martes, 29 de septiembre de 2020

(INTRODUCCIÓN CONCISA) SOFONÍAS.

En el capítulo 1, se habla de un día venidero que estará lleno de ira y asolamiento. En el capítulo 2, se amonesta al pueblo de Israel instándolo a buscar la rectitud y la mansedumbre. En el capítulo 3, se habla de la Segunda Venida, cuando todas las naciones se reunirán para entablar la guerra; no obstante, el Señor reinará en medio de ellas.

Hay una palabra para la gente que predice tiempos futuros terribles: fatalista o ave de mal agüero. Es un término poco halagador con el que nos referimos a los portadores de malas noticias. En realidad no queremos creer sus predicciones de ruina y por eso los caricaturizamos; puede que se sientan avergonzados y se marchen. Algunas veces, ayuda un poco cuando el que predice la ruina ofrece una solución. Una pregunta que no se verbaliza pero que siempre está en la mente de todos es: «¿Hay alguna esperanza?»

El mensaje de Sofonías tiene ambas mitades de la ecuación malas noticias/buenas noticias. Sus primeras palabras eran de verdad malas noticias: el día del Señor está cerca y eso significa un juicio terrible. Los israelitas actuaron como sus vecinos paganos: despreciaron la ley de Dios, adoraron dioses falsos y pecaron sin remordimiento por mucho tiempo. Ahora era tiempo de arrepentirse: tenían que volverse a su Dios o enfrentar las consecuencias. El mensaje de Sofonías que ofrecía un rayo de esperanza era la parte de «volverse a Dios». Para quienes escucharon y respondieron a su llamado, las buenas noticias eliminaron a todas las malas. Dios restaurará a quienes lo buscan.

La historia nos confirma que este enfoque resultaba. El libro de Sofonías habla de los sucesos acontecidos en Jerusalén en el remoto siglo VII a.C., cuando reinaba Josías. El reino del norte de Israel había sido destruido por los asirios casi un siglo atrás. El reino del sur de Judá había sufrido bajo los reinados de Manasés (697-642 a.C.) y Amón (642-640 a.C.), ambos extraordinariamente malvados. La iniquidad de sus reinados hacía parecer que la ruina era segura. Pero el piadoso rey Josías condujo un importante resurgimiento que afectó a todo Judá. La Escritura registra que este resurgimiento, aunque de corta duración, retardó el juicio de Dios: la invasión por parte de Babilonia (2 Cr 34:27, 28). El mensaje de Sofonías anunció el día del Señor, un día cercano de ruina en los términos más oscuros, pero también prometió la bendición de la gloria futura en un cuadro tan brillante como oscura la ruina.

Muchos libros proféticos de la Biblia hablan acerca del «día del Señor», en particular el libro de Joel. Este día es un tiempo de juicio que involucra tanto al pueblo de Dios, Israel y Judá, como a las naciones vecinas. El profeta Sofonías reprendió a los líderes de Judá por sus innumerables actos de maldad (3:1-7). Sus profecías contra las naciones incluyen a Filistea (2:4-7), Moab y Amón (2:8-11), Etiopía (2:12) y Asiria (2:13-15). Estas naciones fueron juzgadas a causa de su soberbia y arrogancia contra el pueblo de Dios y por su continua idolatría.

Sin embargo, la última parte de la profecía de Sofonías contiene palabras de esperanza (3:8-20), promesas de protección para el remanente y promesas para el futuro de aquellos que conocen a Dios en verdad. En un día por venir, la gente de todas las naciones vendrá a adorar al Señor (2:11; 3:9). Su propio pueblo será renovado en justicia (3:11-13) y el mismo Rey de reyes gobernará en medio de ellas (3:15; Ap 21:1-6). El día del regreso del Señor será un día de cantos y alegría. Aun Dios se regocijará con alegres cantos (3:16, 17). La furiosa ira del Señor (1:1, 2) será reemplazada por su feliz canción, pues la salvación habrá llegado finalmente a su pueblo.

El profeta Sofonías trazó su linaje cuatro generaciones atrás hasta Ezequías, probablemente el más famoso rey de Judá. Después del largo y malvado reinado de Manasés (697-642 a.C.) y de su hijo Amón (642-640 a.C.), Josías comenzó su reinado sobre Judá. Sofonías comenzó su ministerio como profeta en Jerusalén en el mismo año que el gran profeta Jeremías (627 a.C.). Ellos y la profetisa Hulda (2 Cr 34:14-28) fueron testigos de la reforma religiosa que inició Josías, una reforma que desafortunadamente no perduró. Después de la muerte de Josías, el pueblo volvió a sus erráticos caminos. Menos de cincuenta años más tarde, alrededor del 586 a.C., Dios utilizó a Babilonia para disciplinarlos.

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