El capítulo 1 registra una conversación entre el Señor y Su profeta, similar a las registradas en Jeremías 12. Habacuc expresó su preocupación por que le parecía que los inicuos prosperaban. En el capítulo 2, el Señor le aconseja que sea paciente, y le dice que los justos deben aprender a vivir por la fe. El capítulo 3 contiene la oración de Habacuc.
¿Hasta
cuándo, oh Yahweh, clamaré y no oirás? (1:2). Habacuc fue el único de los
profetas que hizo preguntas a Dios. La mayoría de los profetas eran portadores
de mensajes: «Oigan la palabra del Señor».
Aunque todos dudaran de la palabra de Dios, los profetas la creían. Y si el
profeta tenía alguna duda, la conservaba para sí.
Pero
Habacuc fue diferente. Hacer preguntas era, por nuestro propio bien, parte de
este mensaje. Hizo preguntas como: «¿Por
qué la maldad en Judá queda impune?», «¿Cómo
puede un Dios justo usar a una nación impía, como Babilonia, para castigar a su
pueblo escogido?». Habacuc quería saber, al igual que nosotros, qué es lo
que Dios hacía y por qué. Parecía haber demasiada maldad entre los «justos» y demasiada liberalidad entre los
impíos.
Dios
no contraataca a Habacuc por preguntar. Él le responde. El Señor mismo
establecerá su Reino. Él demandará responsabilidad de todo pueblo y nación. El
presente puede estar lleno de iniquidad y caos, pero el futuro pertenece al
justo, al verdadero justo. Dios establecerá su Reino, dará descanso y salvación
a sus hijos, y juzgará a los adversarios de su pueblo.
El
libro de Habacuc contiene dos lamentos proféticos (12-4, 12-17) en los que cuestiona
la justicia de Dios. El Señor responde explicando sus planes de juicio (1:5-11;
2:1-4). Esto es seguido por cinco calamidades que vejarán a los malvados con su
correspondiente condenación (2:6-20). Esto pareciera decir: «No te preocupes, Habacuc, Dios es justo; Él
juzgará». El libro termina con una oración de alabanza y el reconocimiento
del profeta a la soberanía de Dios sobre todos los acontecimientos.
Las
naciones son dadas a la avaricia, el poder, la idolatría y a la inmoralidad. La
gente se trata entre sí de forma inhumana. Con frecuencia, parece que el poder
y el éxito llegan a aquellos que quebrantan la ley de Dios y rechazan sus
legítimos derechos sobre la creación. Sin embargo, de acuerdo a Habacuc, el
Señor permanece soberano; se sienta en su santo Templo observando la tierra.
Con el tiempo juzgará a cada persona por su vida (2:20).
Aunque
la gente puede caer en la impiedad por lo atractivo del poder y del éxito (2:6-20),
un futuro glorioso aguarda a quien se somete a Dios (2:4). La visión profética
(2:2) y la plegaria (3:1) de Habacuc proporcionan una perspectiva adecuada al
considerar las injusticias de este mundo. El Todopoderoso tiene el control. A
final de cuentas, Él establecerá su Reino de justicia. En aquel día, todo lo
equivocado será corregido: el pecador será juzgado por su impiedad y el justo
será salvo. Los creyentes esperan confiados este día con gran gozo (3:18, 19).
Se
sabe poco del profeta Habacuc. La referencia a la música (3:1, 19; 1 Cr 25:1-8)
puede indicar que fue un levita relacionado con los cantores del Templo. La
designación el profeta es un título oficial, demostrando que otros lo
reconocieron como un profeta del Señor. Su nombre aparece dos veces en el libro
(1:1; 3:1); algunos eruditos lo asocian con la palabra hebrea para abrazado,
así que Habacuc podría significar: «Abrazado
por Dios».
Habacuc
profetizó entre la caída de Nínive en el año 612 a.C. y el ascenso de Babilonia
como el Imperio Neobabilónico. Para el año 605 a.C., Asiria y Egipto fueron
derrotados por Babilonia en Carquemus. Los días de Judá estaban contados y el
poder de Babilonia se expandía con rapidez. Además, con la muerte del rey
Josías en el año 609 a.C., llegó el fin de una era de reforma religiosa en
Judá. Aparentemente, el impío prevalecía dentro y fuera de Judá. Habacuc
pregonó contra la violencia, la anarquía y la injusticia que vio a su
alrededor.
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