Juan (13.1–14.14)
Todos conocemos personas que tienen poder:
presidentes, legisladores, empleadores, pastores, maestros, magnates
comerciales, empresarios, inventores, padres y hasta algunos niños. La mayoría
de las personas poderosas que nos rodean aman su poder; se encaprichan con la
influencia que ejercen sobre otras personas, políticas, teorías, propiedades…
cualquiera que sea lo que luchan por controlar.
Jesús era también una Persona poderosa. Cualquiera que
pueda crear un universo de la nada, sostenerlo por el poder de su palabra y
modificarlo como le plazca tiene un poder superior a nuestros sueños más
audaces. Por supuesto, esas actividades corresponden a la deidad de Jesús. ¿Qué
de su humanidad? ¿Cómo mostró y ejerció poder como hombre? La respuesta es
fascinante.
Jesús sometió su poder al Padre. Su sujeción fue tan
completa, que pudo afirmar que nada de lo que hacía, enseñaba o decía procedía
de El. Todo lo que hacía, lo hacía con la orientación y autorización previas
del Padre. ¿Era necesario sanar a un paralítico o a un ciego? No había
problema, siempre que el Padre diera el visto bueno. ¿Convertir el agua en vino
o resucitar a un hombre de entre los muertos? Si el Padre se lo ordena, El lo
haría. ¿Decirle a la gente que El es uno con el Padre, aunque les produzca
enojo? Sí, siempre que el Padre se lo indique. (Tome nota de Juan 5.19, 30; 7.16; 8.28, 29, donde encontrará ejemplos.)
¿Qué clase de poder es este? El poder más grande del
mundo: poder de siervo. Es un poder que nunca se puede emplear mal porque sólo
obedece al Padre. Siempre logrará lo que se propone, porque Dios lo respalda
hasta el final. Sólo produce bien, porque Dios, que es la personificación del
bien, es su fuente, sostén, guía y meta. Jamás puede ser tiránico, porque su
fuente es Dios; y El siempre está motivado por un amor perfecto, porque eso es
exactamente lo que El es. Nunca puede ser derrotado, porque nada hay en el
universo que pueda competir con efectividad con la todopoderosa fuente de poder.
Y Jesús disponía de ese poder en medida tal que nadie tuvo antes ni después. Él
era el Siervo por excelencia; no tiene igual.
¿Cómo podemos conectarnos con el poder que tenía
Jesús? Hay un solo medio: la manera de Jesús, que es la misma del Padre. En Juan 13.1–14.14 encontramos la mayor parte de los fundamentos de este
poder, mientras que en Juan 14.15–16.33 se nos habla acerca del Consolador o Ayudador que
necesitamos para que el poder del siervo sea una realidad efectiva en nuestra
vida diaria.
En este capítulo, vamos a comenzar donde Jesús lo
hizo, con lo esencial.
El conocimiento de la voluntad de Dios
Recuerde el marco. Jesús entró a Jerusalén cinco días
antes de la Pascua en medio de los vítores de los que pensaban que había venido
a librarlos de la opresión romana (Jn 12.1, 12, 13). Jesús sabía que habían puesto precio a su cabeza, pero de todas formas
vino y predicó el evangelio.
De acuerdo al inicio de Juan 13, la Fiesta de la Pascua todavía no había empezado, pero Jesús sabe dónde tiene que estar. ¿Qué sugiere esto en el pasaje?
(vv. 1–3)
Jesús conocía la voluntad del Padre. A través del
Evangelio encontramos indicios que lo demuestran. ¿Qué otros pasajes podría
citar?
¿Conoce la voluntad de Dios? ¿Pasa suficiente tiempo con
Él, escuchando Su voz dentro de su ser, estudiando su Palabra escrita, buscando
el consejo de hombres y mujeres piadosos? Dios no quiere escondernos su
voluntad, pero le es difícil encontrar personas que sepan cómo escuchar. Si no
está seguro de cómo escuchar, pídale a Dios que le enseñe. Él está más que
dispuesto.
Compromiso
El segundo aspecto esencial del poder del siervo se
encuentra también en Juan 13.1. Además de lo que Jesús sabía, ¿qué hacía?
¿Qué otras cosas apoyan esta afirmación en el cuarto
Evangelio? Trate de mencionar cuatro o cinco evidencias.
¿Cómo evalúa su dedicación a otros? ¿Es segura,
incluso en las crisis? ¿Saben los familiares cercanos y de su familia extendida
que usted los apoyará, no importa qué suceda? ¿Lo saben sus amigos? ¿Su iglesia
local? ¿Sus colegas? ¿Qué debería profundizar en función de su compromiso con
los demás? Aunque le resulte duro, es posible que obtenga respuestas más
objetivas a estas preguntas si se las hace a algunas de las personas más
allegadas en cada uno de esos grupos. Recuerde, todos tenemos puntos débiles.
Humildad
El tercer factor esencial lo encontramos en un acto
que llevó a cabo Jesús durante la última cena con sus discípulos, la noche
antes de ser ejecutado. ¿Qué hizo? (vv. 4–11)
¿Qué enseñaba ese gesto? (vv. 12–17)
¿Cuál es su cociente de humildad? ¿Cuán dispuesto está
a humillarse para hacer cosas que considera que están por debajo de su
categoría? ¿Puede cumplir tareas detrás del escenario, o exige siempre ocupar
un lugar prominente? ¿Es capaz de realizar tareas ingratas, y no sólo las que
brindan grandes alabanzas? Jesús dijo que las bendiciones vienen en el hacer,
no en el simple conocer (v. 17). ¿Está dispuesto a echar a un lado su persona y en primer
lugar servir a otros por amor a Cristo? Descúbrase ante el Señor. Déjele que se
ocupe de su soberbia.
Valor
Otro elemento básico del poder del siervo se describe
en una de las secciones más dramáticas de las Escrituras. Lea los versículos 18–30. Póngase en el lugar del Señor. Jesús dedicó más de tres años a transformar la vida de sus doce discípulos, sabiendo que llegaría el momento en que uno de
ellos traicionaría su confianza, le escupiría a la cara sus enseñanzas y lo
entregaría en manos de sus enemigos. Observe lo que dice Jesús, cómo lo dice,
las emociones que le brotaban y cómo los demás discípulos estaban
desorientados, incluyendo el autor del Evangelio, Juan (el discípulo «al cual
Jesús amaba», v. 23). Anote sus reflexiones.
Lo que Jesús hizo requería enorme valentía. Sin
intentar ponerse a salvo ni echarse atrás, puso en marcha el proceso de la
traición. ¿Por qué? Para que la voluntad del Padre pudiera cumplirse, y de esa
forma sus discípulos pudieran alcanzar una fe más firme en Él como el anunciado
Dios-Hombre mesiánico (vv. 18, 19).
¿Puede servir con esa clase de osadía? ¿Está dispuesto
a sacrificarlo todo —tiempo, energía, planes, anhelos, sueños, finanzas,
posesiones, relaciones y hasta su propia vida— por el Señor y su obra, si Él
así lo quiere? ¿Aceptaría incluso que lo traicionaran por el bien del reino?
Derrame ante el Señor sus temores, preocupaciones, todo lo que se interponga en
su camino para evitar que le sirva con desprendida valentía y decisión.
Permitirle obrar en su corazón de manera que aumente su valor para servirle.
Amor
Una vez más es el Maestro el que da el ejemplo y nos
llama a imitarle. ¿Qué dice Jesús en los versículos 31–35, en esencia?
Los sentimientos pueden acompañar al amor, pero no se
deben confundir con la clase de amor que Jesús nos tiene y el que quiere que
tengamos unos por otros. El amor del cual habla, el amor ágape, es sacrificial,
incondicional, constante, se autoperpetúa, siempre busca el bien de la otra
persona. En las Escrituras, la mejor descripción la encontramos en 1 Corintios 13.4–8.
Considere cada una de las características del amor que
se describen allí y analice cómo compararlas con su amor. El propósito de este
ejercicio no es provocar sentimiento de culpa en usted, sino mostrarle cómo es
en realidad el amor de siervo. Sea sincero ante el Señor para que pueda obrar
mejor en su vida.
EL AMOR DEL
SIERVO ES…
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MI AMOR ES…
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Sufrido
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Benigno
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No tiene envidia
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No es jactancioso
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No se envanece
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No hace nada indebido
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No busca lo suyo
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No se irrita
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No guarda rencor
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No se goza de la injusticia
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Se goza de la verdad
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Todo lo sufre
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Todo lo cree
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Todo lo espera
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Todo lo soporta
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Nunca deja de ser
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Reconocimiento del momento justo
En respuesta a lo que Jesús dijo en Juan 13.33, Pedro hace algunas preguntas que Jesús no se apresura a contestar (vv. 36–38). Resuma tanto las preguntas de Pedro como las
respuestas de Jesús.
Pregunta 1:
Respuesta 1:
Pregunta 2:
Respuesta 2:
Hay tres formas en que usted podría dejar pasar el
momento apropiado: llegar temprano, tarde o no llegar. El auténtico poder del
siervo procura ser usado en el momento justo; no se apresura, no se retrasa, no
se oculta.
¿Se encuentra tratando de apurar un poco el momento
adecuado de Dios? ¿O descubre que Dios es el que lo insta a apurar el paso? ¿O
está como Adán y Eva en el huerto del Edén, tratando de esconderse
completamente de Dios?
Jesús estaba siempre en el centro de la voluntad del
Padre. Sabía cuándo su hora no había llegado tanto como cuándo llegaba. Este
conocimiento y esta aceptación del tiempo oportuno de Dios es lo que mantenía a
Jesús en un ritmo constante y efectivo.
Si eso es lo que usted anhela, Dios está más que
dispuesto a ayudarlo a experimentarlo. Sólo tiene que pedirlo. Esto es
consecuente con su voluntad, de modo que estará contento de responder a su
oración.
Creer en Cristo como Dios
Si bien los discípulos de Jesús habían estado con Él,
observando sus milagros, escuchando su enseñanza, recibiendo lecciones privadas
de teología y de vida, y presenciando personalmente cómo llevaba a la práctica
su compasión y sus convicciones, aun así no llegaban a comprender por completo
lo que necesitaban saber. De manera que, una vez más, Jesús volvió a hablar
acerca de quién era y qué había venido a hacer.
Resuma el diálogo que tuvo lugar en Juan 4.1–11.
Creer en Cristo como Dios es el fundamento de todos
los fundamentos. Si esa afirmación es falsa, también lo es el cristianismo. Si
es verdadera, y por cierto que lo es, Jesús es «el camino, y la verdad, y la
vida», y fuera de Él no hay manera alguna de llegar al Padre. ¿ Está usted
absolutamente seguro de esta verdad? Si no lo está, el poder que caracteriza al
siervo seguirá siendo difícil de encontrar en su vida.
Escriba aquí lo que cree acerca de Cristo. Si tiene
dudas, pídale al Señor y quizás a algunos amigos entendidos, que lo ayuden a
resolverlas. Esto es decisivo. No lo postergue.
Seguridad de apoyo
El último elemento básico del poder del siervo aparece
en los versículos 12–14. ¿Qué dice Jesús aquí?
Jesús nos ayudará a hacer mayores obras que las que Él
hizo, manifestando su inmutable poder como respuesta a la oración. Esa es
nuestra confianza. Él prometió que no nos dejaría abandonados a nuestros
propios recursos. Podemos contar con los de Él, que son ilimitados.
¿Cuenta con esta increíble promesa y privilegio?
¿Procura conocer la voluntad de Dios, entonces pídale que la cumpla? Dios ha
prometido que no dejará de responder a esa oración; el eco del «¡sí!» divino es
constante a través de los altibajos de nuestra vida. Haga una lista de las áreas
en las que le gustaría empezar a ver «obras mayores» llevadas a cabo por el
poder del Espíritu Santo.
Ahora, si no lo ha hecho, ¿por qué no se compromete
hoy a hacer de la oración una práctica cotidiana? Busque al Señor. Discierna su
voluntad. Luego ore por el cumplimiento de los propósitos divinos. Después,
observe cómo Él dice: «¡Sí!», tanto que sus oraciones producen «mayores obras»
de acuerdo a su Palabra.
Un vistazo al futuro
Luego de autoanalizarse frente a los aspectos básicos,
¿se siente incompetente para la tarea? ¿Le parece que nunca podrá satisfacer
los requisitos fundamentales, de modo que el poder de siervo nunca será parte
de su experiencia? Si contestó sí, no sólo ha sido sincero, sino que está en lo
cierto. Estos requerimientos esenciales están por encima de las posibilidades
de cualquiera de nosotros… SI intentamos lograrlos con nuestras fuerzas. Como
verá, en realidad el poder del siervo es un don, no una adquisición. Y hay una
sola manera de recibirlo: a través de Cristo. En primer lugar debemos creer que
El es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nuestro Libertador, y debemos
poner toda nuestra confianza en El. Entonces, y sólo entonces, Jesús suplirá
todo lo demás que necesitamos en la persona de aquel a quien llamó el Ayudador.
Esta persona es el Espíritu Santo, la tercera persona de la bendita Trinidad.
Él es el que nos capacita para vivir como siervos; sin El, nuestros intentos de
servicio pueden ser pálidas imitaciones del verdadero servicio. El es la clave
final, el poder clave, y nosotros aprenderemos más acerca de esta persona en el
próximo capítulo.
Por lo tanto, no se desespere. Dios nunca nos ordena
hacer algo sin darnos también la capacidad para obedecerlo. Y, en este caso,
nuestra habilidad está garantizada por la omnipotencia del Espíritu Santo.
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