CUESTIONES
FUNDAMENTALES ACERCA DE DIOS Y LA VIDA DE PODER EN SU REINO.
Cuestiones en torno a lo demoníaco
31. ¿Cuál es el pecado más grande
en el Reino? (Mt 23.2–12)
El
mayor de los pecados es la soberbia, debido a una serie de razones (Sal 59.12;
Pr 8.13; 16.18; 29.23). En primer lugar, la soberbia fue la causa de que
Satanás pecara la primera vez que desobedeció. La soberbia dice: «Puedo hacerlo
mejor que Dios», ¡y Satanás pensó que podía gobernar el universo mejor que su
creador! (Is 14.12–14; Ez 28.12–19). En segundo lugar, la soberbia conduce
inevitablemente al pecado de rebelión. Llevar a cabo llenos de orgullo nuestros
propios planes nos pone necesariamente en conflicto con el plan de Dios. Por
eso la Biblia dice: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes»
(Stg 4.6).
No
hay forma de mantenerse neutral en el Reino. O estamos con Jesús o en su
contra. Los soberbios se ponen inmediatamente contra Él, porque no le han
rendido sus vidas, poniéndolas al servicio de su causa.
Por
último, la soberbia da lugar a los sentimientos de autosuficiencia, haciendo
que no estemos dispuestos a aprender de Dios ni de otras personas. Jesús dijo
que nos convirtiéramos y fuésemos como niños (Mt 18.3, 4). Estos son confiados
y capaces de aprender; siempre están atentos a las enseñanzas del Padre.
Pero
el soberbio supone que lo sabe todo y no quiere aprender, mientras las
bendiciones del Reino son para aquellos que las imploran. Si no pides, no
recibes.
El
nombre de Dios revela esta verdad. Él es «Yo soy el que soy» (Éx 3.14). ¿Qué
soy? La respuesta: El que provee tu necesidad. Soy sanidad, sabiduría, santificación,
provisión, victoria y salvación. Su gran poder se extiende a todos como un
cheque en blanco. Sólo hay que llenar el espacio de acuerdo con nuestra
necesidad. Sólo puedes experimentar verdaderamente a Dios cuando comprendes que
tienes necesidad de Él. Si creemos que nada nos hace falta, si somos totalmente
autosuficientes, no dejamos lugar para Dios en nuestras vidas. De ahí que la
soberbia nos prive de todas las bendiciones del Reino. La soberbia nos hace
pecar contra Dios y contra nosotros mismos.
32. ¿Qué ley del Reino sostiene
todo desarrollo personal y colectivo? (Mt 25.14–30)
A
esto se le llama «la ley del uso». Jesús contó de un hombre rico que iba a
efectuar un largo viaje y distribuyó sus bienes entre sus siervos (Mt
25.14–30). Les dijo: «Negociad con ellos hasta que yo regrese». Dos de los
siervos invirtieron lo que habían recibido, pero el tercero no. Cuando su señor
volvió les hizo rendir cuentas. Los primeros dos recibieron alabanzas y premios
por su diligencia, pero cuando Jesús concluyó la historia, su final pareció
injusto. El viajero le quitó el talento a quien no lo había invertido y se lo
dio al que tenía más, anunciando con firmeza la siguiente ley del Reino:
«Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que
tiene le será quitado» (Mt 25.29). En otras palabras, si usas lo que se te da,
ganarás más. Si no usas lo que has recibido, perderás hasta lo que piensas
tener. En cualquier tipo de tratos, ya sean materiales, personales,
intelectuales o financieros, usa cualquier cosa que te haya sido dada, no
importa lo insignificante que sea. Hazlo diligentemente y en una escala
creciente. Busca alcanzar metas más altas cada día. Este es el secreto del
Reino, lo que garantiza el éxito a cualquier cristiano que sepa ponerlo en
práctica.
33. ¿Qué ley del Reino rige todo
tipo de relaciones entre los seres humanos? (Mt 7.12)
Jesucristo
formuló un importante principio, el cual debe ser adoptado por toda sociedad:
la ley de la reciprocidad. Utilizo el término «ley» porque se trata de una
norma universal: «Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con
vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mt 7.12). ¡Qué profundos
efectos se derivarían de esta «regla de oro» si ella se aplicara a todos los
niveles en el mundo de hoy!
Si
no te gusta que tu vecino robe tus cosas, no tomes tú las de él. No quisieras
ser atropellado por un chofer negligente, no manejes descuidadamente. Anhelas
recibir ayuda en momentos de necesidad, auxilia a otros cuando lo necesiten. No
nos agrada que la gente de la industria contamine el curso superior del río que
nos pasa por delante, no lo hagamos nosotros a quienes viven corriente abajo.
No queremos respirar aire lleno de toxinas, no hagamos sufrir a otros ese
inconveniente. En nuestro centro de trabajo, no aceptamos ser oprimidos, así
que no oprimamos a nuestros empleados. Si se aplicase esta ley del Reino no
serían necesarios los ejércitos, la policía ni las prisiones; los problemas se
resolverían pacíficamente, las cargas públicas se reducirían y se liberaría la
energía de todos. «Haz con otros como quieres que los demás hagan contigo»,
llevado a la práctica, revolucionaría la sociedad. Este es el principio del
Reino que debe regir todas nuestras relaciones sociales.
34. ¿Qué ley del Reino se necesita
para que las leyes sobre la reciprocidad y el uso den resultado? (Mt 7.7, 8)
Jesús
nos enseñó la ley de la oración constante (dirigida a Dios) y de la
perseverancia (en la conducta humana). En una ocasión dijo: «Pedid, y se os
dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Mt 7.7). El presente griego
hace énfasis en la acción continua: Jesús no decía llama una vez y detente,
sino sigue llamando hasta que se abra la puerta. Dios, en su maravillosa
sabiduría, ha construido el mundo de tal manera que solo los diligentes y los
que perseveran obtienen la victoria. Las personas decididas a alcanzar la meta
que Dios les ha fijado, por encima de cualquier obstáculo, triunfarán. Los
temerosos y vacilantes, los que no perseveran, siempre perderán.
Dios
nos hace elevarnos para que alcancemos metas superiores. Sólo algunos se
esfuerzan lo suficiente para lograrlo.
Hace
falta perseverar todo lo que sea necesario para que las leyes de la
reciprocidad y el uso den resultado. El apóstol Pablo declaró con orgullo: «He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe» (2 Ti 4.7).
También escribió a los Gálatas: «No nos cansemos, pues, de hacer el bien;
porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Gl 6.9). En cualquier tarea que
Dios te haya encomendado, no te des por vencido, sigue adelante.
35. ¿Qué ley garantiza la
posibilidad de realizar lo imposible? (Mc 11.22, 23)
La
ley de los milagros garantiza la realización de cosas imposibles. Los milagros
ocurren en nombre de Jesús, debido al poder que fluye del mundo invisible donde
está Dios. Esto se realiza a través del espíritu humano, donde se halla el
centro de nuestro ser, por medio de la mente, donde surgen las ideas, y desde
donde se comunican hacia el mundo que nos rodea a través de la palabra hablada
(véase la pregunta #8 en cuanto a los pasos a seguir).
Pero
existe una condición. No dudes en tu corazón (Mc 11.22–24). Quienes vacilan no
recibirán respuesta (Stg 1.6–8). Jesús dijo además: «Y cuando estéis orando,
perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro padre que está
en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas» (Mc 11.25). El gran
obstáculo para que se produzca un milagro es la renuencia a perdonar. Esté
justificada o no esa actitud por las circunstancias, tenemos que librarnos de
la amargura y el resentimiento, o no habrá milagros que muevan montañas. No
puede haber resentimiento, ni amargura, ni celos, ni envidia, ni nada por el
estilo. Si queremos ver milagros, tenemos que amar y perdonar.
36. ¿Cómo es posible que un reino
se destruya? (Lc 11.17, 18)
Jesús
dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida
contra sí misma, cae» (Lc 11.17, 18).
Esta
es una verdad universal. El mejor de los proyectos fracasa si no hay unidad.
Cuando hay división, ningún plan prospera. Por ello Satanás causa divisiones
entre los cristianos. Al dividirnos, sospechar unos de otros y fijarnos en
nuestros puntos débiles, estamos violando el más sagrado principio del éxito
colectivo: la unidad.
Jesús dijo que el mundo
sabría que Dios lo había enviado si sus discípulos eran uno (Jn 17.20–23). La
unidad sirve para mostrar al mundo el origen sobrenatural de la iglesia
cristiana. «¡Cómo se aman unos a otros estos cristianos!», decía asombrada la
gente del Imperio Romano. Con unidad, la iglesia puede ganar al mundo para
Cristo. Sin unidad, la iglesia es impotente. Aun los impíos tienen éxito cuando
se unen. Observando la torre de Babel, Dios dijo: «He aquí el pueblo es uno, y
todos éstos tienen un solo lenguaje... y nada los hará desistir ahora de lo que
han pensado hacer» (Gn 11.6). Esta es la visión divina en cuanto a una
humanidad unida. ¡La unidad posee una fuerza increíble! Nada es imposible para
un pueblo unido.
En
los tiempos del Antiguo Testamento, cuando Dios deseó destruir a los enemigos
de Israel, puso división en su seno e hizo que se enfrentaran entre sí. A
menudo Israel no tuvo que acudir al campo de batalla, porque sus enemigos se
destruyeron a sí mismos. Siempre que comienzan los enfrentamientos dentro de
una organización, ésta se debilita. A menos que avance unida, nada puede hacer,
ni para bien ni para mal. Medita en lo que puede lograr el pueblo de Dios
trabajando unido, y bajo Su bendición, de acuerdo con las leyes del Reino.
37. ¿Cómo llega uno a ser grande en
el Reino de Dios? (Lc 22.25–27)
El
Señor Jesús escogió hombres —por lo general, gente humilde— para que fuesen sus
discípulos. Como sucede con la generalidad de las personas, eran orgullosos y
tenían ambiciones (Mt 20.20–23). Ante esa situación, Jesús puso un niño en
medio de ellos, diciéndoles que en el Reino serían como aquel niño: humildes,
confiables, ávidos de aprender (Mt 18.4). Más tarde, cuando de nuevo se
manifestó su preocupación por la posición que ocuparían en el Reino, Jesús formuló
el principio de que el mayor entre ellos sería «como el que sirve» (Lc
22.25–27). ¡Esta norma está vigente en nuestros días! Los más destacados en
nuestra sociedad son los que sirven al enfermo, al necesitado, al herido. Son
grandes porque se han entregado a otros. Y Jesús encabeza la lista; es el mayor
de todos porque entregó su vida para quitar el pecado del mundo (Flp 2.1–11).
El
principio de la grandeza se manifiesta en la vida cotidiana de nuestros días.
Aquellos que sirven a más personas pueden a menudo ser los más famosos y
prósperos, pero sus motivos no son esos; más bien es que el reconocimiento
público parece ser el fruto inevitable de la entrega desinteresada al servicio
de los demás.
38. ¿Qué pecado en particular
impide que fluya el poder del Reino? (Mt 18.21–35)
La
renuencia a perdonar obstaculiza el acceso al Reino y a su maravilloso poder
(véanse también Mt 6.5–15; Mc 11.22–26).
La
primera persona que probablemente no has perdonado eres tú mismo. A muchos les
hace falta perdonarse a sí mismo más que a cualquier otra persona. Son
renuentes a perdonarse y reconocer que Dios dijo: «Cuanto está lejos el oriente
del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones» (Sal 103.12). Si
eres creyente, el Señor ya ha limpiado tu conciencia de obras muertas, para que
sirvas al Dios vivo (Heb 9.14). Dios nos limpia de pecado, a fin de que
sirvamos sin que nos estorbe el sentimiento de pasadas culpas. Estas deben
estar muertas, enterradas y olvidadas.
«Si
nuestro corazón no nos reprende», dice la Biblia, «confianza tenemos en Dios»
(1 Jn 3.21). Obviamente, no podemos continuar pecando y esperar ser perdonados.
Debemos librarnos del pecado consciente y de las rebeliones contra Dios. Pero
si andamos en la luz, y en la senda del perdón, la sangre de nuestro Señor
Jesucristo nos limpia continuamente de todo pecado (1 Jn 1.7).
La
segunda persona que debemos «perdonar», si estamos amargados, es al mismo Dios.
Hay quien culpa a Dios por la muerte de un hijo, porque el esposo o la esposa
lo abandonaron, porque se han enfermado, porque no ganan suficiente dinero.
Consciente o inconscientemente acusan a Dios de todas estas cosas. Si existe un
fondo de resentimiento, no puedes experimentar el poder del Reino fluyendo a
través de tu vida; debes librarte de todo resentimiento hacia Dios. Eso puede
requerir cierta introspección. Debes preguntarte a ti mismo: «¿Estoy culpando a
Dios de mi situación?»
La
tercera persona que debes perdonar quizás sea algún miembro de la familia de
quien te hayas alejado. Ahuyenta los resentimientos, especialmente hacia
quienes están más cerca de ti. Los esposos, las esposas, los hijos, los padres,
todos deben ser perdonados cuando surgen pequeños resentimientos en el seno de
la familia. Muchos dicen: «No pensé que eso tenía importancia. Para mí era
solamente un asunto de familia». Toda renuencia a perdonar debe ser eliminada,
especialmente hacia otro miembro de la familia.
Por
último, debes perdonar a cualquier persona que haya hecho algo contra ti. Puede
que tu resentimiento esté justificado. Es posible que alguien haya hecho algo
terrible contra ti. Quizás tengas pleno derecho y suficientes razones para
rechazar y odiar a esa persona. Pero si quieres ver la vida y el poder del
Reino fluyendo a través de tu vida, es absolutamente necesario que aprendas a
perdonar.
Perdona
hasta el punto que te sientas libre de resentimiento y amargura, y seas capaz
de orar por quienes te hayan herido. Si no lo haces, la renuencia a perdonar
impedirá que el poder de Dios te alcance y llene tu vida. Una vida milagrosa
depende ciento por ciento de tu relación con Dios el Padre. Esta relación se
levanta estrictamente sobre el firme cimiento del perdón que Dios te concede.
El
perdón constituye la clave de todo. Puede que existan otros pecados, y si tu
corazón te acusa de algo más, tampoco, como es lógico, te sentirás confiado
delante de Dios. Pero es la renuencia a perdonar lo que con mayor frecuencia
separa a la gente del Señor.
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