domingo, 11 de noviembre de 2018

02- Las grandes nuevas de Dios



(1.1–17)

«Felicitaciones, es una niña».

«¡Mamá, lo logré! Tengo “Excelente”en matemática»
.
«Ya puede estar tranquilo. La operación quirúrgica ha sido todo un éxito».

«¡Cariño, por fin me otorgaron el aumento!»

«Se les ha concedido el préstamo. La casa ya es de ustedes».


A veces nos parece que en raras ocasiones nos pasan cosas buenas. La vida puede ser muy dura. Pero hay otras ocasiones cuando todo sale bien, cuando obtenemos lo que tanto hemos ansiado, cuando recibimos noticias realmente buenas, es más, grandes noticias. Un bebé se convierte en parte de la familia. Uno de nuestros hijos por fin logra aprobar una asignatura difícil. Un ser querido soporta bien la intervención quirúrgica y no sólo eso, sino que a partir de allí realmente empieza a sanar. Por fin nos llega ese ingreso adicional que necesitábamos con desesperación. La casa aflorada, con el espacio suficiente, ubicada en el vecindario adecuado, diseñada en el estilo que siempre hemos anhelado, al fin se vuelve realidad. Son hitos que forjan nuestros recuerdos, momentos que atesoramos, tiempos agradables para paladares que con demasiada frecuencia reciben sólo los sabores ácidos y amargos.

La carta a los Romanos tiene ese sabor dulce y maravilloso de lo extraordinario. Por la inspiración del Espíritu Santo, el apóstol Pablo escribió una carta asombrosa, de enorme profundidad teológica, desafío moral y de una pertinente relevancia práctica. Todo ello en torno a un tema grandioso: «el evangelio de Dios» (1.1).

Hasta ahora, usted sólo ha probado algo de la comida del evangelio que le ofrece la mesa de Romanos. Pero ahora va a servirse un primer plato, y creo que lo va a encontrar más sabroso que cualquier otro que jamás haya recibido. En realidad proviene de Aquel que trae buenas nuevas, cuyas promesas nunca fallan, cuya fidelidad no claudica, cuya felicidad consiste en ofrecernos a usted y a mí todas las bendiciones del cielo. ¿Qué mejor novedad que esta podríamos esperar jamás?
¡Aquíííííí… Pablo!

En la actualidad, cuando escribimos cartas, colocamos nuestro nombre al final, pero durante el siglo primero el escritor se identificaba al comienzo de su misiva. Eso es lo que hace Pablo en este caso (1.1). Sin embargo, no sólo da su nombre. También se identifica de otras tres maneras. ¿Cuáles son?

Las restantes cartas de Pablo se enumeran abajo. ¿Cómo se presenta en ellas?

1 Corintios
2 Corintios
Gálatas
Efesios
Filipenses
Colosenses
1 Tesalonicenses
2 Tesalonicenses
1 Timoteo
2 Timoteo
Tito
Filemón

¿Qué similitudes y diferencias encuentra? ¿Con qué rasgo se identifica el propio apóstol con más frecuencia? ¿Por qué cree que eligió ese como el principal?

Siervo (1.1): La palabra griega puede traducirse como esclavo o servidor. Encierra una serie de ideas. Puede referirse a un empleado que «no podía renunciar a su trabajo y escoger otro empleador. Entre este tipo de siervos había quienes eran educados y hábiles, y trabajadores comunes y corrientes».1 La palabra podía referirse también a una persona que pertenecía a otra. En este caso, quizás Pablo tenía en mente el cuadro del Antiguo Testamento en el que un esclavo manifestaba su amor comprometiéndose a servir fielmente a su amo por el resto de su vida (Éx 21.2–6). No importa cuál sea el matiz, lo cierto es que la expresión del apóstol indica la lealtad de Pablo hacia el Señor Jesucristo y su deseo de servirle.

Apóstol (1.1): Un apóstol era un miembro de la iglesia primitiva a quien Dios dio especial autoridad para proclamar y extender el evangelio. El Señor dio a sus primeros doce apóstoles milagrosos dones y habilidades (Mt 10.1–8), y usó algunos de ellos para escribir su Palabra sin errores (Ro 2.16; 1 Co 14.37; 2 Co 13.3; 1 Ti 2.13; 4.15; 2 P 3.15, 16). Dios también le concedió a otros el don de fundar y gobernar iglesias que se multiplicaban con gran vitalidad. Las percepciones y enseñanzas de los apóstoles fueron esenciales para mantener a la iglesia en su curso correcto (Gl 1.8, 9; 1 Ts 4.8; 2 Ts 3.6, 14).

Al inicio de la historia de la Iglesia, cualquiera no podía ser apóstol. La persona debía ser señalada por Dios para esa tarea y debía ser testigo ocular del Cristo resucitado (Mt 10.1–8; Hch 1.21–26). Pablo cumplía ambos requisitos (Hch 9.1–27; 22.6–15; 26.12–20; 1 Co 9.1; Gl 1.1), y se refería a sí mismo como el último de los apóstoles que vio al Señor resucitado (1 Co 15.7, 8).

¿Cómo describiría usted su propia relación con el evangelio y con el Señor? ¿Feliz? ¿Tensa? ¿Se destaca por la seguridad? ¿Está llena de dudas?

Como veremos más adelante, Pablo con toda seguridad no se avergonzaba del evangelio (Ro 1.16). ¿Se sentiría a gusto contándole a otros acerca de su entrega a Dios, y de las maravillosas nuevas que Él tiene para la humanidad? Escriba sus pensamientos y preséntelos con franqueza ante Aquel que ya los conoce. Luego considere en oración cualquier cambio que necesitaría hacer en su identificación pública con Dios y su plan de salvación.

Con la ayuda de una concordancia de la Biblia o un diccionario bíblico, vea si puede hacer una lista de los restantes apóstoles de la iglesia. Podría buscar las palabras apóstol(es), apostolado y discípulo(s). También puede interesarle saber qué les pasó a esos hombres. ¿A dónde viajaron? ¿Qué pueblos y naciones evangelizaron? ¿Qué iglesias fundaron? ¿Cómo murieron? Las enciclopedias y diccionarios bíblicos a menudo traen este tipo de información.

Apartado para el evangelio

Pablo dice que fue «apartado para el evangelio» (1.1). Apartado significa separado para algo más bien que de algo. Pablo fue escogido para ser consagrado y dedicado al evangelio, no para vivir aislado de las personas o las instituciones, ni tampoco del trabajo «secular». Observe que Pablo hacía tiendas para proveer ingresos para su sustento y el de sus compañeros (Hch 20.34; 1 Ts 2.9; 2 Ts 3.8); también tenía vínculos con personas de distintas razas, religiones y nacionalidades por causa del evangelio (Hch 17; Ro 15.18–21; 1 Co 9.19–22). Los fariseos, por el contrario, pensaban que la santidad exigía el aislamiento. Es más, incluso el nombre fariseo significa «separado», en el sentido de aislarse de ciertas personas y cosas.

¿Cuál es su concepto de separación? ¿Se asemeja al de Pablo o al de los fariseos? ¿Está definida su vida más bien por lo que no hace y las personas con las que no se relaciona que por lo que hace y las personas que desea alcanzar por amor al evangelio?

A veces resulta difícil ser objetivo respecto a temas como estos. Si tiene un amigo íntimo o un miembro de su familia en el que puede confiar, pídale ayuda para contestar estas preguntas con sinceridad. Por otra parte, sin embargo, analice sus palabras y acciones en el curso de la próxima semana poco más o menos, pidiéndole al Espíritu Santo que le ayude a verse a sí mismo con objetividad. Luego vuelva a considerar estas preguntas, respóndalas, y en oración y consulta con otras personas, procure hacer los cambios necesarios para llegar a ser el tipo de verdadero siervo que Dios desea, que ame y alcance a otros, y a quien los que buscan la verdad con sinceridad se alegrarían de conocer.

Una noticia para toda la vida

Al mencionar «el evangelio de Dios» (1.1), Pablo presenta el tema central de su carta. Luego prosigue a describirlo de manera sintética. Lea los versículos del 1 al 6 y responda las siguientes preguntas acerca del evangelio:

¿Cuál es la verdadera fuente del evangelio?

¿A través de quién se reveló?

¿De quién trata el evangelio?

¿Qué dice Pablo acerca de esta persona?

¿Qué se dice acerca del papel del Espíritu Santo?

¿Cómo beneficia el evangelio a los creyentes?

Planes de viaje

Pablo, después de su propia presentación y el tema de su carta, saluda a los destinatarios, los creyentes (santos se refiere a todos los cristianos, no sólo a un grupo especial de creyentes) en la antigua Roma (1.7). ¿Cómo los describe? ¿Qué anhela para ellos?

Gracia (1.7): A través de todos los escritos de Pablo, cuando relaciona esta palabra con la deidad, se refiere al amor gratuito e inmerecido que Dios ofrece a los seres humanos por medio de Jesucristo y que se hace efectivo mediante el ministerio del Espíritu Santo.

Paz (1.7): La paz que viene de Dios es una sensación de bienestar que sus hijos disfrutan por el poder de su gracia.

Aquí Pablo revela su deseo de visitar Roma y el por qué desea hacer el viaje. Pero en el contexto de la explicación que ofrece en relación con todo esto, aprendemos mucho acerca de Pablo y su afecto hacia los cristianos romanos.

¿De qué está agradecido Pablo? (1.8)

¿Qué pedía Pablo en oración? (1.9, 10)

¿Por qué quiere visitar Roma? (1.11–15)

¿Qué le dicen estos versículos acerca de Pablo?

¡Al leer acerca de la relación de Pablo con Dios nos puede hacer sentir culpables! Y recuerde, él no fue un supersanto. Aunque fue llamado a servir como apóstol, eso no lo colocaba sobre un pedestal. Pero servía al mismo Señor que servimos, Aquel que nos llenará de poder para una vida de piedad tal como se lo dio a Pablo.

Por lo tanto, tómese algunos minutos para reflexionar acerca de lo que expresa Romanos 1.8–15 sobre la vida de oración de Pablo, sus motivaciones y su compromiso con una comunidad de creyentes que ni siquiera conocía. ¿Apuntan esas cosas hacia algún cambio que debería hacer en esas áreas de su vida?

Celo evangelístico

Si por algo era conocido Pablo, era por su valentía y su dedicación (Hch 9.1–30; 13.4–52). Sin embargo, cuando hace referencia al evangelio en Romanos 1.16, dice: «Porque no me avergüenzo del evangelio[…]». ¿Por qué deja que sus lectores sepan que no se sentía avergonzado? ¿Lo decía para suavizar cualquier idea que pudieran tener acerca de él, o procuraba estimular a los creyentes para que fueran valientes en su testimonio y consagrados al evangelio? Fundamente su respuesta en base a lo que ya ha investigado en el libro de Romanos.

Puesto que el evangelio es para todos, ¿por qué cree que Pablo dice «al judío primeramente»? (1.16) Antes de responder, analice la manera en que Pablo llevaba a cabo la evangelización y sus propios comentarios al respecto (Hch 13.5, 14, 42–52; 14.1–7; 17; 18.1–8, 19; 19.8–10; 28.17–31).

Lo que abarca el evangelio

Hoy en día, cuando la mayoría de los cristianos hablamos acerca de la salvación, nos referimos al acto inicial de confiar en Jesús como el Salvador que nos libra del pecado y como el Señor de nuestras vidas. ¿Es esto todo lo que Pablo tenía en mente? No. Como veremos en este estudio de Romanos, lo que Pablo entendía por evangelio de la salvación era algo mucho más completo. La salvación en Cristo es algo total. Abarca cada aspecto de nuestra vida, desde el momento en que confiamos en Cristo por el resto de nuestra peregrinación terrenal, incluyendo además toda nuestra vida de pleno esplendor en la eternidad. Comprende la salvación de la condena por el pecado (es decir, la muerte aquí y para siempre), del poder que el pecado (que nos encadena a la muerte aquí y para siempre), y de la presencia del pecado (que procura abofetearnos con la muerte aquí y para siempre). El Señor nos justifica, librándonos de la sentencia del pecado (Ro 3.21–5.21); nos santifica, librándonos del poder del pecado (6.1–8.16) y nos glorifica librándonos de la presencia del pecado (8.17–30). El nos salva por completo, no sólo nuestra alma o nuestro espíritu, sino también nuestro cuerpo (8.23; 1 Ts 5.23). No deja ninguna parte de nuestro ser sin redimir. Cada parte de nosotros es limpiada, regenerada, sanada, transformada. Así que la Biblia presenta un evangelio completo para todo el mundo, que abarca la totalidad de cada persona durante toda su vida. ¡Esto sí que es un plan integral de salud!

¿Cómo podemos apropiarnos de este extraordinario plan? ¿Cómo podemos utilizar este plan? Hay una sola manera: por fe (Ro 1.17). Pablo lo expresa aquí de manera dramática, a pesar de lo breve de su declaración. No obstante, para comprenderlo claramente resulta útil conocer los antecedentes.

La expresión «la justicia de Dios» se refiere a la justificación que Dios provee. Puesto que es Dios quien la otorga, esta justificación es consecuente con el carácter y las normas de Dios. Lo que Dios nos ofrece es la debida relación con El. Esta debida relación es la que se nos revela, se nos manifiesta «por fe y para fe» (1.17). En otras palabras, comienza con la fe y continúa con la fe. Pablo subraya este concepto citando Habacuc 2.4: «Mas el justo por la fe vivirá». Este pasaje del Antiguo Testamento expresa literalmente lo siguiente: «¡La persona justa vivirá en [o por] su fidelidad [firmeza, integridad, convicción, fe, perseverancia]!» Vivirá es una expresión que virtualmente equivale a será salva. Una correcta relación con Dios comienza con nuestra disposición a mostrar fe plena en Cristo y se mantiene mediante el ejercicio de una fe que deposita su confianza en Él. Sí, Dios es quien nos salva y quien nos capacita. Sin embargo, de la misma forma que debemos recibir la salvación por fe, debemos crecer y perseverar en esa salvación por medio de la fe.

¿Por qué debe ser aceptada por fe la justificación que proviene de Dios? ¿Podemos ganarla u obtenerla de alguna otra manera? No hay ninguna posibilidad, responde Pablo, y pasa a explicarnos el porqué en la segunda mitad de Romanos 1.

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