Tercero de los 5 primeros libros del Antiguo Testamento. Habla de los deberes sacerdotales de Israel. Recalca la santidad de Dios y el código por el cual debe gobernarse Su pueblo para llegar a ser santo. Su finalidad es enseñar los preceptos morales y las verdades religiosas de la ley de Moisés por medio de los ritos.
LEVÍTICO.
La
preocupación de Dios por su pueblo y sus deseos de tener comunión con ellos se
hace más y más evidente para quien lee cuidadosamente el libro de Levítico.
Cada regla con sus detalles que se registra en Levítico es una revelación de
Dios por medio de Moisés para su pueblo. Con estas leyes, Dios instruyó
personalmente a los israelitas sobre el modo de vivir delante de él. Los
lectores cristianos a veces se pierden en todas las reglas que rigen los
diversos tipos de sacrificios, lo que es limpio o inmundo, quién podía ser
elegido para ser sacerdote, y así sucesivamente.
Sin embargo, cuando estos detalles se ponen en
el contexto del deseo de Dios de tener comunión con los israelitas y vivir con
ellos, la Ley, aparentemente «muerta»
adquiere una nueva vida. El nombre del libro proviene del nombre de la tribu de
Leví, la tribu que dio los sacerdotes a Israel. Levítico dirige muchas de las
actividades de los sacerdotes. Da extensas instrucciones para el sistema de
sacrificios expiatorios de las impurezas ceremoniales y morales. Sin embargo,
Levítico no es sólo un manual sacerdotal. Se dirige a toda la comunidad
israelita, con dos propósitos por lo menos: (1) que el pueblo conozca y
valorice sus privilegios y responsabilidades delante de Dios; y (2) que los
sacerdotes no adquieran un poder opresivo sobre el pueblo con el monopolio del
conocimiento sobre el modo de acercarse a Dios.
El
propósito de Levítico era mostrar a los israelitas que podían vivir en pureza
moral y ritual. Cuando conservaban su pureza, Dios podía vivir en medio de
ellos y ellos podían acercársele en la adoración. Muchos de los sacrificios
descritos en Levítico se requerían para la expiación de los pecados. Por otra
parte, los sacrificios voluntarios llevaban al pueblo a tener comunión con Dios
y a regocijarse en Él, con sus familias y otras personas.
Las
instrucciones de Levítico no fueron dadas a los israelitas para ayudarles a
lograr su salvación. La salvación no se puede ganar. Siempre es un don de la
gracia de Dios que se recibe por la fe. Estas instrucciones fueron dadas a una
nación redimida para que sus miembros supieran cómo mantener su comunión con
Dios.
Las
distinciones entre limpio e inmundo y las diversas leyes para una vida santa
promovían el bienestar de los israelitas y los señalaban como un pueblo
apartado para Dios. El testimonio de Israel sobre la santidad de Dios y su
notable bienestar como resultado de una vida santa delante de Dios demostraba
vívidamente a sus vecinos el poder de Dios y su preocupación por su pueblo. La
orden que se encuentra primero en Levítico 11.44 y muchas veces después,
expresa el propósito de las leyes: «Serán
santos, porque yo soy santo». Hay que conservar la santidad delante de
Dios, y la santidad sólo puede lograrse por medio de una adecuada expiación.
Vistos en forma correcta, estos conceptos, sacrificios y reglas describen en
muchas formas la persona y obra de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
Los
cristianos modernos pueden aprender mucho de Levítico. Algunas de esas
lecciones son: la santidad de Dios, la necesidad de una vida santa, el gran
costo de la expiación y el perdón, el privilegio y la responsabilidad de
ofrecer sólo lo mejor de nosotros a Dios, la generosidad de Dios que permite
que su pueblo sea generoso.
Levítico
revela la santidad de Dios y su amor por su pueblo de un modo que no se
encuentra en otro lugar en la Biblia. Finalmente, Levítico llama al pueblo de
Dios de todas las épocas a la gran aventura de modelar la vida según los santos
propósitos de Dios. La tradición judía y cristiana considera a Moisés como el
autor de Levítico. Después de liberar a Israel de Egipto, Dios reveló su pacto
a Moisés en el Monte Sinaí. Cuando entró en la relación de pacto con los
israelitas, Dios los transformó de ser una banda de esclavos refugiados en una
nación. Levítico registra con gran extensión el contenido de ese pacto. Si
Moisés, o un escriba que actuó como su secretario, escribieron las revelaciones
de Dios cuando la dio, Levítico fue compuesto hacia el año 1440 a.C. o poco
después de 1290 a.C., dependiendo de la fecha fijada para el éxodo.
La
crítica bíblica de fines del siglo diecinueve atacó la fecha y autoría
tradicional de Levítico. Según esos estudiosos, que aún tienen influencia,
Levítico fue escrito mucho después, durante el período posterior al éxodo. Esto
sería en una fecha después del 530 a.C. Sin embargo, durante el último siglo
nuestro entendimiento de la historia, los idiomas, culturas y religiones del
antiguo Cercano Oriente, incluido Israel, han avanzado mucho. Muchas de las
premisas sobre las que se basaba la fecha tardía de Levítico han sido
desvirtuadas y se consideran no fidedignas.
Aunque
Levítico mismo no dice haber sido escrito por Moisés, veinte de los veintisiete
capítulos comienzan: «Habló Jehová a Moisés» o alguna variante de esa oración.
Además, la frase aparece en otros catorce lugares en el libro. La intención es
señalar que esta es la Palabra de Dios dada por medio de Moisés en el Monte
Sinaí. Como en el resto del Pentateuco, después pudo haber algo de actividad
editorial. El material pudo ser ordenado por alguien distinto de Moisés, aunque
Moisés mismo tenía la capacidad de hacerlo en mejor forma que cualquiera otro.
El punto importante es que Levítico es lo que dice ser, una serie de revelaciones
de Dios acerca de cómo el pueblo de Dios puede acercarse a Él por medio de los
sacrificios y honrarle con una vida santa.
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