lunes, 13 de enero de 2020

RESPUESTAS ESPIRITUALES A PREGUNTAS DIFÍCILES (1 Parte)



CUESTIONES FUNDAMENTALES ACERCA DE DIOS Y LA VIDA DE PODER EN SU REINO.

Las siguientes treinta y ocho cruciales e interesantes preguntas han sido seleccionados debido a la frecuencia con que se formulan y al valor educativo que encierran las respuestas respectivas.

Preguntas sobre la naturaleza de Dios y nuestra salvación

1. ¿Cómo es Dios? (Hch 17.23)

Los teólogos han tratado de describir a Dios de muchas maneras. Dios es la sustancia de todas las virtudes humanas. Es todo sabiduría y todo lo sabe. Puede hacer todo lo que nosotros no podemos, y es depositario de todas las bondades a que aspiramos. En otras palabras, Dios es omnipotente (todo lo puede), omnisciente (todo lo sabe) y omnipresente (en todas partes).

Por otra parte, podemos describir a Dios comparándolo con nuestras limitaciones humanas. Por ejemplo, somos mortales, pero Dios es inmortal; somos falibles, pero Él es infalible.

Dios es espíritu eterno e imperecedero. No tiene principio ni fin. Tiene plena conciencia de sí mismo («Yo soy»). Es plenamente moral y responsable («Hagamos»). Es la esencia del amor y ama. Es también un juez recto —totalmente justo y fiel.

Dios es el Padre de la creación, el hacedor de todo lo que existe. Es todopoderoso y sostiene el Universo. Existe fuera del Universo (los teólogos llaman esto trascendencia), aunque su presencia llena toda la creación (los teólogos dicen que es inmanente), y la gobierna. Existe dentro de la naturaleza, pero no es la naturaleza, ni está sujeto a sus leyes como dicen los panteístas. Es la fuente de la vida y de todo lo que existe.

La mejor descripción de Dios es el nombre que le reveló a los primeros israelitas, Yahweh. Yahweh se traduce a veces como «Señor». Los especialistas creen que se trata de un antiguo modo del verbo hebreo «ser», cuyo significado literal sería: «Aquel gracias al cual existe (todo) lo que es».

2. ¿Qué dice la Biblia acerca de la Trinidad? (2 Co 13.14)

La Trinidad es uno de los grandes misterios teológicos. Algunos piensan que como somos monoteístas y creemos en un solo Dios, no podemos aceptar el concepto de la Trinidad. Pero la Biblia enseña que la divinidad consiste en tres personas —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—, cada una de ellas plenamente Dios y manifestación plena de la naturaleza divina (Lc 3.21, 22).

El Padre es la persona central de la Trinidad, el Creador, la causa primera, la idea original, el concepto de todo lo que ha sido y será creado. Jesús dijo: «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn 5.17).

El Hijo es el «Logos» o expresión de Dios —el «Unigénito» del Padre— Él mismo es Dios. Aún más, como Dios encarnado nos revela al Padre (Jn 14.9). El Hijo de Dios es tanto el agente de la creación como el único Redentor de la humanidad.

El Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, procede del Padre y es adorado y glorificado junto al Padre y el Hijo. Inspiró las Escrituras, derrama su poder sobre el pueblo de Dios, y «convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Jn 16.8).

Las tres Personas de la Deidad son eternas. El Padre existe y ha existido desde la eternidad. Junto a Él siempre existió su expresión, el Hijo. Siempre el Padre amó al Hijo y el Hijo amó y sirvió al Padre. En esta relación de amor está el Espíritu de Dios, quien ha existido desde la eternidad. No es que el Padre existiera primero, el Hijo después y por último el Espíritu. Los tres han sido desde siempre, antes que nada existiese; tres Personas distintas en un solo Dios. En la ocasión del bautismo de Jesús, las tres personas de la Trinidad estaban presentes y actuantes. El Padre habló desde el cielo, el Hijo cumplía toda justicia, y el Espíritu descendió sobre el Hijo como una paloma (Mt 3.16, 17).

La Trinidad es un misterio que un día podrá ser comprendido con claridad. Por ahora, sabemos que la Biblia habla de ella y Jesús la revela; la iglesia cristiana desde el principio ha confesado y salvaguardado esta preciosa verdad (1 Co 12.4–6; 2 Co 13.14; Ef 4.4–6; 2 Ts 2.13, 14).

3. ¿Qué debo hacer para ser salvo? (Jn 3.3)

Para ser salvo debes darle la espalda al pecado, creer en la muerte y resurrección de Jesús, y recibirlo como Señor y Salvador de tu vida.

Paso a paso, trata de seguir el siguiente proceso. Primero, debes reflexionar sobre tu vida y entonces abandonar todo aquello que contraría la voluntad de Dios. Este alejarse de las actitudes egoístas y entregarse a Dios se llama arrepentimiento (Mt 3.7–10; Hch 3.19).

Segundo, debes reconocer que Jesús murió en la Cruz para perdonar tus pecados. Acéptalo como Salvador para que te limpie de pecado, como el sustituto que pagó tus culpas (Ro 5.9, 10; Tito 2.14).

Tercero, debes pedirle que se convierta en el Señor de tu vida, reconociendo abierta y públicamente que Jesús no solo es tu Salvador, sino tu Señor (1 Jn 2.23).

La Biblia dice que a todos los que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn 1.12). Así que, cuando le recibes y le abres tu corazón, se introduce en él —en tu ser interior— por medio del Espíritu Santo, y comienza a vivir en ti. Desde ese momento es tu privilegio y llamado confesar lo que Dios ha hecho por tu vida (Ro 10.9).

4. Si peco, ¿perderé mi salvación? (Heb 6.4–6)

Un acto de pecado no te cuesta tu salvación. Hay quien dice que si pecas tras haber aceptado a Jesús debes ser salvado otra vez. Pero esto no es lo que la Biblia enseña.

¿Puedes concebir que alguien adopte un niño y después lo lance a la calle porque comete una falla cuando está aprendiendo a caminar? Cuando somos salvos, nos adoptan como miembros de la familia de Dios. Debemos, llenos de amor, por un lado, y de santo temor, por el otro, vivir vidas que le agraden. Pero la idea de que un acto pecaminoso pueda hacer que alguien sea expulsado de la familia de Dios no está en la Biblia (1 Jn 1.7, 9). Sin embargo, los pecados y rebeliones te arrebatarán el gozo de la salvación. Cuando David pecó no se sintió gozoso, porque se había rebelado contra Dios (Sal 51.12). Sus palabras de entonces fueron: «Y no quites de mí tu santo Espíritu» (Sal 51.11). Aun cuando había cometido adulterio y era responsable de la muerte de un inocente, esta frase nos revela que todavía poseía el Espíritu Santo. Aunque fue castigado por su pecado, Dios lo perdonó y amó cuando se arrepintió delante del Señor.

Si uno persevera en el pecado, puede perderse la seguridad de la salvación, pero ello no equivale a una perdida efectiva de ella. Cuando la Escritura dice: «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado», el sentido de la frase en griego no es que el cristiano nunca comete pecado, sino que no persevera en él, rehusando confesarlo y arrepentirse. Una persona nacida del Espíritu de Dios será conducida al arrepentimiento cada vez que peque.

Aún más, leemos en Hebreos 10.29 que si alguien menosprecia la sangre de Cristo y renuncia a la salvación que ha recibido, entonces esa persona puede haberla perdido del todo. Pero el mismo libro dice; «Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores» (Heb 6.9). Es muy difícil creer que alguien que ha nacido de nuevo se aparte tanto de Dios. Pero podemos preguntarnos: si somos nuevas criaturas en Cristo, ¿por qué conservamos la capacidad de pecar después del nuevo nacimiento? La respuesta es que la perfección cristiana espera por nosotros en el cielo (1 Co 15.54). Así pues, quedamos unidos a Jesús en la salvación, pero somos transformados a su imagen y semejanza progresivamente (2 Co 3.18). Nuestras vidas se transforman paulatinamente, pero en ningún momento antes de la muerte el creyente alcanza la perfección (1 Jn 1.8).

Preguntas sobre la vida llena del Espíritu

5. ¿Cómo puedo recibir el bautismo del Espíritu Santo? (Hch 2.38, 39)

Debes hacer una serie de cosas para recibir esta bendición. Primero, necesitas nacer de nuevo. La persona que va a recibir la plenitud del Espíritu debe primero permitirle morar en su vida y pertenecer a Jesús (Ro 8.9).

La segunda cosa que debes hacer es pedirlo. La Biblia dice que, si invocamos el Espíritu Santo, esa oración será contestada (Lc 11.8).

Lo tercero es rendirte a Él. El apóstol Pablo lo explica claramente en el libro de Romanos: «Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo» (Ro 12.1).

En cuarto lugar, debes disponerte a obedecer al Espíritu. Dios no le entrega este poder a nadie para decirle entonces: «Puedes tomar lo que te convenga y dejar lo demás». Si quieres ser sumergido en el Espíritu debes estar preparado a obedecerle (Hch 5.32).

En quinto lugar, necesitas creer. El apóstol Pablo dice: «¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (Gá 3.2). La respuesta, obviamente, es la fe. Debes creer que si lo pides, lo recibirás.

Finalmente, debes poner por obra lo que Dios te ha dado. Habiendo implorado, habiendo recibido, habiéndote dispuesto a obedecer, y habiendo creído, debes responder a la manera bíblica.

La Biblia dice que quienes fueron bautizados con el Espíritu el día de Pentecostés «comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hch 2.4). Esto significa que decían lo que el Espíritu había puesto en su boca. El Espíritu puso en sus labios las palabras, y los apóstoles y discípulos las hicieron suyas. Su actuación estuvo inspirada en la fe, no constituyó una mera respuesta pasiva ante aquella bendición. Así debe ser la relación con Dios. Dios le ofrece el bautismo del Espíritu Santo a los seres humanos para que lo reciban y gocen de sus bendiciones.

6. ¿Puedo vivir en santidad? (Mt 5.8)

Si fuere imposible vivir en santidad, Dios no lo hubiera ordenado. El Señor dice: «Santos seréis, porque santo soy yo Yahweh vuestro Dios» (Lv 19.2). Ser santo significa ser separado para Dios. La santidad la define la propia naturaleza de Dios. Ser apartados para Dios nos hace santos.

Las buenas obras no nos hacen santos. Somos hechos santos por medio de la fe en el Cristo, y también por fe somos salvos. Poco a poco, mientras crecemos y vivimos en el Señor, nos parecemos más y más a Él (2 Co 3.18).

Si ponemos nuestra vista en el Señor Jesús, pensamos en Jesús, estudiamos su vida, oramos a Jesús, y buscamos seguir su ejemplo, nos pareceremos más a Él. Comenzamos a pensar y actuar como Él. Nos asemejaremos a Él porque hemos sido apartados para Él. Esta es la verdadera santidad.
Si eres cristiano, dentro de diez años tu vida será considerablemente diferente de lo que es ahora. Tus motivos y deseos serán cada día más elevados, en la medida que te acerques a Él.

Jesús dice: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5.8). Podemos alcanzar cierto grado de pureza en esta vida. Pero ella viene de Dios, a medida que crecemos en la fe y nos acercamos cada día más a Él. Aunque la perfección no se alcanza completamente en esta vida, debemos buscarla y aspirar a ella en todo momento, porque la madurez cristiana y la santidad forman parte de la vida de los hijos e hijas de Dios responsables. La santidad es también práctica. La madurez en la santidad se observa en aquellos que han dejado de preocuparse por sus propias necesidades y se han identificado totalmente, dentro de la visión global de su Padre, con la tarea de transformar un mundo herido. La santidad engendra la actitud madura que nos impulsa a convertirnos en instrumentos de Cristo, para cumplir con los anhelos de la oración del Señor (Mt 6.10).

7. ¿Cómo puedo conocer la voluntad del Señor? (Ro 12.2)

La mejor manera de conocer la voluntad de Dios es familiarizarse con la Biblia. Esto es así porque todo lo que necesitas saber sobre la voluntad divina está en la Biblia. Si llegas a conocer la Palabra de Dios y la comprendes, puedes conocer su voluntad (Sal 119.6, 7, 9, 105).

Otra forma de conocer la voluntad de Dios es por medio de la oración, momento en que entras en comunión con Él y descubres lo que le agrada. La Biblia dice: «Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones» (Col 3.15). Esto significa que la paz de Dios es como un regulador, de manera que cuando violas la voluntad divina, su paz te abandona, experimentas una efervescencia interior, e inmediatamente descubres que estás haciendo algo contra su voluntad. Conocer la Palabra de Dios, y la paz que nace de una íntima relación con Él, es la mejor manera de saber cuál es su voluntad (Jn 15.4).

Sin embargo, también es verdad que Dios nos muestra su voluntad de muchas otras maneras. Lo hace por medio de consejeros consagrados (Pr 19.20; 20.18; 24.6). También podemos discernir la voluntad de Dios en parte por las circunstancias; por medio de la voz interior del Espíritu de Dios que nos habla; o a través de visiones o sueños (Is 1.1; Hch 2.17). El Señor nos revela su voluntad de varias maneras.

Lo importante es estar seguros de que hemos puesto nuestra vida en sus manos y estamos listos a hacer lo que nos pida. Si nos proponemos cumplir con su voluntad, sabremos cuáles son sus planes.

Por último, a la gente que no es capaz de discernir las directrices positivas de Dios, les recomiendo seguir el método «negativo» de orientación. Decir: «Padre, por encima de todo quiero hacer tu voluntad. Ayúdame a no salirme de tu plan y propósito para mi vida». Tal forma de entrega nos garantiza su guía (Pr 3.5, 6).

8. ¿Cómo orar para que ocurra un milagro? (Mt 17.20)

Cuando frente a una gran necesidad, tanto nuestra como de otros, debemos humildemente buscar la voluntad de Dios sobre esa cuestión: «Padre, ¿qué te propones hacer en esta situación?» Jesús dijo: «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn 5.17). Escuchó la voz del Padre, y le puso atención. Cuida de no comenzar y terminar oración alguna diciendo torpemente: «Si es tu voluntad». En lugar de ello, debes tratar de conocer la voluntad de Dios en cada situación particular y basar en ella tu oración. Orar por un milagro constituye una invitación al Espíritu Santo para que se manifieste. Cuando ese es su propósito, Él te lo hará saber. Entonces puedes pedirle el milagro que ya sabes desea llevar a cabo.

A menudo es importante utilizar algo clave para implorar un milagro: la palabra hablada. Dios nos ha dado autoridad sobre la enfermedad, los demonios, las tormentas y las finanzas (Mt 10.1; Lc 10.19). A veces le pedimos a Dios que actúe, cuando, de hecho, Él nos llama a emplear su autoridad actuando por medio de declaraciones divinamente autorizadas. Debemos declarar esa autoridad en nombre de Jesús: podemos ordenar que los fondos necesarios fluyan a nuestras manos, que la tormenta cese, que un demonio abandone a alguien, que una aflicción nos deje, o que una enfermedad desaparezca.

Las palabras de Jesús fueron: «Cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho» (Mc 11.23). ¡Cree en tu corazón que ya ha sido hecho! Con la unción de fe que Dios te da, proclámalo. Pero recuerda, los milagros nacen de la fe en el poder de Dios, no de un ritual, fórmula o fuerza de la voluntad humana.

9. ¿Cuál es el pecado imperdonable? (Mt 12.31)

El concepto de un pecado imperdonable ha sido fuente de dificultad para muchos, debido a que parece contradecir las enseñanzas bíblicas acerca de la gracia. Sabemos que la gracia de Dios perdona todo pecado, pero el Señor mencionó un pecado que no puede ser perdonado. Los líderes religiosos fueron a escuchar al Señor, pero se opusieron virtualmente a todo lo que éste decía. Cuando expulsaba demonios alegaban que lo hacía utilizando medios satánicos (Mt 12.24).

Estaban tan ciegos espiritualmente, que atribuían a Satanás la obra del Espíritu Santo. Aún más, rechazaban la acción del Espíritu Santo en sus propias vidas. En esencia, el Espíritu Santo estaba dando testimonio de que Jesús era el Hijo de Dios, que era Dios, mientras ellos repetían «no es Dios», «es agente de Satanás». Fue entonces cuando Jesús dijo: «Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; más la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada» (Mt 12.31).

Obviamente, el pecado imperdonable no consiste en decir algo desagradable sobre el Espíritu Santo. Los líderes religiosos de que se habla rechazaron completamente la revelación de Dios. Habían ido tan lejos en su impiedad, que rechazaron no sólo a Jesús, sino también al Espíritu Santo. Confundían el bien con el mal y el mal con el bien. ¡Llamaron Satanás al Espíritu de Dios!

Al rechazar a Jesús, la única fuente de perdón, nada se podía hacer por ellos. Una persona que rechaza a Jesucristo no puede recibir perdón, y esto es lo que ellos habían hecho.

Si quieres obedecer a Dios, pero estás preocupado con haber cometido el pecado imperdonable, de hecho no lo has cometido. Si alguien lo ha cometido hoy, debe ser uno con el corazón endurecido, que se ha vuelto contra Jesús, lo ha vilipendiado, y ha llegado a convertirse en un ser tan depravado que llama Satanás al Espíritu de Dios.

Cuestiones relacionadas con los tiempos postreros

10. ¿Cuándo vendrá Jesucristo de nuevo? (Mt 24.42)

Nadie puede decir, con cierto grado de certeza, cuándo regresa Jesús, porque Él declaró con toda claridad que ni aun los ángeles del cielo sabían el día (Mc 13.32). Nadie sabe qué día será, y el Hijo de Dios, cuando estaba en la tierra, tampoco lo sabía. Ese conocimiento, dijo el Señor Jesús, estaba reservado estrictamente al Padre.

Podemos observar algunas señales, o indicios, de que su regreso se aproxima (Mt 24.3; Lc 21.7). Jesús dijo que habría guerras y rumores de guerras, revoluciones, hambrunas, enfermedades y terremotos en diferentes lugares (Mt 24.6, 7; Lc 21.10, 11). Habrá un incremento de la agitación y la anarquía, y finalmente aparecerá el anticristo (2 Ts 2.3, 4). Junto con «el hombre de pecado» vendrá lo que se denomina la apostasía o la caída de la fe. Muchos creyentes experimentarán un enfriamiento de su fe (Mt 24.12). Habrá persecución de cristianos y un período de desorden general. Todas estas cosas están ya sucediendo con creciente frecuencia.

Muchos piensan que otro acontecimiento que debe suceder antes del retorno de Jesús es el restablecimiento del estado de Israel. El Israel histórico desapareció de la escena mundial hace muchos siglos, pero en 1948 se estableció un nuevo Israel. La reubicación de los judíos en Israel constituye una clara señal, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, de que nuestra era está por concluir (Lc 21.24). El 6 de junio de 1967, los judíos tomaron control de toda Jerusalén por primera vez desde que la ciudad fue capturada por Nabucodonosor en 586 a.C., lo cual indica que la era del poder mundial de los gentiles llega a su fin.

Sin embargo, Jesús dijo que algo importante que anunciaría su regreso sería la proclamación de su evangelio en todo el mundo (Mt 24.14).

Estas son las señales de los tiempos postreros. Siempre debemos estar preparados para el retorno del Señor, porque nadie sabe el día ni la hora en que ocurrirá.

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