martes, 29 de septiembre de 2020

(INTRODUCCIÓN CONCISA) HAGEO.

Hageo fue el primero de los profetas del post cautiverio. Los otros dos fueron Zacarías y Malaquías. El estilo literario de este libro es simple y directo.

Hageo fue un profeta para los judíos que habían regresado del cautiverio en Babilonia. Su primera misión fue obligarlos a observar en dónde se encontraba realmente su corazón y prioridades. Les encareció a hacer lo que era necesario desde el principio: Reconstruir el Templo con un corazón dispuesto. A este exhorto agrega la promesa de que Dios estará con ellos. Con esta promesa, el pueblo puede volver a su entusiasmo original y llevar a cabo el propósito de Dios para ellos. Su adoración sería entonces gozosa y sincera.

Cuando algunos israelitas regresaron del cautiverio babilónico que inició en el año 538 a.C., determinaron reinstaurar el culto a Dios en su legítimo lugar: el centro de sus vidas. Proyectaron construir un nuevo Templo en Jerusalén (Esd 1). Lamentablemente, su disposición parece desvanecerse con rapidez luego de su llegada a Jerusalén. Construyeron un altar en el lugar del Templo original y después colocaron los cimientos del nuevo Templo. El rey persa, presionado por los enemigos que vivían en los alrededores, ordenó el cese de las obras en el Templo. Un emperador persa posterior, Darío I, levantó las restricciones que se habían establecido para la reconstrucción del Templo y les dijo que procedieran. Aun cuando ya no había obstáculos para continuar, el pueblo cayó en el letargo espiritual. No eran tan idólatras como sus ancestros, pero habían perdido su primera pasión por la adoración al Dios Vivo. Explicaron su conducta dando la vieja excusa de la desidia: no parecía ser el tiempo adecuado (1:2).

Cuando Hageo confrontó al pueblo, se refirió a los problemas de su época: la esterilidad de la tierra y el período de dificultad económica (1:6). Pero no echa la culpa de estos problemas a la mala planificación fiscal. Más bien, exhorta al pueblo a centrarse en su condición espiritual. Ellos se enfocaban en asuntos insignificantes como la decoración de sus casas, pero ignoraban día con día el hecho de que el Templo de Dios permanecía en ruinas. El Templo era más que un edificio. Era el punto de encuentro del pueblo con el Dios Vivo, el símbolo de la presencia constante del Creador del Universo. Si el pueblo ignoraba la ruina física del Templo, ignoraba también la ruina en la que se encontraban sus almas.

Zorobabel, el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote, junto con el pueblo de Dios, respondieron rápidamente al mensaje de Hageo (1:12). Tres semanas después que Hageo dio su primer mensaje, se iniciaron las obras en el Templo (520 a.C.). Anticipando una respuesta positiva, Hageo trajo otro mensaje. Era simple, pero tenía profundas repercusiones: les aseguró que el Señor estaba con ellos (1:13). Era el mismo mensaje que Moisés llevó a los israelitas en Egipto (Éx 3:8). En realidad, este sería el nombre del Mesías que vendría, Emanuel, Dios con nosotros (Is 7:14). Cuando el pueblo decidiera hacer de Dios el centro de su vida, el Señor permanecería aunque no existiera un edificio físico.

Para enfatizar algunos puntos claves acerca de la actitud del pueblo con respecto a Dios, Hageo plantea un par de preguntas. Una de ellas fue acerca de las leyes referentes a qué era limpio y qué era inmundo (2:10-14). Estas leyes tenían varios propósitos: (1) proteger al pueblo de las enfermedades; (2) enseñar ciertas lecciones espirituales; y (3) creaban en el pueblo un instintivo sentido de lo correcto y lo erróneo. En otras palabras, subrayaban el mensaje de que el Señor, y no cualquier otra persona, determina lo qué es bueno o malo.

Hageo preguntó a los sacerdotes si la pureza o santidad podían ser transmitidas a través del contacto. Los sacerdotes respondieron que no. Entonces el profeta preguntó si lo inmundo podía ser transmitido por el contacto. La respuesta fue sí. Hageo aplicó este principio a la nación. Una actitud indiferente con respecto a la construcción del Templo había contaminado todo lo que el pueblo tocaba. Su actitud hizo que la obra de sus manos fuera inaceptable al Señor. Aunque la obra del Templo había comenzado, el corazón del pueblo los hacía inmundos a los ojos del Señor. Y aun así, Dios, en su inmensa gracia todavía bendice a su pueblo.

En un formato de preguntas y respuestas (2:15-19), Hageo alienta también al pueblo a pensar en sus circunstancias antes de la construcción del Templo. Ninguna de sus obras anteriores había tenido éxito: «¿No está aún la simiente en el granero?» (2:19.) Pero desde ese día Dios bendijo a su pueblo, porque había reordenado sus prioridades. Ellos habían puesto el servicio del Señor antes que su propio bienestar (1:4, 14). Aparte de la generosidad con la que el Señor proveyó, los israelitas podrían traer el sacrificio apropiado de verdadera adoración al nuevo Templo.

Poco sabemos acerca del profeta Hageo, exceptuando lo escrito en su libro. Esdras lo menciona brevemente asociándolo con el profeta Zacarías (Esd 5:1; 6:14) y la reconstrucción del Templo. El nombre Hageo significa «Festival», un término apropiado dada la participación del profeta en la restauración de la adoración en el Templo. Pero lo que es más notable acerca del ministerio de Hageo es su brevedad; sus mensajes fueron dados en el lapso de sólo cuatro meses en el año 520 a.C.

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