Profeta del Antiguo Testamento que nació en una familia de sacerdotes y profetizó en Judá desde el año 626 hasta el año 586 a.C. Vivió en los días de otros grandes profetas: Lehi, Ezequiel, Oseas y Daniel. Tuvo que hacer frente a la constante oposición y a los insultos.
Tal
vez, más expresivamente que cualquier otro libro de la Biblia, Jeremías revela
la íntima lucha de un profeta de Dios. En «confesiones» como las de 15:10-21;
20:7-18, Jeremías expone francamente sus íntimas dudas acerca de su llamado al
ministerio profético. En efecto, la angustia del profeta acerca del mensaje de
juicio sobre su pueblo y la destrucción venidera de la tierra fue un tiempo
abrumador (4:19-22).
Sin
embargo, a pesar de su angustia, Jeremías cumplió su ministerio anunciando el
juicio de Dios contra el pueblo de Judá por su idolatría, su infidelidad hacia
el pacto, y la obstinada desobediencia a su voluntad. Largamente reconocido
como uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento, Jeremías sirve hasta
hoy como ejemplo de alguien que permaneció fiel a la Palabra de Dios, a pesar
de innumerables pruebas.
El
ministerio de Jeremías cubrió un tiempo crítico en la historia del antiguo
Medio Oriente. Cuando Josías rey de Judá murió a manos del ejército egipcio,
Judá quedó sometido a Egipto y a su gobernante, el faraón Necao. El pueblo de
Judá escogió a Joacaz para suceder a Josías. Sin embargo, tres meses más tarde,
Necao nombró a Joacim (Eliaquim) para gobernar como su siervo en el trono en
Jerusalén. Habiendo perdido su libertad, el pueblo de Judá no se volvió a Dios,
sino a los ídolos que había adorado en los días de Manasés y Amón. Esta
idolatría fue la razón por la que Jeremías anunciara el juicio de Dios.
El
año 605 a.C., Nabucodonosor derrotó al faraón Necao, y Joacim inmediatamente se
rindió al rey de Babilonia, quien le permitió permanecer en el trono como su
vasallo. Tres años más tarde, Joacim se rebeló contra Nabucodonosor y fue
destituido (2 Reyes 24:1, 2). Joaquín reemplazó a Joacim en el trono por un
corto tiempo, pero fue luego deportado a Babilonia por Nabucodonosor. Miles de
líderes políticos y religiosos fueron llevados con Joaquín en el 597 a.C. (2
Reyes 24:14-16).
Nabucodonosor
puso a Sedequías, hermano de Joacim, como nuevo gobernante de Judá. En el 589
a.C., Sedequías dirigió una rebelión contra Babilonia y la represalia de
Nabucodonosor fue inmediata. Su ejército entró en Judá y destruyó toda
resistencia fortificada establecida. El ejército de Nabucodonosor se volvió a
un lado del asedio cuando el ejército egipcio apareció en el sudeste palestino
en el verano del 588 a.C. Pero aislaron a los hijos de los egipcios, y
Nabucodonosor reanudó su asedio. Algún tiempo durante el sitio a Jerusalén,
Sedequías vino a Jeremías por consejo de Jehová, el profeta le aconsejó
rendirse, pero Sedequías no lo escuchó.
Los
muros de Jerusalén fueron derribados en el cuarto mes del 586 a.C. Un mes más
tarde, quemaron el Templo, junto con los palacios, casas, y otros edificios
administrativos. Otros 4.600 habitantes de Jerusalén fueron deportados a
Babilonia. Gedalías fue nombrado gobernador de Judá en Ribla. Jeremías,
encarcelado por Sedequías, fue liberado para servir a Gedalías. Gedalías fue
asesinado y sus defensores huyeron a Egipto de la terrible venganza de
Nabucodonosor. Jeremías fue con ellos a Egipto contra su voluntad, y allí
continuó confrontando a los judíos por su idolatría e infidelidad.
La
estructura y organización del libro de Jeremías ha confundido a los intérpretes
por generaciones. Una breve investigación de pasajes con notas explícitas de
historia demuestra que el material no está ordenado cronológicamente. En
cambio, la organización de los oráculos, sermones en prosa, y otro material se
basa en el contenido, la audiencia y las conexiones. La división es como sigue.
(1) El llamado de Jeremías (cap.1); (2) el juicio de Judá y Jerusalén (caps.
2-24); (3) el ministerio de Jeremías a las naciones (caps. 25-51); y (4) un
apéndice histórico con el relato de la caída de Jerusalén (caps. 52). Este
orden da equilibrio y unidad al largo texto profético.
Las
oraciones, confesiones, lamentos, y diálogos de Jeremías revelan la profundidad
del conocimiento que el profeta tenía en cuanto al carácter de Dios y la
naturaleza de su relación con el pueblo. Para Jeremías, el Dios de Israel era
el incomparable Dios de toda la creación, el Señor sobre la naturaleza y la
historia. Él no reinaba sólo sobre Judá e Israel, sino sobre todas las naciones
(25:13).
La
hebra que dio unidad al conocimiento que Jeremías tuvo de Dios, fue su
comprensión de la Palabra de Dios. Penetraba la vida y el discurso del profeta
porque Dios había prometido tocar su boca e infundir sus palabras en la mente y
en las palabras de Jeremías (1:9). De allí en adelante las palabras de Dios
fueron como un fuego inextinguible que ardía en el alma del profeta.
Jeremías
estaba profundamente consciente de las provisiones del pacto entre Dios e
Israel. El pacto unía a Israel y a Dios en una especial relación de amor,
fidelidad y esperanza. Pero el pacto tenía dos partes. La fidelidad hacia
Jehová y el pacto traería bendición, mientras que la desobediencia traería
castigo, destrucción y cautiverio (Dt 27:14-28:68). Jeremías llamó al pueblo a
obedecer las palabras del pacto y a volverse de su idolatría y su trato injusto
de unos con otros (11:6, 7).
El
mensaje de juicio de Jeremías también contiene una palabra de esperanza. Un
remanente justo sería restaurado. La tierra había sido contaminada por la
idolatría del pueblo. Los líderes habían llevado a la nación al borde del
desastre y el pueblo había sido deportado. Pero basado en su eterno amor por
Israel, Dios prometió traer al pueblo de regreso de la cautividad, y
restaurarlo para bendición (30:18-31:6). Los enemigos de Israel serían
derrotados (30:16) y el pueblo cantaría jubiloso las bondades de Dios.
Jeremías
nació en Anatot, justamente cinco kilómetros al nordeste de Jerusalén en la
región montañosa de Benjamín. Su padre fue Hilcías. El ministerio de Jeremías
se extiende desde el 626 al 586 a.C., lo que lo hace contemporáneo de Sofonías,
Ezequiel y Habacuc. El ministerio escrito del profeta comenzó en el cuarto año
del reinado de Joacim en el 605 a.C. (36.1, 2), aunque porciones del libro
podrían haber sido escritas más temprano. El libro quedó completo algo después
de la caída de Jerusalén en el 586 a.C.
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