En el capítulo 1, se habla de un día venidero que estará lleno de ira y asolamiento. En el capítulo 2, se amonesta al pueblo de Israel instándolo a buscar la rectitud y la mansedumbre. En el capítulo 3, se habla de la Segunda Venida, cuando todas las naciones se reunirán para entablar la guerra; no obstante, el Señor reinará en medio de ellas.
Hay
una palabra para la gente que predice tiempos futuros terribles: fatalista o
ave de mal agüero. Es un término poco halagador con el que nos referimos a los
portadores de malas noticias. En realidad no queremos creer sus predicciones de
ruina y por eso los caricaturizamos; puede que se sientan avergonzados y se
marchen. Algunas veces, ayuda un poco cuando el que predice la ruina ofrece una
solución. Una pregunta que no se verbaliza pero que siempre está en la mente de
todos es: «¿Hay alguna esperanza?»
El
mensaje de Sofonías tiene ambas mitades de la ecuación malas noticias/buenas
noticias. Sus primeras palabras eran de verdad malas noticias: el día del Señor
está cerca y eso significa un juicio terrible. Los israelitas actuaron como sus
vecinos paganos: despreciaron la ley de Dios, adoraron dioses falsos y pecaron
sin remordimiento por mucho tiempo. Ahora era tiempo de arrepentirse: tenían
que volverse a su Dios o enfrentar las consecuencias. El mensaje de Sofonías
que ofrecía un rayo de esperanza era la parte de «volverse a Dios». Para
quienes escucharon y respondieron a su llamado, las buenas noticias eliminaron
a todas las malas. Dios restaurará a quienes lo buscan.
La
historia nos confirma que este enfoque resultaba. El libro de Sofonías habla de
los sucesos acontecidos en Jerusalén en el remoto siglo VII a.C., cuando
reinaba Josías. El reino del norte de Israel había sido destruido por los
asirios casi un siglo atrás. El reino del sur de Judá había sufrido bajo los
reinados de Manasés (697-642 a.C.) y Amón (642-640 a.C.), ambos
extraordinariamente malvados. La iniquidad de sus reinados hacía parecer que la
ruina era segura. Pero el piadoso rey Josías condujo un importante resurgimiento
que afectó a todo Judá. La Escritura registra que este resurgimiento, aunque de
corta duración, retardó el juicio de Dios: la invasión por parte de Babilonia
(2 Cr 34:27, 28). El mensaje de Sofonías anunció el día del Señor, un día
cercano de ruina en los términos más oscuros, pero también prometió la
bendición de la gloria futura en un cuadro tan brillante como oscura la ruina.
Muchos
libros proféticos de la Biblia hablan acerca del «día del Señor», en particular
el libro de Joel. Este día es un tiempo de juicio que involucra tanto al pueblo
de Dios, Israel y Judá, como a las naciones vecinas. El profeta Sofonías
reprendió a los líderes de Judá por sus innumerables actos de maldad (3:1-7).
Sus profecías contra las naciones incluyen a Filistea (2:4-7), Moab y Amón
(2:8-11), Etiopía (2:12) y Asiria (2:13-15). Estas naciones fueron juzgadas a
causa de su soberbia y arrogancia contra el pueblo de Dios y por su continua
idolatría.
Sin
embargo, la última parte de la profecía de Sofonías contiene palabras de
esperanza (3:8-20), promesas de protección para el remanente y promesas para el
futuro de aquellos que conocen a Dios en verdad. En un día por venir, la gente
de todas las naciones vendrá a adorar al Señor (2:11; 3:9). Su propio pueblo
será renovado en justicia (3:11-13) y el mismo Rey de reyes gobernará en medio
de ellas (3:15; Ap 21:1-6). El día del regreso del Señor será un día de cantos
y alegría. Aun Dios se regocijará con alegres cantos (3:16, 17). La furiosa ira
del Señor (1:1, 2) será reemplazada por su feliz canción, pues la salvación
habrá llegado finalmente a su pueblo.
El
profeta Sofonías trazó su linaje cuatro generaciones atrás hasta Ezequías,
probablemente el más famoso rey de Judá. Después del largo y malvado reinado de
Manasés (697-642 a.C.) y de su hijo Amón (642-640 a.C.), Josías comenzó su
reinado sobre Judá. Sofonías comenzó su ministerio como profeta en Jerusalén en
el mismo año que el gran profeta Jeremías (627 a.C.). Ellos y la profetisa
Hulda (2 Cr 34:14-28) fueron testigos de la reforma religiosa que inició
Josías, una reforma que desafortunadamente no perduró. Después de la muerte de
Josías, el pueblo volvió a sus erráticos caminos. Menos de cincuenta años más
tarde, alrededor del 586 a.C., Dios utilizó a Babilonia para disciplinarlos.
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