sábado, 11 de enero de 2020

DONES Y PODER DEL ESPÍRITU SANTO (2da Parte)



¿Cómo puede mantenerse la integridad espiritual?
Establecer nuestra perspectiva

En primer lugar, el pentecostal considera el bautismo del Espíritu Santo como una experiencia subsecuente a la conversión cristiana: algo que ocurre a través de un proceso de entrega completa al Espíritu que nos llena y guía. Estamos de acuerdo con que el Espíritu Santo obra en cada creyente y en los varios ministerios de la Iglesia. Aun así cada creyente debe contestar la pregunta de Hechos 19.2: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?»

Aquí deben examinarse dos expresiones:

1. Se entiende que, al hablar del «bautismo del Espíritu Santo», el movimiento pentecostal tradicional no se refiere a ese bautismo del Espíritu Santo que se produce en la conversión, mediante el cual el creyente es integrado al cuerpo de Cristo por medio de la fe en su obra redentora en la cruz (1 Co 12.13). El bautismo con o en el Espíritu Santo (Jn 1.33; Hch 1.5) fue y está dirigido por el Señor Jesús para que sea «recibido» (Jn 20.22; Hch 1.8) como un «don» que había de otorgarse después de su ascensión (Jn 7.39; Hch 2.38, 39). Sin embargo, si alguien prefiere desestimar esta terminología, sostenemos que experimentar la plenitud del Espíritu en espíritu de unidad es más importante que crear divisiones entre nosotros o disminuir nuestra pasión por recibir Su plenitud a causa de diferencias en terminologías teológicas o prácticas.

2. Cuando habla del proceso de «rendirse por completo al Espíritu» La mente permanece activa, adorando a Jesucristo, el que bautiza con el Espíritu Santo (Jn 1.33). La emoción crece mientras el amor de Dios se derrama en nuestros corazones (Ro 5.5). El ser físico participa de ello, mientras se adora y alaba, elevando la voz en oración (Hch 4.24) o las manos para adorar Sin perder en control en ningún momento (Sal 63.1–5).

La doble función del hablar en lenguas

En relación con aquellos que han «recibido» el don de hablar en lenguas, la Biblia describe dos funciones básicas: Debe servir para la edificación personal y la exhortación pública.

En la experiencia del bautismo con o en el Espíritu Santo, las «lenguas» desempeñan la función de señal de la presencia del Espíritu Santo. Jesús profetizó que vendrían como una señal (Mc 16.17), Pablo se refirió a ellas como una señal (1 Co 14.22), y Pedro las vio como un don-señal que confirmaba la validez de la experiencia en el Espíritu Santo de los gentiles (compárese Hch 10.44–46 con 11.16, 17 y 15.7–9). De ahí que hablar en lenguas sea una señal apropiada y esperada que confirma la presencia plena del Espíritu y ofrece al creyente un vigoroso testimonio vivo. No se considera un requisito para obtener la plenitud del Espíritu, sino una indicación de que se ha producido.

Las lenguas y la edificación personal

En primer lugar, «hablar en lenguas» es un asunto privado, que concierne a la autoedificación (1 Co 14.2–4). La glosolalia la practica devocionalmente el creyente en los momentos más íntimos de su comunicación con Dios bajo el impulso del Espíritu Santo. Esta experiencia «devocional» puede también ser puesta en práctica por acuerdo colectivo, en reuniones de grupos donde no estén presentes personas no creyentes o no informadas (1 Co 14.23). De acuerdo con ello, se proponen los siguientes principios sobre el hablar en lenguas:

1. Hablar en lenguas bajo la inspiración del Espíritu Santo es el único don espiritual que se identifica con la Iglesia de Jesucristo. De los otros dones, milagros y manifestaciones espirituales hay evidencias en tiempos del Antiguo Testamento, antes del día de Pentecostés. Este nuevo fenómeno se manifestó originalmente en la Iglesia, se identificó de forma única con la Iglesia y fue ordenado por Dios para la Iglesia (1 Co 12.28; 14.21).

2. Hablar en lenguas representa el cumplimiento de profecías de Isaías y Jesús. Compárese Isaías 28.11 con 1 Corintios 14.21, y Marcos 16.17 con Hechos 2.4; 10.46; 19.6; 1 Corintios 14.5, 14–18, 39.

3. Hablar en lenguas es una prueba de la resurrección y glorificación de Jesucristo (Jn 16.7; Hch 2.26).

4. Hablar en lenguas es una evidencia del bautismo en o con el Espíritu Santo (Hch 2.4; 10.45, 46; 19.6).

5. Hablar en lenguas es un don espiritual para la edificación personal (1 Co 14.4; Jud 20).

6. Hablar en lenguas es un don para la edificación espiritual de la Iglesia, cuando se acompaña de la interpretación de lo que se dice (1 Co 14.5).

7. Hablar en lenguas es un don espiritual para la comunicación con Dios en los momentos de devoción privada (1 Co 14.15).

8. Hablar en lenguas es un medio a través del cual el Espíritu Santo intercede por nosotros en la oración (Ro 8.26; 1 Co 14.14; Ef 6.18).

9. Hablar en lenguas es un medio espiritual para el regocijo (1 Co 14.15; Ef 5.18, 19).

10. La aplicación que hizo Pablo de la profecía de Isaías indica que hablar en lenguas también sirve de «descanso» o «refrigerio» (Is 28.12; 1 Co 14.21).

11. Las lenguas se manifiestan tras la predicación de la Palabra de Dios y la confirman (Mc 16.17, 20; 1 Co 14.22).

Las lenguas sirven para la exhortación pública

Volviendo a la segunda función de las «lenguas» —la exhortación pública—, 1 Corintios 14 funda los dones del Espíritu sobre los firmes cimientos del amor (1 Co 14.1). El uso público de las «lenguas» también exige observar una serie de normas como la clave para mantener el orden en nuestras comunidades y en los cultos de adoración. Tras aceptar que ha habido quienes han abusado de este don y se han vanagloriado abusivamente de él, debemos reconocer que éste puede convertirse en parte vital y valiosa del culto cuando se le emplea correctamente para la edificación del cuerpo de Cristo (1 Co 14.12, 13).

Sin embargo, el creyente sincero y lleno del Espíritu no se ocupará solamente de este don, porque ve en él sólo uno de los muchos dones dados para que la Iglesia alcance la «plenitud»; de ahí que no participe en el culto o se reúna con otros exclusivamente con el propósito de hablar en lenguas. Tal intención sería una señal de inmadurez, vanidad e idolatría. Por el contrario, los creyentes sinceros se reúnen para adorar a Dios y prepararse para toda buena obra por medio de la enseñanza de su Palabra (2 Ti 3.16, 17). Consecuentemente, el creyente sensible a las enseñanzas de la Escritura reconoce las siguientes recomendaciones del Nuevo Testamento sobre los dones espirituales:

1. Hablar en «lenguas» sólo edifica en las reuniones públicas cuando se interpretan; quien adora debe orar por la interpretación, y si ella no llega, guardar silencio, a menos que se sepa que está presente alguien en posesión del don de interpretación (1 Co 14.5, 28).

2. El Espíritu se manifiesta sólo para edificar; por lo tanto, dondequiera que está verdaderamente presente todo se halla en orden y nadie siente vergüenza o se perturba (1 Co 14.26, 40).

3. «Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas» (1 Co 14.32). Toda persona que de verdad sea llena del Espíritu es capaz de ejercer el dominio propio; de ahí que la confusión pueda y deba ser evitada de manera que prevalezcan la decencia y la unidad (1 Co 14.40).

4. El fundamento de todos los dones es el amor. El amor, no la experiencia de un don, es lo que califica a aquellos que ejercitan los dones espirituales. De esa forma, en la administración de la autoridad espiritual en la congregación local, la Palabra exige que juzguemos (1 Co 14.29) a fin de confirmar que aquellos en posesión de dones sigan «el amor» y procuren «los dones espirituales» (1 Co 13.1–13; 14.1).

5. El autor y dispensador de los dones es el Espíritu Santo, que los reparte según su voluntad; por lo tanto, ningún don se convierte en posesión exclusiva de un creyente para su edificación personal y vanagloria. Al contrario, los dones son dispensados a la Iglesia para ser ejercitados por ella en la mutua edificación de los creyentes (1 Co 12.1–11) y como un medio para extender su ministerio.

6. La práctica del don de lenguas debe limitarse a una secuencia de dos o tres manifestaciones a lo sumo (1 Co 14.27). Aunque muchos sostienen que ésta es una norma muy rígida, otros la consideran una guía para mantener el equilibrio en el culto de adoración. En la práctica, el Espíritu Santo raramente se mueve más allá de estos límites; sin embargo, en ocasiones, por razones y necesidades especiales, puede que se produzca más de una secuencia de dos o tres manifestaciones apropiadamente espaciadas en un culto dado. La pauta principal es la siguiente: «Pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Co 14.40).

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