El
avivamiento pentecostal de principios del siglo veinte y la renovación que
comenzó a fines de los años cincuenta, sin duda constituyen una de las más
innovadoras e impactantes transformaciones espirituales en la historia. Pero
cuando investigamos estos fenómenos debemos preguntar: 1) ¿Por qué ha ocurrido
esto? 2) ¿Qué impacto ha tenido? y 3) ¿Cómo puede mantenerse la integridad
espiritual?
¿Por qué ha ocurrido
esto?
En primer lugar, porque
era evidente la necesidad de renovación de la misión y el propósito cristianos
en la iglesia y entre sus miembros.
Segundo,
en vista de esta necesidad de renovación, ha habido un decisivo movimiento de
parte de creyentes sinceros deseosos de recobrar el poder del Espíritu Santo
que transformó y dinamizó la vida de los primeros cristianos. De este
movimiento ha emergido una manifestación del Espíritu Santo, acompañada del
hablar en lenguas, entre los creyentes de todas las grandes denominaciones, lo
cual demuestra que el bautismo en el Espíritu Santo no es una denominación o un
movimiento, sino una experiencia que trae consigo la plenitud del poder
espiritual para un servicio más eficaz.
En
tercer lugar, esta manifestación del Espíritu Santo ha vinculado las corrientes
principales del protestantismo y el movimiento pentecostal tradicional a las
formas de culto del primer siglo de la Iglesia, (1 Co 12.4, 30).
¿Qué
impacto ha tenido?
De
esta renovación surge la pregunta: ¿Qué sucede realmente cuando la Iglesia
recibe estos dones? Al intentar una respuesta, se deben tener en cuenta los
fundamentos bíblicos, el contexto tradicional y los testigos contemporáneos.
Se
cumplen las Escrituras
En
primer lugar, la Biblia declara de forma inequívoca: «Sed llenos del Espíritu» (Ef 5.18). Un análisis del verbo griego
traducido «sed llenos» nos revela que
está en tiempo presente, lo cual indica que esta es una bendición que debemos
experimentar y gozar ahora. El hecho de que el verbo sea un imperativo (un
mandato) no deja opciones al discípulo sensible. Sin embargo, como el verbo
está en voz pasiva, no hay dudas de que ser llenos del Espíritu no es cosa que el
cristiano obtiene por su propio esfuerzo, sino algo que se hace a su favor y a
lo cual debe someterse. Por ello la Escritura ofrece una visión teocéntrica del
ser llenos del Espíritu, experiencia en la que lo Alto alcanza a lo bajo y se
une con Él en íntima comunión. Esclarecer este punto sirve para contrarrestar
la crítica o la incomprensión de algunos que ven en la experiencia pentecostal
algo suscitado por sugestión, determinación o emoción humana.
La
Persona del Espíritu Santo obra
En
segundo lugar, la Biblia revela que la Persona del Espíritu Santo ha sido el
agente primario en lo referente al ministerio de la Palabra a través de los
siglos. La Escritura declara claramente que la Deidad obra en coigualdad,
coeternidad y coexistencia, como una unidad. Pero también ha sido sugerido,
acertadamente, que debemos contemplar esta unidad con la vista puesta en la
función especial de cada una de las personas de la Trinidad: El Padre es el
ejecutivo, el Hijo es el arquitecto y el Espíritu Santo es el contratista.
Así
que, las Escrituras nos muestran al Espíritu Santo asumiendo de forma única los
siguientes papeles: 1) Como autor del Antiguo Testamento (2 S 23.2; Is 59.21;
Jer 1.9; 2 Ti 3.15–17; 2 P 1.21) y el Nuevo Testamento (Jn 14.25, 26; 1 Co
2.13; 1 Ts 4.15; Ap 1.10, 11; 2.7). 2) Como el que unge a los personajes del
Antiguo Testamento.
Las
Escrituras mencionan no menos de dieciséis líderes de Israel que fueron ungidos
por el Espíritu: José (Gn 41.38); Moisés (Nm 11.17); Josué (Nm 27.18); Otoniel (Jue
3.10); Gedeón (Jue 6.34); Jefté (Jue 11.29); Sansón (Jue 14.6, 19; 15.14, 15); Saúl (1 S 10.10; 11.6); David
(1 S 16.13); Elías (1 R 8.12, 2 R
2.16); Eliseo (2 R 2.15); Azarías (2 Cr 15.1); Zacarías (2 Cr 2.20); Ezequiel (Ez 2.2); Daniel (Dn 4.9; 5.11; 6.3); Miqueas
(Mi 3.8).
De
manera que el Espíritu Santo, como contratista, ungió a profetas del Antiguo
Testamento, como Isaías y Joel, para que escribiesen sus profecías sobre el día
cuando el Espíritu sería derramado, y sus dones esparcidos a lo largo de toda la
era de la Iglesia (Jl 2.28–32; Hch 2.17–21). En Isaías 28.11, 12, Dios usó a
Isaías para decirle a Judá que le daría una lección en una forma que no sería
de su agrado, y que le daría conocimientos a través de idiomas extranjeros en
vista de su incredulidad. Siglos más tarde, el apóstol Pablo hizo extensivo el
sentido de este pasaje al don de hablar en lenguas dentro de la iglesia como
manifestación o señal a los que no eran creyentes (1 Co 14.21, 22). Esta señal
podía manifestarse en lenguas conocidas o no por los seres humanos (compárese 1
Co 14 con Hch 2.1–11; 10.45, 46).
En
todos estos aspectos, vemos al Espíritu Santo como alguien que obra en la
Iglesia con una personalidad definida, como una Persona dada a la Iglesia para
garantizar que el ministerio del Cristo crucificado sea continuamente
proclamado y verificado. El Espíritu Santo, pues, tiene todas las
características de una persona:
1. Tiene conocimiento
(Ro 8.27), voluntad (1 Co 12.11) y sentimientos (Ef 4.30).
2. Participa en la
revelación (2 P 1.21), la enseñanza (Jn 14.26), el testimonio (Heb 10.15), la
intercesión (Ro 8.26), la exhortación (Ap 2.7), la comisión (Hch 16.6, 7) y la
afirmación (Jn 15.26).
3. Se relaciona con
seres humanos. Lo pueden entristecer (Ef 4.30), se le puede mentir (Hch 5.3) y
blasfemar (Mt 12.31, 32).
4. El Espíritu Santo
posee los atributos de la divinidad: Es eterno (Heb 9.14), omnipresente (Sal
139.7–10), omnipotente (Lc 1.35) y omnisciente (1 Co 2.10, 11).
5. Se habla de Él como
Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo, Consolador, Espíritu Santo, Espíritu
Santo de la promesa, Espíritu de verdad, Espíritu de gracia, Espíritu de vida,
Espíritu de adopción, Espíritu de santidad.
6. Se le simboliza con
el fuego (Hch 2.1, 2), el viento (Hch 2.1, 2), el agua (Jn 7.37–39), un sello
(Ef 1.13), el aceite (Hch 10.38) y una paloma (Jn 1.32). Todo esto revela una
parte del vasto ámbito o esfera de acción del Espíritu Santo en el Antiguo
Testamento y la iglesia contemporánea.
Los acontecimientos que
narra Hechos están siendo redescubiertos y aplicados
En
tercer lugar, el libro de Hechos narra cinco relatos de personas que reciben la
plenitud, la llenura o el bautismo del Espíritu Santo (Hch 2.4; 8.14–25;
9.17–20; 10.44–48; 19.1–7). En estos relatos se manifiestan cinco factores: 1)
Los presentes experimentaron la irresistible presencia de Dios. 2) Hubo una
evidente transformación en la vida y testimonio de los discípulos que fueron
llenos. 3) Aquella experiencia dio un gran ímpetu al crecimiento de la Iglesia:
«Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y
predicar a Jesucristo» (Hch 5.42). 4) La evidencia inmediata en tres de los
cinco relatos fue la glosolalia: «Porque
los oían que hablaban en lenguas» (Hch 10.46). [Glosolalia es un término
derivado del griego glossa («lengua») y laleo («hablar»)]. 5) El propósito
esencial de aquella experiencia era ofrecer un testimonio poderoso (Hch 1.8) y
una más profunda dimensión del compromiso cristiano de dar frutos de bondad,
justicia y verdad (Ef 5.19), gratitud (Ef 5.20), humildad (Ef 5.21), amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gl 5.22,
23).
Todas
estas cosas juntas demuestran lo que el actual movimiento pentecostal de
renovación está experimentando a través del Espíritu Santo que obra en la
Iglesia. El problema es que con demasiada frecuencia se mal interpreta o aplica
mal, por la falta de una comprensión del concepto bíblico de las «lenguas» y el
papel de los dones del Espíritu. Aunque hay diversos puntos de vista teológicos
y éticos entre algunos miembros del movimiento neopentecostal, la práctica del
«hablar en lenguas» en la oración y el culto, junto con la aceptación y
complacencia por el papel que desempeñan los dones del Espíritu Santo en su
medio, constituye un vínculo que los une a todos. De manera que, para
comprender completamente este fenómeno, es necesario tomar en cuenta el punto
de vista en lo que se refiere a la interpretación y aplicación de las poderosas
manifestaciones del Espíritu Santo del libro de Hechos, aplicando los controles
que se enseñan en 1 Corintios 12–14.
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