A inicios de la
Guerra Civil norteamericana la actitud general entre los del norte era
cualquier cosa menos realista. Se sabe de muy buena tinta que hubo multitudes
de civiles que siguieron a las tropas a la primera gran batalla, llevando
cestas para el almuerzo, preparados para una excursión, de la misma manera en
que nosotros lo haríamos para ver un partido de fútbol o de béisbol. Esperaban
disfrutar de un buen espectáculo antes de recoger sus cestas y regresar a
casa.El concepto de una verdadera guerra no entraba en sus mentes, y pocos
tenían alguna idea del dolor y el sufrimiento que sobrevendrían en los años
siguientes. Aún no había comenzado la cruda realidad de vidas truncadas y
soldados inválidos; la noción errónea de la mayoría era que los sureños
empacarían sus cosas y se volverían a casa apenas se oyeran los primeros
disparos.
Hacía calor el
día en que los soldados del norte marcharon hacia el primer enfrentamiento y
muchos empezaron a dejar su equipo a un lado porque les resultaba molesto
cargarlo con tanto calor. Hubo soldados que llegaron a la línea de batalla sin
pertrechos y otras cosas necesarias para la lucha. Muchos caminaban a su ritmo
en lugar de mantenerse unidos a sus compañías.
Durante ese
primer enfrentamiento, las tropas del norte sufrieron una derrota aplastante
porque no se habían preparado para una verdadera batalla. Se le prestó muy poca
atención a la verdadera preparación o disciplina militar, y la estrategia se
limitó simplemente a «presentarse y ganar la batalla».
Esta
descripción es más ilustrativa de lo que queremos reconocer, o sea, la forma en
que muchos cristianos piensan en cuanto a la guerra espiritual. Descuidan la
preparación adecuada; no están listos con el armamento apropiado; y no
entienden, o no quieren aceptar, el concepto de la autoridad espiritual que
deben ejercer sus comandantes (es decir, sus pastores y líderes). ¿Cómo se
supone que deben prepararse los cristianos para la guerra? El Salmo 5 ofrece una vívida descripción de la
preparación para la batalla en oración. Estudie la siguiente sección para saber
cómo espera Dios que usted se prepare para las batallas que tendrá que
afrontar.
En el Salmo 5.2, 3, ¿cómo empieza el
salmista sus días?
Observe en los
versículos 4–6, cuando dirige
sus plegarias al Señor, los fundamentos a que alude el salmista para pedir la
derrota de los enemigos que debe enfrentar.
Analice los
versículos 7–12. Teniendo en
cuenta que esta canción es una plegaria dirigida al Señor en ocasión de tener que
enfrentar al enemigo, observe las siguientes formas:
(a) el guerrero
ora pidiendo protección y ayuda.
(b) se
disciernen el carácter y la táctica del enemigo.
(c) se solicita
el modo específico de derrotar al enemigo.
Ahora,
practique estas ideas en una situación que conozca en el contexto actual de
nuestra sociedad.
Guíame, ˓arak. Disponer, poner en orden (en una gran variedad
de aplicaciones). Colocar o ubicar (a uno mismo o a la tropa) en orden de
batalla; ordenar, comparar, dirigir, evaluar, estimar, calcular, acompañar (en
la guerra), suplir, manejar, reunir (en la lucha), constituir, preparar. La
gama de traducciones posibles de esta palabra resulta particularmente
significativa en el contexto de esta lección, ya que indica los muchos aspectos
que requieren preparación para la guerra espiritual.
La palabra
hebrea ˓arak, «dirigir», se usa en los siguientes pasajes en relación con la lucha.
En cada caso indicamos el término que se ha usado para traducir de el hebreo ˓arak.Tomando en cuenta el contexto del Antiguo
Testamento, donde las batallas se libraban entre el pueblo de Dios y sus
enemigos, podemos deducir principios orientadores. Tome nota de las verdades
que vaya descubriendo a medida que observe esta palabra en otros contextos.
Relacione dichas verdades con lo que sus oraciones tienen que lograr en la
esfera espiritual cada día. (La frase después de cada cita es la manera en que
se ha traducido en cada caso la palabra ˓arak.)
Levítico 6.12 (y acomodará)
Levítico 27.8 (fijará el precio)
Jueces 20.22 (ordenar la batalla)
1 Samuel 17.8 (puesto en orden de batalla)
2 Samuel 10.9–10 (se puso en orden de batalla; lo alineó)
1 Crónicas 12.33 (prontos para
la guerra)
Jeremías 46.3 (preparad)
Atalaya,
tsaphah. Vigilar, mirar a la distancia, espiar, resguardar, reconocer algo,
especialmente si se relaciona con algo peligroso para advertir a los que
pudieran ser afectados. Este verbo aparece 80 veces. A menudo es traducido como
«centinelas», refiriéndose a los guardias reales (1 S 14.16), o a aquellos
que vigilan desde una torre en las murallas de una ciudad (2 A 9.17, 18). En otras
ocasiones, son los centinelas espirituales, o los profetas, los que vigilan,
ven el peligro y lo comunican al pueblo (véanse Is 52.8; Jer 6.17).1 En esta lección se demuestra una actitud expectante hacia la
respuesta del Señor a la oración, estar alerta y esperar dicha respuesta, juntamente
con el cuadro de un atalaya o explorador que va en busca de información
necesaria para la estrategia de la batalla.
La «espera» en
oración se puede cumplir mediante una actitud atenta a los acontecimientos que
ocurren en la sociedad que nos rodea, y más que una mera «charla» sobre hechos
políticos, internacionales o sociales que nos afligen, se trata de orar con fe
y poder. La «espera» en oración también se lleva a cabo aguardando en el Señor
y permitiendo que el Espíritu Santo hable a nuestro corazón y nos dé la
orientación y el discernimiento respecto a individuos o a circunstancias
difíciles.
A la luz del
análisis que acabamos de hacer de los términos, disponga su corazón para
reflexionar sobre los siguientes asuntos con una actitud receptiva.
1. Dedique un
momento para identificar los aspectos relacionados con la preparación en su
propio estilo de vida. ¿Cómo se prepara espiritualmente para los
acontecimientos de cada día?
2. ¿Cómo ora
respecto a los hechos que se avecinan en su vida?
3. Dedique un
momento a considerar el contenido de sus oraciones. ¿Son comúnmente generales o
especificas? ¿Tienden a ser desprovistas de emoción, efectuadas como una
obligación ritual o expresan un anhelo apasionado y compasivo? ¿Se descubre con
frecuencia a sí mismo preocupado por solicitudes personales, orando según sus
preferencias personales, o busca sinceramente discernir la voluntad de Dios en
cada asunto por el que ora?
4. ¿Tiene un
plan o una estrategia para su tiempo de oración o comienza ese período
espontáneamente, sin mayor reflexión previa?
5. ¿Cómo se
prepararía para un tiempo determinado de oración intercesora, con un enfoque
concreto?
Un honor por el
que vale la pena luchar
En la Edad
Media los caballeros lidiaban por cuestiones de honor. En tiempos de la colonia
los duelos se libraban con espadas o pistolas; más tarde, un tiroteo en alguna
polvorienta calle del lejano oeste decidía la cuestión, pero las razones eran
siempre las mismas. Para algunos, una simple ojeada era razón suficiente para
matar, mientras que otros lo hacían sólo como un acto de defensa o para proteger
a sus seres queridos del peligro.
Ya sea en un
enfrentamiento tribunalicio, una batahola en el oeste americano o un tiroteo al
estilo moderno, tirando desde un vehículo, los seres humanos siguen peleando
para defender su honor, no importa lo erradas que sean sus motivaciones. La
ofensa del honor puede ser insignificante o grande, según el amor propio de la
persona. Sea como fuere, la historia registra muchas peleas, contiendas entre
familias, batallas y guerras que giran en torno al orgullo de alguien.
Como creyentes
en Jesucristo, debemos renunciar a esos juicios personales. Esto no significa
que somos llamados a dejar que el mundo «nos arrolle». Por el contrario, somos
llamados a vencerlo, no por la fuerza física, sino mediante la guerra
espiritual.
En la batalla
espiritual somos soldados que procuramos defender el honor de nuestro Rey,
Jesús. El deber de cada creyente es dar la gloria a Dios (Mt 5.16), y es por ese
honor—el de Dios, no
el nuestro—que vale la
pena luchar.
La Biblia
registra muchos relatos acerca de personas que lucharon para defender el honor
de Dios, tanto en el terreno físico como en el espiritual. Al leer los
siguientes pasajes, sintetice las palabras y las acciones de las personas
involucradas, luego sus plegarias y por último los resultados de su lucha. En
cada uno de los episodios, anote lo que pueda observar acerca de la actitud del
corazón de esa persona hacia Dios y su relación con Él. Al final, escriba lo
que ha aprendido en cuanto a las batallas de oración y su propósito, considerando
lo que pueda aplicar a su propia vida.
1 Samuel 17.1–11, 20–24, 32–52
(a) Palabras /
Acciones
(b) Oración
(c) Resultados
(d) El
«corazón» para Dios
(e) Lecciones
sobre las motivaciones
2 Reyes 19.8–20
(a) Palabras /
Acciones
(b) Oración
(c) Resultados
(d) El
«corazón» para Dios
(e) Lecciones
sobre las motivaciones
Mediante un
diccionario bíblico o una enciclopedia, busque información adicional sobre la
forma en que se encaraban casi siempre las batallas en tiempos antiguos (por
ejemplo, las tácticas guerreras en las campañas militares de Babilonia, Persia,
Grecia o Roma). Averigüe lo que nos pueden enseñar los principios de estrategia
militar si los aplicamos a la guerra espiritual. Esta puede ser una
investigación muy provechosa que le brindará herramientas útiles para contar
estas verdades a otros cristianos.
Disciplina para
ganar batallas
Al comienzo de
esta lección describimos claramente la situación del ejército que no se prepara
para la batalla. No hay mucha esperanza para una partida de soldados que sale a
enfrentar la lucha en esas condiciones. Su única esperanza está en que sus
enemigos hubieran sido aun menos diligentes que ellos en prepararse. Pero ese
no será nunca nuestro caso, porque en la guerra que libramos los cristianos, el
enemigo está en constante alerta. ¿Cómo describe 1 Pedro 5.8 su estado? ¿Qué dice Efesios 6.11 acerca de la manera en que hace sus planes (busque el
significado de la palabra «asechanzas»)?
Debido a todos
estos factores, es imprescindible que estemos en constante estado de
preparación. La disciplina es la clave para estar listos para la acción. Como
en todas las áreas de la vida, cuando no se mantiene la disciplina—física,
mental o espiritualmente—, el resultado es una inevitable incapacidad para
actuar de manera efectiva en pro del objetivo deseado.
A continuación
indicamos pasajes que se refieren a la disciplina cristiana. Algunos orientan
respecto a un vivir piadoso y nos hablan de las bendiciones que trae el caminar
en integridad, en tanto otros nos señalan las consecuencias de no hacerlo.
Resuma lo que se dice acerca de cómo han de vivir los creyentes, y anote cómo
ve la relación entre ese estilo de vida y la victoria en las batallas que le
toca librar.
Deuteronomio 6.1–7, 17–19
Hebreos 10.19–25
1 Juan 3.18–23
¿Ha pensado
alguna vez en la oración como una manera de «combatir» para realzar o defender
el honor de Dios? ¿Qué piensa y siente al respecto?
¿Anhela ver que
Dios recibe la gloria por las cosas que usted hace? Dedique un tiempo para
confesar al Señor todo lo que Él traiga ahora mismo a su mente, respecto a
ocasiones en las que ha tratado de reservar la gloria para usted en lugar de
darle crédito a Él.
Describa lo que
puede hacer para crecer o convertirse en una persona cuyo corazón esté
consagrado a dar la gloria a Dios en cada situación de la vida. Pida al
Espíritu Santo que le muestre formas nuevas de darle gloria al Padre.
Enumere algunas
de las maneras concretas en que siente que el Señor lo está llamando a ser más
disciplinado.
Ore pidiendo al
Espíritu Santo que afiance esas áreas disciplinadas en su vida. El resultado
debiera ser un estilo de vida más gozoso, liberador y victorioso.
Al hacer estos
análisis y autoevaluaciones, recuerde que no estamos intentando colocarnos en
una posición de superioridad espiritual sino la de aceptar las disciplinas que
caracterizan a un soldado. A veces resulta difícil avanzar en las de la vida
cristiana sin volvernos rígidos y legalistas. Si descubre que es «atrapado» por
un conjunto de reglas, es probable que esté procurando hacer más de lo que Dios
realmente lo ha llamado a hacer en este momento, y que, por consiguiente, esté
intentando lograr esas metas con sus propias fuerzas en lugar de contar con el
poder de Dios. Si esto es lo que le está sucediendo, pídale a alguien en el que
reconoce sabiduría divina que le ayude a decidir a qué disciplinas dar
prioridad en una primera etapa, y permita que el Señor le ayude a crecer en
esas áreas antes de abordar las demás. No se sienta descorazonado ni caiga en
la trampa de compararse con otros. Recuerde que el guerrero cristiano bien
disciplinado no surge de la nada. Vamos a seguir creciendo durante toda la vida
en estas áreas de disciplina.
Vencedores en
su nombre
Jesús lo ha
llamado para que actúe en su nombre. Esto significa que el poder y la autoridad
de Jesucristo están a su disposición. No hay nada que pueda derrotarlo cuando
usted se desenvuelve en el poder de Jesús. Esta gran bendición y asombrosa
responsabilidad que Cristo nos ha conferido se fundamenta en el hecho de que
ser enviados «en su nombre» significa haber sido delegados:(a) como sus
representantes plenamente autorizados, (b) plenamente investidos de autoridad y
poder para actuar. Esta es una bendición poderosa. Tenemos todo el poder que
pudiéramos llegar a necesitar para vivir una vida cristiana victoriosa y para
salir triunfantes en la lucha. No hay nada que pueda detenernos
definitivamente, no hay poder que pueda derrotarnos cuando usamos el nombre de
Jesús con autoridad. Esto no significa que algunas batallas no van a ser
largas, arduas y sacrificadas. ¡Pero vamos a triunfar! Entonces, se preguntará:
¿por qué hay creyentes que sus vidas no manifiestan este poder? ¿Y qué falta
cuando la gente invoca el nombre de Jesús y no recibe ninguna respuesta?
Es en este
contexto que debemos entender qué significa ser responsables en Su nombre. Si
va a ejercer autoridad en el nombre de Jesús, debe antes someterse a El. Cuando
un embajador habla en nombre de su país, expresa la voluntad de su nación, no
la de él. Cuando usted habla en nombre de Jesús, debe expresar Su voluntad. Si
trata de actuar según su voluntad, no tiene derecho a usar su nombre.
Recuerde las
palabras de Jesús cuando dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará
en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en
los cielos» (Mt 7.21). La cuestión está en quiénes realmente reconocen el señorío de Jesús en su vida. Estos son los que viven en sumisión a El y pueden
aplicar su nombre con autoridad y poder.
¿Cuáles son las
formas en que la voluntad propia puede obstaculizar el poder en la oración?
Incluimos aquí
algunas referencias bíblicas que le ayudarán a entender el poder del nombre de
Jesús. En su nombre nos es conferida toda la autoridad que le ha sido dada a
El. A partir de estos pasajes, a medida que vaya descubriendo lo que expresa
Jesús respecto a la autoridad, o lo que han dicho otros escritores bíblicos,
haga una síntesis del fundamento sobre el cual se apoya la autoridad que se le
ha delegado.
Mateo 28.18
Lucas 9.1
1 Corintios 15.27–28
1 Pedro 3.22
¿Qué significa
para usted, en lo personal, que Jesús le haya dado derecho a usar su nombre?
Escriba aquí una carta con su respuesta a Jesús. Exprese sus sentimientos por
el hecho de habérsele confiado este privilegio.
¿Se siente más
cerca de Cristo porque se le ha otorgado autoridad en Su nombre? ¿Qué otro
descubrimiento en esta lección le ha acercado más a Jesús?
¿Cuál es, en su
opinión, el aspecto más importante al enfrentar una guerra espiritual? ¿Qué lo
hace tan vital?
¿Qué ha
aprendido en esta lección que puede ayudarle en las situaciones en las que ya
está involucrado? ¿Cómo cree que lo va a ayudar? ¿Cómo va a poner en práctica
estas cosas?
¿En qué
aspectos de la disciplina preparatoria para la guerra espiritual necesita que
el Señor lo ayude a crecer? Escríbalas como un recordatorio de oración y
expóngalas cada día ante el Señor como preparación para la batalla.
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