¿Cómo
puede mantenerse la integridad espiritual?
Establecer nuestra
perspectiva
En
primer lugar, el pentecostal considera el bautismo del Espíritu Santo como una
experiencia subsecuente a la conversión cristiana: algo que ocurre a través de
un proceso de entrega completa al Espíritu que nos llena y guía. Estamos de
acuerdo con que el Espíritu Santo obra en cada creyente y en los varios
ministerios de la Iglesia. Aun así cada creyente debe contestar la pregunta de
Hechos 19.2: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?»
Aquí deben examinarse
dos expresiones:
1. Se entiende que, al
hablar del «bautismo del Espíritu Santo», el movimiento pentecostal tradicional
no se refiere a ese bautismo del Espíritu Santo que se produce en la
conversión, mediante el cual el creyente es integrado al cuerpo de Cristo por
medio de la fe en su obra redentora en la cruz (1 Co 12.13). El bautismo con o
en el Espíritu Santo (Jn 1.33; Hch 1.5) fue y está dirigido por el Señor Jesús
para que sea «recibido» (Jn 20.22; Hch 1.8) como un «don» que había de
otorgarse después de su ascensión (Jn 7.39; Hch 2.38, 39). Sin embargo, si
alguien prefiere desestimar esta terminología, sostenemos que experimentar la
plenitud del Espíritu en espíritu de unidad es más importante que crear
divisiones entre nosotros o disminuir nuestra pasión por recibir Su plenitud a
causa de diferencias en terminologías teológicas o prácticas.
2. Cuando habla del
proceso de «rendirse por completo al Espíritu» La mente permanece activa,
adorando a Jesucristo, el que bautiza con el Espíritu Santo (Jn 1.33). La
emoción crece mientras el amor de Dios se derrama en nuestros corazones (Ro
5.5). El ser físico participa de ello, mientras se adora y alaba, elevando la
voz en oración (Hch 4.24) o las manos para adorar Sin perder en control en ningún
momento (Sal 63.1–5).
La doble función del
hablar en lenguas
En relación con
aquellos que han «recibido» el don de hablar en lenguas, la Biblia describe dos
funciones básicas: Debe servir para la edificación personal y la exhortación
pública.
En
la experiencia del bautismo con o en el Espíritu Santo, las «lenguas»
desempeñan la función de señal de la presencia del Espíritu Santo. Jesús
profetizó que vendrían como una señal (Mc 16.17), Pablo se refirió a ellas como
una señal (1 Co 14.22), y Pedro las vio como un don-señal que confirmaba la
validez de la experiencia en el Espíritu Santo de los gentiles (compárese Hch
10.44–46 con 11.16, 17 y 15.7–9). De ahí que hablar en lenguas sea una señal apropiada
y esperada que confirma la presencia plena del Espíritu y ofrece al creyente un
vigoroso testimonio vivo. No se
considera un requisito para obtener la plenitud del Espíritu, sino una
indicación de que se ha producido.
Las lenguas y la
edificación personal
En
primer lugar, «hablar en lenguas» es un asunto privado, que concierne a la
autoedificación (1 Co 14.2–4). La glosolalia la practica devocionalmente el
creyente en los momentos más íntimos de su comunicación con Dios bajo el
impulso del Espíritu Santo. Esta experiencia «devocional» puede también ser
puesta en práctica por acuerdo colectivo, en reuniones de grupos donde no estén
presentes personas no creyentes o no informadas (1 Co 14.23). De acuerdo con
ello, se proponen los siguientes principios sobre el hablar en lenguas:
1. Hablar en lenguas
bajo la inspiración del Espíritu Santo es el único don espiritual que se
identifica con la Iglesia de Jesucristo. De los otros dones, milagros y
manifestaciones espirituales hay evidencias en tiempos del Antiguo Testamento,
antes del día de Pentecostés. Este nuevo fenómeno se manifestó originalmente en
la Iglesia, se identificó de forma única con la Iglesia y fue ordenado por Dios
para la Iglesia (1 Co 12.28; 14.21).
2. Hablar en lenguas
representa el cumplimiento de profecías de Isaías y Jesús. Compárese Isaías
28.11 con 1 Corintios 14.21, y Marcos 16.17 con Hechos 2.4; 10.46; 19.6; 1
Corintios 14.5, 14–18, 39.
3. Hablar en lenguas es
una prueba de la resurrección y glorificación de Jesucristo (Jn 16.7; Hch
2.26).
4. Hablar en lenguas es
una evidencia del bautismo en o con el Espíritu Santo (Hch 2.4; 10.45, 46;
19.6).
5. Hablar en lenguas es
un don espiritual para la edificación personal (1 Co 14.4; Jud 20).
6. Hablar en lenguas es
un don para la edificación espiritual de la Iglesia, cuando se acompaña de la
interpretación de lo que se dice (1 Co 14.5).
7. Hablar en lenguas es
un don espiritual para la comunicación con Dios en los momentos de devoción
privada (1 Co 14.15).
8. Hablar en lenguas es
un medio a través del cual el Espíritu Santo intercede por nosotros en la
oración (Ro 8.26; 1 Co 14.14; Ef 6.18).
9. Hablar en lenguas es
un medio espiritual para el regocijo (1 Co 14.15; Ef 5.18, 19).
10. La aplicación que
hizo Pablo de la profecía de Isaías indica que hablar en lenguas también sirve
de «descanso» o «refrigerio» (Is 28.12; 1 Co 14.21).
11. Las lenguas se
manifiestan tras la predicación de la Palabra de Dios y la confirman (Mc 16.17,
20; 1 Co 14.22).
Las lenguas sirven para
la exhortación pública
Volviendo
a la segunda función de las «lenguas» —la exhortación pública—, 1 Corintios 14
funda los dones del Espíritu sobre los firmes cimientos del amor (1 Co 14.1).
El uso público de las «lenguas» también exige observar una serie de normas como
la clave para mantener el orden en nuestras comunidades y en los cultos de
adoración. Tras aceptar que ha habido quienes han abusado de este don y se han
vanagloriado abusivamente de él, debemos reconocer que éste puede convertirse
en parte vital y valiosa del culto cuando se le emplea correctamente para la
edificación del cuerpo de Cristo (1 Co 14.12, 13).
Sin
embargo, el creyente sincero y lleno del Espíritu no se ocupará solamente de
este don, porque ve en él sólo uno de los muchos dones dados para que la Iglesia
alcance la «plenitud»; de ahí que no participe en el culto o se reúna con otros
exclusivamente con el propósito de hablar en lenguas. Tal intención sería una
señal de inmadurez, vanidad e idolatría. Por el contrario, los creyentes
sinceros se reúnen para adorar a Dios y prepararse para toda buena obra por
medio de la enseñanza de su Palabra (2 Ti 3.16, 17). Consecuentemente, el
creyente sensible a las enseñanzas de la Escritura reconoce las siguientes
recomendaciones del Nuevo Testamento sobre los dones espirituales:
1. Hablar en «lenguas»
sólo edifica en las reuniones públicas cuando se interpretan; quien adora debe
orar por la interpretación, y si ella no llega, guardar silencio, a menos que
se sepa que está presente alguien en posesión del don de interpretación (1 Co
14.5, 28).
2. El Espíritu se
manifiesta sólo para edificar; por lo tanto, dondequiera que está
verdaderamente presente todo se halla en orden y nadie siente vergüenza o se
perturba (1 Co 14.26, 40).
3. «Los espíritus de
los profetas están sujetos a los profetas» (1 Co 14.32). Toda persona que de
verdad sea llena del Espíritu es capaz de ejercer el dominio propio; de ahí que
la confusión pueda y deba ser evitada de manera que prevalezcan la decencia y la
unidad (1 Co 14.40).
4. El fundamento de
todos los dones es el amor. El amor, no la experiencia de un don, es lo que
califica a aquellos que ejercitan los dones espirituales. De esa forma, en la
administración de la autoridad espiritual en la congregación local, la Palabra
exige que juzguemos (1 Co 14.29) a fin de confirmar que aquellos en posesión de
dones sigan «el amor» y procuren «los dones espirituales» (1 Co 13.1–13; 14.1).
5. El autor y
dispensador de los dones es el Espíritu Santo, que los reparte según su
voluntad; por lo tanto, ningún don se convierte en posesión exclusiva de un
creyente para su edificación personal y vanagloria. Al contrario, los dones son
dispensados a la Iglesia para ser ejercitados por ella en la mutua edificación
de los creyentes (1 Co 12.1–11) y como un medio para extender su ministerio.
6. La práctica del don
de lenguas debe limitarse a una secuencia de dos o tres manifestaciones a lo
sumo (1 Co 14.27). Aunque muchos sostienen que ésta es una norma muy rígida,
otros la consideran una guía para mantener el equilibrio en el culto de
adoración. En la práctica, el Espíritu Santo raramente se mueve más allá de
estos límites; sin embargo, en ocasiones, por razones y necesidades especiales,
puede que se produzca más de una secuencia de dos o tres manifestaciones
apropiadamente espaciadas en un culto dado. La pauta principal es la siguiente:
«Pero hágase todo decentemente y con orden» (1 Co 14.40).
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