No existe ningún parecido en la tierra a la
maravillosa propiciación de Cristo por nosotros; de la obra completa que Jesús
llevó a cabo por nosotros cuando murió en la cruz. Desde antes de la fundación
del mundo Él se propuso proveer una cobertura total para todo aquel que crea (1 P 2.24). Sabiendo de antemano que el hombre caería y que su
caída traería sobre sí la maldición de miseria, aflicción y muerte, Cristo
decidió cargar sobre El la maldición para dar libertad a todo aquel que crea.
Esta «cobertura total» de nuestros pecados y la provisión de todos los
beneficios de nuestra salvación, se denomina con frecuencia «expiación». Se
refiere a las lecciones y figuras del Antiguo Testamento acerca del Salvador
que vendría (Lv 17.11).
Hará expiación, chaphar. Cubrir, expiar, reconciliar;
apaciguar o aquietar; purgar o limpiar. Este verbo aparece 100 veces. El
significado principal de chaphar podría ser «cubrir». El verbo se usa en Génesis 6.14, donde se instruyó a Noé a cubrir el arca con brea.
La palabra kippur (expiación) es un importante derivado. Este término resulta
familiar debido a su empleo en la frase hebrea Yom Kippur, el Día de la
Expiación; véase Levítico 23.27, 28. Se le traduce como «apaciguar» en Génesis 32.20 y como «expiar» en Daniel 9.24.
Hay una amplia provisión maravillosa en la cruz de
Cristo. «Aquí [en 1 Pedro 2.24, 25] es nuestro Redentor. La muerte expiatoria de Cristo hace posible
nuestra decisión de morir a los pecados (arrepentimiento) y vivir para Dios
(justicia). Según el NT, esto equivale a la conversión en su más amplio sentido
y que Pedro describe cuando dice: por cuya herida fuisteis sanados. La
intención de Pedro al citar Isaías 53.5 es mostrar que la integridad personal —mental,
sicológica, física y espiritual— fluye de esta conversión».
La muerte expiatoria de Cristo liberó para los
creyentes un manantial de sanidad para la persona, que comprende: la espiritual
y la física. El primer Adán hundió a la humanidad en aflicción al cuerpo, la
mente y el espíritu; el postrer Adán rescató a la humanidad caída con la
sanidad del cuerpo, la mente y el espíritu. La caída fue total; el rescate
también fue total. Pero los creyentes son una nueva criatura en Cristo Jesús (2 Co 5.17), ¡en el cual todas las cosas «creadas» tienen la
posibilidad de volverse nuevas!
La «expiación» total —cobertura— que Jesús nos brindó
en la cruz produjo demasiadas bendiciones y beneficios. Escriba una nota
personal después de la lectura de los pasajes, tomando nota en cada caso de qué
clase de bendición enfatiza y cómo se aplica, o cómo se podría aplicar en este
instante a su vida.
1. La bendición de que Jesús se convirtió en el
Salvador de la humanidad (Mt 1.21).
2. La bendición de que todos los que creen son justificados
(Hch 13.39; Ro 5.1).
3. La bendición de que podemos recibir limpieza
mediante la sangre de Cristo (1 Jn 1.7).
4. La bendición de la santificación de nuestras vidas
y nuestro vivir (Heb 13.12).
5. La bendición de que tenemos acceso a la sanidad
divina (1 P 2.24).
6. Se nos ha abierto provisión de bendiciones
universales ilimitadas (Jn 14.13; Ef 1.3).
En el principio, después de la caída, Dios prometió la
expiación. En Génesis capítulo tres, que describe la caída del hombre, tenemos
la seguridad divina de que a Satanás, el causante y perpetrador de la
maldición, lo vencería la «simiente de la mujer» (un término que describe al
Hijo de Dios encarnado). «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza. y tú la herirás en el
calcañar» (Gn 3.15). La herida del calcañar de Jesús fue su muerte en la cruz mediante la
cual obtendría nuestra redención de la maldición y la derrota de Satanás cuyas
obras redundan en pecado y enfermedad. Juan dijo que Jesús vino a destruir las
obras del diablo: «El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo
peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las
obras del diablo» (1 Jn 3.8).
El Antiguo Testamento finaliza diciendo en una
profecía que Jesús traería sanidad: «Mas a vosotros que teméis mi nombre,
nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación» (Mal 4.2). Aquel a quien Juan llamó la «luz del mundo» vino a
la oscuridad del mundo; sus rayos de sanidad son la cura bendita para la culpa
del pecado y la opresión de la enfermedad en la humanidad.
En el centro del Antiguo Testamento el Señor ha
ubicado la descripción más completa de la obra de expiación de Aquel que sería
herido por nuestras iniquidades y azotado para nuestra sanidad. Lea primero Isaías 53.3–12, después piense en el siguiente pasaje tomado de la
Biblia Plenitud.
Isaías 53 claramente enseña que la sanidad corporal está
incluida en la obra expiatoria, el sufrimiento y la cruz de Cristo. Las
palabras hebreas para «dolores» y «enfermedades» (v. 4) se refieren específicamente a la aflicción física.
Esto se verifica en el hecho de que Mateo 8.17 dice que este texto de Isaías se cumple ejemplarmente
en los actos de sanidad que efectuó Jesús.
Además, está claro que las palabras «llevó» y «sufrió»
se refieren a la obra expiatoria de Jesús, porque son las mismas que se
utilizan para describir a Cristo cargado con nuestros pecados (véanse el v. 11 y 1 P 2.24). Estos textos vinculan inequívocamente la base de la
provisión, tanto de nuestra salvación como de nuestra sanidad, con la obra
expiatoria del Calvario. Sin embargo, ninguna de estas cosas se recibe
automáticamente, porque ambas deben ser alcanzadas por la fe. La obra de Cristo
en la cruz las pone a nuestra disposición, y las recibimos, según sea nuestra
elección, mediante un acto sencillo de fe. Por cierto, unos pocos alegan que la
profecía de Isaías acerca de la enfermedad se cumplió completamente mediante
las sanidades descritas en Mateo 8.17. Pero un examen más cuidadoso nos revela que la
palabra «cumplir» se aplica a menudo a una acción que se extiende a lo largo de
toda la era de la iglesia. (Véanse Is 42.1–4; Mt 12.14–17.)3
¿Es la sanidad para hoy?
¿Cómo sabemos con certeza de que, en base a la muerte
de Cristo en la cruz, la gracia sanadora de Dios está disponible para nosotros
hoy en día?
1. Podemos tener la seguridad de que la sanidad física
se incluye en la obra expiatoria de Cristo, porque la Palabra de Dios lo
afirma. Isaías 53.4 [Biblia de las Américas] dice que El llevó (nasa)
nuestras enfermedades, y cargó (sabal) con nuestros dolores. En los versículos 11 y 12 Isaías utiliza exactamente las mismas palabras
—cargar y llevando— las «iniquidades» y los «pecados». En otras palabras, el
acto de salvación y de sanidad está ligado de manera inseparable. Jesús,
citando a Isaías en Mateo 8.17, expresa las palabras «enfermedades» y «dolencias». De este modo,
Isaías dice que Jesús que llevó y cargó tanto nuestras enfermedades y dolores,
como nuestros pecados e iniquidades. Por lo tanto, si la obra de Jesús en la
cruz cubrió nuestros pecados e iniquidades, también dice allí que cubrió
nuestras enfermedades y aflicciones.
Mateo
8.16–17 expresa claramente que Jesús dio solución a las
enfermedades y aflicciones espirituales y físicas: «Y cuando llegó la noche,
trajeron a Él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios,
y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta
Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras
dolencias».
De ahí deducimos que si los enfermos en los días de
Jesús eran sanados en base a la profecía de Isaías acerca del sacrificio
expiatorio de Cristo antes de que se llevara a cabo, podemos estar confiados en
que las sanidades están a nuestro alcance hoy en día.
2. Los cristianos de cualquier época pueden confiar en
que hay sanidad en la expiación de Cristo pues dio lugar a una redención
infinita. Como Jesucristo es infinito, eterno, todo lo que El hace como
Salvador y Sustituto servirá para suplir todas las necesidades de todos los
tiempos, hasta que El vuelva. Lea cada una de las citas siguientes y escriba
sus comentarios acerca de lo que se dice de los caminos y promesas inamovibles
del Señor:
Malaquías 3.6
Hebreos 13.8
Santiago 1.17
3. Podemos creer que Cristo sana hoy porque la sanidad
de los enfermos es una de las señales ciertas que El prometió que acompañarían
a los que creen (Mc 16.17–18). Jesús dijo que una de las señales poderosas que confirmaría la
predicación del evangelio a todo el mundo sería que cuando los creyentes
impusieran las manos sobre los enfermos, se sanarían. Así como fuimos
comisionados a predicar a todas las naciones la muerte salvadora de «Cristo
crucificado», tenemos el privilegio de declarar la promesa de la sanidad de los
enfermos que tienen fe para creer.
El mismo evangelio que ofrece el poder de Dios para
salvación del pecado ofrece también el de sanar la enfermedad. En los Hechos,
los apóstoles salieron predicando el mismo evangelio del reino que Jesús les
comisionó y acompañados por las mismas señales. Como las mismas señales
acompañaron a la iglesia posapostólica, ¿existió alguna vez un corte final?
¡No, Jesús no ha cambiado! Nunca ha habido un momento en la historia de la
Iglesia en que el poder de Dios para sanar haya cesado, excepto cuando el nivel
espiritual de la Iglesia ha sido bajo. Pero cuando ha vuelto el avivamiento, el
poder total y la bendición del Nuevo Testamento ha estado al alcance y se ha
manifestado. Esto no quiere decir que el nivel o la cantidad de manifestaciones
de sanidad en un medio determinan la medida de la espiritualidad de todos los
cristianos, pues algunos simplemente no han recibido enseñanza. Pero donde esta
verdad se enseña y recibe, Dios sana a las personas, mientras que creemos y
confiamos incondicionalmente en sus promesas.
4. Los creyentes pueden tener la certeza de que el
Señor sana hoy porque el mismo Espíritu Santo que el Padre envió sobre la
Iglesia en respuesta a la oración del Hijo seguirá morando en ella hasta la
Segunda Venida de Cristo. En vista de que el Espíritu vendría a morar, Jesús
prometió que la Iglesia haría «mayores obras» que las que El hizo. Algunos
preguntan si «mayores» se refiere a las dimensiones, la calidad o la cantidad.
No sabemos, pero sin duda no nos han llamado para limitar las palabras de Jesús.
El mismo Espíritu Santo que obró los milagros de Jesús, sigue actuando
trayéndonos todas las virtudes de Cristo, y eso incluye sus obras maravillosas
de sanidad y liberación.
En el anuncio que Jesús hizo en la sinagoga de Nazaret
(Lc 4.18–19) se pone de manifiesto que realizó su ministerio de
sanidad mediante el Espíritu Santo. Jesús citó a Isaías (Is 61.1), quien predijo que el Siervo de Jehová vendría en el
«cumplimiento del tiempo» a proclamar, en el poder del Espíritu de Dios, buenas
nuevas de salvación, sanidad al cuerpo y esperanza para los quebrantados y
cautivos de Satanás. Un tema principal de Isaías es: «El siervo ungido de
Jehová». Aparece en Isaías 11.1–2 y en 42.1, donde se describe la magnitud total de su misión salvadora y sanadora.
La descripción central del Siervo ungido de Jehová se encuentra en Isaías 53, donde se explica con claridad que El no vendría sólo
con poder para establecer un reino, sino que lo haría a través de la cruz,
donde ofrecería el sacrificio infinito, adquiriendo salvación y sanidad para
todos los creyentes, cancelando la maldición de Satanás y destruyendo el reino
de las tinieblas. La unción del Espíritu Santo fue prometida para llevar a cabo
las promesas, hasta su plenitud.
Después Jesús prometió enviar el mismo Espíritu Santo
para ungir a la Iglesia (Hch 2.1–4), de manera que mediante la misma unción del Espíritu, multitudes se
salvarían y sanarían de todo tipo de dolencias. Lea cada uno de los pasajes
siguientes y fíjese cómo obró y qué evidencia tenemos de que hará lo mismo hoy:
Hechos 5.14–16; 14.3; 19.11–12.
Jesús prometió enviar su Espíritu Santo como
«Consolador», «Parakietos» o «Ayudador». La palabra en griego significa «uno
que viene al lado para ayudar». Él todavía está «ayudando» a sanar a los enfermos
cuando oye la oración de fe, sanando milagrosa e instantáneamente, sanando a
través de un período, ayudando en los procesos de recuperación natural y
también ayudando con su gracia la obra de los médicos profesionales.
5. No sólo los enfermos pueden recibir sanidad; la
Palabra de Dios parece implicar la provisión y la expectativa de salud continua
a través de la cruz de Cristo. El pasaje que parece dar claras evidencias es 3 Juan 2–3: «Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las
cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. Pues mucho me regocijé
cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, de cómo andas en
la verdad».
Se ha dicho que las salutaciones se usaban a menudo
para desear al destinatario «salud» y «prosperidad», y que la salutación de
Juan quizás fue un gesto de cortesía más que una revelación de Dios acerca de
la provisión divina de salud para todos los creyentes. Al tomar la Biblia en
serio, vemos un paralelo entre la conexión del «alma» y el «cuerpo» con la
recepción de los beneficios de la cruz como provisiones de abundancia para
todas las gracias. Dios no desea pobreza ni aflicción para sus hijos al igual
que no desea el pecado. El Señor ha prometido proveer para todas nuestras
necesidades conforme a sus riquezas en gloria.
Sin embargo, no debemos equivocarnos al creer que esta
provisión significa que no sufriremos tormentas, ni juicios, ni tribulaciones.
Es más, Jesús dijo a sus discípulos que en este mundo sufrirían tribulación.
Pedro advirtió a los lectores de su epístola que no se sorprendan cuando les
sobreviniera el fuego de prueba (1 P 4.12–13). Se nos recuerda que la tribulación obra paciencia,
esperanza, etc. La confianza inamovible del creyente es que Dios no permitirá
que pasemos por una prueba que sea superior a nuestra capacidad de triunfo (1 Co 10.13). Podemos abundar más diciendo que todas las cosas
ayudarán a bien a los que aman al Señor. Podemos volar más alto y regocijamos
de ser, en Cristo, «más que vencedores» (Ro 8.28–37).
Salud, hugiaino. Compare: «higiene» e «higiénico».
Estar sano del cuerpo, en buena salud. Metafóricamente, la palabra se refiere a
la sana doctrina (1 Ti 1.10; 2 Ti 4.3; Tit 2.1); palabras sanas (1 Ti 6.3; 2 Ti 1.13); y sanidad en la fe (Tit 1.13; 2.1).
Hugiaino es la palabra usada en 3 Juan 2 y que explicamos aquí. Busque las demás referencias
que se citan y escriba un párrafo que resuma la gama completa de la «salud»
según aparece en estos versículos: física, mental, espiritual.
El aguijón de Pablo
Algunos estudiosos señalan la experiencia del apóstol
Pablo como una advertencia a creer que la sanidad divina es un privilegio para
los creyentes. Señalan el «aguijón en la carne» como prueba de la enfermedad de
Pablo. Han habido muchas teorías que han tratado de explicar cuál era el
aguijón de Pablo, sin embargo, no encontramos en ningún lado una aclaración
específica al respecto. Sabemos por 2 Corintios
12.7 lo siguiente: 1) Tenía origen satánico («mensajero de Satanás»). 2) Era
para protegerlo del orgullo («para que no me enaltezca»). 3) También parecía
ser físico («aguijón en la carne»). Le había pedido al Señor que lo liberara,
quien le dijo que buscara la suficiencia de la gracia divina. Pablo era un
siervo muy especial cuya vida era única. No obstante, nadie debería tomar el
«aguijón de Pablo» como argumento contra la gracia divina que sustenta la
salud. La gracia abundó y abunda en medio de las pruebas, y el caso de Pablo
está a favor de esta gracia y no en contra.
Lea 2 Corintios 12.1–10 y tome nota de sus propios pensamientos acerca del «aguijón de Pablo» y de lo que significa para usted este pasaje.
Conclusión
Antes de dejarle este pensamiento de la promesa de
salud y prosperidad, debería señalarle que todas las provisiones y promesas de
Dios son condicionales. Juan extendió su deseo a todos los que caminan y viven
en la verdad, lo que significa que viven por completo en la luz que el Señor
pone en sus mentes y corazones (vv. 3, 4).
Un caso en que el mismo Jesús no sólo prometió la
salvación, sino que también se refirió a la sanidad dentro de la «gran
salvación», está en Juan 3.14–16. «Como Moisés» se refiere a Números 21.4–9. Examine estos pasajes en conjunto y vea si piensa
que este hecho de salvación al que Jesús se refiere es una representación de su
obra de redención que involucra tanto a la salvación del pecado como a la
sanidad de la enfermedad y la dolencia. Si nosotros hoy tomamos la obra de
expiación de Cristo en la cruz como la base de nuestra salvación del pecado,
también podemos fundamentar la sanidad de nuestras enfermedades en esa misma
obra redentora. Y como su poder para salvarnos del pecado no ha cesado, tampoco
ha cesado su poder para sanar nuestros cuerpos.
¿Qué versículos de Isaías 53 prometen que Cristo cargaría y llevaría nuestros pecados y enfermedades en la cruz?
Mencione varios pasajes bíblicos que prometen que el
Señor no cambia.
¿Cuáles son algunas de las señales que acompañarán a
los que creen?
¿Qué poder le queda aún a la Iglesia que garantiza la
permanencia de la bendición de la sanidad?
Durante la historia de la Iglesia, ¿qué condiciones
aparecieron en la Iglesia que al parecer redujeron la manifestación del poder
de sanidad?
¿Qué condiciones en la vida de la Iglesia parecían
renacer las manifestaciones de sanidad?
Si tanto nuestros cuerpos como nuestras almas han sido
comparados con el mismo precio, la sangre de Jesús, ¿cómo es que este hecho nos
asegura la bendición continua de la sanidad?
¿Qué balance notaría en su creencia acerca de la salud
y la prosperidad de los creyentes fieles?
Fe viva
En los capítulos anteriores hemos estudiado los pactos
de sanidad del Nuevo y del Antiguo Testamentos. Hemos descubierto que la cruz
de Cristo es el centro de la revelación divina; hemos visto que la cruz es la
fuente de la que salen dos corrientes: una de salvación y otra de sanidad.
Hemos aprendido que la fe es la clave para abrir las compuertas de la bendición
divina para el alma y el cuerpo. Hemos aprendido que es necesario el
arrepentimiento cuando el pecado y la desobediencia han bloqueado la
manifestación de las bendiciones divinas de sanidad. Vimos también que la
sanidad a veces se demora hasta tanto se brinde la obediencia necesaria.
Esta lección se ha dedicado a analizar la obra
expiatoria de Cristo, mostrando que la expiación abrió el acceso a Dios para
los pecadores y afligidos que crean. La enseñanza central de este capítulo
muestra sin lugar a dudas que, como Cristo en su obra de expiación cargó las
transgresiones y las enfermedades, ambas bendiciones se han dado para toda la
era de la Iglesia. Todo el que lee las Escrituras con detenimiento debería ver
con claridad que la sanidad y la salvación van de la mano hasta que el Señor
vuelva; la sanidad no cesó en un momento específico del pasado. Cristo,
crucificado y resucitado, «es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Heb 13.8).
Para la mayoría de los que leen este libro, las
verdades no son nuevas, aunque tal vez se den por sentado. Sin embargo, nuestra
fe por lo general se fortalece al volver a enfatizar lo que ya conocemos de
manera doctrinal. Casi todos tienen al menos algún problema menor de malestar
físico o algún síntoma indefinido de una disfunción en el cuerpo. A muchos los
pasamos por alto o aliviamos con alguna píldora no recetada. Como nuestros
cuerpos son templos del Espíritu Santo, redimidos por la sangre de Cristo,
podemos tener la certeza de que el Señor está interesado en la salud de
nuestros cuerpos.
Cada día, en nuestros momentos de oración, sería bueno
orar por salud y fuerza para ese día. Si tenemos síntomas, también tenemos el
privilegio de orar de forma específica por el alivio. Independientemente del
tratamiento terapéutico que elijamos, nuestros cuerpos necesitan ser encomendados
al trono de la gracia en primer lugar. Cada vez que sentimos el toque de
sanidad de nuestro amado Señor, nuestra fe se edifica y crece. Si encomendamos
lo pequeño a Dios, es más fácil confiarle los problemas mayores. Si vamos a
Dios sólo cuando nuestra necesidad ha alcanzado dimensiones catastróficas, nos
va a faltar la fe verdadera para creer.
¡Una advertencia! La oración de sanidad nunca debería
convertirlo a uno en enemigo de la medicina ni de la asistencia médica como una
provisión divina. Por ejemplo, si oramos por un pequeño síntoma que en vez de
mejorar se vuelve cada vez peor, deberíamos consultar a un médico. Acudir al
médico no elimina a Jesús, el Gran Médico. Ore para que el médico descubra el
problema y encuentre una medicina efectiva. Las medicinas dan mejor resultado
cuando la fe en el poder de la sanidad divina acompaña la terapia médica. A
menudo ocurre la recuperación milagrosa cuando la oración acompaña el
tratamiento médico o quirúrgico; para Dios nada es imposible. Toda sanidad es
de Dios. Satanás desea que la humanidad no disfrute ninguna bendición. Así que
no existe ninguna otra sanidad que la divina y los cristianos pueden
beneficiarse al acudir a la asistencia y recursos médicos. Es más, muchos
médicos y cirujanos admiten que confían en Dios para que sus pacientes tengan
una pronta recuperación.
Pero debe ir a Dios primero; su poder para sanar es
real. El escucha y contesta la oración. La experiencia de la sanidad directa y
divina es una de las experiencias más gloriosas del cristiano. Las bendiciones
de sanidad de Dios amplían nuestro testimonio para con los demás. Hay una
corriente de sanidad que fluye desde la cruz del Calvario; qué maravilloso es
poder sumergirse libremente en las aguas que traen restauración.
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