Juan (4.1–54)
¿Alguna vez se ha detenido a pensar en toda la
variedad de cosas que tenemos al alcance para calmar la sed? Por ejemplo,
veamos los jugos. Naranja, uva, manzana, piña, limón… nombre una fruta, y podrá
tomar el jugo de la misma. ¿Y qué decir de las bebidas artificiales sin
alcohol? Con cafeína, sin cafeína; claras u oscuras; con diez por ciento de
jugo de fruta natural, o sólo químicas; con o sin azúcar. Luego tenemos el té y
el café y las variedades de leche, por no mencionar todas las combinaciones
existentes de bebidas alcohólicas. Incluso el agua se puede comprar
directamente de los manantiales o contaminada, con cloro o flúor, envasado o
directamente del grifo, o en una interminable variedad de preparaciones de
aguas minerales. Nuestras opciones en bebidas son enormes.
Con tanto a nuestro alcance, se podría creer que no es
posible sentir sed jamás. Pero no es así. ¡Tenemos sed constantemente! Nuestros
resecos paladares mantienen industrias multimillonarias dedicadas a satisfacer
nuestra insaciable sed.
«¿Y qué tiene que ver todo este trivial comentario con
el cuarto Evangelio?» A eso voy. El paralelo es el siguiente: Lo que es cierto
en cuanto a nuestra insaciable sed física es igualmente cierto con respecto a
nuestra sed espiritual, esa tierra reseca que todos llevamos dentro, que anhela
ser inundada con las incesantes aguas de propósito, significado, perdón,
redención y renovación verdaderos. Aquí también las opciones que tenemos son
enormes. Podemos beber de las fuentes de religiones antiguas, tales como el
islam, el judaísmo, el budismo, el hinduismo, el zoroastrismo o el
confucianismo. O bien, si nuestro gusto se inclina hacia formas más modernas de
los viejos errores antiguos, podríamos probar el mormonismo, los Testigos de
Jehová, la Ciencia Cristiana, la fe Baha’i, el más reciente de los
reencarnacionistas, o a algún gurú de la Nueva Era. Y estas son sólo unas
cuantas de las centenares de opciones disponibles, que afirman tener la
capacidad de satisfacer la sed de nuestras almas resecas y resquebrajadas.
¿Dónde podemos encontrar lo que realmente calma
nuestra sed? ¿Quién tiene la respuesta? El apóstol Juan la tiene, y su
respuesta está contenida en el cuarto capítulo del Evangelio que lleva su
nombre. Aquí encontraremos una bebida que no tiene igual. Una vez que se
prueba, una vez que le permitimos refrescar la lengua del alma, inunda la
totalidad del ser y empapa por completo a la persona por toda una eternidad.
Por lo tanto, prepárese para eliminar cualquier otra
de las llamadas bebidas espirituales que haya estado probando. También puede
arrojar de sí cualquier otra clase de bebida con la que haya intentado calmar
su reseco dolor interno. Usted está a punto de descubrir lo que calma
definitivamente la sed; la única bebida que no necesita reponerse, la única que
puede satisfacer su alma para siempre.
Fuente de vida eterna
Mientras Jesús y sus discípulos llevaban adelante un
ministerio de bautismos en Judea, Jesús supo que los fariseos se habían
enterado de que en su ministerio habían más bautismos que en el de Juan el
Bautista. De modo que esto hizo que Jesús sacara las estacas, empaquetara su
tienda y se marchara a Galilea (Jn 4.1–3).
¿Qué impulsó a Jesús a trasladarse de lugar cuando los
fariseos descubrieron el éxito de su ministerio? ¿Era que les temía, o tenía
otra motivación? (cf. 7.6–8, 30; 8.20)
Señor (4.1): Modo de dirigirse a una persona respetada, similar
al uso que damos de la palabra «señor» (v. 11; 9.36). También puede referirse a la deidad de Jesús (20.28).
A través de este estudio veremos muchas veces que
Jesús deja un lugar o un grupo de personas y se aleja en el momento preciso.
Siempre parecía tener conciencia del momento en que debía marcharse. ¿Cómo cree
que lo sabía?
¿Cómo puede saber cuándo es el momento oportuno?
Enumere algunas de las maneras en que Dios se lo hace saber.
¿Le ha dicho últimamente cuándo debe cambiar de lugar?
¿Cuándo quedarse? ¿Lo ha escuchado? Si no, ¿a qué se debe? Si lo hace, ¿cómo
ocurre la transición? Dígale al Señor lo que piensa. Él está siempre dispuesto
a escuchar y guiar a una mente y un corazón interesados.
Judea estaba al sur de Palestina, la región donde
estaba localizada Jerusalén, y Galilea estaba en su parte más septentrional.
Exactamente entre Judea y Galilea se encontraba Samaria. Hacia el este estaba
la región de Perea. Cuando los judíos querían ir desde Judea a Galilea, a
menudo lo hacían atravesando Perea, hacia el noreste, y luego cruzaban hacia el
oeste a pesar de que la ruta por Samaria era mucho más corta. ¿Por qué evitaban
pasar por Samaria? (4.9)
No se puede entender el antagonismo que existía entre
los judíos y los samaritanos del primer siglo sin conocer algo de historia.
Dios eligió a Jerusalén como el centro de adoración
para Israel. Estaba edificada sobre el monte Moriah, donde Abraham ofreció a
Isaac (Gn 22.2), y era el sitio en el cual edificó Salomón el templo (2 Cr 3.1, 2). Jerusalén era decididamente la Ciudad Santa (6.6; 12.13; Jer 3.17; Zac 14.16).
Pero cuando Israel se dividió en dos reinos (931
a.C.), el gobernante del reino del norte, Jeroboam, quiso asegurarse de que el
pueblo que habitaba su territorio no transfiriera su lealtad a Roboam el
gobernante del reino del sur (Judá), después de viajar a Jerusalén a adorar (1 R 12.27). De modo que Jeroboam estableció en el norte centros de adoración con becerros de oro, e instituyó una fiesta que sustituyera la Pascua de Jerusalén, fiesta que continuó hasta que el reino del norte cayó en manos de los asirios en el año 722 a.C.
Los asirios obligaron a la mayoría de los israelitas a
dejar sus tierras, y los reemplazaron con extranjeros traídos de Mesopotamia,
que trajeron sus propios dioses extranjeros y sus costumbres, y combinaron
estos elementos con la adoración al Dios verdadero que profesaban los
israelitas que aun quedaban en la tierra (2 R 17.24–41). Fue a partir de este sincretismo idolátrico que los samaritanos del primer siglo
desarrollaron sus creencias y prácticas religiosas.
Cuando los israelitas comenzaron a regresar a su
tierra (en el 539 a.C.), se horrorizaron ante la alianza que los samaritanos
habían hecho con los residentes extranjeros, de modo que los judíos repatriados
no permitieron que los samaritanos participaran en la reconstrucción del templo
en Jerusalén (Esd 4.1–3). Esto agravó la división que había entre los dos grupos (vv. 4, 5; Neh 4.1, 2), y al final llevó a los samaritanos a edificar su propio templo sobre
el monte Gerizim, en Samaria, que posteriormente el líder judío Juan Hircano
incendió en el año 128 a.C.
Los judíos se esforzaban por evitar el contacto con
los samaritanos, y los tenían por impuros. Ahora es fácil advertir por qué se
odiaban tanto.
Jesús tenía dos rutas a escoger. Podía evitar a la
odiada Samaria y viajar a Galilea atravesando Perea, o bien podía arriesgarse y
cruzar por Samaria. Optó por la segunda (Jn 4.4) ¿Por qué?
¿A qué lugar se dirigió Jesús al llegar a Samaria, y
qué significa este hecho? (vv. 5, 6; cf. Gn 33.18–20).
Sicar (Jn 4.5): Esta población estaba justo dentro de la parte sur de Samaria, y se
extendía entre el monte Ebal y el monte Gerizim.
Hora sexta (4.6): Si se calcula según la costumbre judía, la hora sexta correspondería al mediodía. De acuerdo a la romana, serían las seis de la
tarde.
¿Qué lugar de descanso eligió Jesús, y con quién se
encontro allí? (vv. 6, 7)
¿Qué pidió y cuál fue la respuesta? (vv. 7, 9)
En la cultura judía del primer siglo, como en la mayor
parte del mundo, no se consideraba debidamente a la mujer. Había dos razones
por las cuales las samaritanas, en lo que respecta a los prejuicios judíos,
estaban aún más abajo en la escala de aceptación. En primer lugar por ser
samaritanas, y en segundo lugar por considerarse impuras. Si alguien bebía en
un recipiente que pertenecía a una mujer samaritana, se le consideraba
ceremonialmente impuro. Jesús pasó por alto estas percepciones y así desafió el
fanatismo racial y religioso al que se enfrentaba, ya que los samaritanos
estaban también predispuestos contra los judíos.
El intercambio de palabras que siguió entre la
samaritana y Jesús va directamente al corazón de lo que Él le ofrece (vv. 10–14). ¿Cuál es su ofrecimiento?
¿Entiende la mujer lo que Él le dice? (vv. 11, 12, 15)
¿Qué hace Jesús para captar su atención, y a qué
conclusiones llega la samaritana acerca de El? (vv. 16–19)
¿Por qué cree que ella cambia de inmediato el sentido
de la discusión para hablar sobre el tema del lugar donde se debía adorar (en
el monte Gerizim o en Jerusalén)? (v. 20)
¿Muerde Jesús el anzuelo y se deja arrastrar a la
discusión acerca del lugar correcto en el cual adorar? ¿Qué es lo que dice en
realidad acerca de la adoración? (vv. 21–24)
Observe cómo reacciona la samaritana a las enseñanzas
de Jesús sobre la adoración (v. 25). ¿Cambiaba de nuevo el tema? ¿O expresa sus anhelos? ¿O quizás trata de poner a Jesús en su lugar mediante el recurso de apelar a alguien
que creía tendría mayor conocimiento y autoridad que El? ¿Qué piensa usted?
¿Qué le anuncia Jesús a la mujer samaritana, y de qué
manera ella responde a la revelación? (Jn 4.26, 28, 29)
¿Qué ocurre en Samaria como resultado de su
testimonio? (vv. 30, 39–42)
Salvador (4.42): Libera, rescata, preserva.
Se necesitan segadores desesperadamente
Quizás notó que antes que Jesús se encontrara con esta
mujer, mientras estaba simplemente sentado junto al pozo tratando de
recuperarse de un largo día de camino, «sus discípulos habían ido a la ciudad a
comprar de comer» (v. 8). En el momento en que Jesús le revela a la samaritana su carácter mesiánico, los discípulos regresan y lo encuentran hablando con ella. Se
quedan mudos de la sorpresa, lo cual le da a la mujer la oportunidad de irse
antes que ocurra algún enfrentamiento (vv. 27, 28). Tratando todavía de ignorar los tabúes que Jesús había violado, los discípulos finalmente le ofrecieron algo de la comida que
habían traído (v. 31). Pero Jesús no los deja escapar. ¿Qué les dice? (vv. 32–38).
Mientras Jesús hablaba con ellos, ¿qué veían los
discípulos que se les aproximaba? (vv. 30, 35)
Dada la gran animosidad entre judíos y samaritanos,
¿cómo cree que debieron sentirse los discípulos al verse rodeados por sus
enemigos, y escuchar que Jesús les mandaba a servirlos?
No había cabida en la vida de Jesús para los
prejuicios, el fanatismo, el odio, para nada que pudiera impedirle llegar a
otros con el don de la salvación de su Padre. Tampoco permitía que ninguno de estos
factores estorbaran a sus discípulos.
¿Y usted? ¿Se retrae ante oportunidades de ministrar,
de relacionarse con otros, o de hacer planes de viajar, etc., simplemente por
prejuicio, fanatismo, odio, por algún tipo de rivalidad, o cualquier otra razón
inapropiada para los discípulos de Dios? Analícelo aquí, ahora, ante el Señor
de la cosecha. Él tiene mucho que llevar a cabo, y quiere que usted se le una y
coseche los beneficios. No permita que estas jaulas lo encierren y lo alejen de
todo lo que Dios le tiene preparado y de lo que desea hacer a través de usted.
Pídale al Espíritu Santo que descubra las áreas inconscientes de prejuicio o
racismo, resentimiento o falta de sensibilidad hacia otros.
Una bienvenida dudosa
Después de dos días increíbles en Samaria, Jesús se
pone en marcha de nuevo y al fin arriba a Galilea.
¿Cómo responden los galileos a su visita y por qué?
(v. 45; cf. 2.13–25)
¿Recibía Jesús este tipo de bienvenida en su región
natal siempre? (v. 44; Mc 6.4–6; Lc 4.24–28) ¿Qué sucedió en algunas de esas ocasiones?
A la distancia
Desde Galilea, Jesús regresa a Caná, «donde había
convertido el agua en vino» (Jn 4.46).
¿Quién se le acerca allí? (v. 46)
¿De dónde viene y qué busca? (vv. 46, 47)
¿Qué hace Jesús ante los gritos de aquel hombre? (vv. 48–50)
¿Piensa que Jesús lo trató con aspereza? Sí o no, ¿por
qué?
¿Cómo reacciona el hombre ante esto, y qué descubre
después que se alejó de Jesús? (vv. 49, 50–53)
¿Qué sucede después? (v. 53)
¿Por qué el apóstol Juan registra este acontecimiento?
(v. 54)
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