¡Cuánto más tiempo soy padre, tanto más me encanta el
hecho de que Dios se autodenomine nuestro «Padre celestial»!
Me gusta decirle esto a la gente porque es muy cierto.
A medida que crío a mis hijos, voy aprendiendo más y más cómo es el corazón de
Dios para con nosotros. Me doy cuenta cómo ama, cuida, enseña, consuela y
dirige a sus hijos. Es paciente, cariñoso, tierno, dadivoso y amoroso en todo
sentido.
Sé también que hay veces que se siente triste porque
sus hijos no confían en El y prefieren ignorar su paternal sabiduría. Hay
momentos en que se siente apesadumbrado por nuestra desobediencia. A veces debe
hacernos conocer el error de nuestros caminos y dejarnos tropezar porque no
queremos que nos tenga de la mano. Y hasta debe castigarnos para que aprendamos
la manera en que debemos andar.
Todas estas cosas constituyen la tarea de un padre. No
es simplemente el hecho de que El nos da la vida lo que lo hace nuestro Padre
celestial, sino también que nos educa como hijos suyos. Cualquier padre sabe
que engendrar hijos es la parte más fácil; ayudarlos a crecer es la tarea
principal. De modo que la obra de nuestra salvación—el hacernos nacer en la
familia de Dios—es algo que progresa a medida que maduramos en nuestra vida con
el Señor. No hay áreas en nuestras vidas en las que nuestro Padre no desee
participar. Dios está allí cuando trabajamos, comemos, dormimos, jugamos; sea
lo que fuere que hagamos, El está allí.
El corazón de cualquier padre se dispone a cuidar a
sus hijos de esta manera. Jesús observó que aun con nuestros hábitos
pecaminosos sabemos darles buenas cosas a nuestros hijos (Mt 7.11). Mencionó el carácter generoso de un padre terrenal
para mostrarnos de qué manera nuestro Padre celestial también desea darnos
«mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos» (Ef 3.20; Flp 4.19).
Así es nuestro Padre celestial; desea dar cosas a sus
hijos. Y sin embargo, nos dice que, con todo, es preciso que pidamos. «No
tenéis lo que deseáis, porque no pedís» (Stg 4.2). La Biblia a menudo nos insta a pedir. Lea los
siguientes pasajes y vea lo que tienen que decir acerca del tema de pedir:
¿Cómo hemos de pedir? QEn qué nombre, con qué actitud,
estado de expectativa, etc.?)
¿Qué deberíamos pedir?
¿De qué manera no debemos pedir?
¿Por qué tiene usted que pedir?
¿Qué pasará cuando pida?
Lucas 11.9–13
Juan 14.13, 14
Juan 16.23–27
Santiago 1.5–8
Santiago 4.2, 3
1 Juan 3.18–23
1 Juan 5.14, 15
Ahora que ha podido ver de qué manera el corazón de
nuestro Padre está dispuesto a responder y satisfacer nuestras necesidades,
dedique un tiempo a reflexionar sobre cómo ha concebido el corazón de Dios para
con usted en el pasado. ¿Ha considerado la oración como el medio para
convencerlo de que obre? ¿Ha sido su meta el tratar de convencerlo de sus
propios méritos con el objeto de recibir respuestas? ¿Ha pensado que El sólo
contestaba las oraciones si usted hacía las cosas correctas para «obligarlo a
responder»? Defina abajo exactamente de qué manera se ha sentido inclinado a
ver el corazón de Dios en relación a usted.
Enumere áreas donde reconozca que necesita que el amor
de Dios se vuelva algo más real. Lleve esta lista a Dios en oración y permítame
obrar en relación a esas cosas en su vida.
Una lección de humildad
Cuando nos presentamos ante el Señor, la condición de
nuestro corazón es lo de mayor importancia. Debemos tener un corazón que
reconozca quién y cómo es Dios (Heb 11.6). También debemos tener un corazón que reconozca la
capacidad de Dios para responder a nuestras necesidades. Es esta comprensión de
su grandeza en contraste con nuestra insuficiencia lo que nos humilla ante su
trono.
Acudir a Dios con humildad es un imperativo absoluto.
Sin embargo, demasiadas personas tienen ideas confusas acerca de lo que en
realidad es la humildad. Vivimos en un mundo en el que se entiende que ella
equivale a una propuesta que dice «considérate una especie de gusano». Esto no
es así, en absoluto. La verdadera humildad tiene todo que ver con la persona de
poder en el Reino de Dios y nada que ver, en absoluto, con sentirse avergonzado
por lo que Dios ha querido que usted sea. Cuando nuestra pecaminosa vergüenza es
perdonada por medio de Cristo, lo que Dios piensa de nosotros es que somos su
tesoro. Estudie la forma en que estos versículos describen la visión que Dios
tiene de usted como Su posesión: Malaquías 3.17, 18; Efesios 2.4–6; 1 Pedro 2.9, 10.
La humildad consiste en vivir conforme a los
siguientes principios: la verdad acerca de nuestra condición de seres sin
pecado ante Cristo, a pesar de nuestras fallas humanas; la verdad acerca del
poder de Dios y su tierna gracia; la verdad acerca de los demás y sus
necesidades; todas estas cosas sopesadas en oración inclinan la balanza hacia
la humildad, y de esta manera están vinculadas con la forma en que acudimos en
oración a nuestro Padre.
La manera en que se acerque a Dios debería reflejar
los siguientes puntos de reflexión. ¿Puede pensar en algún pasaje que apoye
estos puntos?
1) Los métodos de Dios son más sabios que los míos, de
modo que voy a vivir en sumisión a su Palabra y a su voluntad.
2) Dios se interesa por mis necesidades y con toda
seguridad que las resolverá, de modo que se las presentaré humildemente.
3) Dios ama a este mundo, de modo que seré un
instrumento suyo para alcanzar a otros a través de mis oraciones.
Lea los siguientes pasajes para comprender mejor de
qué manera humillarse delante de Dios. Observe las cosas que han hecho otros, o
las que se le aconseja hacer para ser humilde ante Dios. ¿Qué cosas figuran en
la lista? ¿Qué sucederá si hace esas cosas? ¿Qué ejemplos de humildad ve? ¿Qué
hicieron esas personas para demostrar humildad o para humillarse a sí mismos?
¿Cuál fue el resultado final que se vio en sus vidas?
2 Crónicas 32.24–26
2 Crónicas 12.1–9
Salmo 35.13, 14
Mateo 18.3, 4
Hechos 20.17–24
Filipenses 2.3, 4; 5–11
1 Pedro 5.1–7
Humildad, tapeinophrosune. Modestia, bajeza, un
sentido de insignificancia moral, y una actitud humilde de interés altruista
por el bienestar de otros; total ausencia de arrogancia, de engaño y de
altivez. La palabra es una combinación de tapeinos (véase más adelante),
«humilde» y phren, «mente». La palabra era desconocida en el griego clásico no
bíblico. Únicamente renunciando a la autosuficiencia, los miembros de la
comunidad cristiana pueden mantener la unidad y la armonía.
Se humille, tapeinoo. Literalmente, «rebajar»; en Lucas 3.5 el vocablo se aplica a un monte. Metafóricamente, la palabra significa envilecer, humillar,
rebajarse. Describe a una persona que está desprovista de toda arrogancia y de auto-exaltación;
alguien que somete su voluntad a la voluntad de Dios.
Humillaos, shafel. Rebajar, hundir, deprimir, bajar,
abatir o descender. Shaphel aparece 29 veces y generalmente se traduce como
«humillar», «rebajar» o «empequeñecer». El empleo de shaphel se ilustra en Isaías 2.11; 5.15. Nótese la ironía de Proverbios 29.23: «La soberbia del hombre le abate; pero al humilde de
espíritu sustenta la honra».
Ore confiadamente y con fe
Nos puede parecer contradictorio presentarnos con
humildad y a la vez con denuedo («confiadamente», según el término de Hebreos),
pero esa es la forma exacta en que Dios desea que acudamos a Él. ¿De qué manera
pueden trabajar juntas estas dos actitudes? ¡La clave está en una fe en Dios
absoluta y totalmente dependiente!
La fe en nuestros propios planes o fuerzas sólo
promueve una arrogante autodependencia, pero la fe en la sabiduría y el poder
de Dios nos estimula a acudir confiadamente ante El, esperando recibir algo de
El, a la vez que concentrándonos en nuestra necesidad de El. Esto hace que la
humildad crezca en nosotros.
Vea qué es lo que puede aprender tocante a la fe en Santiago 1.5–7; 2.14–26 y Hebreos 11.1–12.2. Observe lo que va aprendiendo acerca de la fe, tanto
positiva (lo que debería hacer), como negativamente (lo que no debería hacer).
Santiago 1.5–7; 2.14–26
Hebreos 11.1–12.2
De un vistazo
Como obra la fe (Heb 11.1)4
Fe, pistis. Convicción, confianza, creencia,
dependencia, integridad y persuasión. En el marco del NT, pistis es el
principio divinamente implantado de confianza interior, seguridad y dependencia
en Dios y en todo lo que Él dice. La palabra, algunas veces, indica el objeto o
el contenido de la creencia (Hch 6.7; 14.22; Gl 1.23).
Denuedo, parrhesia. Osadía para hablar, expresión sin
reserva, libertad de palabra, con franqueza, candor, valor entusiasta, lo
opuesto a la cobardía, timidez o temor. Aquí denota un don divino que recibe la
gente ordinaria, no profesional, que exhibe poder y autoridad espirituales. Se
refiere también a una clara presentación del evangelio que no es ambigua o
ininteligible. Parrhesia no constituye una cualidad humana, sino un resultado
de recibir la plenitud del Espíritu Santo.
Dudar, diakrino. Tiene dos definiciones: 1) Juzgar el
fondo de un asunto; decidir entre dos o más alternativas; hacer una distinción;
separar dos componentes, elementos o factores; someter una decisión; evaluar
cuidadosamente. 2) La palabra también connota un conflicto consigo mismo, en el
sentido de vacilar, tener desconfianza, dudar, sentirse entre dos aguas en
cuanto a tomar decisiones, o claudicar entre esperanza y temor.
Creyeres, pisteuo. La forma verbal de pistis, «fe».
Significa confiar en, tener fe en, estar plenamente convencido de, reconocer,
depender de alguien. Pisteuo es más que creer en las doctrinas de la Iglesia o
en artículos de fe. Expresa dependencia y confianza personal que deviene en
obediencia. El vocablo implica sometimiento a la voluntad de Dios y una
confesión positiva del señorío de Jesús.
Jesús enseña la fe
Ahora que ha podido ver lo que significa llegarse al
Señor confiadamente, con fe y con corazón humilde, lea lo que Jesús dijo acerca
de ella mientras ministraba a diario a las necesidades de la gente. Atienda a
sus palabras dirigidas a los discípulos cuando les enseñaba sobre el poder y la
importancia de la fe.
Al estudiar las palabras de Jesús, conteste estas
preguntas:
¿Para qué necesitamos tener fe? ¿Por qué? ¿Cuánta fe
necesitamos?
¿Qué figuras usa Jesús para ilustrar una fe grande?
¿En quién hemos de tener fe?
¿Cuál es el resultado de nuestra fe?
¿A qué conduce la fe?
¿Cómo responde el corazón de Jesús a los que no tienen
fe?
Mateo 9.22–29
Marcos 10.27
Marcos 11.22–26
Marcos 16.17, 18
Lucas 7.1–10
Juan
12.44–47
¿Qué actitudes o emociones nuevas han surgido en su
corazón, por medio de esta lección, que desea poner delante de Dios en oración?
A medida que las anote, mencione cada una, presentándose verbalmente ante Dios
y creyendo que contestara su oración.
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