sábado, 11 de enero de 2020

DONES Y PODER DEL ESPÍRITU SANTO (3ra Parte)



El testimonio contemporáneo

Moviéndonos más allá de la plenitud del Espíritu, es importante comprender el impacto de los dones en la vida y el testimonio de la Iglesia.

La experiencia de la plenitud del Espíritu representa algo más que «hablar en lenguas». Es, en realidad, entrar en posesión de la plenitud de los dones y el fruto del Espíritu, como se describe en el Nuevo Testamento (1 Co 12.7–11; Gl 5.22, 23). También abarca, en sentido amplio, el ejercicio de los dones de Dios para la edificación espiritual que se mencionan en Romanos 12.3–8 y Efesios 4.7–12.

La palabra griega charisma (singular) o charismata (plural) se utiliza para designar los dones espirituales, y de acuerdo con una terminología más técnica, «dones de la santa gracia». En Efesios 4.11–13, las palabras dorea y doma también se usan para designar los dones, calificándolos como aptitudes que nos «equipan» para el servicio personal en el reino de Dios. Asimismo, la palabra pneumatika, empleada en 1 Corintios 12.1, se utiliza para describir los dones como «cosas del Espíritu». El asunto es que cada uno de estos términos revela el significado actual de la acción sobrenatural del Espíritu en nuestras vidas, en tanto nos prepara para crecer en gracia y en el servicio del reino. Con ese fin, se nos llama a procurar «los dones mejores» (1 Co 12.31). Así que superar la pasividad, y buscar ardientemente cómo obrar y qué actitud adoptar ante todos los dones espirituales es lo correcto desde el punto de vista bíblico.

Sin embargo, hablar de los dones nunca implica exclusivismo alguno. Los dones son dispensados a la Iglesia como recursos para ser utilizados donde sea necesario ministrar el cuerpo de Cristo. Ello quiere decir que no todos los creyentes poseerán los mismos dones. Por el contrario, el Espíritu Santo es el autor y dispensador de los dones para hacer que las expresiones del culto y el reino posean integridad.

Los dones de la Divinidad

Muchos consideran útil la clarificación de las funciones específicas que cada una de las personas de la Trinidad desempeña en la dispensación de los dones a la humanidad. En sus orígenes, como es natural, nuestra existencia, la vida humana, la debemos al Padre (Gn 2.7; Heb 12.9), quien también entregó a su Hijo Unigénito como redentor de la humanidad (Jn 3.16). Desde el punto de vista de la redención, Jesús es el dador de la vida eterna (Jn 5.38–40; 10.27, 28). Dio su vida y derramó su sangre para ser acreedor de ese privilegio (Jn 10.17, 18; Ef 5.25–27). Aún más, el Padre y el Hijo enviaron juntos al Espíritu Santo (Hch 2.17, 33) a fin de hacer avanzar la obra de la redención por medio del ministerio del culto, el magisterio de la Iglesia y la evangelización.

Romanos 12.3–8 describe una serie de dones dispensados por Dios como Padre, los cuales parecen identificarse con «motivaciones básicas», esto es, inclinaciones inherentes a cada persona, según las cualidades que les concedió el Creador desde su nacimiento. Aunque sólo se mencionan siete categorías, al observarlas vemos que a pocos individuos se les puede describir con un solo don. Lo más común es encontrar una combinación de varios dones, con diferentes rasgos de cada don presentes hasta cierto grado, mientras que a la vez uno es el rasgo dominante en la persona. Sería un error pensar que uno cumple con el llamado bíblico a «procurar los mejores dones» (1 Co 12.31) si se limita a desarrollar uno o más de los dones del Creador mencionados en estas categorías. Estos dones que Dios nos da para ocupar nuestro lugar en su creación son la base.

En segundo lugar, en 1 Corintios 12.7–11 se relacionan los nueve dones del Espíritu Santo. Su propósito es específico: para «provecho» del cuerpo de la Iglesia. («Provecho», del griego sumphero, significa «reunir, beneficiar, favorecer», lo cual ocurre mientras la vida colectiva del cuerpo se fortalece y se expande por medio de su ministerio evangelístico.) Estos nueve dones están a disposición de cada uno de los creyentes pues el Espíritu Santo es quien los reparte (1 Co 12.11). No se debe adoptar una actitud pasiva ante ellos, sino desearlos y buscarlos activamente (1 Co 13.1; 14.1).

En tercer lugar, los dones dispensados por el Hijo de Dios constituyen el fundamento que garantiza que las primeras dos categorías de dones se apliquen al cuerpo de la Iglesia. Efesios 4.7–16 no solamente indica que estos dones los ha dado Cristo a la Iglesia de acuerdo con su propósito. El ministerio de los líderes es «equipar» al cuerpo de Cristo ayudando a cada persona: 1) A que perciban el lugar que el Creador les ha reservado, de acuerdo con las cualidades con que los ha dotado, y las posibilidades que la salvación les ofrece ahora para la realización del propósito divino en sus vidas; y 2) para que reciban el poder del Espíritu Santo, y comiencen a responder a los dones que cada creyente recibe a fin de expandir sus capacidades innatas en aras de llevar a cabo su ministerio redentor, edificar la Iglesia y evangelizar al mundo.

A la luz de lo anterior, examinemos las siguientes categorías de dones claramente identificadas: los dispensados por el Padre (Ro 12.6–8), el Hijo (Ef 4.11) y el Espíritu Santo (1 Co 12.8–10). Si bien el análisis va más allá de los dones aquí mencionados, y de la estructura de los dones de la Divinidad a que antes nos hemos referido, el siguiente bosquejo general puede ayudarnos de dos maneras. En primer lugar, nos ayuda a identificar las diferentes funciones y la obra de cada una de las personas de la Trinidad en nuestro perfeccionamiento. En segundo lugar, contribuye a que no confundamos nuestras cualidades innatas en la vida y en el servicio a Dios con nuestra búsqueda consciente de la plenitud del poder y los recursos del Espíritu Santo para servir y ministrar en la Iglesia.

Romanos 12.3-8: Los dones del Padre (propósitos y motivaciones básicas de la vida)

 1. DON DE PROFECÍA

a. Hablar con franqueza y visión, especialmente cuando lo hacemos bajo la inspiración del Espíritu de Dios (Jl 2.28).

b. Demostrar valor en lo moral y un inquebrantable compromiso con los valores dignos.

c. Influir sobre los que están en nuestra esfera de acción con un espíritu positivo de justicia social y espiritual. NOTA: Como las tres categorías de dones —los del Padre, los del Hijo y los del Espíritu Santo— involucran «aspectos proféticos», hace falta hacer algunas distinciones. En la primera categoría (Ro 12) se destaca lo general; aquel nivel del don de profecía al alcance de cada creyente («toda carne»). El «don de profecía» dispensado por el Espíritu Santo (1 Co 12) se refiere a la inspiración sobrenatural, hasta el punto que el hablar en lenguas y su interpretación se incluyen en esta categoría (1 Co 14.5). El don de oficio de profeta, dado por Cristo a la Iglesia a través de los ministerios individuales, constituye otra expresión del don de profecía; aquellos que lo desempeñen deben llenar tanto los requisitos del Antiguo Testamento sobre la fidelidad del mensaje como las exigencias del Nuevo Testamento en torno a las normas de vida y carácter requeridas para ejercer el liderazgo espiritual.

 2. DON DE SERVICIO

a. Ministrar y servir amorosamente a todos los que están en necesidad.

b. Ministrar tal como corresponde al trabajo y oficio del diácono (Mt 20.26).

 3. DON DE ENSEÑANZA

a. Habilidad sobrenatural para explicar y aplicar las verdades recibidas de Dios para la Iglesia.

b. Presupone el estudio y la inspiración del Espíritu que permite presentar con claridad la verdad divina al pueblo de Dios.

c. Considerada diferente a la actividad del profeta, quien habla directamente en nombre de Dios.

 4. DON DE EXHORTACIÓN

a. Significa literalmente llamar a alguien para animarlo a algo.

b. En sentido amplio, equivale a suplicar, consolar o instruir (Hch 4.36; Heb 10.25).

 5. DON DE REPARTIR

a. Su significado esencial es dar en un espíritu de generosidad.

b. Desde un punto vista técnico se refiere a aquellos que proveen recursos a quienes no los tienen.

c. Este don debe ser ejercido con liberalidad, sin ostentación ni vanagloria (2 Co 1.12; 8.2; 9.11, 13).

 6. DON DE PRESIDIR

a. Alude a alguien que se «pone al frente» en alguna actividad.

b. Abarca la acción modeladora, supervisora y directriz del Espíritu Santo sobre el cuerpo de Cristo.

c. El liderazgo debe ser ejercido con diligencia.

 7. DON DE HACER MISERICORDIA

a. Identificarse con el sufrimiento de otros.

b. Establecer relaciones de comprensión, respeto y sinceridad con otros.

c. Para que sea efectivo, este don debe ser ejercido con amabilidad y alegría, no como una obligación.
1 Corintios 12.8-10,28: Los dones del Espíritu Santo

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