viernes, 26 de octubre de 2018

Lección 7.7—La sanidad divina y la voluntad de Dios



La voluntad de Dios para sanar dolencias físicas

Al determinar si Dios tiene voluntad para sanar enfermedad y dolencia, tenemos tres luces como guía. La primera gran luz es la necesidad, la segunda es la fe personal y la tercera y la más importante es la enseñanza de la Escritura.


Al comenzar nuestro estudio de la sanidad divina y la voluntad de Dios, lea Marcos 1.40–44. El milagro se refiere a la sanidad de un leproso y responde al cuestionamiento acerca de la voluntad de Jesús de sanar enfermos. El leproso no tiene ninguna duda respecto al poder y la capacidad de Jesús para sanar su enfermedad incurable; él dijo: «Si quieres, puedes sanarme». Pero, como tantas personas sinceras, no tenía la certeza de la disposición de Jesús de sanarlo. Su fe en la omnipotencia de Dios era el resultado de su conocimiento de las muchas sanidades que Jesús estaba obrando, así que no le preguntaba si tenía voluntad de sanar en general. ¿Pero sanaría la lepra? Y, más importante que eso, ¿estaba dispuesto a sanarlo a él? Jesús respondió a las dos preguntas, diciendo: «Quiero, sé limpio».

He aquí una expresión bíblica del Salvador declarando su interés por sanar hasta los casos de enfermedad más serios. Algunos, para refutar, dirán: «Pero la sanidad del leproso fue un caso aislado; ¿cómo puede decir que se aplica a cualquier caso y enfermedad?» Observemos que la respuesta de Jesús al leproso parecía ser ejemplar al tema de la «voluntad» de Jesús para sanar. La pregunta de la voluntad aparece sólo una vez; y Jesús respondió a esta pregunta importante así: «[Si], quiero». Como no se vuelve a ver esta pregunta otra vez, parece claro que Jesús respondió la pregunta para todos nosotros y que el Espíritu Santo lo inscribió en las Escrituras para nuestro entendimiento y asimilación.

Sea como fuere, las Escrituras responden con claridad, sin dejar duda de la obra expiatoria de Cristo en la cruz. Cuando Jesús en la cruz clamó: «Consumado es», proclamó de una vez y por todas la obra de expiación del Redentor que brindó sanidad para el alma y el cuerpo. La profecía de Isaías 53 y la declaración de su cumplimiento en Mateo 8.16–17 dicen claramente que el manantial de expiación vicaria limpió la culpa del pecado y el sufrimiento de la enfermedad para aquellos que crean. Jesús está siempre dispuesto a sanar, porque su redención es para todo el que cree. Cuando las luces de: 1) las Escrituras («Quiero» y «por su llaga fuimos nosotros curados»), 2) la propia necesidad de sanidad, y 3) la fe que Dios nos da están sincronizadas, uno avanza hacia la liberación.

Hay algunos que dicen que toda oración debe acompañarse de la cláusula «si es tu voluntad». Por supuesto que es verdad que nuestras oraciones deben expresar sumisión a la voluntad de Dios: «Sea hecha tu voluntad» es la oración que nos enseñó Jesús. Sin embargo, la provisión de las necesidades basadas en las estipulaciones de un pacto pueden pedirse mediante la obediencia a la promesa del pacto, porque el mismo pacto es una declaración de la voluntad de Dios. En el libro de Éxodo (15.26) Dios ha dado un pacto de sanidad en el que se revela a sí mismo como Sanador. Su nombre es «el Sanador»; y como ese es uno de sus nombres, esto revela uno de los atributos de su naturaleza. Lo que Dios es por naturaleza, nunca deja de serlo, pues Él ha declarado: «Porque yo Jehová no cambio» (Mal 3.6).

Igual que con la salvación, una de las condiciones de la sanidad es creer:
«Pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible» (Mc 9.22, 23). Ya que para recibir sanidad hace falta una fe positiva, ¿cómo puedo ejercitar la fe en una oración que comienza con «si puedes»? ¿Podrían los filipenses, luego de recibir la epístola de Pablo, orar así?: «Señor, si es tu voluntad por favor cubre nuestras necesidades». ¿Podrían los romanos, luego de leer Romanos 10.9, orar así?: «Señor, lo creo en mi corazón, y he confesado con los labios mi fe en tu resurrección; por favor, sálvame, si es tu voluntad». ¿Después de leer la primera carta de Pablo, orarían así los tesalonicenses?: «Hemos leído lo que dice tu apóstol acerca de tu venida y de los que han muerto en la fe; consuela ahora nuestros corazones, si es tu voluntad».

Por supuesto, debemos orar con reverencia; y Jesús nos da un ejemplo excelente en su oración en Getsemaní: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya» (Lc 22.42). Sin embargo, cuando el Señor nos ha dado una promesa clara, no vacilemos en la fe, cuando al pedir el cumplimiento de la promesa le agregamos «si puedes». Si un empleador le ha prometido a un empleado una bonificación especial, ¿no mostraría una deferencia peculiar o falta de respeto si el empleado le habla a su empleador así?: «Vine a recibir lo que me has prometido si me lo quieres dar».

Un pasaje de la Biblia, que a menudo se cita para fundamentar la idea de que todas las oraciones deben acompañarse de la cláusula «Sea hecha tu voluntad», es 1 Juan 5.14: «Y esta es la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye». Pero este pasaje no nos dice que oremos diciendo: «Si puedes». Cualquiera que sea la promesa pactada, correctamente interpretada, es nuestro privilegio pedir su cumplimiento. Cuando le pedimos alguna bendición a Dios, primero determinamos que la bendición es una promesa clara de la Biblia, y segundo, nos aseguramos que cumplimos con las condiciones para que se realice la promesa. Ya que la sanidad divina es una promesa de pacto, adquirida por la obra de expiación de Cristo, sólo necesitamos estar seguros de haber cumplido con las condiciones estipuladas.

Por supuesto que hay muchas situaciones en la vida en que uno sabe que no hay una promesa en la Biblia que las cubra. Existen muchas promesas generales, cuyas condiciones de cumplimiento desconocemos o no recordamos. En todas las situaciones de la vida deseamos que Dios esté con nosotros, ayudándonos a superarlas. Debemos orar por todo; y cuando no conocemos con certeza la voluntad de Dios para una situación específica, es adecuado pedirle la revelación de su voluntad. Cuando enfrentamos una decisión de múltiple opción en la que tenemos preferencia, sin duda podemos pedir a Dios que implemente nuestra opción preferida, pero por supuesto debemos incluir: «Si es tu voluntad».

La voluntad general de Dios y cómo conocerla

Este es un buen momento para analizar el tema amplio de la «voluntad de Dios». Existen dos categorías en la voluntad de Dios: 1) Su voluntad general, y 2) Sus planes específicos.

La voluntad «general» de Dios se revela claramente en las Escrituras. Si deseamos conocer la voluntad general de Dios, debemos estudiar las Escrituras de forma sistemática. Algunas personas se preocupan por saber si están viviendo dentro de la voluntad de Dios. Si uno es un estudiante fiel de la Biblia y vive de acuerdo con la luz que ha recibido, estoy, en la práctica, viviendo dentro de la voluntad de Dios. La lectura bíblica regular desarrolla nuestro entendimiento de la voluntad general de Dios para nuestra vida. Su contenido se relaciona con la moral, la devoción, la alabanza, el servicio y la comunión.

Pablo cita en 1 Tesalonicenses, por ejemplo, una revelación inspirada que dicta la voluntad general de Dios para la moral cristiana: «Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación que os apartéis de fornicación» (1 Ts 4.3). En otras palabras, no hace falta preguntarle a Dios si uno puede ser infiel a su pacto matrimonial; la Biblia responde este tema en «general» y esta generalidad abarca todos los aspectos de la fornicación.

Otro ejemplo: La voluntad general de Dios, como lo definen las Escrituras, responde de una vez y por todas, cuál debería ser la actitud del creyente con relación al gobierno instituido: «Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea el rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por El enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos» (1 P 2.13–15).

Sin embargo, conociendo la voluntad general de Dios nos enfrentamos con casos que necesitan su dirección específica. La voluntad específica de Dios se refiere a nuestras decisiones y opciones, como a qué escuela ir, con quién casarse, qué profesión seguir, dónde vivir, con qué iglesia reunirse, qué personas tener como compañía cercana, qué aficiones tener si es que tiene alguna, qué servicio cristiano elegir, cuánto tiempo dedicarle a esa actividad, cuántos niños tener, cómo dividir el tiempo entre el trabajo, el hogar, la iglesia, la comunidad, etc. La voluntad específica de Dios se ilustra en este pasaje tomado de Romanos: «Rogando que de alguna manera tenga al fin, por la voluntad de Dios, un próspero viaje para ir a vosotros» (Ro 1.10).

Conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas es importante. El apóstol Pablo lo manifiesta claramente en Efesios 5.15–17: «Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cual sea la voluntad del Señor». Si hemos de andar con diligencia, aprovechando bien el tiempo, es esencial que conozcamos la voluntad de Dios para nuestras vidas.

El conocimiento de la voluntad de Dios adquirió importancia para Pablo por el mensaje de Ananías, a quien Dios eligió para darle entendimiento a Pablo acerca de su milagrosa conversión y destino divino: «Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca» (Hch 22.14).

Es mucho más fácil descubrir la voluntad de Dios cuando vencemos la conformidad con los patrones del mundo: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Ro 12.2). Cuando nos entregamos de lleno a la consagración a Dios, caminando en el modelo de Jesús, ponemos en práctica la perfecta voluntad de Dios.

Los beneficios de conocer y caminar en la voluntad de Dios se ponen en evidencia al seguir las gemas de la Escritura. Escriba sus observaciones acerca del contenido de cada versículo en la medida en que se aplica a su vida.

Cuando vivimos como siervos sinceros del Señor y no de los hombres, nos encontramos haciendo la voluntad del Señor, no por la fuerza, sino por amor: «No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios» (Ef 6.6).

Podemos ayudarnos unos a otros a conocer y obedecer la voluntad de Dios mediante la intercesión de los unos por los otros sobre este tema: «Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col 1.9).

Algunos ABC de la voluntad de Dios

A. El primerísimo paso esencial en el aprendizaje de la voluntad de Dios en cualquier situación es tener la disposición de hacer lo que Dios mande. Él no nos va a mostrar su voluntad para meditarla. Si uno no está dispuesto a hacer cualquier cosa que Dios mande, la búsqueda del conocimiento de su voluntad será un esfuerzo fútil. Debemos orar: «Señor, muéstrame tu voluntad para que pueda hacerla», y nunca orar así: «Muéstrame tu voluntad para que la pueda considerar». La sumisión total es el primer paso hacia el descubrimiento del centro de la voluntad de Dios.

Jesús abundó acerca de este principio con los líderes religiosos de su época, quienes deliberaban sobre cuál era la voluntad de Dios. Él les declaró esta gran verdad: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Jn 7.17). Al hablar de «doctrina» Jesús no se refiere a la teología formal, sino a Su enseñanza y estilo de vida que el Padre le dio para entregarlo al mundo: Su enseñanza y conducta eran la voluntad de Dios. Decía que sólo los que obedecen sus enseñanzas las entienden. Los fariseos no deseaban obedecer su verdad; por lo tanto, no la podían entender. No podían conocer la voluntad de Dios, porque no les interesaba obedecerla.

B. El Espíritu Santo es el guía fiel en la vida de los creyentes; sin embargo, habrá ocasiones en que parecerá que procedemos en base a «razonamiento santificado». Los cristianos maduros desarrollan sensibilidad e inteligencia espiritual y de ellas dependen para ser guiados hacia el centro de la voluntad del Señor. Pablo describe este razonamiento maduro así: «Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios» (Flp 3.13–15). Lea Hechos 15.28 y vea cómo se combina la sabiduría del Espíritu Santo cuando se aplica al pensamiento lleno del Espíritu.

C. Otro par de instrumentos que nos ayudarán en la voluntad de Dios son la «experiencia» y la «circunstancia». Cuanto más experimentemos la voluntad de Dios en nuestra conducta o en nuestras decisiones, más fácil será encontrar la norma en la obra de Dios. Luego, en algunos casos, nuestras «circunstancias» indicarán la voluntad de Dios. Habrá momentos en que nuestras circunstancias se cerrarán de modo que sólo tenemos un camino a seguir. Si ese camino no está fuera de la voluntad general de Dios, puede tener un grado elevado de seguridad de que ciertas circunstancias han sido ordenadas providencialmente por Dios.

D. Otra de las guías a la voluntad de Dios en algún tema es el consejo de otros creyentes. Lea Proverbios 11.14 y 15.22. ¿Qué le dice esto?

Si varias personas maduras con experiencia nos dan el mismo consejo en una situación que nos concierne, podemos estar muy seguros de que el consejo es bueno. En la iglesia primitiva Dios revelaba a menudo su consejo mediante el cuerpo: La Iglesia. (Hch 13; 15).

Por qué al parecer algunos por los que se ora no sanan

Si la sanidad física está incluida en la expiación y Jesús ha declarado su voluntad para sanar, ¿por qué muchas personas sinceras no se sanan? Esta pregunta a menudo surge como un cuestionamiento diligente y otras veces como un desafío incrédulo. Que nadie crea que decimos que otros son «menos salvos» porque no creen en la promesa de sanidad para el presente o porque creen pero no se han sanado. La verdad de la promesa no tiene su fundamento en que la gente la crea o la reciba. Simplemente proclamamos esta verdad y dejamos los resultados a Dios, tal corno testificamos o predicamos la salvación de Cristo y dejamos en El la decisión resultante, ya sea a favor o en contra.

Sin embargo, procuramos humildemente discernir y descubrir por qué algunos que buscan la sanidad no se sanan. Tal vez el estudio de estos conceptos le ayude.

1. Una de las razones más comunes por la que no se sanan los que reciben oración es la falta de cumplir con las condiciones (véase Ex 15.26). Todas las promesas de Dios son condicionales. Lea el Salmo 1. Vea las promesas de Dios de bendición y prosperidad. ¿Cuáles son las condiciones que debe mostrar la conducta del varón bienaventurado? Fíjese que la bendición se le niega a los que andan en consejo de malos, los que andan en camino de pecadores, que se sientan en silla de escarnecedores. La persona a quien Dios bendecía con salud y prosperidad era la que se deleitaba en hacer la voluntad de Dios y quien había abandonado la vida de los malos. Por una parte, las bendiciones de Dios se supeditan a un estilo de vida de alabanza y servicio, y por otra, ausente de escarnio y egoísmo.

2. La desobediencia es otra razón común que puede provocar la falta de sanidad o de otras bendiciones. El rey Saúl aprendió la lección de la obediencia y el peligro de la desobediencia cuando se rebeló contra el consejo de Samuel, el profeta ungido de Dios. Estudie el incidente que llega a su clímax en 1 Samuel 15.22–23. Vea como la desobediencia dio fin a la bendición de Dios sobre Saúl.
 Sondeo a profundidad

La clave para participar de los beneficios de Dios está delineada claramente en Isaías 55.2–3. Observe los verbos clave.

Oídme atentamente, y comed del bien,
Y se deleitará vuestra alma con grosura.
Inclinad vuestro oído, y venid a mí;
Oíd, y vivirá vuestra alma;
Y haré con vosotros pacto eterno,
Las misericordias firmes a David.

En hebreo las órdenes «oídme», «inclinad vuestro oído» y «oíd» son sinónimos de «obedeced». La promesa del pacto era «las misericordias firmes a David», que incluían la sanidad física. Cuando el ciego de Jericó clamó a Jesús para que le diera la vista, imploró su petición con las siguientes palabras: «¡Hijo de David, ten misericordia de mí!»» Estaba enterado de que el pacto de compromiso de Isaías ofrecía «las misericordias firmes de David». Vemos que Bartimeo estaba listo para llevar una vida de obediencia por su conducta luego de la sanidad milagrosa: «Y luego vio, y le seguía, glorificando a Dios; y todo el pueblo, cuando vio aquello, dio alabanza a Dios» (Lc 18.43).

3. Algunos oran por sanidad y no la reciben por falta de fe. La condición básica para la sanidad física es la «fe». En el ministerio de Jesús, la sanidad de varias personas fue acompañada por las palabras: «Tu fe te ha salvado» o «te ha sanado». (a) Cuando el paralítico que trajeron a Jesús por el agujero en el techo, se dijo de Jesús: «Al ver Él la fe de ellos». (b) Cuando los discípulos no podían sacarle el espíritu malo a un muchacho, le preguntaron a Jesús por qué no tuvieron éxito. Jesús les respondió: «Por vuestra poca fe». (c) Cuando Jesús se volvió a la mujer que le tocó el borde de la vestidura, le dijo: «Hija, tu fe te ha hecho salva».

Examine cada uno de los siguientes pasajes. ¿Cómo se pone de manifiesto la «fe» como condición para la sanidad?»

Marcos 11.24

Hechos 6.8

Hechos 14.8–10

Hechos 14.8–10

Santiago 1.6–7; 5.14–16

Uno puede suponer, de acuerdo a lo que vimos sobre la importancia de la fe, que a menos que se tenga una fe extraordinaria, no tiene sentido orar por la sanidad. Pero lo esencial es la fe para orar. Ya que es Dios el que da la fe, deberíamos llevarle todas las cosas en oración sin el temor de que nuestra fe es insuficiente. «Nuestra competencia proviene de Dios» (2 Co 3.4–6).

4. A veces la oración no recibe una respuesta inmediata, porque Dios demora la respuesta para enseñar una lección. Algo así parece estar detrás de las palabras de Pablo a los corintios en 2 Corintios 1.3–5. ¿Qué dice que hará Dios mientras atravesamos estas demoras?

Si no recibimos una respuesta inmediata a una oración de sanidad, no deberíamos suponer que Dios no ha obrado, ni que no responderá por completo.

5. Santiago dijo: «No tenéis lo que deseáis, porque no pedís». A veces cuando tenemos una necesidad, deseamos que el Señor la satisfaga, pero no oramos con diligencia por la sanidad. No debemos suponer que somos sólo «mascotas cósmicas» de Dios y que El suplirá automáticamente todas nuestras necesidades secretas. Preguntémonos: 1) ¿Hemos acudido a Dios con oración diligente? 2) ¿Hemos pedido a otros que oren con nosotros por la sanidad? 3) ¿Hemos acudido a los ancianos de la iglesia, pidiéndoles la unción de aceite y la oración unánime? ¿Por qué deberíamos suponer que Dios va a obrar cuando no lo hemos buscado en oración? Prestemos atención a la sabiduría y la promesa que declara Santiago: «La oración eficaz del justo puede mucho» (Stg 5.16).

6. A veces la oración de sanidad no es efectiva porque hay algún pecado inconfesado y que necesitamos resolver. Esto debe ser cierto, porque en relación con el pacto de sanidad del Nuevo Testamento leemos: «Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados» (Stg 5.16). Cuando la culpa hierve lentamente en nosotros, se destruye la fe, y sin fe la oración es inútil. Confesemos nuestros pecados a Dios de rodillas. Juan escribió: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Jn 1.9). La fe rápidamente llena un corazón limpio. La culpa encubierta puede ser engañosa. Si la fe parece insulsa, haríamos bien en rastrear nuestros corazones con el auxilio del Espíritu Santo para descubrir pecados inconfesados, o el pecado de la incredulidad.

7. Una forma muy destructiva del pecado es la falta de perdón. A la oración de sanidad puede faltarle respuesta si albergamos en nuestros corazones falta de perdón hacia otros. En el Sermón del Monte, según Lucas, Jesús nos enseñó a orar así: «Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todos los que nos deben». A esto, Mateo le agregó: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mt 6.14–15). El pecado de la falta de perdón puede obviarse con facilidad, porque vemos las ofensas como que otros las causan. Pero nuestras oraciones nunca serán eficaces mientras no se resuelvan esos problemas.

8. Finalmente, el cuidado de Dios sobre nuestras vidas puede ser tal que nunca entendamos por qué las promesas pactadas y provisiones no se manifiesten como esperamos. La sabia providencia de Dios está por encima de nuestro entendimiento. Podemos descubrir diversas razones por las que algunos no se sanan. Sin embargo, ninguno debe imaginar que no fue sanado porque no era la voluntad de Dios.

Muchas personas que dicen: «No es la voluntad de Dios sanarme», en seguida acudirán a cualquier otra vía de recuperación. Así que, si dice que la sanidad no es la voluntad de Dios para su vida, podríamos preguntar: ¿Por qué se esfuerza en encontrar la sanidad por cualquier medio? Más, por supuesto, Dios quiere que las personas se sanen y El sana por muchos medios, incluso el médico. Dejemos de dudar en la voluntad de Dios para sanar. Si un creyente se siente más cómodo con la terapia médica o quirúrgica que con la confianza total en la sanidad divina, que tome esa decisión sin ningún sentido de culpa o fracaso. Pero pidámosle a Dios y confiemos en su poder y promesa de sanidad. Su presencia está en la iglesia, pero también en la clínica o en la sala de operaciones. La sanidad divina directa es una bendición maravillosa que los creyentes deberían desear mucho antes que abandonarla, que deberían explorar todas las razones que hayan impedido que suceda.

El más alto logro de la vida cristiana es vivir en el centro de la voluntad de Dios. Recibimos ayuda para alcanzar este objetivo mediante las enseñanzas de la Escritura y al seguir la dirección del Espíritu Santo. Sabemos, por las enseñanzas claras de pasajes bíblicos como Éxodo 15.26; Salmos 91, 103, 107; Isaías 53; Mateo 8.5–17; Santiago 5.13–18, que la voluntad de Dios es sanar nuestras vidas enfermas. Este concepto lo verifican las múltiples sanidades que ocurrieron en el ministerio de los apóstoles y se entiende ampliamente por la innegable presencia del Espíritu Santo en la iglesia actual.

Como la provisión de Dios es para la redención total de la persona, alma y cuerpo, es nuestro privilegio y obligación apropiarnos de la plenitud de las provisiones del Señor, a la medida de nuestro nivel de madurez.

Casi todas las personas que Jesús sanó durante su ministerio terrenal se fueron con regocijo. Si podemos creer en la provisión de Dios para la sanidad y recibirla a plenitud, nuestras vidas no sólo estarán llenos del gozo del Señor, sino que seremos instrumentos para impartir gozo en todos los que nos rodean. «Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos. Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Ts 5.15–18).

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