miércoles, 24 de octubre de 2018

Lección 4.4—La sanidad y la oración de fe



En la biografía de Hudson Taylor hay un pasaje revelador. En una carta escrita a un amigo, fechada el 18 de noviembre de 1870, Taylor cuenta esta historia. Él había estado leyendo el Nuevo Testamento en el griego original. Leía el Evangelio de Marcos cuando, súbitamente y de manera extraña, captó su atención una oración breve de tres palabras. Se volvió a su versión del Nuevo Testamento en inglés y leyó las palabras tan familiares: «Tened fe en Dios», pero en griego existía un pensamiento, una enseñanza profunda, que la otra versión no había logrado traducir. Pues así lo leyó Taylor: «Aférrate a la fidelidad de Dios». Este descubrimiento, dijo, arrojó luz a muchos lugares oscuros de su pensamiento. Le animó mucho. Así debe ser, pues esta es la base de la fe verdadera.


Dios le dio al gran misionero, durante una época de pruebas duras, una exhortación sabia en Marcos 11.22. La mayoría de las Biblias traduce el pasaje así: «Tened fe en Dios», una exhortación a todos los creyentes a la obediencia; es el fundamento de nuestra experiencia cristiana. Pero a veces nos olvidamos que la fidelidad de Dios nunca abandona a sus hijos, en ninguna circunstancia de la vida. Al fin y al cabo, la fe es aferrarse a las promesas fieles de Dios, una de las cuales es sanar el cuerpo.

Uno de los mejores ejemplos de fe denodada en el Nuevo Testamento es la historia de la mujer que tocó el borde de la vestidura de Jesús a pesar de su condición, las experiencias frustrantes que pasó y las multitudes que la separaban de Jesús. Deténgase ahora y lea de ella en Marcos 5.21–34. Véase también Lucas 8.43–48. Al leer estos pasajes observe la palabra tocar en especial.

La palabra clave de esta historia es tocar. En el pasaje se hace mención cuatro veces que la mujer tocó la vestidura de Jesús. Veamos la clave del toque de la mujer. Esto nos revelará mucho de ella y más aún del amor, la misericordia y la sabiduría de Jesús. Observe las tres características del toque vital de la mujer.

Fue un toque desesperado

La mujer (no sabemos su nombre) vino a Jesús después de doce años de una seria enfermedad, cuando los doctores no fueron capaces de curarla. Como había transitado todas las vías de sanidad conocidas, la visita a Jesús era su última y desesperada oportunidad de recibir ayuda. No sólo estaba enferma, sino que también se le había agotado el dinero.

La magnitud de su desesperación es más evidente cuando observamos que ha violado la Ley de Moisés (Lv 15). Debido a la naturaleza de su enfermedad, era impura ceremonialmente. Mezclarse entre la gente era una violación de la Ley por la cual la podrían apedrear hasta la muerte. Su esperanza era tocar la vestidura de Jesús sin que nadie se diera cuenta; por lo tanto, se aterrorizó cuando Jesús la llamó de entre la multitud.

Las grandes multitudes que seguían a Jesús hacían casi imposible que las personas débiles se le pudieran acercar. Como Jesús se desplazaba a la mayor rapidez posible, con los discípulos abriéndole camino, para cumplir su misión de misericordia, una persona lenta hubiera visto que era casi imposible seguirle el paso. Una muestra elocuente de la determinación desesperada de la mujer por alcanzar su objetivo fue que logró traspasar esa multitud que se desplazaba con tanta rapidez.

La naturaleza de la misión de Jesús era tal que se oponía a cualquier interrupción. El principal de la sinagoga lo había llamado para que orara por su hija a punto de morir. Ninguno, estando enterado de la urgencia de la misión, hubiera procurado causar una demora a la misión de vida o muerte del Señor. Sería casi imposible imaginar un plan con mayor probabilidad de fracaso que el de la mujer; era una «misión imposible» con un glorioso final.

Fue un toque de fe

Con todos los obstáculos en el camino, sólo una verdadera fe podría haber mantenido en el rumbo correcto a la mujer. Ella pensó: «Si tocare tan solamente su manto, seré salva»

¿Qué piensa usted que haya sido el origen de semejante determinación en el corazón de la mujer?

Al parecer, tenía cierto conocimiento del poder sanador de Jesús. Quizás vio una sanidad milagrosa, o algún vecino, amigo o pariente le habló de las buenas nuevas de la misericordia del Maestro de Galilea. Aparentaba tener una convicción profunda que al tocar a Jesús conseguiría la sanidad codiciada y que vanamente había procurado durante doce años. Es posible que el Señor haya puesto esa fe en el alma desesperada. Al fin y al cabo, la fe es un don del Señor. Ella no dijo: «Ojalá ese toque mágico me ayude un poco»; ¡dijo: «Si tocare tan solamente su manto, seré salva»! Tal pensamiento demuestra una fe profunda. Después que Jesús le preguntó, le dijo: «Tu fe te ha hecho salva».

Fe, pistis. Convicción, confianza, creencia, dependencia, integridad y persuasión. En el marco del NT, pistis es el principio divinamente implantado de confianza interior, seguridad y dependencia en Dios y en todo lo que Él dice. La palabra, algunas veces, indica el objeto o el contenido de la creencia (Hch 6.7).

Creyeres, pisteuo. La forma verbal de pistis, «fe». Significa confiar en, tener fe en, estar plenamente convencido de, reconocer, depender de alguien. Pisteuo es más que creer en las doctrinas de la iglesia o en artículos de fe. Expresa dependencia y confianza personal que deviene en obediencia. El vocablo implica sometimiento a la voluntad de Dios y una confesión positiva del señorío de Jesús.

Escriba unas palabras sobre la importancia, la necesidad o el resultado de la fe en los siguientes pasajes de la Biblia.

Mateo 21.22
Marcos 16.17
Lucas 5.20
Lucas 7.9
Lucas 7.50
Lucas 8.50
Lucas 17.5
Hechos 6.5, 6
1 Corintios 12.9

El toque de conversión

Nos inspira considerar el concepto devocional del poder de la sanidad divina para restaurar la persona. Se podría decir de la mujer que tocó el borde de la túnica de Jesús, considerando su pobreza, su enfermedad incurable y su impureza ceremonial que la aislaba de la sociedad, que al menos a los ojos de las multitudes no era nadie. Pero su toque desesperado de fe la convirtió en alguien. Con su toque Jesús declaró: «Alguien me ha tocado». Los discípulos sorprendidos le respondieron: «Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?» Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí». Después de leer este pasaje en Lucas 8.43–48, deberíamos reconocer para siempre que hay una diferencia grande entre «presionar» y «tocar» a Jesús. De alguna manera todos los que asisten a las reuniones evangélicas presionan a Jesús, pero en realidad sólo un pequeño número lo tocan mediante una fe positiva.

Tal vez parezca que al decir «alguien» está jugando con palabras, pero al leer con detenimiento observamos que Jesús le dijo además a la mujer: «Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz». Ese día, una persona que no era nadie para los hombres, se volvió «alguien» importante, se convirtió en «hija de Dios». Es más, por un breve tiempo fue el centro de atención de Jesús, sus discípulos y hasta los mensajeros de la casa de Jairo. Toda actividad cesó hasta que se entendió por completo lo que le ocurrió a ella.

La meta del hombre moderno es hacerse de un nombre, ser importante. Pero muchos avanzan por el camino equivocado. El verdadero camino a la identidad eterna se alcanza con la confesión de Jesucristo como Salvador y Señor. Los que transitan su sendero de amor recibirán un nombre nuevo que nunca se manchará.

La mujer quizás deseaba tocar a Jesús sin que la detectaran. Pero cuando Jesús demandó quién lo había tocado, no pudo escapar; entonces le contó toda la historia de sus esfuerzos desesperados: «Vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada» (v. 47).

Ahora los que tocan a Jesús con el toque de fe se convierten en parte de su familia; estos no pueden recibir su virtud sanadora si no reciben su abrazo de amor. El Señor no la dejaría ir sin enterarse primero de lo que en realidad le había acontecido. Había que decirle que su fe no le dio sólo una cura mágica, sino también una relación eterna. No recibió cualquier cosa: recibió a Cristo, la persona más importante de todo el universo. Le dijo que lo que ella experimentó no fue tan solo el fin de su sufrimiento físico, sino también el comienzo de una nueva bendición esencial y eterna.

Es posible que la noticia de la mujer que tocó el borde del manto de Jesús se divulgó, pues leemos acerca de sanidades similares a mayor escala: «Y dondequiera que entraba, en aldeas, ciudades o campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos, y le rogaban que les dejase tocar siguiera el borde de su manto y todos lo que le tocaban quedaban sanos» (Mc 6.56).

Debe observarse que mientras que todo esto le ocurría a la mujer desesperada, el principal de la sinagoga, quien llamó a Jesús para que orara por su hija moribunda, con ansiedad y tal parece que inútilmente, esperaba la llegada de Jesús. Mientras lo hacía, al parecer en vano, su hija falleció. ¿Por qué dejaría Jesús que una que no era «nadie» lo detenga mientras la hija del principal de la sinagoga moría? ¿Por qué se permitiría Jesús llegar «demasiado tarde»?

Lea Lucas 8.49–56. ¿En qué momento ve la acción de la fe tornarse hacia el poder?
¿Dónde podría haberse rendido la fe a la duda?

Jesús nunca llega ni obra «muy tarde». Jesús sabía muy bien lo que estaba sucediendo en la casa de Jairo, como Lucas expone en el final feliz de la historia.

La experiencia de Jairo nos hace recordar la muerte y la resurrección de Lázaro (Jn 11). Marta le dijo a Jesús: «Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús le respondió: «Tu hermano resucitará […] Yo soy la resurrección y la vida». Jesús nunca está apurado; nunca llega muy tarde. Nada está oculto de sus ojos. Nunca se olvida de nuestras necesidades. Nunca falla. Él podría decirle a la familia de Jairo: «No teman; sólo crean».

Una lección muy importante puede aprenderse de la demora de Jesús a causa de la mujer afligida. A Dios nunca le falta tiempo para terminar sus obras de misericordia. La fe de muchos se ha debilitado por pensar que Dios tiene tantas oraciones para responder que nunca podría oír las peticiones personales. Satanás nos incita a preguntarnos: «¿Cómo puedo esperar que Dios conteste mi oración cuando hay millones de necesitados en todo el mundo que bombardean el trono de gracia con peticiones muchas de ellas más importantes que la mía?» «¿Cómo puede Jesús caminar a mi lado cuando miles de millones anhelan la misma cercanía?» Estas son dudas que nos aquejan, pero podemos encontrar confianza en la Biblia, teniendo en cuenta que Dios es omnipresente y omnipotente y que nos ha dado el Espíritu Santo para que more en persona en cada uno de nosotros. El es un Dios infinito que no tiene limitaciones en cuanto a espacio, tiempo o circunstancias. Tal vez nos ayude recordar que aun el hombre con todas sus limitaciones ha conseguido registrar los nombres de todos en el banco de memoria de una computadora central y con la televisión, hecha por hombres, podemos ver muchas cosas que acontecen en el mundo. Si por medios humanos se puede verificar el saldo de la cuenta bancaria de cualquier persona, sin duda el Creador del universo inmensurable puede mantenerse al tanto de cualquier cosa que en él ocurra.

Un pasaje del profeta Isaías nos hace pensar en la sabiduría y el poder ilimitados de nuestro Dios:

¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo.

Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; El saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio.

¿Por qué me dices, oh Jacob, y hablas tú, Israel: Mi camino está escondido de Jehová, y de mí Dios pasó mi juicio?

¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. (Is 40.25–28)

Dedique tiempo esta noche. Mire el cielo estrellado. Luego piense en este pasaje. ¡Regocíjese en el poder de Dios y en su cuidado personal por usted!

La mujer que tocó el borde del manto de Jesús es un ejemplo de alguien a quien Dios regaló una fe intensa. Otro ejemplo excelente de fe grande y sorprendente es la del centurión (un soldado romano con autoridad sobre otros cien hombres), cuyo criado Jesús sanó. La historia se narra en Lucas 7.1–10. Abra su Biblia y lea este pasaje, observe con detenimiento el razonamiento del centurión en el diálogo con Jesús.

El centurión era una persona excepcional. Jesús se maravilló con él, como si le sorprendiera encontrar un gentil con una fe tan sobresaliente. Al centurión podríamos llamarlo: «El hombre que sorprendió al Señor». Contrario a la expectativa común, vemos que los centuriones romanos del Nuevo Testamento son hombres de carácter admirable. Existen varias cualidades sorprendentes en este centurión de Capernaum:

1. Era un ser humano sorprendente. Quería mucho a su siervo (esclavo). Muchos militares romanos hubieran dejado que muriera un esclavo enfermo. Este centurión ejerció influencia sobre los ancianos judíos, para los cuales construyó una sinagoga, a que persuadieran a Jesús a sanar a su siervo. Tal compasión viniendo de un militar romano lo señalaba como un hombre de bondad inusual y de carácter profundo.

2. Asimismo, el capitán romano a cargo de mantener el orden en Capernaum era un hombre de generosidad sorprendente. Construyó una sinagoga, por su cuenta, para los judíos. La posición que ocupaba no le exigía semejante generosidad. Los ancianos judíos llegaron a decir que él amaba la nación judía. Muchos romanos cultos ya no tomaban en serio a los dioses del paganismo; algunos habían adoptado la fe judía. Este centurión, aunque tal vez no era proselitista del judaísmo, sin duda lo respetaba y al mismo tiempo creía con sinceridad en Jesús.
3. El centurión era un hombre sorprendentemente humilde. Los ancianos decían que era «merecedor» o «digno» de aquel favor. En su mensaje a Jesús, el centurión dijo: «Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo». Lo dijo a pesar de ser uno de los ciudadanos más prominentes de Capernaum.

4. Tenía una perspicacia sorprendente. Entendió el secreto de la verdadera autoridad. Como oficial militar, tenía autoridad absoluta sobre sus soldados. Se dice que en la disciplina militar romana los soldados podrían marchar hacia un barranco a menos que oyeran al oficial decir: «¡Alto!» Sin embargo, los oficiales sabios no sobrepasaban su esfera de autoridad. Este centurión sabía lo que era la autoridad, pues él mismo estaba bajo su superior. Es difícil que alguien sepa lo que es la autoridad si no opera bajo la misma. El centurión podría esperar obediencia perfecta de sus soldados; al mismo tiempo estaba preparado para dar el mismo respeto a los que estaban sobre él. El centurión estaba listo para darle a Jesús la obediencia completa y a la vez sabía que todas las fuerzas estaban bajo Su autoridad, el cual estaba bajo la autoridad del Padre. Comprendió que Jesús tenía la autoridad y el poder para decir la palabra y sanar a su esclavo a la distancia. Tal vez había leído el Salmo que dice: «Envió su palabra, y los sanó» (Sal 107.20). La palabra del centurión era terminante sobre sus soldados; la palabra de Jesús sobre todas las fuerzas de la naturaleza y sobre toda clase de circunstancia lo era. El centurión pudo percibirlo.

5. Jesús dijo del centurión: «Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe». Así como la mujer sabía que si lograba tocar el manto de Jesús se sanaría por completo, el centurión sabía, sin lugar a dudas, que si Jesús decía la palabra de sanidad, su esclavo recibiría la sanidad completa; y así fue. Estas dos personas tenían una fe profunda, la mujer necesitaba un toque físico para liberar su fe, pero al centurión sólo le bastó la palabra de Jesús a la distancia para la sanidad de su siervo. Cuando dejó a Jesús para regresar a su hogar, sabía que al llegar encontraría a su siervo gozando de buena salud.

No desestime el contacto físico, la imposición de manos de los ancianos o de alguna otra persona; muchos que oran con regularidad por los enfermos señalan la importancia de un punto de contacto. Algunas personas pueden expresar a solas la oración de fe; a otros les ayuda la oración y la fe de otra persona. Hay una efectividad notable en los resultados de la intercesión en grupo. En un gran avivamiento del Espíritu Santo en una gran ciudad, muchos atribuyeron las sanidades milagrosas a los encuentros matinales donde se enseñaba la verdad de la sanidad bíblica y donde se intercambiaban testimonios de sanidad. Cuando se les impusieron las manos en las reuniones públicas, un gran porcentaje de los enfermos fueron sanados. «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Ro 10.17).

En este capítulo hemos estudiado la sanidad y la fe. Hemos puesto la atención en dos pasajes del Nuevo Testamento acerca de personas que manifestaron una gran fe en el poder de la sanidad y el ministerio del Señor. En estos pasajes podemos hallar muchas alusiones que nos ayudarán a asimilar hoy la sanidad corporal a la que Jesús nos da acceso por su obra de propiciación. Al analizarlos superficialmente, parecería que estos dos sucesos tienen muy poco en común. En ambos casos parece que la fe manifestada es un don de Dios. En ambos casos nosotros creeríamos que esas personas eran de poca fe, sin embargo mostraron una fe sobresaliente: La que Dios otorga. El centurión manifestó un nivel de madurez en la fe que incluso sorprendió al Señor.

Si estas personas —una, la mujer afligida que prácticamente vivía en aislamiento; la otra, un militar que pasaba la mayor parte del tiempo en cuarteles militares— podían poseer una fe tan extraordinaria, no existe ninguna razón que nos impida, a través del estudio de la Palabra y un tiempo de oración diaria, poseer una fe profunda. Podemos llegar a tener la capacidad de asimilar las promesas fieles de Dios. Las promesas de Dios abarcan todas las necesidades posibles del cuerpo y el alma del hombre. Dios no nos condena por tomar medicinas para nuestras enfermedades, ya que Él es el creador de todas las que descubren los hombres sabios. Pero existe una bendición y una unción que se imparten en la sanidad divina que ningún otro medio puede proveer. Podemos cubrir cualquier procedimiento médico con oración y obtener buenos resultados; sin embargo, nada nos acerca tanto a Jesús como oírlo susurrar en lo más íntimo de nuestro ser: «Tu fe te ha sanado».

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