sábado, 26 de septiembre de 2020

(INTRODUCCIÓN CONCISA) ECLESIASTÉS.

 

Libro del Antiguo Testamento que contiene reflexiones sobre algunos de los problemas más profundos de la vida. Gran parte del libro parece ser negativo y pesimista (Ec. 9:5, 10) esta no es la forma en que Dios desea que percibamos la vida, sino que es la percepción que el Predicador ha observado en los hombres de la tierra, faltos de luz.

Este libro de Eclesiastés es uno de los libros más malentendidos de la Biblia. Los cristianos han tendido a ignorar su mensaje o a considerarlo como el testimonio de un hombre cuya vida se aparta de Dios. Esto resulta lamentable ya que el libro plantea preguntas relevantes e inquisitivas acerca del sentido de la vida y declara la absoluta futilidad de una existencia sin Dios. Al igual que todas las Escrituras, el libro de Eclesiastés beneficia y edifica al pueblo de Dios.

Las descripciones negativas como «cínico», «fatalista» o «existencialista» no hacen justicia al libro de Eclesiastés. Hay abundante evidencia de una alegría vigorosa a lo largo de sus páginas. «Por tanto, alabé yo la alegría» (8:15), es un tema recurrente que penetra el libro; en efecto, las palabras hebreas que se traducen «alegría», «alegre», «contento», «feliz», «gustoso» y «regocijado» aparecen diecisiete veces en Eclesiastés. El estado de ánimo que subyace en el libro es el gozo: encontrar placer en la vida a pesar de los problemas que a menudo la embargan. Aquellos que temen y adoran a Dios deben experimentar este gozo; deben regocijarse en los dones que Dios les ha dado.

Probablemente Salomón escribió este libro hacia el final de su vida, luego de arrepentirse por su idolatría y por haber ido tras esposas extranjeras. De este modo, el libro de Eclesiastés es tanto un monumento al retorno de Salomón al Dios vivo, como una guía para otros a través de las dificultades y peligros de la vida.

En efecto, es posible que Salomón escribiera este libro de sabiduría como un manual para otras naciones. Eso explicaría por qué no escribió acerca de la Ley y por qué usó el título divino Elohim, que significa: «Dios exaltado», en lugar del nombre Yahweh, que se relaciona con el pacto (Éx 3:14, 15).

Salomón recibió a muchos dignatarios de otras naciones, incluyendo a la reina de Sabá. Es posible que las preguntas de la reina relativas al sentido fundamental de la vida lo hubieran motivado a escribir este libro para instruir a los gentiles acerca del Dios vivo y de la necesidad de adorarlo sólo a Él. Algunos siglos antes Moisés hizo el mismo tipo de llamado a las naciones paganas (Dt 4:6-8). Las naciones que habían oído sobre el éxito de Israel necesitaban saber acerca del Dios vivo y exaltado que había bendecido a Israel con riqueza y sabiduría.

A veces es mejor leer el final de un libro para comprender mejor la orientación que lleva. Esto es indudablemente cierto en Eclesiastés. El libro debe interpretarse a la luz de su conclusión. «Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre» (12:13). Temer a Dios significa reverenciarle, adorarle y servirle: Dejar el mal atrás y alabar con reverencia al Dios vivo. Esta fue la actitud de Abraham (Gn 22:12), Job (Job 1:1, 8, 9; 2:3) y de las parteras egipcias (Éx 1:17, 21). Esto no supone pavor sino el apropiado respeto y obediencia hacia nuestro Creador. ¿Por qué debemos respetar y obedecer a Dios? El libro de Eclesiastés responde a esta pregunta en su último versículo (12:14): Dios juzgará a cada uno, tanto al justo como al malvado. La vida no puede vivirse con abandono, como si Dios no viera o recordara los actos del pasado. Porque en el día final, Él llamará a todo hombre y mujer para rendir cuentas de sus acciones. La exhortación a temer a Dios y la expectativa del juicio divino son los dos grandes temas que cierran el libro y proveen un marco interpretativo para el resto del mismo (12:13, 14).

El viaje de Salomón hacia su conclusión de «temer a Dios» se basa en la búsqueda humana de un sentido para la vida. En 3:11 Salomón expresa elocuentemente el dilema de la humanidad. Dios ha puesto eternidad en nuestro corazón. Una búsqueda de verdadero sentido en esta vida a través del dinero o la fama, por ejemplo, nos dejará con las manos vacías, ya que nuestra alma anhela algo perdurable. Nuestra frustración emerge de un hambre de comunión con nuestro eterno Creador, el único que puede dar sentido a nuestra vida. En Eclesiastés, Salomón nos lleva en un recorrido por toda la vida y concluye que todo en ella es vanidad. Los placeres y las riquezas sólo conducen al aburrimiento y la desesperación. Solo una relación con aquel que nos creó y que continúa preocupándose por nosotros nos dará una verdadera satisfacción. Los problemas y la incertidumbre seguirán invadiéndonos, pero aun en esos momentos podemos encontrar alegría en una segura confianza en nuestro Padre.

El escritor dice que era «hijo de David, rey en Jerusalén» (1:1, 12, 16), palabras que han llevado a muchos a asumir que el autor fue Salomón. La evidencia en el libro mismo apunta a Salomón. (1) el autor ha «crecido en sabiduría sobre todos los que fueron antes» que él (1:16; 1 R 3:12); (2) reúne para sí mismo «plata y oro, y tesoros preciados de reyes» (2:8; 1 R 10:11-23); (3) dice «compré siervos y siervas» en grandes cantidades (2:7; 1 R 9:20-23); (4) se embarcó en amplios proyectos constructivos (2:4-6; 1 R 9:1-19); (5) desarrolló una gran comprensión de las plantas, las aves y los fenómenos de la naturaleza (2:4-7; 1 R 4:33); (6) declaró: «no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque» (7:20; 1 R 8:46); e (7) «hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios» (12:9; 1 R 4:32).

No obstante, algunos eruditos argumentan que Salomón no es el autor. Apuntan a dos pasajes para construir su caso: 1:12 y 1:16. El tiempo pasado del verbo en 1:12. «Yo… fui rey sobre Israel en Jerusalén», puede llevar al lector a pensar que el autor ya no era rey cuando escribió su obra. Pero el verbo puede denotar un estado de acción que comienza en el pasado y continúa en el presente. Así, 1:12 podría traducirse por: «Yo he sido (y soy) rey. Asimismo, la frase en 1:16 sugiere que hubo muchos reyes en Jerusalén antes de Salomón. Dado que David fue el primer rey hebreo en Jerusalén, prosigue el argumento, el escritor debió vivir muchas generaciones después del tiempo de David. Con todo, debiéramos recordar que la historia de Jerusalén puede rastrearse hasta los primeros asentamientos cananeos. Podría muy bien incluirse entre los reyes de Jerusalén a Melquisedec (Gn 14:18), Adonisedec (Jos 10:1) y Abdi-Khepa (mencionado en las Cartas de Amarna), por nombrar sólo algunos. Por consiguiente, puede afirmarse razonablemente que Salomón es el autor de este maravilloso aunque atípico libro.

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