CUESTIONES
FUNDAMENTALES ACERCA DE DIOS Y LA VIDA DE PODER EN SU REINO.
Las
siguientes treinta y ocho cruciales e interesantes preguntas han sido seleccionados
debido a la frecuencia con que se formulan y al valor educativo que encierran
las respuestas respectivas.
Preguntas sobre la
naturaleza de Dios y nuestra salvación
1.
¿Cómo es Dios? (Hch 17.23)
Los
teólogos han tratado de describir a Dios de muchas maneras. Dios es la
sustancia de todas las virtudes humanas. Es todo sabiduría y todo lo sabe.
Puede hacer todo lo que nosotros no podemos, y es depositario de todas las
bondades a que aspiramos. En otras palabras, Dios es omnipotente (todo lo
puede), omnisciente (todo lo sabe) y omnipresente (en todas partes).
Por
otra parte, podemos describir a Dios comparándolo con nuestras limitaciones
humanas. Por ejemplo, somos mortales, pero Dios es inmortal; somos falibles,
pero Él es infalible.
Dios
es espíritu eterno e imperecedero. No tiene principio ni fin. Tiene plena
conciencia de sí mismo («Yo soy»). Es plenamente moral y responsable
(«Hagamos»). Es la esencia del amor y ama. Es también un juez recto —totalmente
justo y fiel.
Dios
es el Padre de la creación, el hacedor de todo lo que existe. Es todopoderoso y
sostiene el Universo. Existe fuera del Universo (los teólogos llaman esto
trascendencia), aunque su presencia llena toda la creación (los teólogos dicen
que es inmanente), y la gobierna. Existe dentro de la naturaleza, pero no es la
naturaleza, ni está sujeto a sus leyes como dicen los panteístas. Es la fuente
de la vida y de todo lo que existe.
La
mejor descripción de Dios es el nombre que le reveló a los primeros israelitas,
Yahweh. Yahweh se traduce a veces como «Señor». Los especialistas creen que se
trata de un antiguo modo del verbo hebreo «ser», cuyo significado literal
sería: «Aquel gracias al cual existe (todo) lo que es».
2.
¿Qué dice la Biblia acerca de la Trinidad? (2 Co 13.14)
La
Trinidad es uno de los grandes misterios teológicos. Algunos piensan que como
somos monoteístas y creemos en un solo Dios, no podemos aceptar el concepto de
la Trinidad. Pero la Biblia enseña que la divinidad consiste en tres personas
—el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—, cada una de ellas plenamente Dios y
manifestación plena de la naturaleza divina (Lc 3.21, 22).
El
Padre es la persona central de la Trinidad, el Creador, la causa primera, la
idea original, el concepto de todo lo que ha sido y será creado. Jesús dijo:
«Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn 5.17).
El
Hijo es el «Logos» o expresión de Dios —el «Unigénito» del Padre— Él mismo es
Dios. Aún más, como Dios encarnado nos revela al Padre (Jn 14.9). El Hijo de
Dios es tanto el agente de la creación como el único Redentor de la humanidad.
El
Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, procede del Padre y es
adorado y glorificado junto al Padre y el Hijo. Inspiró las Escrituras, derrama
su poder sobre el pueblo de Dios, y «convence al mundo de pecado, de justicia y
de juicio» (Jn 16.8).
Las
tres Personas de la Deidad son eternas. El Padre existe y ha existido desde la
eternidad. Junto a Él siempre existió su expresión, el Hijo. Siempre el Padre
amó al Hijo y el Hijo amó y sirvió al Padre. En esta relación de amor está el
Espíritu de Dios, quien ha existido desde la eternidad. No es que el Padre
existiera primero, el Hijo después y por último el Espíritu. Los tres han sido
desde siempre, antes que nada existiese; tres Personas distintas en un solo
Dios. En la ocasión del bautismo de Jesús, las tres personas de la Trinidad
estaban presentes y actuantes. El Padre habló desde el cielo, el Hijo cumplía
toda justicia, y el Espíritu descendió sobre el Hijo como una paloma (Mt 3.16,
17).
La
Trinidad es un misterio que un día podrá ser comprendido con claridad. Por
ahora, sabemos que la Biblia habla de ella y Jesús la revela; la iglesia
cristiana desde el principio ha confesado y salvaguardado esta preciosa verdad
(1 Co 12.4–6; 2 Co 13.14; Ef 4.4–6; 2 Ts 2.13, 14).
3.
¿Qué debo hacer para ser salvo? (Jn 3.3)
Para
ser salvo debes darle la espalda al pecado, creer en la muerte y resurrección
de Jesús, y recibirlo como Señor y Salvador de tu vida.
Paso
a paso, trata de seguir el siguiente proceso. Primero, debes reflexionar sobre
tu vida y entonces abandonar todo aquello que contraría la voluntad de Dios.
Este alejarse de las actitudes egoístas y entregarse a Dios se llama
arrepentimiento (Mt 3.7–10; Hch 3.19).
Segundo,
debes reconocer que Jesús murió en la Cruz para perdonar tus pecados. Acéptalo
como Salvador para que te limpie de pecado, como el sustituto que pagó tus
culpas (Ro 5.9, 10; Tito 2.14).
Tercero,
debes pedirle que se convierta en el Señor de tu vida, reconociendo abierta y
públicamente que Jesús no solo es tu Salvador, sino tu Señor (1 Jn 2.23).
La
Biblia dice que a todos los que le recibieron les dio potestad de ser hechos
hijos de Dios (Jn 1.12). Así que, cuando le recibes y le abres tu corazón, se
introduce en él —en tu ser interior— por medio del Espíritu Santo, y comienza a
vivir en ti. Desde ese momento es tu privilegio y llamado confesar lo que Dios
ha hecho por tu vida (Ro 10.9).
4.
Si peco, ¿perderé mi salvación? (Heb 6.4–6)
Un
acto de pecado no te cuesta tu salvación. Hay quien dice que si pecas tras
haber aceptado a Jesús debes ser salvado otra vez. Pero esto no es lo que la
Biblia enseña.
¿Puedes
concebir que alguien adopte un niño y después lo lance a la calle porque comete
una falla cuando está aprendiendo a caminar? Cuando somos salvos, nos adoptan
como miembros de la familia de Dios. Debemos, llenos de amor, por un lado, y de
santo temor, por el otro, vivir vidas que le agraden. Pero la idea de que un
acto pecaminoso pueda hacer que alguien sea expulsado de la familia de Dios no
está en la Biblia (1 Jn 1.7, 9). Sin embargo, los pecados y rebeliones te
arrebatarán el gozo de la salvación. Cuando David pecó no se sintió gozoso,
porque se había rebelado contra Dios (Sal 51.12). Sus palabras de entonces
fueron: «Y no quites de mí tu santo Espíritu» (Sal 51.11). Aun cuando había
cometido adulterio y era responsable de la muerte de un inocente, esta frase
nos revela que todavía poseía el Espíritu Santo. Aunque fue castigado por su
pecado, Dios lo perdonó y amó cuando se arrepintió delante del Señor.
Si
uno persevera en el pecado, puede perderse la seguridad de la salvación, pero
ello no equivale a una perdida efectiva de ella. Cuando la Escritura dice:
«Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado», el
sentido de la frase en griego no es que el cristiano nunca comete pecado, sino
que no persevera en él, rehusando confesarlo y arrepentirse. Una persona nacida
del Espíritu de Dios será conducida al arrepentimiento cada vez que peque.
Aún
más, leemos en Hebreos 10.29 que si alguien menosprecia la sangre de Cristo y
renuncia a la salvación que ha recibido, entonces esa persona puede haberla
perdido del todo. Pero el mismo libro dice; «Pero en cuanto a vosotros, oh
amados, estamos persuadidos de cosas mejores» (Heb 6.9). Es muy difícil creer
que alguien que ha nacido de nuevo se aparte tanto de Dios. Pero podemos
preguntarnos: si somos nuevas criaturas en Cristo, ¿por qué conservamos la
capacidad de pecar después del nuevo nacimiento? La respuesta es que la
perfección cristiana espera por nosotros en el cielo (1 Co 15.54). Así pues,
quedamos unidos a Jesús en la salvación, pero somos transformados a su imagen y
semejanza progresivamente (2 Co 3.18). Nuestras vidas se transforman
paulatinamente, pero en ningún momento antes de la muerte el creyente alcanza
la perfección (1 Jn 1.8).
Preguntas
sobre la vida llena del Espíritu
5.
¿Cómo puedo recibir el bautismo del Espíritu Santo? (Hch 2.38, 39)
Debes
hacer una serie de cosas para recibir esta bendición. Primero, necesitas nacer
de nuevo. La persona que va a recibir la plenitud del Espíritu debe primero
permitirle morar en su vida y pertenecer a Jesús (Ro 8.9).
La
segunda cosa que debes hacer es pedirlo. La Biblia dice que, si invocamos el
Espíritu Santo, esa oración será contestada (Lc 11.8).
Lo
tercero es rendirte a Él. El apóstol Pablo lo explica claramente en el libro de
Romanos: «Que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo» (Ro 12.1).
En
cuarto lugar, debes disponerte a obedecer al Espíritu. Dios no le entrega este
poder a nadie para decirle entonces: «Puedes tomar lo que te convenga y dejar
lo demás». Si quieres ser sumergido en el Espíritu debes estar preparado a
obedecerle (Hch 5.32).
En
quinto lugar, necesitas creer. El apóstol Pablo dice: «¿Recibisteis el Espíritu
por las obras de la ley, o por el oír con fe?» (Gá 3.2). La respuesta,
obviamente, es la fe. Debes creer que si lo pides, lo recibirás.
Finalmente,
debes poner por obra lo que Dios te ha dado. Habiendo implorado, habiendo
recibido, habiéndote dispuesto a obedecer, y habiendo creído, debes responder a
la manera bíblica.
La
Biblia dice que quienes fueron bautizados con el Espíritu el día de Pentecostés
«comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen»
(Hch 2.4). Esto significa que decían lo que el Espíritu había puesto en su
boca. El Espíritu puso en sus labios las palabras, y los apóstoles y discípulos
las hicieron suyas. Su actuación estuvo inspirada en la fe, no constituyó una
mera respuesta pasiva ante aquella bendición. Así debe ser la relación con
Dios. Dios le ofrece el bautismo del Espíritu Santo a los seres humanos para
que lo reciban y gocen de sus bendiciones.
6.
¿Puedo vivir en santidad? (Mt 5.8)
Si
fuere imposible vivir en santidad, Dios no lo hubiera ordenado. El Señor dice:
«Santos seréis, porque santo soy yo Yahweh vuestro Dios» (Lv 19.2). Ser santo
significa ser separado para Dios. La santidad la define la propia naturaleza de
Dios. Ser apartados para Dios nos hace santos.
Las
buenas obras no nos hacen santos. Somos hechos santos por medio de la fe en el Cristo,
y también por fe somos salvos. Poco a poco, mientras crecemos y vivimos en el
Señor, nos parecemos más y más a Él (2 Co 3.18).
Si
ponemos nuestra vista en el Señor Jesús, pensamos en Jesús, estudiamos su vida,
oramos a Jesús, y buscamos seguir su ejemplo, nos pareceremos más a Él.
Comenzamos a pensar y actuar como Él. Nos asemejaremos a Él porque hemos sido
apartados para Él. Esta es la verdadera santidad.
Si
eres cristiano, dentro de diez años tu vida será considerablemente diferente de
lo que es ahora. Tus motivos y deseos serán cada día más elevados, en la medida
que te acerques a Él.
Jesús
dice: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt
5.8). Podemos alcanzar cierto grado de pureza en esta vida. Pero ella viene de
Dios, a medida que crecemos en la fe y nos acercamos cada día más a Él. Aunque
la perfección no se alcanza completamente en esta vida, debemos buscarla y
aspirar a ella en todo momento, porque la madurez cristiana y la santidad
forman parte de la vida de los hijos e hijas de Dios responsables. La santidad
es también práctica. La madurez en la santidad se observa en aquellos que han
dejado de preocuparse por sus propias necesidades y se han identificado
totalmente, dentro de la visión global de su Padre, con la tarea de transformar
un mundo herido. La santidad engendra la actitud madura que nos impulsa a
convertirnos en instrumentos de Cristo, para cumplir con los anhelos de la
oración del Señor (Mt 6.10).
7.
¿Cómo puedo conocer la voluntad del Señor? (Ro 12.2)
La
mejor manera de conocer la voluntad de Dios es familiarizarse con la Biblia.
Esto es así porque todo lo que necesitas saber sobre la voluntad divina está en
la Biblia. Si llegas a conocer la Palabra de Dios y la comprendes, puedes
conocer su voluntad (Sal 119.6, 7, 9, 105).
Otra
forma de conocer la voluntad de Dios es por medio de la oración, momento en que
entras en comunión con Él y descubres lo que le agrada. La Biblia dice: «Y la
paz de Dios gobierne en vuestros corazones» (Col 3.15). Esto significa que la
paz de Dios es como un regulador, de manera que cuando violas la voluntad
divina, su paz te abandona, experimentas una efervescencia interior, e
inmediatamente descubres que estás haciendo algo contra su voluntad. Conocer la
Palabra de Dios, y la paz que nace de una íntima relación con Él, es la mejor
manera de saber cuál es su voluntad (Jn 15.4).
Sin
embargo, también es verdad que Dios nos muestra su voluntad de muchas otras
maneras. Lo hace por medio de consejeros consagrados (Pr 19.20; 20.18; 24.6).
También podemos discernir la voluntad de Dios en parte por las circunstancias;
por medio de la voz interior del Espíritu de Dios que nos habla; o a través de
visiones o sueños (Is 1.1; Hch 2.17). El Señor nos revela su voluntad de varias
maneras.
Lo
importante es estar seguros de que hemos puesto nuestra vida en sus manos y
estamos listos a hacer lo que nos pida. Si nos proponemos cumplir con su
voluntad, sabremos cuáles son sus planes.
Por
último, a la gente que no es capaz de discernir las directrices positivas de
Dios, les recomiendo seguir el método «negativo» de orientación. Decir: «Padre,
por encima de todo quiero hacer tu voluntad. Ayúdame a no salirme de tu plan y
propósito para mi vida». Tal forma de entrega nos garantiza su guía (Pr 3.5,
6).
8.
¿Cómo orar para que ocurra un milagro? (Mt 17.20)
Cuando
frente a una gran necesidad, tanto nuestra como de otros, debemos humildemente
buscar la voluntad de Dios sobre esa cuestión: «Padre, ¿qué te propones hacer
en esta situación?» Jesús dijo: «Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo»
(Jn 5.17). Escuchó la voz del Padre, y le puso atención. Cuida de no comenzar y
terminar oración alguna diciendo torpemente: «Si es tu voluntad». En lugar de
ello, debes tratar de conocer la voluntad de Dios en cada situación particular
y basar en ella tu oración. Orar por un milagro constituye una invitación al
Espíritu Santo para que se manifieste. Cuando ese es su propósito, Él te lo
hará saber. Entonces puedes pedirle el milagro que ya sabes desea llevar a
cabo.
A
menudo es importante utilizar algo clave para implorar un milagro: la palabra
hablada. Dios nos ha dado autoridad sobre la enfermedad, los demonios, las
tormentas y las finanzas (Mt 10.1; Lc 10.19). A veces le pedimos a Dios que
actúe, cuando, de hecho, Él nos llama a emplear su autoridad actuando por medio
de declaraciones divinamente autorizadas. Debemos declarar esa autoridad en
nombre de Jesús: podemos ordenar que los fondos necesarios fluyan a nuestras
manos, que la tormenta cese, que un demonio abandone a alguien, que una
aflicción nos deje, o que una enfermedad desaparezca.
Las
palabras de Jesús fueron: «Cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate
en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice,
lo que diga le será hecho» (Mc 11.23). ¡Cree en tu corazón que ya ha sido
hecho! Con la unción de fe que Dios te da, proclámalo. Pero recuerda, los
milagros nacen de la fe en el poder de Dios, no de un ritual, fórmula o fuerza
de la voluntad humana.
9.
¿Cuál es el pecado imperdonable? (Mt 12.31)
El
concepto de un pecado imperdonable ha sido fuente de dificultad para muchos,
debido a que parece contradecir las enseñanzas bíblicas acerca de la gracia.
Sabemos que la gracia de Dios perdona todo pecado, pero el Señor mencionó un
pecado que no puede ser perdonado. Los líderes religiosos fueron a escuchar al
Señor, pero se opusieron virtualmente a todo lo que éste decía. Cuando
expulsaba demonios alegaban que lo hacía utilizando medios satánicos (Mt
12.24).
Estaban
tan ciegos espiritualmente, que atribuían a Satanás la obra del Espíritu Santo.
Aún más, rechazaban la acción del Espíritu Santo en sus propias vidas. En
esencia, el Espíritu Santo estaba dando testimonio de que Jesús era el Hijo de
Dios, que era Dios, mientras ellos repetían «no es Dios», «es agente de
Satanás». Fue entonces cuando Jesús dijo: «Todo pecado y blasfemia será
perdonado a los hombres; más la blasfemia contra el Espíritu no les será
perdonada» (Mt 12.31).
Obviamente,
el pecado imperdonable no consiste en decir algo desagradable sobre el Espíritu
Santo. Los líderes religiosos de que se habla rechazaron completamente la
revelación de Dios. Habían ido tan lejos en su impiedad, que rechazaron no sólo
a Jesús, sino también al Espíritu Santo. Confundían el bien con el mal y el mal
con el bien. ¡Llamaron Satanás al Espíritu de Dios!
Al
rechazar a Jesús, la única fuente de perdón, nada se podía hacer por ellos. Una
persona que rechaza a Jesucristo no puede recibir perdón, y esto es lo que
ellos habían hecho.
Si
quieres obedecer a Dios, pero estás preocupado con haber cometido el pecado
imperdonable, de hecho no lo has cometido. Si alguien lo ha cometido hoy, debe
ser uno con el corazón endurecido, que se ha vuelto contra Jesús, lo ha
vilipendiado, y ha llegado a convertirse en un ser tan depravado que llama
Satanás al Espíritu de Dios.
Cuestiones
relacionadas con los tiempos postreros
10.
¿Cuándo vendrá Jesucristo de nuevo? (Mt 24.42)
Nadie
puede decir, con cierto grado de certeza, cuándo regresa Jesús, porque Él
declaró con toda claridad que ni aun los ángeles del cielo sabían el día (Mc
13.32). Nadie sabe qué día será, y el Hijo de Dios, cuando estaba en la tierra,
tampoco lo sabía. Ese conocimiento, dijo el Señor Jesús, estaba reservado
estrictamente al Padre.
Podemos
observar algunas señales, o indicios, de que su regreso se aproxima (Mt 24.3;
Lc 21.7). Jesús dijo que habría guerras y rumores de guerras, revoluciones,
hambrunas, enfermedades y terremotos en diferentes lugares (Mt 24.6, 7; Lc
21.10, 11). Habrá un incremento de la agitación y la anarquía, y finalmente
aparecerá el anticristo (2 Ts 2.3, 4). Junto con «el hombre de pecado» vendrá
lo que se denomina la apostasía o la caída de la fe. Muchos creyentes
experimentarán un enfriamiento de su fe (Mt 24.12). Habrá persecución de
cristianos y un período de desorden general. Todas estas cosas están ya
sucediendo con creciente frecuencia.
Muchos
piensan que otro acontecimiento que debe suceder antes del retorno de Jesús es
el restablecimiento del estado de Israel. El Israel histórico desapareció de la
escena mundial hace muchos siglos, pero en 1948 se estableció un nuevo Israel.
La reubicación de los judíos en Israel constituye una clara señal, tanto en el
Antiguo Testamento como en el Nuevo, de que nuestra era está por concluir (Lc
21.24). El 6 de junio de 1967, los judíos tomaron control de toda Jerusalén por
primera vez desde que la ciudad fue capturada por Nabucodonosor en 586 a.C., lo
cual indica que la era del poder mundial de los gentiles llega a su fin.
Sin
embargo, Jesús dijo que algo importante que anunciaría su regreso sería la
proclamación de su evangelio en todo el mundo (Mt 24.14).
Estas
son las señales de los tiempos postreros. Siempre debemos estar preparados para
el retorno del Señor, porque nadie sabe el día ni la hora en que ocurrirá.
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