CUESTIONES
FUNDAMENTALES ACERCA DE DIOS Y LA VIDA DE PODER EN SU REINO.
Cuestiones
de ética y moral
21. ¿Tienen las personas que ser
pobres para ser santas? (Lc 18.22)
Se
ha enseñado durante muchos años que la santidad y la pobreza van juntas. El
apóstol Pablo dice: «Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia». Entonces
añadió: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Flp 4.12, 13).
Puedes
ser tan santo cuando tu situación financiera es confortable como cuando eres
pobre. Quizás sea más fácil clamar a Dios cuando se está en necesidad. Pero si
los cristianos santifican a Dios en sus corazones más allá de las
preocupaciones materiales, deben ser capaces de vivir por encima de las
circunstancias que los rodean, ya sean éstas de prosperidad o pobreza.
La pobreza es una
maldición, no una bendición. No es ciertamente sinónimo de rectitud. A veces es
producto de los horrores de la guerra, de un gobierno injusto o poco previsor;
en ocasiones es resultado de la opresión de los ambiciosos y egoístas, o de la
desobediencia humana a los mandamientos divinos, o de ignorar los principios
que encierran las bendiciones de Dios. A veces la pobreza temporal es el
resultado de un ataque satánico o de una seria e inexplicable calamidad.
Cualquiera sea su causa, pobreza y santidad no son equivalentes.
Algunos
hacen voluntariamente un voto de pobreza para poder entregarse completamente a
Dios. En tal situación, la pobreza se convierte en una bendición para esas
personas, debido a que han renunciado a todos sus bienes materiales para servir
al Señor. Sin embargo, la simple pobreza no constituye una señal de santidad.
Por supuesto, lo mismo puede decirse de la riqueza. Los santos son aquellos que
están contentos allí donde Dios los ha situado, y sirven al Señor de todo
corazón, independientemente de las circunstancias materiales que los rodean (1
Ti 6.6, 17–19).
22. ¿Cómo perdono a mis enemigos?
(Mt 5.43, 44)
El
primer paso para perdonar es reconocer tu resentimiento contra un enemigo.
Debes identificar al enemigo y lo que ha hecho para herirte. Entonces debes
decir: «Lo perdono por las siguientes ofensas». Entonces arrepiéntete de lo que
sientes y pídele a Dios que te perdone, como dijo Jesús (Lc 11.4).
Después
de eso, ora fervientemente por el bien de tu enemigo. Jesús nos dijo que
orásemos por nuestros enemigos y que ello nos ayudaría a amarlos (Mt 5.43–48).
Cuando oras por tus enemigos, le pides a Dios que se manifieste ante ellos y
llene sus necesidades, estás venciendo con el bien el mal. En lugar de llenar
tu mente de pensamientos negativos, aliméntala con pensamientos positivos sobre
el amor de Dios hacia esa persona. Si Dios responde a tu oración, como es tu
deseo, la persona por la que oras será bendecida, y recibirás una lección sobre
la redención, el más alto exponente del perdón divino (Mt 18.21–35). Si pides a
Dios que bendiga a alguien que te ha herido, ¡el resultado será un pecador
arrepentido y un nuevo hermano o hermana en el Señor!
23. ¿Cómo abandonar la bebida y la
drogadicción? (Ro 13.13, 14)
En
cualquiera de estos dos casos una persona debe reflexionar sobre la conducta a
seguir. No creo en el abandono paulatino de los cigarrillos, los narcóticos o
el alcohol. Con estas cosas hay que romper de forma total. Ello significa que
debes romper con todo lo que pueda tentarte (Ro 13.13, 14).
En
mi caso, cuando encontré a Jesús, derramé una botella de licor de gran precio,
para sorpresa de mi esposa, la cual todavía no había tomado la misma decisión.
Ese momento fue decisivo para mí: no bebería más. Pienso que este es el caso de
cualquier hábito que una persona considere pecaminoso. Ella o él deben decir:
«Pues bien, esta fue la última vez. Se acabó». Y de ese momento en adelante,
pídele a Dios que te ayude.
Debes
confesar que has estado haciendo algo que consideras perjudicial, y que has
estado profanando el templo de Dios (1 Co 6.19, 20). Debes decirle a Dios que
deseas y necesitas su perdón y salvación. Debes renunciar a tu hábito y
expulsar de tu cuerpo el espíritu del alcohol, los narcóticos o la nicotina.
Ordénale que salga y decide que, con la ayuda de Dios, nunca más fumarás un
cigarrillo, usarás la marihuana o recaerás en cualquiera de los malos hábitos
que has abandonado.
Después
de eso, no te reúnas con aquellos que te indujeron a adquirir esos vicios, ni
con quienes puedan intentar hacerte volver atrás. Quizás sea difícil, pero es
necesario. En su lugar, debes buscar nuevas amistades, preferiblemente
cristianas, que hayan abandonado esos mismos hábitos y puedan apoyar tu
decisión en esos difíciles momentos.
Toma
alrededor de treinta días adquirir un nuevo hábito. Pasará aproximadamente el
mismo lapso de tiempo antes que el cuerpo quede libre de venenos o sustancias
químicas que provocan dependencia. Mantente lleno del Espíritu Santo. Reemplaza
aquello que te ha esclavizado con la nueva experiencia de la plenitud del
Espíritu (Ef 5.18).
24. ¿Hay algo de malo en los juegos
de azar? (Lc 4.12)
Según
la Biblia, se echaban suertes para determinar la voluntad de Dios (Lv 16.7–10;
Jn 1.7; Hch 1.24–26). En el antiguo Israel se creía que Dios controlaba los
dados y que de esa manera hablaría a su pueblo. Como no existe eso que llaman
suerte, y Dios tiene en sus manos todas las cosas, cuando alguien toma dinero
de Dios (porque todo lo que tenemos pertenece a Dios) y lo apuesta a la ruleta,
o a las cartas, está metiéndose en un problema. Con ello está diciendo: «Señor,
arriesgo tu dinero y mi fe, ¡en la esperanza de que la suerte me favorezca!
Cuando actúas de esa manera, pones a Dios a prueba. Lo tientas, y eso es pecado
(Dt 6.16; Lc 4.10–12).
El
juego puede destruir a una persona, convirtiéndose en una obsesión y en algo
que crea dependencia, al igual que el alcohol. El jugador habitual arruina a su
familia y su vida, y hay quien ha robado para poder jugar. El juego puede
convertirse en una enfermedad, la cual ha destruido a decenas de miles de
personas.
La
indulgencia con el juego en nuestra sociedad le inculca a la gente que la fama,
el éxito y la fortuna se pueden obtener sin trabajar ni esforzarse. Las
virtudes de la industria, las artes, la inversión inteligente y la constancia
son minadas por este vicio, que abre paso a la ambición, la codicia, la
avaricia, la pereza y la mentalidad de vivir el momento. ¡Qué triste es
contemplar cómo algunas legislaturas vinculan sus futuros presupuestos a la
lotería y el juego legalizado, prácticas que socavan las virtudes ciudadanas
necesarias para alcanzar el desarrollo económico y la prosperidad!
Cuestiones en torno a lo demoníaco
25. ¿Qué es un demonio? (Mc 5.2–5)
Un
demonio es un ángel caído. Cuando Satanás, que era el ángel de más elevado
rango, se rebeló contra Dios, arrastró a un gran número de seres como él (Is
14.12–15; Ap 12.3, 4). Cuando la rebelión fracasó, fueron expulsados del cielo.
Los ángeles ahora son demonios. Al igual que los ángeles son capaces de
alcanzar las cumbres de la espiritualidad, los demonios alcanzan el más
profundo abismo del odio, el rencor y la perversión. Los demonios atormentan a
las personas, las poseen, y las apartan de Dios y su verdad (Mc 5.2–5; Hch
13.6–12).
Aunque
la lascivia, la homosexualidad, la embriaguez y la maledicencia son expresiones
pecaminosas de la carne, también pueden constituir manifestaciones demoníacas.
Las perversiones sexuales, como el sadomasoquismo y la pedofilia, tienen raíces
demoníacas. De forma similar, la esquizofrenia es una enfermedad mental, pero
también puede ser causada por la posesión demoníaca.
Así
como los ángeles tienen arcángeles y potencias superiores los demonios tienen
lo que se llama «principados y potestades». Es posible que varios príncipes
demoníacos estén a cargo de regiones y ciudades específicas de la tierra.
Hay
un conflicto en el mundo invisible entre los leales mensajeros de Dios y las
huestes de demonios. De alguna manera, dentro del maravilloso orden por Él
creado, Dios utiliza las oraciones de su pueblo para restringir la actividad
demoníaca y dirigir las acciones de los ángeles a fin de controlar las
potencias del mal (véase Dn 10).
26. ¿Qué poder tienen los
cristianos sobre los demonios? (Mt 10.8)
La
Biblia dice: «Porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el
mundo» (1 Jn 4.4). El creyente en Cristo, en posesión del Espíritu Santo, tiene
poder sobre todos los demonios. Cuando Jesucristo envió a sus apóstoles en su
misión, dijo que les daba autoridad (exousia) sobre toda fuerza (dunamys) del
enemigo (Lc 10.19). La autoridad de Jesús es mayor que el poder satánico.
Cuando los discípulos dijeron: «Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre», Jesús replicó: «Pero no os regocijéis de que los espíritus se os
sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos»
(Lc 10.17, 20). El creyente en Cristo posee ilimitada autoridad sobre los
demonios cuando invoca el nombre de Jesús, pero ella no es comparable con la
gloria y la autoridad que conoceremos en el cielo.
27. ¿Qué es exorcismo? (Hch 19.13)
Exorcismo
es ordenar, en el nombre de Jesús, que un demonio salga de un individuo, una
casa, o dondequiera que esté. Se realiza por medio de la palabra hablada, en el
nombre de Jesús, a través del poder del Espíritu Santo, y se lleva a cabo de
forma simple y rápida (Hch 16.16–18).
La
persona que ejecuta el exorcismo debe estar llena del Espíritu de Dios. No debe
mantener oculto en su vida ningún pecado, porque el demonio se aprovechará de
cualquier debilidad (Hch 19.13–16). De manera que debe ser alguien despojado de
motivos mezquinos, impurezas sexuales, avaricia y cualquier cosa con que pueda
acusarlo el demonio, quien es el acusador de los hermanos.
Otra
precaución: La gente no debe buscar demonios o inventar demonios allí donde no
los hay. El creyente debe estar preparado para enfrentarse a ellos cuando sea
necesario, pero no propiciar este tipo de encuentro.
28. ¿Qué de las sectas del control
de la mente o la ciencia de la mente? (Col 2.8)
Esas
sectas se centran en el concepto de una «conciencia universal» que hace a los
seres humanos: 1) parte de una conciencia infinita y eterna; 2) divinos, en
esencia; 3) inmortales a través de varias formas (reencarnación y otras cosas
por el estilo); 4) capaces de comunicarse con los muertos y otros espíritus; y
5) capaces de recibir energía por medio de ejercicios síquicos o físicos a fin
de trascender la naturaleza, descifrar misterios, e influir sobre sus propios
destinos o la vida de quienes los rodean.
Estos
grupos, en nombre de la «investigación y la ilustración», «las investigaciones
síquicas», la «meditación trascendental», el «yoga», y otras prácticas, no
están estableciendo contacto con la «conciencia de Dios», ni con los poderes
síquicos, sino con Satanás y los demonios.
La
palabra griega psuche se traduce «alma», y de ahí deriva el término psique.
Muchos de estos grupos se ocupan de los fenómenos síquicos o del alma. Primera
de Corintios 2.14 dice que la persona psuchikos, dominada por el alma («hombre
natural»), no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque le son
locura. Las enseñanzas sobre el control de la mente o del Movimiento de la
Nueva Era apelan todas al hombre síquico, porque no requieren que éste se
arrepienta o nazca de nuevo (Jn 3.3, 5). Un concepto prevaleciente en el seno
de estos grupos es que, si una persona alcanza suficientes conocimientos, puede
dominar o controlar los acontecimientos, porque forma parte de Dios, o es dios.
Debemos
recordar que el mundo del alma es el ámbito de los demonios. Los demonios
pueden entrar, y a menudo lo hacen, en la esfera de la sique. La gente que
mantiene contactos con los muertos o «el más allá» no están escuchando los
mensajes de conciencia universal alguna, sino de los demonios. Los demonios se
mueven por detrás de ciertas religiones orientales, así como se ocultan tras
este tipo de doctrinas sobre el control de la mente.
Cuestiones
relacionadas con las leyes del Reino de Dios
29. ¿Qué es el Reino de Dios? (Lc
17.21)
Un
reino es el lugar donde gobierna un monarca. El Reino de Dios está allí donde
el Señor reina sobre la vida de las personas. El Reino de Dios no es visible
porque Él no lo es. Se trata de un Reino espiritual, no de uno visible. Jesucristo
dijo: «El reino de Dios está entre vosotros» (Lc 17.21).
Jesús
nos enseñó, en la oración del Señor, a elevar a Dios la siguiente petición:
«Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la
tierra» (Mt 6.10). Esta oración muestra la importancia que concedió Jesús al
Reino de Dios. ¿No podemos afirmar que el Reino de Dios vendrá cuando su
voluntad se respete en la tierra como se respeta en los cielos, cuando el mundo
visible refleje por completo al mundo invisible? Pienso que sí. En el Reino de
Dios todas las cosas están sujetas al poder divino, al instante, sin dilación.
En el mundo visible se resiste la voluntad de Dios.
El
Reino de Dios es eterno. Por el momento se trata de un reino invisible que está
entre nosotros. Dondequiera que se reúnan dos que honran a Jesucristo, el Rey,
y dondequiera que se halle su Espíritu, allí está el Reino de Dios.
30. ¿Cuál es la mayor de las
virtudes en el Reino? (Mt 18.1–4)
Si
la soberbia es el mayor de los pecados (y lo es), la humildad debe ser la mayor
virtud. La humildad es la que me permite reconocer que Dios reclama mi vida,
que soy una criatura mortal y falible y que Él es el dueño del universo. La
humildad es la que me hace decir: «Soy un pecador, necesito ser salvo». En la
humildad está el origen de toda sabiduría (Pr 22.4). Las verdades del Reino
solamente son percibidas por los humildes. Ningún soberbio recibirá nunca nada
de Dios, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Stg
4.6). Los humildes reciben la gracia de Dios y los secretos del Reino, porque
vienen a Él como mendigos. Jesucristo dijo: «Bienaventurados los pobres en
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5.3).
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