Libro del Antiguo Testamento que contiene reflexiones sobre algunos de los problemas más profundos de la vida. Gran parte del libro parece ser negativo y pesimista (Ec. 9:5, 10) esta no es la forma en que Dios desea que percibamos la vida, sino que es la percepción que el Predicador ha observado en los hombres de la tierra, faltos de luz.
Este
libro de Eclesiastés es uno de los libros más malentendidos de la Biblia. Los
cristianos han tendido a ignorar su mensaje o a considerarlo como el testimonio
de un hombre cuya vida se aparta de Dios. Esto resulta lamentable ya que el
libro plantea preguntas relevantes e inquisitivas acerca del sentido de la vida
y declara la absoluta futilidad de una existencia sin Dios. Al igual que todas
las Escrituras, el libro de Eclesiastés beneficia y edifica al pueblo de Dios.
Las
descripciones negativas como «cínico»,
«fatalista» o «existencialista» no hacen justicia al libro de Eclesiastés. Hay
abundante evidencia de una alegría vigorosa a lo largo de sus páginas. «Por tanto, alabé yo la alegría» (8:15),
es un tema recurrente que penetra el libro; en efecto, las palabras hebreas que
se traducen «alegría», «alegre», «contento», «feliz», «gustoso» y «regocijado» aparecen diecisiete veces en Eclesiastés. El estado de
ánimo que subyace en el libro es el gozo: encontrar placer en la vida a pesar
de los problemas que a menudo la embargan. Aquellos que temen y adoran a Dios
deben experimentar este gozo; deben regocijarse en los dones que Dios les ha
dado.
Probablemente
Salomón escribió este libro hacia el final de su vida, luego de arrepentirse
por su idolatría y por haber ido tras esposas extranjeras. De este modo, el
libro de Eclesiastés es tanto un monumento al retorno de Salomón al Dios vivo,
como una guía para otros a través de las dificultades y peligros de la vida.
En
efecto, es posible que Salomón escribiera este libro de sabiduría como un
manual para otras naciones. Eso explicaría por qué no escribió acerca de la Ley
y por qué usó el título divino Elohim,
que significa: «Dios exaltado», en
lugar del nombre Yahweh, que se relaciona con el pacto (Éx 3:14, 15).
Salomón
recibió a muchos dignatarios de otras naciones, incluyendo a la reina de Sabá.
Es posible que las preguntas de la reina relativas al sentido fundamental de la
vida lo hubieran motivado a escribir este libro para instruir a los gentiles
acerca del Dios vivo y de la necesidad de adorarlo sólo a Él. Algunos siglos
antes Moisés hizo el mismo tipo de llamado a las naciones paganas (Dt 4:6-8).
Las naciones que habían oído sobre el éxito de Israel necesitaban saber acerca
del Dios vivo y exaltado que había bendecido a Israel con riqueza y sabiduría.
A
veces es mejor leer el final de un libro para comprender mejor la orientación
que lleva. Esto es indudablemente cierto en Eclesiastés. El libro debe
interpretarse a la luz de su conclusión. «Teme a Dios, y guarda sus
mandamientos; porque esto es el todo del hombre» (12:13). Temer a Dios
significa reverenciarle, adorarle y servirle: Dejar el mal atrás y alabar con
reverencia al Dios vivo. Esta fue la actitud de Abraham (Gn 22:12), Job (Job
1:1, 8, 9; 2:3) y de las parteras egipcias (Éx 1:17, 21). Esto no supone pavor
sino el apropiado respeto y obediencia hacia nuestro Creador. ¿Por qué debemos
respetar y obedecer a Dios? El libro de Eclesiastés responde a esta pregunta en
su último versículo (12:14): Dios juzgará a cada uno, tanto al justo como al
malvado. La vida no puede vivirse con abandono, como si Dios no viera o
recordara los actos del pasado. Porque en el día final, Él llamará a todo
hombre y mujer para rendir cuentas de sus acciones. La exhortación a temer a Dios
y la expectativa del juicio divino son los dos grandes temas que cierran el
libro y proveen un marco interpretativo para el resto del mismo (12:13, 14).
El
viaje de Salomón hacia su conclusión de «temer
a Dios» se basa en la búsqueda humana de un sentido para la vida. En 3:11
Salomón expresa elocuentemente el dilema de la humanidad. Dios ha puesto
eternidad en nuestro corazón. Una búsqueda de verdadero sentido en esta vida a
través del dinero o la fama, por ejemplo, nos dejará con las manos vacías, ya
que nuestra alma anhela algo perdurable. Nuestra frustración emerge de un
hambre de comunión con nuestro eterno Creador, el único que puede dar sentido a
nuestra vida. En Eclesiastés, Salomón nos lleva en un recorrido por toda la
vida y concluye que todo en ella es vanidad. Los placeres y las riquezas sólo
conducen al aburrimiento y la desesperación. Solo una relación con aquel que
nos creó y que continúa preocupándose por nosotros nos dará una verdadera
satisfacción. Los problemas y la incertidumbre seguirán invadiéndonos, pero aun
en esos momentos podemos encontrar alegría en una segura confianza en nuestro
Padre.
El
escritor dice que era «hijo de David, rey
en Jerusalén» (1:1, 12, 16), palabras que han llevado a muchos a asumir que
el autor fue Salomón. La evidencia en el libro mismo apunta a Salomón. (1) el
autor ha «crecido en sabiduría sobre
todos los que fueron antes» que él (1:16; 1 R 3:12); (2) reúne para sí
mismo «plata y oro, y tesoros preciados
de reyes» (2:8; 1 R 10:11-23); (3) dice «compré siervos y siervas» en grandes cantidades (2:7; 1 R 9:20-23);
(4) se embarcó en amplios proyectos constructivos (2:4-6; 1 R 9:1-19); (5)
desarrolló una gran comprensión de las plantas, las aves y los fenómenos de la
naturaleza (2:4-7; 1 R 4:33); (6) declaró: «no
hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque» (7:20; 1 R
8:46); e (7) «hizo escuchar, e hizo escudriñar, y compuso muchos proverbios»
(12:9; 1 R 4:32).
No
obstante, algunos eruditos argumentan que Salomón no es el autor. Apuntan a dos
pasajes para construir su caso: 1:12 y 1:16. El tiempo pasado del verbo en 1:12.
«Yo… fui rey sobre Israel en Jerusalén»,
puede llevar al lector a pensar que el autor ya no era rey cuando escribió su
obra. Pero el verbo puede denotar un estado de acción que comienza en el pasado
y continúa en el presente. Así, 1:12 podría traducirse por: «Yo he sido (y soy) rey. Asimismo, la
frase en 1:16 sugiere que hubo muchos reyes en Jerusalén antes de Salomón. Dado
que David fue el primer rey hebreo en Jerusalén, prosigue el argumento, el
escritor debió vivir muchas generaciones después del tiempo de David. Con todo,
debiéramos recordar que la historia de Jerusalén puede rastrearse hasta los
primeros asentamientos cananeos. Podría muy bien incluirse entre los reyes de
Jerusalén a Melquisedec (Gn 14:18), Adonisedec (Jos 10:1) y Abdi-Khepa
(mencionado en las Cartas de Amarna), por nombrar sólo algunos. Por
consiguiente, puede afirmarse razonablemente que Salomón es el autor de este
maravilloso aunque atípico libro.
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