Cuando
se escribió por primera vez, el segundo libro de Crónicas trajo una luz de
esperanza a la gente que necesitaba desesperadamente un poco de aliento. La
comunidad israelita, reducida a una pequeña minoría en el cautiverio entre los
babilonios, luchaba para comprender cuál era su lugar. ¿Se revocaron las
promesas que Dios les hizo a Abraham y a David debido a los pecados de la nación?
¿Había una posibilidad de revivir la dinastía de David? ¿Podría el judaísmo
sobrevivir sin el Templo? El segundo libro de Crónicas aborda preguntas como
estas. Las respuestas se encuentran en una revisión histórica de la lealtad de
Dios hacia los israelitas.
Si
bien es cierto que la nación disminuyó constantemente con el correr de los
siglos, Dios siempre fue leal a aquellos que se mantuvieron fieles a Él. El
bien que Dios hizo en el pasado sería el modelo para sus actos futuros. Dios
mantendría sus promesas gloriosas a los israelitas.
Los
detalles de la historia de Israel y Judá en el segundo libro de Crónicas
comunican el gran mensaje de la redención, especialmente de la bendición de
Dios a David y sus sucesores. El primer libro de Crónicas se centra en el pacto
davídico durante el tiempo de David; el segundo libro de Crónicas sigue con ese
tema en el período posterior a la muerte de David. Aun cuando el segundo libro
de Crónicas relata las experiencias de Salomón y sus sucesores, aún recalca la
promesa de Dios de una dinastía eterna para David.
Los
sucesores de David iban y venían. Algunos eran fieles a los requerimientos del
pacto, «anduvieron en los primeros
caminos de David su padre» (17:3), otros no. Pero el compromiso de Dios con
la familia de David se mantuvo, aún después del cautiverio a Babilonia.
Debido
a este énfasis en el pacto, el segundo libro de Crónicas menciona con
frecuencia a los sacerdotes, levitas, el Templo y otros elementos de la vida
religiosa de Israel. Cuenta cómo se construyó y adornó el templo de Salomón
(2:1-8:16) e incluye una detallada descripción del Templo y su ministerio
(20:5-13, 24-30; 23:12-21; 24:4-14; 29:2-31:21; 34:2-35:19).
La
posición central del pacto davídico también explica por qué el segundo libro de
Crónicas presta mayor atención a Judá que a Israel. Desde la división en los
reinos del norte y del sur (10:16-19; 1 R 11:9-13), Judá se transformó en
heredera de las promesas de Dios. Si bien los sucesores de David gobernaron
sólo el pequeño reino de Judá, Dios permaneció leal a su pacto incondicional
con David. Judá era el núcleo a través del cual Dios llevaría a cabo su obra de
redención.
Primero
y Segundo de Crónicas en un principio eran un sólo libro (ver la introducción a
1 Crónicas). El libro en sí no establece quién lo escribió, pero la coherencia
general de punto de vista y estilo indica que probablemente era el trabajo de
una sola persona. La mayoría de los comentaristas se refieren a esta persona
como el «cronista». Una tradición judía lo identifica como Esdras (460-430
a.C.), debido a que Crónicas y Esdras comparten temas comunes como extensas listas,
los levitas y el Templo.
El
cronista tenía acceso a muchos documentos oficiales, los que generalmente
menciona por su nombre. Estos incluyen (1) el Libro de los reyes de Israel y
Judá (27:7; 35:27; 36:8); (2) el Libro de los reyes de Judá e Israel (16:11;
25:26; 28:26; 32:32); (3) el Libro de los reyes de Israel (20:34; 33:18); (4)
la historia (comentario) del Libro de los reyes (24:27); (5) el Libro de Natán,
la profecía de Ahías y las visiones de Iddo (9:29); (6) la historia de Semaías
(12:15); (7) la historia de Iddo (13:22); (8) los escritos del profeta Isaías
(26:22); (9) las palabras de los videntes (33:19); y (10) el libro de los
Lamentos (35:25). El cronista también cita los libros canónicos de 1 y 2 Reyes.
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