miércoles, 30 de septiembre de 2020

(INTRODUCCIÓN CONCISA) ZACARÍAS.

Este libro es notorio por sus profecías acerca del ministerio terrenal del Cristo y Su segunda venida (Zac. 9:9; 11:12–13; 12:10; 13:6). En los capítulos del 1 al 8, se habla de una serie de visiones acerca del futuro del pueblo de Dios. En los capítulos del 9 al 14, se encuentran visiones acerca del Mesías, los últimos días, la congregación de Israel, la gran guerra final y la Segunda Venida.

El estímulo y la esperanza son los temas fundamentales de las profecías de Zacarías. El profeta Zacarías fue uno de los tres profetas, junto con Hageo y Malaquías, que ministraron a los exiliados que regresaron a Jerusalén. Estos exiliados se encontraron con las ruinas de lo que alguna vez fue una ciudad esplendorosa y un Templo glorioso. Había muchas razones para estar triste, pero Zacarías motivó a los exiliados con visiones de juicio sobre los enemigos de Israel y de la completa restauración de la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, la visión más conmovedora de todas fue la predicción de la venida de un Rey, el Mesías, quien traería salvación eterna y el reino eterno prometido.

Zacarías vivió y profetizó durante el período que siguió al cautiverio de Babilonia (597-538 a.C.). Jeremías había predicho que los israelitas volverían a la tierra prometida después de setenta años de disciplina en el cautiverio. Dios comenzó a cumplir esta promesa cuando levantó a Ciro el rey de Persia, cuyas proezas militares causaron la captura de Babilonia en el 539 a.C. Luego de su victoria, Ciro decretó que toda la gente exiliada podía volver a su lugar de origen. El pueblo de Judá estaba entre aquellos que se beneficiaron de esta revocación de la política de Babilonia. El primer grupo de israelitas regresó bajo el liderazgo de Sesbasar (Esd 1:8) en el 537 a.C. El altar para el Templo fue edificado durante el otoño de ese año, pero la construcción del Templo no comenzó sino hasta la primavera del 536 a.C.

La oposición a la reconstrucción del Templo por parte de los enemigos de los judíos que vivían en Judá y en sus alrededores resultó en el abandono de la obra hasta el 520 a.C. Durante estos dieciséis años de abandono el pueblo de Judá perdió su visión y su sentido de propósito espiritual. Su retraso trajo como consecuencia el castigo divino (Hag 1:11; 2:17). Aunque las cosechas fracasaron y la gente se debilitó, no se arrepintieron hasta que Dios levantó dos profetas para hacerlos volver a Él. En el año 520 a.C., Hageo llamó a los israelitas a reconocer sus prioridades espirituales y a reconstruir el Templo. Zacarías inició su ministerio profético precisamente dos meses después de Hageo (cf. 1:1 con Hag 1:1).

Los ministerios de Hageo y de Zacarías no cesaron cuando se inició la obra del Templo con seriedad. Los profetas continuaron motivando a la gente. Los mensajes de Hageo se entregaron en el año 520 a.C.; la última profecía de Zacarías se pronunció en el año 518 a.C. (7:1). Con el pueblo comprometido a restaurar el Templo y el culto a Jehová, Dios derramó su bendición sobre un pueblo arrepentido y espiritualmente revitalizado. El Templo se terminó en el 515 a.C. y se dedicó nuevamente con gran regocijo.

Las profecías de Zacarías tenían dos propósitos. Primero, desafiaban a los exiliados que regresaban para que se volvieran a Dios, para ser limpios de sus pecados y para que experimentaran, una vez más, las bendiciones de Dios (1:3). Segundo, las palabras de Zacarías consolaban y animaban al pueblo con respecto a la reconstrucción del Templo y a la futura obra de Dios en medio de su pueblo (1:16, 17; 2:12; 3:2; 4:9; 6:14, 15).

En los primeros capítulos, Zacarías alienta al pueblo enfocándose en la elección de Jerusalén por parte de Dios (1:17; 2:12; 3:2). Jehová no ha dejado de lado al pueblo de su antiguo pacto. A través de Zacarías, Dios no sólo confirma la elección divina de Jerusalén, sino que también prometió que estaría con el pueblo que regresó y que moraría en medio de ellos (2:10, 11; 8:3, 23). A través de su presencia Dios cumpliría una obra milagrosa. En la segunda mitad del libro, Zacarías detalla los futuros tratos de Dios con su pueblo escogido dando a conocer la derrota de los enemigos de Israel, la futura gloria de Sion y el reinado universal del Mesías. Este es el tema principal del libro: la completa restauración del pueblo de Dios ocurriría con la obra redentora y liberadora del Mesías que vendría.

Zacarías enseña bastante respecto a la primera y Segunda Venida de Jesús, el Mesías. Él se refiere al Mesías como el «Renuevo» (3:8), el «Siervo» de Dios (3:8), y el «Pastor» de Dios (13:7). También hay una alusión al ministerio del Mesías como sumo sacerdote en el 6:13 (He 6:20-7:1). Además, él profetizó la entrada del Mesías a Jerusalén sobre un pollino (9:9; Mt 21:4, 5; Jn 12:14-16), la traición por treinta piezas de plata (11:12, 13; Mt 27:9, 10), la perforación de sus manos y pies (12:10; Jn 19:37) y la purificación del pecado provista por su muerte (13:1; Jn 1:29; Tit 3:5). En efecto, los capítulos 9 al 14 de Zacarías constituyen la sección más citada de los profetas en las narrativas de los Evangelios. Con respecto a la Segunda Venida del Mesías, Zacarías profetizó dicho evento futuro como la conversión de Israel (12:10-13:1, 9; Ro 11:26), la destrucción de los enemigos de Israel (14:3, 12-15; Ap 19:11-16) y el reinado del Cristo en una nueva Jerusalén (14:9, 16; Ap 20:4-6).

Junto con su énfasis en el Mesías, Zacarías da, apropiadamente, un mensaje importante acerca del plan de Dios para la salvación. La importancia del arrepentimiento y de volverse a Jehová de los ejércitos se enfatiza en la introducción (1:3-6). Luego, en el 3:1-5, Zacarías proporciona una ilustración impresionante de la remoción del pecado y de la atribución de la justicia. El hecho de quitar las vestiduras viles del sumo sacerdote y de proporcionarle ropas de gala ilustra la obra del Cristo. A través de su muerte expiatoria, Jesús nos despoja de nuestros viles pecados y nos viste con su justicia. De esta forma, nosotros podemos acercarnos a nuestro Santo Dios.

La verdadera religión, según Zacarías, no se encuentra meramente en actos externos de piedad religiosa, sino que está basada en una relación personal con Dios (7:5-7). Dicha relación con Dios debería cambiar la actitud de cada cual para con su prójimo. Al igual que los profetas que lo precedieron, Zacarías condenó los actos de opresión a la viuda, al huérfano, al extranjero y al pobre (7:10). Como un predicador de la rectitud, él llamó al pueblo de Dios a volver a las virtudes de la justicia, bondad, compasión y verdad (7:9; 8:16).

El nombre Zacarías significa: «Yahweh recuerda». Esta frase poderosa comunica un mensaje de esperanza: el Dios de Israel se acordará de su pueblo misericordiosamente. El profeta se identifica como el «hijo de Berequías, hijo de Iddo». Iddo estaba entre los jefes de las familias sacerdotales que volvieron de Babilonia a Judá. Zacarías, entonces, era un miembro de la tribu de Leví y probablemente servía como sacerdote y como profeta. Él comenzó su ministerio profético dos meses después de que su contemporáneo Hageo había concluido su primer oráculo.

Aquellos que cuestionan la unidad y autoría singular de Zacarías, usualmente argumentan que los capítulos 9 al 14 datan del período helenístico (331-167 a.C.) o del período de los macabeos (167-73 a.C.). La referencia a «Grecia» en el 9:13 se ha citado frecuentemente como evidencia para una fecha posterior, después de las conquistas de Alejandro Magno (alrededor del 330 a.C.). Sin embargo, la influencia griega era marcada en el antiguo Medio Oriente tan temprano como en el siglo VII a.C. A Grecia la menciona el profeta Isaías del siglo VIII (Is 66:19, en donde se hace referencia a Grecia como Javán) y el profeta Ezequiel del siglo VI (Ez 27:13, 19 como Javán). Aquellos que se inclinan por la unidad del libro generalmente indican que este se terminó entre el 500 y el 470 a.C. Zacarías comienza su ministerio profético en el segundo año del rey persa Darío (522-486 a.C.) y su última profecía con fecha se pronunció dos años después, en el 518 a.C.

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