domingo, 18 de noviembre de 2018

07- ¡Libre al fin!



Romanos (6.1–7.25)

Muchas personas se van de su tierra natal en su busca, a veces dejando amistades y familiares. Otros por buscarla toman nuevos rumbos, enfrentando los peligros desconocidos. Muchos, tan solo por probarla, luchan contra adicciones demoníacas como las drogas, el alcohol, la comida, el trabajo excesivo, el tabaco, el perfeccionismo, la pornografía. Cada vez más son los que mueren por defenderla en su propia tierra o en suelo extranjero. Cada vez son más los que intentan hallarla en la independencia económica. Y son incontables los que se han adherido a todo tipo de religión imaginable en su afán de experimentarla.


Se levantan monumentos en su honor. Se encargan cuadros y obras musicales para celebrarla. Se preparan ejércitos para luchar por ella. Las escuelas enseñan a los alumnos a respetarla. Se producen revueltas y los manifestantes hacen marchas para expresar la frustración cuando no la consiguen. Grupos de apoyo se reúnen para descubrirla y afianzarla. Los líderes religiosos y sus seguidores oran por ella.

Las naciones se levantan y caen… las ideologías políticas aparecen y desaparecen… los líderes religiosos surgen y desaparecen… las familias se unen y se dividen… los negocios florecen y se van a la bancarrota… todo por ella.

¿Qué cosa puede ser tan intensamente valorada y honrada?

¡La libertad!

Todos queremos tenerla, aun cuando al mismo tiempo la tememos. Fuimos creados para disfrutarla, para no conformarnos con menos. Pero allá lejos, en los comienzos de la historia, la perdimos. La libertad que habíamos conocido bajo Dios se redujo a un sueño rodeado de una pesadilla. La habilidad que Dios nos dio para satisfacer los anhelos de nuestro corazón de manera que siempre fueran agradables a nuestro Creador, se distorsionó, se deformó, se torció. Aunque todavía deseábamos gozar de libertad, seguíamos buscándola de manera equivocada. Así fue que nos volvimos esclavos; esclavos sometidos a deseos que nos alejaban más y más de Dios, de Aquel que amorosamente nos creó libres para servirle a El. Los rastros de aquel sueño original todavía rondan a nuestro alrededor; en lo profundo de nuestra alma todavía anhelamos poseerla. Por eso seguimos tratando de hacer realidad ese sueño. Pero nunca podremos hallarla fuera de Dios.

Pablo reconoce estos hechos, y hasta ahora, en Romanos, ha venido señalando el camino para recuperar nuestra libertad. Pero es en este pasaje, en Romanos 6.1–7.25, donde nuestro guía nos lleva al centro mismo de aquello a lo cual nos ha venido conduciendo. Aquí nos grita: «¡He aquí la verdadera libertad! Escuchen atentamente». Hagamos sólo eso.

Muertos para vivir

La verdadera libertad tiene sus detractores, los que creen que si a las personas se les da demasiada vía libre, se irán siempre a los extremos y caerán en la inmoralidad. Pablo se adelanta a esa reacción, al comienzo mismo de Romanos 6, e imagina a un crítico en el auditorio, listo para atacarlo por lo que ha escrito en los últimos versículos del capítulo 5: «Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro» (vv. 20, 21). El opositor se levanta en contra de Pablo y trata de tenderle una trampa. ¿Cuál es el problema que según él podría socavar el argumento de Pablo? (6.1) Intente expresarlo con sus propias palabras.

Pablo comienza su respuesta con una negación y dos preguntas (vv. 2, 3). Trate de parafrasear su respuesta.

Reflexionemos en todo esto por un momento. ¿Qué significa morir al pecado? ¿Significa que estamos muertos al pecado de la misma manera que un cadáver carece de respiración? Así como un cadáver es incapaz de aspirar aire, ¿son incapaces de pecar los cristianos? ¿El pasaje de Romanos 6.12–14 apoya o refuta esa interpretación?

Según Romanos 6 Pablo concibe la muerte como una separación o ruptura en una relación, más que la extinción del cuerpo, o el alma, o el yo. ¿Qué versículos en este capítulo indican este enfoque?

¿Qué diferencia existe en la respuesta de Pablo a su crítico imaginario su manera de concebir la muerte? ¿Nos da la posibilidad de seguir pecando aun si somos salvos? ¿Cabe aquí la alternativa de que elijamos renovar nuestra relación con el pecado aun cuando no debiéramos hacerlo?

Pablo también habla acerca de ser «bautizados en Cristo Jesús», de ser «bautizados en su muerte» (v. 3), de ser «sepultados juntamente con Él para muerte por el bautismo» (v. 4). ¿Qué cree que está expresando el apóstol con estas frases? ¿Se está refiriendo al bautismo en agua como el medio de identificación y unión con Cristo, o como el símbolo —la proclamación pública— de estas realidades? ¿O ambas? ¿O a otra completamente distinta? ¿Qué pasajes, especialmente en Romanos, podría citar para respaldar su respuesta? Sería útil consultar un diccionario bíblico o un comentario a fin de ayudarse a responder a estas preguntas.

¿Cómo es que nuestra unión con Cristo en su muerte nos separa del poder del pecado y nos trae libertad? (vv. 6, 7)

Nuestro viejo hombre (v. 6): «nuestra vida antes de la conversión, lo que éramos antes de ser cristianos bajo el dominio irrestricto de la carne».

El cuerpo del pecado (v. 6): No se refiere solamente a nuestro cuerpo físico; incluye nuestras emociones, voluntad, mente y cuerpo, todo lo nuestro que se somete al poder del pecado.

Sea destruido (v. 6): Esto significa que el poder que el pecado tenía sobre nuestras vidas se ha hecho inoperante, derrotado, carece de poder, pero no significa que el poder del pecado se haya extinguido o esté totalmente destruido.

Con nuestra vida precristiana crucificada y cortado en nosotros el poder dominante del pecado, ¿qué hemos dejado de ser? ¿Y qué es lo que hemos llegado a ser, o llegaremos a ser algún día? Lea los versículos 2–10 con estas preguntas en mente y complete el cuadro a continuación con sus respuestas.


ANTES DE CRISTO
DESPUÉS DE CRISTO


¿Qué papel cumple la resurrección de Jesús en todo esto? ¿Qué nos asegura? (vv. 4, 5, 8–10)

Vivos para morir

Hemos descubierto importantes verdades acerca de nuestra nueva vida en Cristo y acerca de cómo podemos saber que esas verdades son reales. Pero, ¿cómo pueden llegar a ser una realidad en nuestra vida diaria? Después de todo, todavía sucumbimos a la tentación. Todavía sentimos la seducción del pecado, aun cuando su poder ya no ejerce el mismo predominio que antes. ¿Cómo enfrentar este problema? Pablo nos lo dice en los versículos 11–23, indicándonos tres pasos que debemos dar para que experimentar nuestra nueva libertad. El primero empieza por algo que parece una palabra más bien anticuada: Consideraos.

PASO 1

En el versículo 11 la palabra consideraos es traducción de un verbo griego que significa «considerar en el sentido de tomar en cuenta». Y el tiempo verbal usado unido a su significado nos da la idea de «considerar o analizar continuamente, tomar siempre en cuenta». ¿Qué debemos seguir considerando siempre? Dos verdades: una positiva y otra negativa (v. 11):

La verdad negativa:

La verdad positiva:

¿En quién debemos considerar esas verdades? ¿En quién son válidas y efectivas?

¿Por qué cree que es significativo esto?

Piense en lo que puede comenzar a hacer esta semana que le ayudará a considerar continuamente que está muerto al pecado y vivo para Dios en Cristo Jesús. ¿Qué ideas vienen a su mente? Comprométase hoy mismo a empezar a ponerlas en práctica.

PASO 2

En los versículos 12 al 14, Pablo nos indica el segundo paso que debemos dar para enfrentar el poder del pecado. Este paso incluye dos no y dos sí:

No

No



¿Qué significan estas afirmaciones y estas prohibiciones? Si no lo ha hecho antes, trate de expresarlas nuevamente abajo en sus propias palabras.

Lea de nuevo estos mandamientos. ¿A quién se le dice que debe hacer o dejar de hacer algo? ____________ ¿Qué le dice esto acerca de nuestras capacidades y responsabilidades en Cristo?

La esencia de este segundo paso se encuentra en la palabra griega traducida como presentar. En otras palabras, Pablo nos llama a someternos a Dios como personas que hemos resucitado de la condenación y el poder del pecado, para llegar a ser siervos de Él viviendo en rectitud. Ya no servimos al pecado; el pecado ha dejado de ser nuestro amo. Dios es nuestro nuevo amo, y nosotros somos sus siervos en virtud de nuestra identificación y unión con su Hijo mediante Su crucifixión, muerte, sepultura y resurrección. Y como siervos suyos, somos llamados a oponernos a las insinuaciones del pecado, contrarrestándolo con una vida piadosa.

PASO 3

Al comenzar los versículos 15 al 23, el crítico imaginario de Pablo vuelve a adelantarse con otro planteamiento, intentando derribar la argumentación a favor de la gracia y la libertad del apóstol. La oposición se apoya en la afirmación de Pablo en el versículo 14 de que «el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia». «¿Ah, sí?», se oye al crítico. «Si es así, ¿hemos de seguir pecando libremente de todos modos? Después de todo, donde no hay ley, no hay nada que restrinja, ¿verdad?» (v. 15).

Una vez más, Pablo responde con un rotundo: «No» (v. 15), y contraataca con una pregunta, seguida de una respuesta más larga. Su respuesta nos sugiere el tercer paso en nuestra lucha contra el poder del pecado en nuestra vida. Empieza por reconocer que tenemos que hacer una opción. ¿Cuál es esta opción? La respuesta se encuentra en el versículo 16.

Puesto que hemos cambiado de administración, ya no estamos bajo el dominio del pecado sino bajo el control de Dios, ¿qué debemos hacer? ¿Debemos servir al pecado, nuestro viejo amo, o debemos servir a Dios, nuestro nuevo Señor? (vv. 17–19)

¿En qué debe consistir nuestro servicio para Dios? ¿A qué nos conduce en contraste con lo que nos conducía a servir al pecado? (vv. 19–23)

Aunque Pablo usa la metáfora de la esclavitud para hablar acerca de nuestro servicio a Dios en Cristo, como también de nuestra servidumbre al pecado cuando estábamos lejos de Cristo, ¿cuáles son las diferencias entre ser esclavo de Dios y ser esclavo del pecado? Encontramos algunas de estas diferencias en los capítulos 4 al 6 de Romanos, aunque quizás usted pueda mencionar algunas adicionales. Complete el siguiente esquema con sus hallazgos:

DIFERENCIAS ENTRE…
ESCLAVO DEL PECADO
EXCLAVO DE DIOS



Haga una comparación entre Romanos 6.16–18 y Gálatas 4.6–9, observando cómo el programa de liberación de Cristo quiebra nuestra servidumbre tanto a la carne (los deseos egoístas y la voluntad propia) como al diablo (cualquier plaza fuerte no quebrantada en nuestra vida ahora, vinculada con asuntos del pasado, ¡pero cuyo tormento está listo para ser quebrantado a medida que la verdad nos haga libres!).

¿Cuál es el único poder que retiene este amo «foráneo»? (Ro 6.16; Gl 4.9)

¿Qué modelo sigue llevándonos a la liberación? (Ro 6.17; Gl 4.6; 5.1, 16)

¿Qué contraste de posibilidades se nos muestra aquí?

Positivas (Ro 6.18)

Negativas (Gl 4.9)

Comente los términos comparativos que se usan para mostrar la relación que ahora tenemos y el modo en que cada una de estas expresiones apunta hacia nuestra nueva libertad en Cristo.

Romanos 6.16 (esclavos)

Gálatas 4.7 (hijos)

Los perjuicios del servicio al pecado y los beneficios del servicio a Dios, están a la vista. ¿Puede pensar en alguna razón por la cual elegiría ser esclavo del pecado en lugar de gozar de la libertad en Cristo? ¿Pueden esas razones superar las consecuencias eternas de continuar bajo el dominio del pecado?

¿Cuáles son las áreas de su vida donde el pecado mantiene todavía dominio completo? Enumere cada una y luego preséntese a Dios, pidiéndole que perdone su pecado y lo ayude a iniciar un plan para quebrar el dominio que el pecado tiene sobre esas áreas de su vida. Recuerde que la libertad es suya en Cristo, de modo que no debe dejarlo fuera de su plan.

Libertado de la ley, también

Si usted recuerda, al principio de Romanos ya Pablo había señalado que la Ley ponía de manifiesto el pecado e incluso lo inducía. Esta nos mostraba lo culpables que realmente éramos y en consecuencia nos condenaba a la muerte y al mismo tiempo señalaba hacia el Salvador. ¿Qué ocurre con la Ley ahora? Una vez que hemos depositado nuestra confianza en Cristo, ¿seguimos siendo condenados por la Ley? ¿Sigue cumpliendo en nuestra vida el mismo papel de antes? En absoluto. Hemos sido librados de la Ley, no sólo del poder y la pena del pecado. El principio básico que subyace al pensamiento de Pablo en cuanto a esto se declara en 7.1. ¿En qué consiste ese principio?

Pablo ilustra luego este principio con un ejemplo tomado de lo que la Ley dice acerca del matrimonio y del nuevo matrimonio (vv. 2, 3). Resuma el ejemplo con sus propias palabras:

¿Qué tiene que ver el principio definido por Pablo y el ejemplo que usa con nuestra propia relación con Cristo? (v. 4)

¿De qué manera nos afectaba la Ley antes de nuestra conversión? (v. 5)

¿Por qué le ha parecido bien a Dios librarnos de la Ley? Dicho de otra forma, ¿qué espera que hagamos con nuestra libertad ahora que nos ha librado de la Ley? (v. 6)

Dios es el que se ocupa de nuestra orientación. Quiere que recurramos a Él en busca de respuestas y dirección. De modo que hágalo ahora, pidiéndole que le muestre lo que puede hacer para servir «bajo el régimen nuevo del Espíritu, y no bajo el régimen viejo de la letra» (v. 6).

El concepto de que hemos sido librados de la Ley plantea interrogantes acerca de si estamos ahora exceptuados de obedecer la Ley en cualquiera de sus aspectos. Por ejemplo, ¿somos responsables de seguir observando y obedeciendo los Diez Mandamientos? ¡Por supuesto! ¿Pero qué de las ordenanzas que se refieren a los sacrificios de animales y otras formas de adoración? ¿Estamos exentos de ellas? ¿En qué difieren esas ordenanzas de los mandamientos y promesas relativos al diezmo y la responsabilidad social de procurar la justicia para los marginados y ultrajados? ¿Hasta dónde, exactamente, llega nuestra «libertad» respecto a la Ley?
Esta cuestión es importante, pero no imposible de resolver. Si quiere explorar, estas son algunas referencias biblicas que podría consultar: Mateo 5.17–48; Romanos 3.31; 7.12, 14, 25; 8.4; 13.8–10; Gálatas 3.19–25; Hebreos 10.1–22; Santiago 1.21–2.26; 1 Juan 5.1–5. También podría consultar alguna obra sobre teología bíblica.

La ley sometida a juicio

Una vez más, el crítico imaginario de Pablo plantea otra objeción. Pablo ha dicho varias cosas acerca de la Ley que podrían llevar al lector a pensar que la Ley era mala o pecaminosa (véase 3.20; 5.20; 7.4–6). Pero, ¿era esto lo que creía Pablo? ¿Qué relación encontraba él entre la Ley y el pecado? (7.7–12)

Si la Ley misma no es inicua sino buena, ¿es aún la causa de nuestra muerte? (v. 13) «En ninguna manera», exclama Pablo. Entonces, ¿cuál es la verdadera causa? (v. 13)

La guerra interior

Antes de seguir avanzando, necesitamos considerar la controversia que se ha planteado sobre Romanos 7.7–25. La disputa gira en torno a las diferentes interpretaciones de estos versículos. Sin embargo, antes de pasar a los detalles tómese unos minutos para leer Romanos 7.14–25.

Ahora permítame decirle de qué se trata el debate. La cuestión gira en torno a lo que Pablo está detallando: (1) ¿Describen estos versículos la experiencia del apóstol antes de hacerse cristiano? (2) ¿Describen, más bien, lo que está experimentando como creyente? (3) ¿O se refieren a la manera en que la mayoría trata de vivir cuando intenta alcanzar la justicia por sus propios medios sin dar intervención al Espíritu Santo? (4) ¿Describen una vida cristiana carnal, mediocre? Veamos si podemos resolver, al menos en parte, esta controversia, a partir del análisis de Romanos.

Lea de nuevo 7.7–25 y haga un círculo alrededor de los pronombres personales (yo, mí, me, tú, nosotros). ¿A quién se refiere Pablo principalmente?

¿Qué indicación dan estos versículos, si es que la dan, de que aluden a algo más que a la sola experiencia de Pablo?

Los versículos 7 al 13 están en tiempo pasado; Pablo mira hacia el pasado, no hacia adelante o hacia el presente, como ocurre en los versículos 14 al 25. ¿Podría esto indicar que los versículos 7–13 se refieren al tiempo en que Pablo era un fariseo incrédulo y que los versículos 14–25 se relacionan con su experiencia como cristiano?

¿Con qué, exactamente, lucha Pablo? ¿Entre qué fuerzas hay conflicto? (vv. 15–23)

¿Experimenta alguna vez lo que Pablo describe? ¿Conoce a otros creyentes que tienen esa experiencia también? ¿Cómo expresaría lo que Pablo está diciendo a la luz de su propia experiencia?

Muchas personas se sienten muy estimuladas con el testimonio de Pablo respecto a su aparente lucha por salir victorioso y su evidente triunfo (Ro 8). Pablo describe una situación desesperante, una experiencia llena de frustración y un sentido de impotencia. Hasta llega a clamar desesperadamente después de describirla (v.24). ¿Es el suyo un desierto completo? ¿Es que realmente no hay esperanza alguna? ¡Todo lo contrario! Sí podemos experimentar victoria. ¿Cómo? La respuesta está en los versículos 24, 25:

Sin embargo, como descubriremos al estudiar Romanos 8, esta es sólo la primera parte de la respuesta. Somos realmente libres del dominio del pecado, pero no podemos disfrutar de esa libertad por nuestras propias fuerzas. Necesitamos ayuda. ¿Quién vendrá en nuestro auxilio? Dios lo hará. Pero, ¿cómo? Ese es el interrogante al que Pablo responde en el capítulo 8.

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