lunes, 13 de enero de 2020

RESPUESTAS ESPIRITUALES A PREGUNTAS DIFÍCILES (3 Parte)



CUESTIONES FUNDAMENTALES ACERCA DE DIOS Y LA VIDA DE PODER EN SU REINO.

Cuestiones de ética y moral

21. ¿Tienen las personas que ser pobres para ser santas? (Lc 18.22)

Se ha enseñado durante muchos años que la santidad y la pobreza van juntas. El apóstol Pablo dice: «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia». Entonces añadió: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Flp 4.12, 13).

Puedes ser tan santo cuando tu situación financiera es confortable como cuando eres pobre. Quizás sea más fácil clamar a Dios cuando se está en necesidad. Pero si los cristianos santifican a Dios en sus corazones más allá de las preocupaciones materiales, deben ser capaces de vivir por encima de las circunstancias que los rodean, ya sean éstas de prosperidad o pobreza.

La pobreza es una maldición, no una bendición. No es ciertamente sinónimo de rectitud. A veces es producto de los horrores de la guerra, de un gobierno injusto o poco previsor; en ocasiones es resultado de la opresión de los ambiciosos y egoístas, o de la desobediencia humana a los mandamientos divinos, o de ignorar los principios que encierran las bendiciones de Dios. A veces la pobreza temporal es el resultado de un ataque satánico o de una seria e inexplicable calamidad. Cualquiera sea su causa, pobreza y santidad no son equivalentes.

Algunos hacen voluntariamente un voto de pobreza para poder entregarse completamente a Dios. En tal situación, la pobreza se convierte en una bendición para esas personas, debido a que han renunciado a todos sus bienes materiales para servir al Señor. Sin embargo, la simple pobreza no constituye una señal de santidad. Por supuesto, lo mismo puede decirse de la riqueza. Los santos son aquellos que están contentos allí donde Dios los ha situado, y sirven al Señor de todo corazón, independientemente de las circunstancias materiales que los rodean (1 Ti 6.6, 17–19).

22. ¿Cómo perdono a mis enemigos? (Mt 5.43, 44)

El primer paso para perdonar es reconocer tu resentimiento contra un enemigo. Debes identificar al enemigo y lo que ha hecho para herirte. Entonces debes decir: «Lo perdono por las siguientes ofensas». Entonces arrepiéntete de lo que sientes y pídele a Dios que te perdone, como dijo Jesús (Lc 11.4).

Después de eso, ora fervientemente por el bien de tu enemigo. Jesús nos dijo que orásemos por nuestros enemigos y que ello nos ayudaría a amarlos (Mt 5.43–48). Cuando oras por tus enemigos, le pides a Dios que se manifieste ante ellos y llene sus necesidades, estás venciendo con el bien el mal. En lugar de llenar tu mente de pensamientos negativos, aliméntala con pensamientos positivos sobre el amor de Dios hacia esa persona. Si Dios responde a tu oración, como es tu deseo, la persona por la que oras será bendecida, y recibirás una lección sobre la redención, el más alto exponente del perdón divino (Mt 18.21–35). Si pides a Dios que bendiga a alguien que te ha herido, ¡el resultado será un pecador arrepentido y un nuevo hermano o hermana en el Señor!

23. ¿Cómo abandonar la bebida y la drogadicción? (Ro 13.13, 14)

En cualquiera de estos dos casos una persona debe reflexionar sobre la conducta a seguir. No creo en el abandono paulatino de los cigarrillos, los narcóticos o el alcohol. Con estas cosas hay que romper de forma total. Ello significa que debes romper con todo lo que pueda tentarte (Ro 13.13, 14).

En mi caso, cuando encontré a Jesús, derramé una botella de licor de gran precio, para sorpresa de mi esposa, la cual todavía no había tomado la misma decisión. Ese momento fue decisivo para mí: no bebería más. Pienso que este es el caso de cualquier hábito que una persona considere pecaminoso. Ella o él deben decir: «Pues bien, esta fue la última vez. Se acabó». Y de ese momento en adelante, pídele a Dios que te ayude.

Debes confesar que has estado haciendo algo que consideras perjudicial, y que has estado profanando el templo de Dios (1 Co 6.19, 20). Debes decirle a Dios que deseas y necesitas su perdón y salvación. Debes renunciar a tu hábito y expulsar de tu cuerpo el espíritu del alcohol, los narcóticos o la nicotina. Ordénale que salga y decide que, con la ayuda de Dios, nunca más fumarás un cigarrillo, usarás la marihuana o recaerás en cualquiera de los malos hábitos que has abandonado.

Después de eso, no te reúnas con aquellos que te indujeron a adquirir esos vicios, ni con quienes puedan intentar hacerte volver atrás. Quizás sea difícil, pero es necesario. En su lugar, debes buscar nuevas amistades, preferiblemente cristianas, que hayan abandonado esos mismos hábitos y puedan apoyar tu decisión en esos difíciles momentos.

Toma alrededor de treinta días adquirir un nuevo hábito. Pasará aproximadamente el mismo lapso de tiempo antes que el cuerpo quede libre de venenos o sustancias químicas que provocan dependencia. Mantente lleno del Espíritu Santo. Reemplaza aquello que te ha esclavizado con la nueva experiencia de la plenitud del Espíritu (Ef 5.18).

24. ¿Hay algo de malo en los juegos de azar? (Lc 4.12)

Según la Biblia, se echaban suertes para determinar la voluntad de Dios (Lv 16.7–10; Jn 1.7; Hch 1.24–26). En el antiguo Israel se creía que Dios controlaba los dados y que de esa manera hablaría a su pueblo. Como no existe eso que llaman suerte, y Dios tiene en sus manos todas las cosas, cuando alguien toma dinero de Dios (porque todo lo que tenemos pertenece a Dios) y lo apuesta a la ruleta, o a las cartas, está metiéndose en un problema. Con ello está diciendo: «Señor, arriesgo tu dinero y mi fe, ¡en la esperanza de que la suerte me favorezca! Cuando actúas de esa manera, pones a Dios a prueba. Lo tientas, y eso es pecado (Dt 6.16; Lc 4.10–12).

El juego puede destruir a una persona, convirtiéndose en una obsesión y en algo que crea dependencia, al igual que el alcohol. El jugador habitual arruina a su familia y su vida, y hay quien ha robado para poder jugar. El juego puede convertirse en una enfermedad, la cual ha destruido a decenas de miles de personas.

La indulgencia con el juego en nuestra sociedad le inculca a la gente que la fama, el éxito y la fortuna se pueden obtener sin trabajar ni esforzarse. Las virtudes de la industria, las artes, la inversión inteligente y la constancia son minadas por este vicio, que abre paso a la ambición, la codicia, la avaricia, la pereza y la mentalidad de vivir el momento. ¡Qué triste es contemplar cómo algunas legislaturas vinculan sus futuros presupuestos a la lotería y el juego legalizado, prácticas que socavan las virtudes ciudadanas necesarias para alcanzar el desarrollo económico y la prosperidad!

Cuestiones en torno a lo demoníaco

25. ¿Qué es un demonio? (Mc 5.2–5)

Un demonio es un ángel caído. Cuando Satanás, que era el ángel de más elevado rango, se rebeló contra Dios, arrastró a un gran número de seres como él (Is 14.12–15; Ap 12.3, 4). Cuando la rebelión fracasó, fueron expulsados del cielo. Los ángeles ahora son demonios. Al igual que los ángeles son capaces de alcanzar las cumbres de la espiritualidad, los demonios alcanzan el más profundo abismo del odio, el rencor y la perversión. Los demonios atormentan a las personas, las poseen, y las apartan de Dios y su verdad (Mc 5.2–5; Hch 13.6–12).

Aunque la lascivia, la homosexualidad, la embriaguez y la maledicencia son expresiones pecaminosas de la carne, también pueden constituir manifestaciones demoníacas. Las perversiones sexuales, como el sadomasoquismo y la pedofilia, tienen raíces demoníacas. De forma similar, la esquizofrenia es una enfermedad mental, pero también puede ser causada por la posesión demoníaca.
Así como los ángeles tienen arcángeles y potencias superiores los demonios tienen lo que se llama «principados y potestades». Es posible que varios príncipes demoníacos estén a cargo de regiones y ciudades específicas de la tierra.

Hay un conflicto en el mundo invisible entre los leales mensajeros de Dios y las huestes de demonios. De alguna manera, dentro del maravilloso orden por Él creado, Dios utiliza las oraciones de su pueblo para restringir la actividad demoníaca y dirigir las acciones de los ángeles a fin de controlar las potencias del mal (véase Dn 10).

26. ¿Qué poder tienen los cristianos sobre los demonios? (Mt 10.8)

La Biblia dice: «Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Jn 4.4). El creyente en Cristo, en posesión del Espíritu Santo, tiene poder sobre todos los demonios. Cuando Jesucristo envió a sus apóstoles en su misión, dijo que les daba autoridad (exousia) sobre toda fuerza (dunamys) del enemigo (Lc 10.19). La autoridad de Jesús es mayor que el poder satánico. Cuando los discípulos dijeron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre», Jesús replicó: «Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lc 10.17, 20). El creyente en Cristo posee ilimitada autoridad sobre los demonios cuando invoca el nombre de Jesús, pero ella no es comparable con la gloria y la autoridad que conoceremos en el cielo.

27. ¿Qué es exorcismo? (Hch 19.13)

Exorcismo es ordenar, en el nombre de Jesús, que un demonio salga de un individuo, una casa, o dondequiera que esté. Se realiza por medio de la palabra hablada, en el nombre de Jesús, a través del poder del Espíritu Santo, y se lleva a cabo de forma simple y rápida (Hch 16.16–18).

La persona que ejecuta el exorcismo debe estar llena del Espíritu de Dios. No debe mantener oculto en su vida ningún pecado, porque el demonio se aprovechará de cualquier debilidad (Hch 19.13–16). De manera que debe ser alguien despojado de motivos mezquinos, impurezas sexuales, avaricia y cualquier cosa con que pueda acusarlo el demonio, quien es el acusador de los hermanos.

Otra precaución: La gente no debe buscar demonios o inventar demonios allí donde no los hay. El creyente debe estar preparado para enfrentarse a ellos cuando sea necesario, pero no propiciar este tipo de encuentro.

28. ¿Qué de las sectas del control de la mente o la ciencia de la mente? (Col 2.8)

Esas sectas se centran en el concepto de una «conciencia universal» que hace a los seres humanos: 1) parte de una conciencia infinita y eterna; 2) divinos, en esencia; 3) inmortales a través de varias formas (reencarnación y otras cosas por el estilo); 4) capaces de comunicarse con los muertos y otros espíritus; y 5) capaces de recibir energía por medio de ejercicios síquicos o físicos a fin de trascender la naturaleza, descifrar misterios, e influir sobre sus propios destinos o la vida de quienes los rodean.

Estos grupos, en nombre de la «investigación y la ilustración», «las investigaciones síquicas», la «meditación trascendental», el «yoga», y otras prácticas, no están estableciendo contacto con la «conciencia de Dios», ni con los poderes síquicos, sino con Satanás y los demonios.

La palabra griega psuche se traduce «alma», y de ahí deriva el término psique. Muchos de estos grupos se ocupan de los fenómenos síquicos o del alma. Primera de Corintios 2.14 dice que la persona psuchikos, dominada por el alma («hombre natural»), no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son locura. Las enseñanzas sobre el control de la mente o del Movimiento de la Nueva Era apelan todas al hombre síquico, porque no requieren que éste se arrepienta o nazca de nuevo (Jn 3.3, 5). Un concepto prevaleciente en el seno de estos grupos es que, si una persona alcanza suficientes conocimientos, puede dominar o controlar los acontecimientos, porque forma parte de Dios, o es dios.

Debemos recordar que el mundo del alma es el ámbito de los demonios. Los demonios pueden entrar, y a menudo lo hacen, en la esfera de la sique. La gente que mantiene contactos con los muertos o «el más allá» no están escuchando los mensajes de conciencia universal alguna, sino de los demonios. Los demonios se mueven por detrás de ciertas religiones orientales, así como se ocultan tras este tipo de doctrinas sobre el control de la mente.

Cuestiones relacionadas con las leyes del Reino de Dios

29. ¿Qué es el Reino de Dios? (Lc 17.21)

Un reino es el lugar donde gobierna un monarca. El Reino de Dios está allí donde el Señor reina sobre la vida de las personas. El Reino de Dios no es visible porque Él no lo es. Se trata de un Reino espiritual, no de uno visible. Jesucristo dijo: «El reino de Dios está entre vosotros» (Lc 17.21).

Jesús nos enseñó, en la oración del Señor, a elevar a Dios la siguiente petición: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt 6.10). Esta oración muestra la importancia que concedió Jesús al Reino de Dios. ¿No podemos afirmar que el Reino de Dios vendrá cuando su voluntad se respete en la tierra como se respeta en los cielos, cuando el mundo visible refleje por completo al mundo invisible? Pienso que sí. En el Reino de Dios todas las cosas están sujetas al poder divino, al instante, sin dilación. En el mundo visible se resiste la voluntad de Dios.

El Reino de Dios es eterno. Por el momento se trata de un reino invisible que está entre nosotros. Dondequiera que se reúnan dos que honran a Jesucristo, el Rey, y dondequiera que se halle su Espíritu, allí está el Reino de Dios.

30. ¿Cuál es la mayor de las virtudes en el Reino? (Mt 18.1–4)

Si la soberbia es el mayor de los pecados (y lo es), la humildad debe ser la mayor virtud. La humildad es la que me permite reconocer que Dios reclama mi vida, que soy una criatura mortal y falible y que Él es el dueño del universo. La humildad es la que me hace decir: «Soy un pecador, necesito ser salvo». En la humildad está el origen de toda sabiduría (Pr 22.4). Las verdades del Reino solamente son percibidas por los humildes. Ningún soberbio recibirá nunca nada de Dios, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Stg 4.6). Los humildes reciben la gracia de Dios y los secretos del Reino, porque vienen a Él como mendigos. Jesucristo dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5.3).

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