecía de su
muerte; es más, la predicción estaba más allá de su entendimiento. Después de
la enseñanza del Maestro, no podían pensar en otra cosa que en la esperanza
predominante de que Él m, había venido a establecer un reino terrenal. En este
cuadro no había forma de darle cabida a la muerte. La cruz era algo impensable.
Sorprendentemente, se encontrarían
con un mendigo ciego que tendría un concepto más claro de la misión de Jesús
que cualquiera de ellos. Cuando el ciego Bartimeo oyó que Jesús de Nazaret
pasaba por Jericó, «dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!» Dijo esto
dos veces, a pesar de la represión de los discípulos. Uno debe preguntarse:
¿Cómo es posible que este mendigo callejero y ciego conozca que Jesús de
Nazaret era el heredero del trono mesiánico de David? ¿Cómo conocía las
«misericordias firmes de David»? (Is 55.3). Como
«Hijo de David» era uno de los nombres del Mesías, quizás lo escuchó en alguna
conversación en la calle, pero, ¿cómo asoció las profecías de las misericordias
firmes de David con Jesús para pedirle que tuviera misericordia y le sanara los
ojos ciegos desde el nacimiento? Debemos entender que Dios de alguna manera se
lo reveló, tal como lo hizo antes con el centurión que supo que Jesús podía
sanar a la distancia con la sola palabra. Para buscar los temas en conjunto de
«David» y «misericordia», véanse los pasajes siguientes: Salmo 89.20–24; Isaías 55.3, 4; y Hechos 13.32–38.
Bartimeo no sabía la profecía de
Jesús de Su muerte y resurrección inminentes. Desconocía el significado, que
sepamos, de la muerte expiatoria y la resurrección de Cristo, pero sí sabía lo
que profetizó el salmista y el profeta Isaías: Jesús sería el Mesías (Hijo de
David) y tendría «misericordias firmes» para dar. Sabía bien que David había
muerto hacía mucho tiempo y que ya había visto corrupción, pero al parecer
sentía que el Hijo de David (Mesías) tendría poder y misericordia para terminar
con su ceguera.
Pablo dice, en el sermón de Hechos 13, que el hijo de David sería levantado de entre
los muertos y que el Cristo resucitado otorgaría las misericordias firmes de
David, entre las cuales se encuentran el perdón de los pecados y la sanidad de
los enfermos. Ambas bendiciones se manifestarían en el ministerio de Pablo en
Iconio y Listra.
¿En cuáles áreas tienes un deseo mayor de ver
en acción el poder sanador de Dios?
Podemos tener la certeza de que
aquel que murió por nuestros pecados y fue levantado para nuestra
justificación, todavía le da a los que creen tanto la salvación del alma como
la sanidad completa a los enfermos. Aquel que fue levantado en una cruz para
morir por nuestro pecado y por nuestra culpa venció la muerte y el juicio de
todos los creyentes. Este triunfo abarcó la experiencia de las «misericordias
firmes» de David. Las «misericordias firmes» son los beneficios del reino donde
el Cordero de Dios ya se ha convertido, espiritualmente, en el León de la tribu
de Judá. Si está afligido, clama con fe; ¡Hijo de David, ten misericordia de
mí! Él te contestará: «Tu fe te ha sanado».
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