Romanos (1.18–2.16)
—¿Por qué hiciste eso, Santiago? —le preguntó
exasperada su mamá—. Te he dicho una y mil veces que no molestes a tu hermana.
¿Por qué no me escuchas?
—¡Pero ella me sacó la lengua! ¡La odio! —Santiago
estaba convencido de que su reacción había sido legítima y justificada, y no
tenía por qué volverse atrás.
Pero, sin embargo, su mamá ya estaba cansada.
—Santiago, estoy harta de tus excusas. Si Sara te molestó,
actuó mal. Pero eso no te da derecho a burlarte de su apariencia, ni de los
juguetes con los que juega, ni de sus amigos, ni por cualquier otra cosa. Dos
mal hechas no equivalen a una bien hecha. ¿Cuándo vas a aprender eso?
Santiago sabía de qué hablaba su mamá. No era nada
nuevo. Se lo había dicho muchas veces. Sin embargo, pensaba que no era cuestión
de que las payasadas de su hermana quedaran sin recibir su merecido, no importa
qué dijera su madre.
—Lo que Sara me hizo a mí tampoco estaba bien —contestó
Santiago—. Deberías hablar con ella también. No debiera ser yo el único que
reciba una reprimenda.
—Tienes razón. Por supuesto que hablaré con ella. Pero
aun así no tienes excusa por tu comportamiento».
—Pero, mamá…
—Basta de «peros» —dijo su madre con evidente enojo—.
Basta de tus excusas. Vete a tu habitación mientras pienso qué penitencia te
voy a imponer.
—Pero, mamá…
—¡Vete! ¡Ahora mismo!
Santiago hizo una mueca de indignación, giró sobre sus
talones y salió como una tromba de la habitación, cerrando de un portazo la
puerta de su dormitorio. No importa qué dijera su madre, él seguía convencido
de que tenía derecho a pelear con su hermana.
Excusas. Excusas. Pero aun cuando somos mayores y al
parecer debemos entender mejor, cuántas veces nos portamos igual que Santiago.
Tratamos de justificar nuestras acciones disparatadas en lugar de reconocer
nuestra falta y buscar perdón:
• «Si mi jefe supiera hasta qué hora me quedé
trabajando en ese proyecto suyo, no se hubiera enojado conmigo porque falté dos
veces al trabajo la semana pasada».
• «Mi esposa me ignora de muchas maneras, de modo que
pienso que debo tener derecho a quedarme hasta altas horas siempre que me dé la
gana y sin avisarle».
• «Como él me ofendió la última vez, no me siento
culpable de haberlo puesto en ridículo delante de sus amigos».
• «Puesto que no me otorgaron el aumento ni el ascenso
que esperaba, decidí tomarme más días de licencia por enfermedad, simplemente
para quedarme en casa a descansar y jugar un poco más al golf».
No sólo damos excusas a nivel humano, sino también las
damos en el ámbito espiritual. Pablo nos pone frente a este hecho en Romanos 1.18–2.16. Aunque nos haga sentir un poco incómodos enfrentarnos a nuestros razonamientos y
reconocerlos por lo que son, jamás podremos disfrutar de todos los beneficios del
evangelio si no lo hacemos. Por lo tanto, sigamos adelante. Vernos al
descubierto delante de nuestro Padre celestial puede doler un poco, pero bien
vale la pena la extraordinaria sanidad que produce.
Lo que todos sabemos
Ya hemos visto que la justicia de Dios (la posición
debida ante El que sólo Dios puede darnos), viene a través del evangelio, la
buena noticia acerca de la salvación por fe mediante el Hijo de Dios,
Jesucristo (Ro 1.6, 17). Pero esto presupone que necesitamos que Dios nos justifique. De
alguna manera, alguna vez, nos hemos apartado de la correcta relación con El.
Al hacerlo, hemos dañado la relación a tal punto que no podemos restablecerla
por nosotros mismos. Nada de lo que pudiéramos hacer podría jamás arreglar las
cosas entre nosotros y nuestro Creador. Por eso Dios tuvo que venir e iniciar
lo que éramos incapaces de hacer.
¿Qué ocurrió? ¿Qué hizo la raza humana que resultó ser
tan censurable para Aquel que nos había creado? ¿Cómo perdimos la debida
relación con el Señor? Como un fiscal que defiende la posición de Dios, Pablo
presenta las pruebas de nuestro mal proceder para que podamos verlo. La
descripción que hace es sombría y convincente. No deja ninguna duda de que el
juicio que pesa sobre nosotros es inflexible; somos definitivamente culpables.
¿Por qué está enojado Dios? (1.18–21)
Analicemos con más profundidad estos versículos para
que percibamos claramente la causa de la separación entre la humanidad y Dios.
Debemos empezar por entender cabalmente algunas palabras y frases claves.
Ira de Dios: Es la ira justa y legítima de Dios contra
todo lo que tuerce o distorsiona sus propósitos, y que en consecuencia
quebranta y ofende su carácter santo y recto.
Impiedad: Falta de reverencia para con Dios, tanto en
términos de rebeldía como de indiferencia.
Injusticia: Los actos de injusticia cometidos por los
seres humanos en sus relaciones interpersonales.
Detener la verdad: «Reprimir», racionalizar o tratar
de excusar u ocultar la verdad acerca de uno mismo, de los demás, de Dios o de
cualquier otra cosa.
Pablo dice que Dios está profundamente airado a causa
de la «impiedad e injusticia» de la humanidad (1.18). Dado que la impiedad caracteriza nuestra relación con Dios y la injusticia describe la forma en que
nos tratamos unos a otros, ¿qué nos dicen las expresiones de Pablo acerca de lo que
preocupa a Dios? ¿Está nuestro Creador molesto sólo por la manera en que lo
tratamos a El? ¿Por qué cree que le importan tanto las relaciones entre los
seres humanos?
Éxodo 20.1–17 contiene los Diez Mandamientos. Trate de
reformularlos con sus propias palabras. Luego considere cuántos de estos
mandamientos tienen que ver con nuestra relación con Dios, y cuántos a la
manera en que nos tratamos entre nosotros. ¿Ve alguna correlación entre estos mandamientos
y lo que Pablo dice en Romanos 1.18?
Aunque el acto de detener la verdad puede referirse a
cualquier información acerca de cualquier cosa o persona, Pablo se centra en
algunas verdades concretas respecto a Dios.
¿Cuáles son las verdades acerca de Dios que la gente
ha ocultado? (1.20)
¿Cómo conocieron los seres humanos estas verdades en
primer lugar? (1.19, 20)
¿Hasta qué punto son obvias estas verdades? ¿Pueden
los seres humanos sostener que las ignoran? (1.20)
¿De qué manera se manifiesta este encubrimiento de la
verdad? (1.21–23) Compare su propia respuesta con lo que dice Pablo en 1.18. ¿Encuentra alguna relación?
Analice de nuevo los versículos 21–23. ¿Qué progresión hay en la degradación del ser humano? ¿Dónde se inicia? ¿Cómo afecta al ser humano y a su relación con Dios?
Antes de seguir avanzando conviene que reflexionemos
sobre la aplicación de lo aprendido.
¿Qué evidencias encuentra en el orden creado acerca de
la existencia y el carácter de Dios?
¿Ha usado el Espíritu Santo estas evidencias (o
cualquier otro tipo de evidencia) para convencerlo a usted, o a alguna persona
que conoce, sobre quién es Dios y de que Él realmente vive? Si así fuera,
relate lo ocurrido.
Según lo que entiende de Romanos 1.18–23, ¿cuáles son los límites de la «revelación natural»? En
otras palabras, ¿qué es lo que la creación material nos muestra o nos dice
acerca del Creador? ¿Sobre qué guarda silencio?
Repase ahora los pasajes que se señalan a
continuación. Procure descubrir de qué manera confirman o amplían lo que
expresa Romanos 1.18–23 acerca de los límites de la revelación natural.
Salmo 19.1–6
Hechos 14.17
Hechos 17.22–30
Romanos 2.14, 15
¿Promueven o desbaratan estos pasajes el concepto tan
popular en nuestros días de que todos los caminos llevan a Dios y que todas las
perspectivas religiosas son simplemente diferentes maneras de percibir la misma
verdadera Realidad? ¿Cómo podría usar estos versículos para mostrarle a alguna
persona que hay un solo Dios y que cualquier concepto contrario a Él es falso?
La idolatría consiste en reemplazar al Dios verdadero
por uno o más dioses falsos o demoníacos. Los dioses falsos pueden ser mentales
o metálicos, animales o humanos, monetarios o tecnológicos. En realidad, puede
serlo cualquier cosa que se propone como un sustituto del único Dios. ¿Cuáles
son algunos de los ídolos que usted puede reconocer en nuestra sociedad,
incluso entre sus vecinos? Tómese también algunos minutos para examinar su
propio corazón y mente. ¿Ha erigido allí algunos dioses falsos? ¿Tiene algo que
confesar ante Dios?
Cuando Dios se da por vencido
En lo que resta del capítulo 1 de Romanos Pablo hace girar su acusación de la raza humana en torno a una sola idea: Dios
entrega a la humanidad a su propia y creciente inmoralidad (vv. 24, 26, 28). Como podrá observar, cuando la gente reemplaza al Dios verdadero
—Aquel que sabemos que realmente existe y quien merece toda nuestra
gratitud y alabanza— por dioses falsos o demoníacos, convierten a sus «dioses» en la norma para determinar lo correcto y lo
incorrecto, o lo verdadero y lo falso. Es más, se han puesto a sí mismos en el
lugar que le corresponde a Dios. Cuando cualquiera de nosotros hace esto, Dios
nos permite tomar el curso de nuestra propia orientación en la vida; nos
entrega a nuestra propia insensatez y deja que fijemos nuestras propias pautas
en cuanto a pensamiento y conducta. El resultado es un caos trágico y
destructivo. Véalo por sí mismo. Lea Romanos 1.24–32. En la columna de la izquierda, anote lo que ocurre
cuando Dios abandona a la gente a sus propios deseos idolátricos. Cuando haya
terminado, le diré qué hacer en la columna de la derecha.
Rasgos impíos
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Rasgos piadosos
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Ahora que sabe lo que caracteriza la impiedad, vuelva
a su propia lista para descubrir lo que caracteriza la piadosa. ¿Cómo puede
descubrirlo? Tomando cada rasgo negativo y anotando el positivo que se le
opone. Por ejemplo, lo contrario de la inmundicia (v. 24) es la limpieza y lo positivo que se opone a las
concupiscencias del corazón (v. 24), son los buenos deseos que nacen del corazón. Estas descripciones positivas le ayudarán a advertir cómo quiere Dios que sea su pueblo, por contraste con
aquellos que se le rebelan y sirven a dioses falsos.
Revise nuevamente la columna de la izquierda. ¿Conoce
individuos que muestran alguna de esas características? Si es así, implore a
Dios por ellos, pidiéndole que les ayude a reconocer la imperiosa necesidad que
tienen de Él. También pídale a Dios que le abra las puertas para que con amor
pueda hablar a esas personas del poder salvador de Dios.
Ahora estudie la columna de la derecha, el lado de los
«rasgos piadosos». ¿Encuentra características que aún no son parte de su propia
vida? No piense sólo en términos de lo que otros pueden ver, sino también en
las que yacen escondidas en lo más profundo de su mundo interior, en el de sus
pensamientos y motivaciones. No importa en qué esté fallando, no se desespere.
Dios está en el proceso de purificar y transformar su vida. La santidad no es
algo que se obtiene de la noche a la mañana; lleva tiempo, en realidad lleva
toda la vida y sólo se completará en el cielo. De manera que en lugar de
sentirse impotente, recurra al único que le ofrece esperanza y pídale que lo
capacite, mediante el poder santificador de su Espíritu, para experimentar una
vida más piadosa, especialmente en los aspectos con los que está luchando.
Nuestro Padre celestial siempre se complace en conceder las peticiones de esta
clase a sus hijos.
Juicio a los enjuiciadores
Ahora Pablo dirige el proceso contra la rebelde
humanidad hacia su característica más corriente: la actitud farisaica de juzgar
a otros, también conocida como hipocresía. Pero antes de hacerlo, el apóstol
dice lo siguiente: «Por lo cual eres inexcusable» (2.1). La expresión por lo cual vincula lo que sigue con lo que precede.
Es una conjunción lógica que significa la conclusión de un argumento.
Repase el capítulo 1 de Romanos e intente determinar cuánto abarca el por
lo cual; luego sintetice brevemente el argumento de Pablo, a fin de que perciba
con más claridad la fuerza de su conclusión.
Pasando ahora al tema de la hipocresía, analice Romanos 2.1, 2; luego, a partir de ese pasaje, elabore una
definición de lo que es juzgar con espíritu farisaico.
Comience con Mateo 7.1–5. ¿Qué dice Jesús acerca de la hipocresía? Para ayudarlo a captar la fuerza de sus palabras,
consulte un comentario bíblico o busque la palabra hipocresía en un diccionario
bíblico. Averigüe lo que dicen estas fuentes acerca de los términos que Jesús
escoge para expresarse en este pasaje, especialmente en el caso de las palabras
traducidas como «paja» y «viga». ¡Jesús tenía un gran sentido del humor!
¿Qué piensa Dios acerca de la hipocresía? (Ro 2.2, 3)
Según el versículo 4, ¿con qué quiere Dios que reemplacemos una actitud hipócrita?
¿Qué hará Dios con los que juzgan con espíritu
farisaico y se niegan a cambiar, y en base a que los va a juzgar? (2.5–9)
¿Qué le dará Dios al que se arrepienta y sobre qué
fundamento? (2.7, 10)
A primera vista, los versículos del 7 al 10 parecen enseñar que la salvación es por obras. Pero no puede ser así, puesto que entraría en contradicción con lo que Pablo mismo dice en otras partes de
Romanos (3.21–28; 4.1–8), como así también con lo que enseñan las Escrituras en otros libros (Ef 2.8, 9; Tit 3.5). ¿Qué es, entonces, lo que enseñan estos dos versículos? La idea central es que Dios juzga con
imparcialidad. A quienes se conducen de manera egocéntrica y hacen lo malo (en otras palabras, los que no
son salvos) Dios juzgará de una manera apropiada y justa, derramando su ira
sobre ellos. Sean judíos o gentiles, no habrá diferencia alguna. De la misma
manera, los que demuestren su verdadera naturaleza como hijos de Dios, haciendo
el bien y buscado su Reino, recibirán el fruto de su relación con Él y de su
servicio para Él, o sea, la vida eterna. Y esto lo tendrán independientemente a
su situación racial o su nacionalidad: «… porque no hay acepción de personas
para con Dios» (v. 11). Dicho en otras palabras, somos salvos por fe; pero la fe viva y
verdadera siempre produce buenas obras. Si no es así, se trata de una fe falsa
y sin vida (Stg 2.14–26).
El Juez justo de todos
En Romanos 2.12–16 Pablo dirige su atención al Juez supremo, y procura demostrar la legitimidad
de sus juicios. El apóstol muestra que Dios es justo en sus sentencias,
explicándonos que ejerce juicio imparcial sobre todos los seres humanos.
¿Usa Dios la misma vara para juzgar a todas las
personas? (2.12–15)
¿Hasta dónde alcanza el juicio de Dios? (2.16)
La última frase de este pasaje («conforme a mi
evangelio») demuestra que la buena noticia incluye una porción de malas
noticias. Dios juzgará a todos: juzgará sus acciones, sus motivaciones, sus
pensamientos, sus palabras… todo lo que usted pueda imaginar, absolutamente
todo caerá bajo el omnipotente escrutinio del Juez. Ninguno de nosotros, ni una
sola persona, podrá sobrevivir a ese juicio. Esto parece terrible, pero no
tanto. Porque los que nos arrepentimos y aceptamos por fe la misericordiosa
provisión de perdón total y eterna que Dios ofrece por medio de Jesucristo,
descubriremos que el Juez está de nuestro lado. En lugar de que su mazo
descienda para pronunciar una sentencia de muerte eterna, nos abrazará como haría
un Padre amante con sus hijos, y nos dará la herencia incorruptible de una vida
imperecedera con El. ¡Eso sí que es una buena noticia, una noticia realmente
extraordinaria! ¡De modo que Pablo nos presenta las malas noticias con el
propósito de estimularnos a escuchar y recibir las buenas noticias!
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