Romanos (9.1–11.36)
• «Prometiste arreglar ese grifo ayer, y la semana
pasada también habías prometido arreglarlo. ¿Cuándo lo vas a hacer, realmente?»
• «Ya he escuchado eso demasiadas veces antes.
¡Acéptalo, no vas a cambiar ahora ni nunca!»
• «“Lo siento, lo siento, lo siento”. Estoy harto de escucharte decir que lo sientes. Lo
único que quiero es que cumplas lo que dices que vas a hacer… ¡al menos una
vez!»
¿Cuántas veces le han prometido hacer algo por usted y
nunca lo han cumplido, al menos no en el momento conveniente? Qué frustrante es
este proceder, especialmente cuando uno cuenta con que la persona lleve a cabo
lo que ha dicho. Por supuesto, ninguno de nosotros ha cumplido a cabalidad
todas sus promesas, pero eso no anula el hecho de que las promesas incumplidas
producen ansiedad, ira, culpa, frustración y desilusión. A nadie le gusta
quebrantar una promesa, pero a todo el mundo le resulta odioso que alguien pase
por alto el ofrecimiento que nos hizo. En ninguna relación se advierte con
tanta claridad esta situación como en la relación de una persona con Dios.
¿Nunca se ha encontrado con alguien que pensaba que
Dios le había fallado? ¿Tiene una actitud de perdón o de comprensión en
relación con el problema? No es probable. Seguramente se siente amargado,
hostil, incluso vengativo para con Dios. No quiere tener nada que ver con Él, a
menos que pueda encontrar la forma de desquitarse con Él.
¿Alguna vez se ha sentido así con Dios? ¿Ha pensado
alguna vez que Dios le falló, que sus promesas no significaban nada, que
simplemente estaba jugando con su mente y sus emociones, y que en realidad
nunca había pensado llevar a cabo lo que había dicho que haría? Si lo ha
pensado, usted no es el único. En distintos momentos de la historia humana,
incluso algunos hombres y mujeres de las Escrituras han dudado de las promesas
de Dios (Gn 18.9–15; Job 16.6–17; Lc 1.18–20).
Pero si por algo se caracteriza la Escritura es por el
registro de cientos y cientos de ocasiones en los que Dios prometió hacer algo
y luego lo hizo. Tan fielmente consecuente ha sido que los escritores de la
Biblia lo subrayan con frecuencia, y hasta se refieren a Él como el que es
invariablemente fiel, aun cuando nosotros no lo somos (Sal 119.89–91; Os 11.12; 1 Ts 5.24; 2 Ti 2.13). Dios es el único que siempre cumple sus promesas,
pero esto no evita que nosotros dudemos de Él.
Pablo entiende esto. Sabe, también, que pese a toda la
evidencia que ha acumulado para respaldar la certidumbre de que Dios hace todas
las cosas para bien de los que creen en Él, de todos modos se plantea la
siguiente pregunta: ¿Qué de las promesas que Dios hizo a su simiente escogida,
la descendencia natural de Abraham, el pueblo judío? ¿Todavía mantendrá las
promesas que les hizo, particularmente ahora que ha incluido a los gentiles en
su plan de una manera en que a muchos de los judíos en tiempos de Pablo les
parecía que significaba que los había pasado por alto, cuando no omitido? Estas
son buenas preguntas, sin duda, y merecen respuestas. Como buen teólogo y
maestro de la fe, Pablo las encara frontalmente. Sus respuestas tienen profundo
significado, tanto para todos los incrédulos como para todos los creyentes.
Prestemos cuidadosa atención a ellas.
Primero, refresquemos la memoria
Antes de continuar, este es un buen momento para
refrescar la memoria respecto a lo que Pablo ha dicho hasta aquí. De modo que
mientras reflexiona sobre lo aprendido, y posiblemente repase las notas que ha
tomado durante las lecciones anteriores, sintetice los puntos principales de Romanos 1 al 8, para que pueda percibir el argumento global que
Pablo ha venido elaborando.
Ahora salte a Romanos 12 y lea los primeros versículos. ¿Le da la impresión de
que Pablo puede haber pasado por alto los capítulos 9 a 11? Sí o no, ¿por qué?
¿Por qué piensa que induyó estos capítulos? ¿Por qué
cambia su actitud triunfante y gozosa (Ro 8) a la «gran tristeza y continuo dolor»? (9.2) En Romanos 9.3 encontramos la clave.
A continuación, una mirada a vuelo de pájaro
Veamos ahora de prisa los capítulos 9 a 11 de Romanos. Comenzaremos con un repaso panorámico de
estos capítulos. Dedique un tiempo para leerlos, y al hacerlo, intente encontrar
las respuestas a las siguientes preguntas:
¿A quién se dirige Pablo en estos capítulos? ¿A
creyentes? ¿Incrédulos? ¿Gentiles? ¿Judíos?
¿Cuáles son los asuntos que le preocupan a Pablo en
relación con estas personas?
¿Qué asuntos o interrogantes le plantean estos
capítulos?
Las fieles bendiciones de Dios
Pablo empieza nombrando algunas de las maravillosas
bendiciones que el pueblo judío recibió de manos de su fiel Señor (9.4, 5). ¿Cuáles son esas bendiciones?
Israelitas (v. 4): Los descendientes de Jacob que recibieron el nuevo
nombre Israel (Gn 32.28). Nombres tales como «Israel», «israelitas», comunicaban a los judíos
que ellos eran el pueblo escogido de Dios.
Adopción (v. 4): Este término se refiere a la adopción que Dios hace
a la nación de Israel como su hijo (Éx 4.22, 23; Jer 31.9; Os 11.1).
Gloria (v. 4): La majestuosa manifestación de la presencia de Dios
que durante la historia de Israel a menudo se manifestaba en la forma de una
nube brillante, con un resplandor casi enceguecedor (Éx 16.7, 10; 40.34–38; Ez 1.28).
Pactos (v. 4): Acuerdos o tratados de Dios con determinados
individuos (tales como Abraham, Gn 15.1–21, y David, 2 S 23.5) y con la nación de Israel (Éx 19.5; 24.1–8).
Ley (v. 4): El conjunto de instrucciones que Dios dio a la
nación de Israel por medio de Moisés (Éx).
Culto (v. 4): Las instrucciones que Dios dio a Moisés acerca de
la adoración que Israel debía tributar a Dios (Lv; véase también Heb 9.1–6).
Promesas (v. 4): Los cientos de promesas que Dios hizo a Israel a lo
largo del Antiguo Testamento (véase también Hch 13.29–39; Ef 2.12).
Patriarcas (v. 5): A veces también padres, se refiere a Abraham,
Isaac, Jacob, los doce hijos de este y otras personas notables en la historia
de Israel, tales como David (Mc 11.10; Hch 2.29).
¿Cuándo fue la última vez que meditó acerca de todo lo
que Dios ha hecho por usted? Dedique un tiempo ahora para repasar las
bendiciones recibidas y agradecer a Dios por sus dones amorosos e inmerecidos.
¿Por qué, entonces, la incredulidad?
Dado que los israelitas tienen mucho a su favor, ¿por
qué hay tantos que no han confiado en Jesús como el Mesías largamente esperado?
¿Acaso no son todos los israelitas los elegidos de Dios y por lo tanto salvos
no importa que crean o no en Jesucristo? La respuesta de Pablo empieza en 9.6–13 (véase también 2.28, 29). Exprésalo por escrito con sus propias palabras:
Los dos ejemplos del Antiguo Testamento relacionados
con la elección de Dios giran en torno a Isaac e Ismael, Jacob y Esaú. Ninguno
tiene que ver con la salvación de dichos individuos, pero ambos se relacionan
con la actitud de Dios en cuanto a hacer una opción entre los descendientes
naturales de Abraham para establecer la línea espiritual de la promesa. ¿A
través de quién habría de venir el Mesías? ¿Por la línea de Isaac o la de
Ismael? Dios declaró que el Mesías vendría por la línea de Isaac (Gn 21.12). ¿y qué de los mellizos Jacob y Esaú? Una vez más,
Dios hizo una opción soberana, eligiendo a Jacob para que por su línea de
descendencia viniera el Mesías (Gn 25.23).
Cuando el pasaje dice que Dios amó a Jacob pero
aborreció a Esaú, no significa que Él se preocupaba por uno y despreciaba al
otro. Más bien, el concepto del amor y el odio se refiere a la elección de Dios
de uno de los mellizos en lugar del otro para continuar por medio de él la
descendencia física hasta llegar al Mesías; no tenía nada que ver con su
compromiso o sus sentimientos hacia una u otra de esas personas (véase Mt 6.24; Lc 14.26; Jn 12.25). Dios ama a todos los seres humanos y desea sólo lo
mejor para ellos, siempre que estén dispuestos a acercarse a Él por la fe (Jn 3.16–18; 1 Ti 2.3–6). Jacob y Esaú, así como Isaac e Ismael, tuvieron una
oportunidad muy concreta de aceptar o rechazar libremente una relación de fe
con el Señor.
¡Dios es un Juez absolutamente justo!
Teniendo presente la voluntad y soberanía de Dios de
hacer elecciones, tal como lo demuestra claramente la historia de Israel, Pablo
analiza la objeción de quienes llegan a la conclusión de que esa actitud de
Dios muestra que es un ser injusto (Ro 9.14). Pablo lo niega remitiéndose a la historia del
Antiguo Testamento acerca de Moisés y Faraón, y el éxodo de los israelitas
cuando salieron de Egipto (vv. 15–18); ejemplifica de esa manera que Dios tiene derecho a
mostrar misericordia a quien El quiere.
¿Recuerda esa historia? El pueblo escogido por Dios
vivía esclavo en Egipto. Dios oye su clamoroso pedido de ayuda, y convoca a
Moisés para que actúe como su representante ante Faraón, el gobernante de
Egipto. Sin embargo, antes que Moisés se presente ante Faraón le dice que no
será fácil que el monarca acceda a que los israelitas se marchen. Le dice que
Él mismo endurecerá el corazón de Faraón para que se les oponga y se niegue a
conceder el pedido de Moisés para liberar a los israelitas. ¿Por qué Dios
habría de hacer algo así? Pablo nos lo dice citando las palabras que Moisés le
dirigió a Faraón: «Para esto mismo te he levantado [Faraón], para mostrar en ti
mi poder, y rara que mi nombre sea anunciado por toda la tierra» (Ro 9.17; cf. Ex 9.16). El resto es historia. Faraón pudo haber sido un
misericordioso liberador, pero eligió ser uno odioso. Liberó finalmente a los
israelitas, pero no antes de que ocurriera una serie de milagros increíbles en
Egipto, sucesos sobrenaturales que convencieron tanto a los egipcios como a los
israelitas de que el Dios de Israel era Señor sobre todas las cosas.
Pero note una vez más que aquí tampoco se enfoca la
cuestión de la salvación personal. Pablo argumenta que Dios tiene derecho a
elegir y que su opción es siempre justa. Hasta aquí, no obstante, los ejemplos
presentados no han tenido que ver con la salvación individual de la condenación
eterna para obtener vida eterna.
Misericordia (v. 15): Ir más allá de la justicia, otorgando a una persona
lo que no merece, o evitando darle lo que sí merece; mostrar bondad y
preocupación por alguien que pasa por una grave necesidad.
Endurece (v. 18): La palabra griega traducida aquí como endurece se
refiere a las palabras hebreas usadas con ese sentido en Éxodo, de modo que
tenemos que remitirnos a los términos hebreos para entender lo que Pablo quiere
decir.
Las tres palabras hebreas traducidas como endurecer en
el relato de Éxodo sobre el endurecimiento del corazón de Faraón tienen
significados similares. La que se usa con más frecuencia significa «hacer
fuerte, fortalecer, endurecer» (Éx 4.21; 7.13, 22; 8.19; 9.12, 35; 10.20, 27; 11.10; 14.4, 8, 17). La que sigue en frecuencia significa «obtuso» o
«insensibilidad» (Éx 7.14; 8.15, 32; 9.7, 34; 10.1). La tercera aparece una sola vez (Éx 7.3) y significa «obstinado, terco».
Considerando en conjunto estos términos en sus
diversos contextos, ninguno de ellos implica la idea de que estén forzando a
alguien a hacer algo en contra de su voluntad. En cambio, trasmiten la idea de
que el Faraón fue afianzado con más tenacidad en la senda de orgullo y rebelión
que él mismo ya había elegido.
¿Tiene alguna área de su corazón endurecida? ¿Le ha
cerrado las puertas a Dios en esa área? Si es así, humíllese hoy en su
presencia. No espere que su mano para disciplinar emita el voto decisivo.
Si conoce a alguien que se haya endurecido en su
relación con el Señor, téngalo presente en sus oraciones. Esa persona necesita
más que nunca de su intercesión en oración.
No se me puede culpar a mí… ¿o sí?
A esta altura Pablo analiza un cuestionamiento muy
natural, pero planteado, al menos en este caso, a partir de una actitud de
arrogancia e incredulidad. Si Dios es el que decide a quién va a mostrar
misericordia y a quién va a endurecer: «¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién
ha resistido a su voluntad?» (Ro 9.19). ¿Qué responde Pablo a este planteamiento? (vv. 20–29). Intente expresarlo con sus propias palabras.
¿Qué puede decir en cuanto al énfasis en Romanos 9.1–29? ¿Está enfatizando más la misericordia o el juicio de
Dios? ¿Su compasión o su disposición a endurecer a las personas? ¿Sus
bendiciones o sus maldiciones? ¿Su deseo de salvar a las personas o su deseo de
descargar ira sobre ellas?
Además, ¿hacia dónde se enfoca la actividad selectiva
de Dios en estos versículos? ¿Se ve a Dios decidiendo condenar o traer
bendición y comprensión?
¿Qué significación tienen en su opinión estos énfasis
y enfoques en relación a la manera en que Dios se ocupa de usted y de aquellos
a quienes usted conoce? ¿Cómo piensa que deberían modificar estos hechos la
manera en que reacciona ante Dios y ante otros?
Hasta este punto de Romanos 9 Pablo ha establecido con claridad
que Israel es responsable de su rechazo al plan que Dios tenía para ellos, y
que El es responsable de haberse ocupado constantemente de un pueblo rebelde
por su infinita misericordia y compasión. A partir de aquí, Pablo plantea la
pregunta que todo judío incrédulo haría a la luz del hecho de que los gentiles
estaban logrando una relación correcta con Dios, en tanto muchos israelitas no
lo lograban (vv. 30, 31). ¿A qué se debía eso? Resuma la respuesta de Pablo (vv. 32, 33).
El evangelio para Israel
Romanos 10.1–13 es la presentación del evangelio que Pablo ofrece al
pueblo judío. Podría llamarse «el camino romano del plan de salvación para
Israel». ¿En qué consiste ese plan? ¿Es en algo diferente al evangelio que Pablo
predicaba a los gentiles?
¿Ha escuchado Israel el evangelio antes? Después de
todo, ¿cómo podían considerarse responsables por un mensaje que nunca habían
escuchado? «Ah», dice Pablo, «pero es que sí lo han escuchado y lo han
rechazado». ¿Cómo y cuándo? Observe la respuesta de Pablo en 10.14–21 y procure reformularla aquí.
¿Significa esto que Dios ha vuelto la espalda a su
pueblo escogido? (11.1) «¡En ninguna manera!», exclama Pablo. ¿Qué pruebas ofrece para
respaldar esta respuesta negativa?
Pablo mismo (v 1):
Elías (vv. 2–4):
Conclusión (vv. 5, 6):
¿Por qué, entonces, algunos han aceptado el evangelio
mientras que otros no? (vv. 7–10)
¿Significa esto que los que aun no han aceptado el
evangelio no tendrán nunca la oportunidad de hacerlo? Es más, ¿por qué
aparentemente Dios permite que le sea tan difícil a los judíos incrédulos
alcanzar la justificación por medio de la fe? (vv. 11–32)
Endurecimiento (v 25): «Endurecimiento, callosidad. La palabra es un
término médico que describe el proceso por el cual las extremidades de los
huesos fracturados se fijan mediante una osificación o callosidad petrificada.
Algunas veces se refiere a una sustancia dura en el ojo, que lo ciega. Si se la
usa metafóricamente, [esta] sugiere insensibilidad o ausencia de percepción
espiritual, ceguera espiritual, endurecimiento».1 Observe en 11.25 que esta ceguera es parcial (porque durante todo este
tiempo hay un remanente que se salva), y es temporal (porque llegará a su fin
cuando «haya entrado la plenitud de los gentiles»).
¿Cómo se sentirían los gentiles con todo esto? ¿Cuál
debería ser su reacción en sentido personal, público y pastoral? (vv. 11–32)
¿Cuánto durará
este estado de ceguera para Israel: (v. 25)
¿Qué significa «la plenitud de los gentiles» (v. 25), y cómo se relaciona con la «plena restauración» de
los judíos? (v. 12) Algunos pasajes relacionados con el tema se encuentran en Lucas 21.24; Juan 10.16; Hechos 15.14.
¿Qué quiere decir Pablo cuando dice «todo Israel será
salvo» (v. 26) después que se haya cumplido la plenitud de los gentiles? Por lo
general, los comentaristas bíblicos sostienen uno de los tres puntos de vista
relacionados con la interpretación de este pasaje. Reflexione sobre cada opción
a la luz de lo que ha aprendido en Romanos hasta aquí, y considere cuál es a su
juicio la que tiene mayor respaldo bíblico.
Opción 1: «Todo Israel» se refiere a la totalidad de
los judíos y gentiles en cada generación que alcanzan la salvación por medio de
la fe.
Opción 2: «Todo Israel» designa a todos los judíos de
cada generación que reciben la salvación por fe.
Opción 3: «Todos Israel» denota la gran cantidad de
judíos que en la última generación llegarán a la salvación por fe.
¿Se le ocurre cómo podrían expresarse estas tres
ideas?
La actitud de Pablo hacia la necesidad que tienen los
judíos de ser salvos es más que loable, es piadosa. ¿Conoce personas judías que
necesiten recibir al Salvador? Sea que conozca o no personas en esa situación,
¿estaría dispuesto a orar con perseverancia por su salvación? El Señor no se ha
dado por vencido con respecto a su pueblo escogido; no ha olvidado las promesas
que les hizo. Nosotros tampoco deberíamos olvidarlas.
Una mirada retrospectiva
Repase lo que hemos abarcado en esta lección e intente
resumir el argumento principal de Romanos 9.1–11.32. Cuando todo ha sido dicho y hecho, ¿a qué apunta
Pablo en este pasaje de las Escrituras, y cuáles son los conceptos principales
que sostienen su razonamiento?
Una conclusión apropiada
En los cuatro versículos finales de Romanos 11, Pablo se lanza a pronunciar una doxología, modo
apropiado, por cierto, de dar término a algunas de las verdades más asombrosas
en relación con la manera en que Dios obra en la historia humana. ¿Cómo
describe el apóstol a Dios en esta explosión de alabanza? Enumere tantas
características como le sea posible.
Vuelva sus ojos al cielo pensando en lo que Pablo ha
dicho acerca de Dios en estos versículos finales, y sólo alabe a Dios por lo
que Él es y por lo que ha hecho. Digno es el Señor, digno de ser alabado.
¡Aleluya!
Pocos temas generan más calor que claridad como el de
la relación entre la soberanía divina y la libertad humana. Algunas personas
enfatizan la soberanía de Dios al punto de excluir la libertad humana. Otros
restan importancia a la soberanía de Dios y exaltan la libertad humana. Muchos
simplemente se dan por vencidos declarando que es imposible resolverla porque
van en contra de la lógica.
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