lunes, 21 de septiembre de 2020

(INTRODUCCIÓN CONCISA) DEUTERONOMIO.

Quinto libro del Antiguo Testamento, contiene los tres últimos discursos de Moisés, los que pronunció en las llanuras de Moab poco antes de su traslación.

Con la nación de Israel ubicada a la entrada de Canaán, Moisés aprovechó una última oportunidad para preparar al pueblo para su nueva vida en la tierra que heredaban. Puesto que Moisés no habría de entrar a la tierra con la gente, quería estar seguro de que el pueblo no olvidaría su alianza con Dios. El cuidadoso resumen que hace Moisés de las leyes de Dios se registra en el libro de Deuteronomio. Las palabras de este libro se comparan con el trasfondo histórico de todos los hechos de la historia de Israel hasta el momento en que fueron expresadas, lo que incluye el éxodo desde Egipto, la revelación de Dios en el Monte Sinaí, las rebeldes respuestas de Israel ante la bondad del Señor, y la constante protección de Dios para con ellos. Aún más hay algunos hechos fundamentales que el libro trata en particular.

La idolatría en Baal-peor fue uno de esos momentos significativos (Nm 25). Fue allí donde Israel primero experimentó la atracción del culto a Baal, el cual plagaría su existencia durante siglos. El pueblo al cual Moisés se dirigía en Deuteronomio era el que sobrevivió la plaga que el Señor les envió en castigo por los pecados del pueblo (Dt 4:3). A la luz de esta experiencia, Moisés le suplicó a esta nueva generación que fuera fiel a las leyes de Dios. Frecuentemente usaba la palabra hoy para enfatizar que esta nueva generación podría empezar de nuevo (1:10, 39; 4:4, 40; 5:1, 3; 6:6; 7:11), no tenían que centrarse en su rebelde pasado.

Moisés concluyó sus exhortaciones con una descripción de la ceremonia de renovación del pacto que tendría lugar entre el Monte Ebal y el Monte Gerizim. Ordenó a los Levitas que en la estéril cima del Ebal recitaran las maldiciones para quienes rechazaron la Ley de Dios. Las generosas bendiciones para quienes obedecieron la Ley de Dios se recitarían en las exuberantes laderas del Gerizim. Con estas instrucciones, Moisés anticipó la renovación del pacto en el otro lado del río Jordán. Allí, el pueblo se reuniría para el gran momento cuando renovarían una vez más el pacto, pero esta vez como habitantes de la Tierra Prometida (11:29, 30; 27:1-8, 12, 13; Jos 8:30-35). Después de describir esta futura renovación del pacto, el propio Moisés desafió al pueblo a renovar su entrega a Dios (30:11-20).

Finalmente, la expectativa de la inminente muerte de Moisés explica por qué él entregó el libro como un testimonio de la Ley de Dios. El Señor le ordenó dejar las palabras de la Ley como un testimonio a Israel. Como respuesta, Moisés escribió las palabras, las entregó a los sacerdotes para que las guardaran y les ordenó que leyeran la Palabra de Dios cada siete años. De este modo, Moisés no sólo preparó a la nueva generación para la venida de la conquista de la tierra, sino también se aseguró de que cada generación después de aquella escuchara las leyes de Dios (31:9-13).

El énfasis de Moisés en el pacto a lo largo de todo Deuteronomio es notable. Dio testimonio de su importancia al llamar repetidamente a la nueva generación de israelitas a seguir sus disposiciones (30:11-20).

En efecto, Deuteronomio como un todo refleja el modelo de un antiguo tratado del Medio Oriente entre el señor y un siervo. El modelo típico de dicho tratado con sus correspondientes secciones en Deuteronomio, es el siguiente:

1. Un preámbulo o introducción (1:1-5)

2. Un resumen de la anterior relación entre las partes (1:6-4:49)

3. Estipulaciones básicas que garantizaban la fidelidad al tratado (5:1-26:19)

4. Sanciones en la forma de bendiciones y maldiciones (27:1-30:20)

5. Testigos del tratado (32:1)

6. Una disposición para la conservación y lectura del tratado (31:1-34:12)

Aunque existen estas similitudes, el libro de Deuteronomio no sigue ciegamente la típica estructura de un tratado, pero podemos llegar a la conclusión que fue escrito teniendo presente la estructura básica de un tratado. Moisés imprimió en sus lectores la importancia de la alianza, no sólo con sus repetidas exhortaciones, sino también con la estructura misma del libro. Con las advertencias de Moisés y su renovada entrega, el pueblo estuvo finalmente listo para entrar a la Tierra Prometida.

El título del quinto libro del Pentateuco se deriva de la Septuaginta, la antigua traducción griega del AT que interpreta las palabras en 17:18, «una copia de esta ley», como «la segunda ley». El nombre «Deuteronomio» significa «la segunda ley». El nombre es en cierto modo poco apropiado, porque el Deuteronomio no contiene una segunda Ley, explica la Ley de Dios revelada en el Monte Sinaí a una segunda generación de israelitas.

A través de los siglos, judíos y cristianos creyeron que Moisés escribió el Deuteronomio. Pero durante los últimos 200 años, algunos cuestionan esta posición. Argumentan que la teología del libro es demasiado avanzada para los primeros israelitas en esta temprana etapa de su historia. Pero otros sostienen que Moisés compiló el Deuteronomio y escribió la mayor parte de él. Argumentan que la autoría Mosaica está apoyada por la consistente teología de la alianza, que reclama la autoría Mosaica, y por los testimonios de los escritores del Nuevo Testamento.

El Deuteronomio es básicamente la última voluntad de Moisés. En este testamento, desafió a Israel a permanecer fiel al pacto, les recordó su historia pasada, y les señaló sus futuras bendiciones o maldiciones en la tierra de Canaán, en dependencia de su fe y comportamiento. Las palabras de Moisés y el tributo a su legado (31:24), la recitación del Cántico de Moisés (31:30-32:34) y las bendiciones a las tribus (33:1-29) constituyen en gran medida el libro de Deuteronomio. Otro autor, llevado por el Espíritu de Dios, agregó el relato de la muerte de Moisés y el tributo a su legado (34:1-12). Algunos argumentan que el propio Moisés podría haber escrito el relato de su muerte y sucesión, habiéndolos previsto por inspiración divina. Por cierto que esto es posible, pero no es una conclusión necesaria para aquellos que mantienen la autoría Mosaica del Pentateuco como un todo.

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