El libro da continuidad a los temas que se desarrollan en los libros primero y segundo de Samuel, al seguir relatando la historia de la monarquía todavía unida bajo el mando de David que en su ancianidad avanzada, próximo a morir, nombra como sucesor a Salomón, bajo cuyo gobierno el reino alcanza su máximo esplendor.
El
primer libro de Reyes nos habla sobre la vida de personas famosas, tanto por
sus bondades como por sus maldades. El rey David, el rey Salomón y la reina de
Saba son ejemplos conocidos de personas justas que iban en busca de la
sabiduría de Dios. En el otro extremo, Acab y a Jezabel son dos grandes
ejemplos de gente perversa que renegaban de las leyes de Dios y que se
rebelaron en contra de Él. Para enfrentar a alguien tan malvado como Acab, Dios
envió al hombre apropiado, el profeta Elías, quien se considera a menudo el
profeta más enérgico y grandioso de todo Israel. En el monte Carmelo, Elías
mostró de manera inolvidable, el poder de Dios al dejar en ridículo al falso
dios Baal y a sus cuatrocientos profetas.
A
manera de resumen, el primer libro de los Reyes nos narra la historia de un
pueblo guiado por dos caminos diferentes. Es la historia de reyes buenos y
malos, de profetas verdaderos y falsos y de lealtad y desobediencia a Dios. Más
importante, es la historia de la odisea espiritual de Israel y de la fidelidad
de Dios a su pueblo.
El
autor del primer y segundo libro de los Reyes heredaría una larga historia de
relaciones entre Dios y su pueblo. En los dos libros, el narrador presenta una
selección de acontecimientos que parten desde la muerte del rey David a
principios del siglo diez a.C., hasta la caída de Jerusalén alrededor del año
586 a.C., época en la cual, el autor pone más atención a los éxitos y fracasos
espirituales de la historia de Israel.
El
primer libro de los Reyes comienza su narrativa con un relato detallado de la
gran era salomónica (971-930 a.C.; caps. 1-11). La narración hace hincapié en
la sabiduría piadosa de Salomón (1 3; 4), sus proyectos de construcción, el
Templo y el palacio (1 R 5-8), y finalmente, la decadencia de la espiritualidad
de Salomón hacia fines de su reinado. Después del fallecimiento de Salomón, el
libro se centra en la ruptura de la nación entre el reino del norte (Israel),
formado por las diez tribus encabezados por Jeroboam y el reino del sur, con su
centro en Judá y que tenía al hijo de Salomón, Roboam, como rey (12.1-24). De
allí en adelante, la fortuna de los dos reinos se escribe según las bendiciones
y los castigos que vienen como resultado de la obediencia y la desobediencia a
las leyes de Dios.
La
lamentable imagen de la creciente apostasía de Israel se ve incrementada por el
ascenso de Ocozías al trono en el reino del norte (853-852 a.C.) y el reinado
de Josafat en el sur (872-847). Durante este período, los dos reinados tuvieron
que enfrentar el creciente imperialismo de Asiria, en especial, por los
reinados de los reyes asirios, Assurnasirpal II (883-859 a.C.) y Salmanasar III
(859-824 a.C.).
De
este modo, el relato del primer libro de los Reyes abarca desde la alta
prosperidad de la era salomónica en el siglo diez a.C. hasta la inseguridad de
a mediados del siglo nueve a.C. Durante este período, comenzaba a tomar forma
la debilidad interna del espíritu de los dos reinos, que algún día auguró sus
derrotas. Este libro comprende una era en la que se produce un cambio radical.
El
propósito principal del autor de los dos libros de los Reyes no era el otorgar
información histórica. Más que eso, quería evaluar la odisea espiritual de
Israel, la que provocó el escarmiento de Dios (2 R 17:7-23; 24:18-20). Por lo
mismo, dedicó bastante atención en ponderar la responsabilidad de los reyes
según lo establecido en los pactos de David y Moisés. El autor repara
específicamente en aquellos que manejaron de manera correcta tales
responsabilidades, como Ezequías y Josías. Además hace hincapié en el
ministerio de los profetas como mensajeros con autoridad de Dios. Se les da
especial énfasis a los ministerios de Elías (1 R 17-19; 21; 2 R 2:1-11) y
Eliseo (2 R 2:12-15).
En
toda la obra, se recalca la necesidad de un camino genuino y piadoso: La
obediencia a las leyes de Dios. Particularmente, en la historia sobre Elías, la
verdadera adoración al Dios vivo contrasta con la falsa religión de los
cananeos (1 R 17; 18). La principal diferencia entre el Dios verdadero y los
dioses falsos radica en que el Dios vivo cumple fielmente sus promesas (1 R 8:20,
23-26). De ahí que se le dé atención especial a las promesas de Dios con el
pacto de David. En este pacto, Dios promete bendecir a Israel (1 R 2:4, 5, 45;
3:6, 14; 6:12, 13; 2 R 8:19). Sin embargo, esta bendición estaba ligada a la
obediencia: la única esperanza de Israel de obtener la bendición de Dios y el
verdadero éxito, consiste en acatar la Palabra de Dios (1 R 2:2-4). El fracaso
de Israel de ir por los caminos del Señor y sus consecuentes escarmientos
también puede servir de advertencia para nosotros. Durante la misma época, los
profetas, quienes sostenían la verdad de Dios en un período de decadencia, nos
pueden motivar para defender la verdad y la rectitud en esta época.
Originalmente,
el primer y segundo libro de los Reyes era un sólo libro en el canon hebreo, al
igual que los libros de Samuel. Los traductores de la Septuaginta (la traducción griega del AT que data del año
150 a.C.) juntaron los libros de Samuel y de Reyes y luego dividieron ese
libro en cuatro partes. Esta división posteriormente, llevó al primer y segundo
libro de Samuel y primer y segundo libro de los Reyes.
Según
la tradición, Jeremías fue el autor de los dos libros de los Reyes. Sin
embargo, estudiosos de la actualidad sugieren que estos libros fueron el
resultado de un proceso de recopilación que comenzó a fines del siglo siete
a.C. y terminó a mediado del siglo seis a.C. Los que proponen esta teoría,
señalan a la escuela deuteronómica de escritores, como la fuente de los libros,
debido al énfasis que dan los libros a la ortodoxia religiosa (La Ley y el Templo), al ministerio de
los profetas y al lugar central de la dinastía de David.
No
obstante, eruditos evangélicos de la Biblia rechazan esta idea de la escuela
deuteronómica de escritores. Muchos aún sostienen la teoría tradicional que
apunta a Jeremías como el autor de los libros de los Reyes. Como prueba de
ellos, señalan su origen sacerdotal, su actividad profética, su acceso a las
autoridades máximas de gobierno y el gran interés en los acontecimientos
religiosos, políticos y sociales que ocurrieron durante el colapso y la caída
de Judá a principios del siglo sexto a.C. Ciertamente, ninguna otra persona
estuvo en mejor posición para conocer la situación espiritual de la época y
acceder a los registros estatales, a información histórica y con ello tener
material suficiente para escribir los libros de los Reyes.
Sin
embargo, la diferencia de estilos entre el libro de Jeremías y los de los
Reyes, así como las discrepancias en el uso de los nombres de los reyes de Judá
provoca algo de incertidumbre a la hora de determinar quién es el autor de los
libros de los Reyes. Si se considera la gran sección que concierne a Judá, (2 R
18:1-25:26), se puede decir con razón que ambos libros de los Reyes, a
excepción del apéndice con la nota histórica (2 R 25:27-30), son el trabajo de
un autor que vivió en los últimos días de Judá y de la caída de Jerusalén en el
año 586 a.C. Tal vez, la reforma espiritual que siguió a la recuperación del
libro de la Ley (hacia el año 622 a.C.)
durante el reinado de Josías, proporcionó el ímpetu necesario para que el autor
recopilara material y escribiera sobre la fidelidad de Israel al pacto desde
los días de David hasta su propio tiempo.
Para
componer una obra que abarque casi cuatrocientos años, el autor de los libros
de los Reyes tuvo que apoyarse en material de excelente calidad; por lo que se
mencionan tres fuentes en especial: (1) El libro de los hechos de Salomón (11:41),
el cual relataba los acontecimientos de la era salomónica; (2) el libro de las
crónicas de los reyes de Israel (citado en veintisiete oportunidades en 14:19-15:31),
el cual era un registro de la corte del reino del norte; y (3) el libro de las
crónicas de los reyes de Judá (citado en quince oportunidades en 1 R 14:29-2 R
24:5), que eran registros de la corte del reino del sur. Además, el autor pudo
utilizar registros biográficos de David (1:1-2:11), Elías y Eliseo (1 R 16:29-2
R 9:37) y tener acceso al libro de Isaías (cf. Is 36-39 con 1 R 18:13-20:19).
Tales materiales se mantenían en centros sacerdotales y proféticos tanto en el
reino del norte como en el sur.
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