Hageo fue el primero de los profetas del post cautiverio. Los otros dos fueron Zacarías y Malaquías. El estilo literario de este libro es simple y directo.
Hageo
fue un profeta para los judíos que habían regresado del cautiverio en
Babilonia. Su primera misión fue obligarlos a observar en dónde se encontraba
realmente su corazón y prioridades. Les encareció a hacer lo que era necesario
desde el principio: Reconstruir el Templo con un corazón dispuesto. A este
exhorto agrega la promesa de que Dios estará con ellos. Con esta promesa, el
pueblo puede volver a su entusiasmo original y llevar a cabo el propósito de
Dios para ellos. Su adoración sería entonces gozosa y sincera.
Cuando
algunos israelitas regresaron del cautiverio babilónico que inició en el año
538 a.C., determinaron reinstaurar el culto a Dios en su legítimo lugar: el
centro de sus vidas. Proyectaron construir un nuevo Templo en Jerusalén (Esd
1). Lamentablemente, su disposición parece desvanecerse con rapidez luego de su
llegada a Jerusalén. Construyeron un altar en el lugar del Templo original y
después colocaron los cimientos del nuevo Templo. El rey persa, presionado por
los enemigos que vivían en los alrededores, ordenó el cese de las obras en el
Templo. Un emperador persa posterior, Darío I, levantó las restricciones que se
habían establecido para la reconstrucción del Templo y les dijo que
procedieran. Aun cuando ya no había obstáculos para continuar, el pueblo cayó
en el letargo espiritual. No eran tan idólatras como sus ancestros, pero habían
perdido su primera pasión por la adoración al Dios Vivo. Explicaron su conducta
dando la vieja excusa de la desidia: no parecía ser el tiempo adecuado (1:2).
Cuando
Hageo confrontó al pueblo, se refirió a los problemas de su época: la
esterilidad de la tierra y el período de dificultad económica (1:6). Pero no
echa la culpa de estos problemas a la mala planificación fiscal. Más bien,
exhorta al pueblo a centrarse en su condición espiritual. Ellos se enfocaban en
asuntos insignificantes como la decoración de sus casas, pero ignoraban día con
día el hecho de que el Templo de Dios permanecía en ruinas. El Templo era más
que un edificio. Era el punto de encuentro del pueblo con el Dios Vivo, el
símbolo de la presencia constante del Creador del Universo. Si el pueblo
ignoraba la ruina física del Templo, ignoraba también la ruina en la que se
encontraban sus almas.
Zorobabel,
el gobernador, y Josué, el sumo sacerdote, junto con el pueblo de Dios,
respondieron rápidamente al mensaje de Hageo (1:12). Tres semanas después que
Hageo dio su primer mensaje, se iniciaron las obras en el Templo (520 a.C.).
Anticipando una respuesta positiva, Hageo trajo otro mensaje. Era simple, pero
tenía profundas repercusiones: les aseguró que el Señor estaba con ellos (1:13).
Era el mismo mensaje que Moisés llevó a los israelitas en Egipto (Éx 3:8). En
realidad, este sería el nombre del Mesías que vendría, Emanuel, Dios con
nosotros (Is 7:14). Cuando el pueblo decidiera hacer de Dios el centro de su
vida, el Señor permanecería aunque no existiera un edificio físico.
Para
enfatizar algunos puntos claves acerca de la actitud del pueblo con respecto a
Dios, Hageo plantea un par de preguntas. Una de ellas fue acerca de las leyes
referentes a qué era limpio y qué era inmundo (2:10-14). Estas leyes tenían
varios propósitos: (1) proteger al pueblo de las enfermedades; (2) enseñar
ciertas lecciones espirituales; y (3) creaban en el pueblo un instintivo
sentido de lo correcto y lo erróneo. En otras palabras, subrayaban el mensaje
de que el Señor, y no cualquier otra persona, determina lo qué es bueno o malo.
Hageo
preguntó a los sacerdotes si la pureza o santidad podían ser transmitidas a
través del contacto. Los sacerdotes respondieron que no. Entonces el profeta
preguntó si lo inmundo podía ser transmitido por el contacto. La respuesta fue
sí. Hageo aplicó este principio a la nación. Una actitud indiferente con
respecto a la construcción del Templo había contaminado todo lo que el pueblo
tocaba. Su actitud hizo que la obra de sus manos fuera inaceptable al Señor.
Aunque la obra del Templo había comenzado, el corazón del pueblo los hacía
inmundos a los ojos del Señor. Y aun así, Dios, en su inmensa gracia todavía
bendice a su pueblo.
En
un formato de preguntas y respuestas (2:15-19), Hageo alienta también al pueblo
a pensar en sus circunstancias antes de la construcción del Templo. Ninguna de
sus obras anteriores había tenido éxito: «¿No
está aún la simiente en el granero?» (2:19.) Pero desde ese día Dios
bendijo a su pueblo, porque había reordenado sus prioridades. Ellos habían
puesto el servicio del Señor antes que su propio bienestar (1:4, 14). Aparte de
la generosidad con la que el Señor proveyó, los israelitas podrían traer el
sacrificio apropiado de verdadera adoración al nuevo Templo.
Poco
sabemos acerca del profeta Hageo, exceptuando lo escrito en su libro. Esdras lo
menciona brevemente asociándolo con el profeta Zacarías (Esd 5:1; 6:14) y la
reconstrucción del Templo. El nombre Hageo significa «Festival», un término
apropiado dada la participación del profeta en la restauración de la adoración
en el Templo. Pero lo que es más notable acerca del ministerio de Hageo es su
brevedad; sus mensajes fueron dados en el lapso de sólo cuatro meses en el año
520 a.C.
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