El libro, o la profecía, de Malaquías es el último libro del Antiguo Testamento, y parece cubrir cuatro temas principales: (1) los pecados de Israel; (2) los juicios que sobrevendrán a Israel por su desobediencia; (3) las promesas para los obedientes; y (4) profecías referentes a Israel.
El
libro de Malaquías se refiere al error de olvidar el amor de Dios. Cuando las
personas olvidan el amor de Dios, esto afecta sus actitudes, su hogar y su
adoración. Cuando se duda del amor y de la lealtad de Dios, los compromisos
sagrados dejan de ser sagrados. Dios envió a Malaquías a despertar a la gente
de su letargo espiritual, y a exhortarlos a volver al Dios vivo. Pero el libro
de Malaquías revela un pueblo que cuestiona la realidad de su pecado y la
fidelidad de Dios; un pueblo completamente endurecido. Por eso, el libro
termina con una nota punzante, una confrontación entre un Dios desilusionado y
un pueblo desilusionado.
En
cierto sentido, el libro de Malaquías muestra que el AT llega a un abismo, con
las pendencieras voces del pueblo por un lado, y las severas advertencias de
Dios por el otro. Sólo Dios mismo podía proveer un escape a este callejón sin
salida. Malaquías espera con interés esta liberación, puesto que él habla
acerca de aquel que preparará el camino para el Mesías. El Mesías prometido era
el único que podría proveer un puente para ese ensanchado abismo entre el
pueblo y su Dios.
Existe
amplio acuerdo respecto a que el libro de Malaquías fue escrito durante la
última mitad del siglo V a.C. Algunos incluso precisan que la fecha sería entre
el 420 y el 414 a.C. Esto colocaría al libro de Malaquías unos cien años
después de los ministerios de Hageo y de Zacarías. En el libro hay numerosos
vínculos con las preocupaciones de Nehemías, quien fue gobernador de Judá
alrededor del 440 a.C. Estas incluyen los matrimonios con mujeres extranjeras
(Neh 13:23-27), no pagar los diezmos (Neh 13:10-14), descuidar el día de reposo
(Neh 13:15-22), un sacerdocio corrupto (Neh 13:7-9) y la injusticia (Neh 5:1-13).
Después
de la gran agitación de las guerras de los asirios, babilonios, medos y persas,
vino un período de relativa paz a la parte del mundo antiguo que le
correspondía a Israel. Los libros de los profetas previos al cautiverio fueron
desarrollados en el crisol ardiente de las guerras internacionales y de las
catástrofes. Bajo el dominio persa, sin embargo, al pueblo se le permitió
volver a la tierra en paz. La amenaza constante de un conflicto internacional
no se cernía sobre ellos. Los persas recaudaban impuestos pero, por otra parte,
estaban complacidos de dejar en paz a los judíos. Con todo, el déficit
económico todavía era común durante este período.
La
historia del pueblo judío es un relato con un patrón recurrente de cautividad,
destierro y restauración, en el que también está Malaquías. Existen dos
cautiverios en la historia del AT, y dos narraciones de un éxodo del pueblo
judío de la cautividad. El primero y gran cautiverio corresponden a la
experiencia de Israel en Egipto, al comienzo de la historia de Israel; el
segundo, lo constituye la experiencia de Israel con Babilonia.
En
la narración del primer cautiverio, Moisés y Aarón se dedican, en un grado
significativo, al tema del culto apropiado al Dios vivo, concentrado en el
tabernáculo. Una porción importante del libro de Éxodo, todo Levítico y partes
de Números y de Deuteronomio proporcionan una guía para la adoración en el
tabernáculo. La idea central del Éxodo era la conformación del pueblo de Dios
en una comunidad de adoración (Éx 5:1).
Del
mismo modo, dos de los libros del segundo cautiverio, el regreso del pueblo de
Dios desde Babilonia, se ocupan de la apropiada adoración a Dios. Estos dos
libros, Hageo y Malaquías, se concentran en la adoración centrada en el Templo
reconstruido. Hageo exhortó al pueblo a reconstruir el Templo en Jerusalén en
el 520 a.C. De esta manera se constituye en un paralelo del libro de Éxodo, en
el cual Dios dio instrucciones para la construcción del tabernáculo. En forma
similar, Malaquías es un paralelo al libro de Levítico, en el sentido que ambos
se refieren a la forma en que el pueblo y los sacerdotes deben actuar en el
Templo. Sin embargo, existen diferencias notables. Levítico enfatiza lo que el
pueblo debe hacer, qué ofrendas debe presentar, y qué calendario debe seguir
para la adoración a Dios. El énfasis de Malaquías está en la actitud de quienes
rinden culto a Dios. En Levítico, se indica cómo adorar a Dios; Malaquías se
enfoca en el corazón de quienes adoran.
Los
sacerdotes del tiempo de Malaquías eran indiferentes a las normas de adoración
(1:6-14) y el pueblo mismo se había vuelto indiferente con respecto a las
ofrendas a Dios (3:6-12). ¿De dónde proviene esta actitud negligente? En un
versículo introductor fundamental, Dios le dice al pueblo: «Yo los he amado». La respuesta del
pueblo fue: «¿En qué nos amaste? (1:2). La desconfianza del pueblo con respecto
a los motivos de Dios hacia ellos, resultó en su indiferente respuesta a Él. Su
apatía para con Dios también se reflejaba en sus relaciones con otras personas,
especialmente con sus esposas. Se volvió común, en ese tiempo, que los hombres
se divorciaran de sus mujeres. Esos hombres ignoraban el hecho de que el Señor
era un testigo de sus matrimonios y, como resultado, Dios no tomó en cuenta sus
ofrendas. La profecía de Malaquías es la respuesta de Dios a esta condición de
«carencia de amor».
Nada
se conoce del profeta Malaquías fuera de este libro. Ni siquiera estamos
seguros que Malaquías fuera su nombre. La palabra significa: «Mi Mensajero», y es posible que el
primer versículo debiera traducirse: «Profecía
de la palabra de Jehová contra Israel, por medio de mi mensajero». En todo
caso, el nombre de Malaquías, le identifica como mensajero de Dios y destaca
uno de los principales temas del libro. Malaquías profetiza que Dios enviaría
un «mensajero», una profecía sobre Juan el Bautista, y un «ángel del pacto»,
una profecía sobre Jesús (3:1).
En
2:7, se describe el rol de un sacerdote: «Mensajero es del Dios de los
ejércitos». Basado en esa descripción, un profeta y sacerdote en el Templo
podría haber usado la designación «mi mensajero» para sí mismo. Debido a la
aparente preocupación del escritor por el sacerdocio, se puede argumentar que
el autor del libro era un sacerdote a quien Dios también le dio un mensaje
profético.
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