Juan (10.40–12.50)
Para ganar es preciso perder.
Para gobernar es preciso servir.
Para recibir es preciso pedir.
Para aprender obediencia es preciso sufrir.
Para vivir es preciso morir.
Para morir es preciso elegir la vida.
A primera vista estas afirmaciones pueden parecer
absurdas, paradójicas, contradictorias, ilógicas. Pero cuando las examinamos
con profundidad, descubrimos que son perfectamente coherentes. Jesús lo
demostró con su propia vida.
El renunció a la gloria celestial con el fin de
recuperarla y ampliarla con la glorificación de hijos espirituales como usted y
yo.
Siendo Señor de todos, se hizo siervo ejemplar para
todos.
Su ministerio terrenal hizo posible el establecimiento
de su Iglesia, pero eso no hubiera sido posible sin las innumerables horas que
pasó en oración en la presencia de su Padre.
Como Hijo del Hombre, aprendió que la etiqueta del
precio de la obediencia tiene escrito sufrimiento por todas partes.
Jesús sabía que el preludio para tener acceso al
disfrute de la bienaventuranza eterna con el Padre, era esa separación temporal
del cuerpo mediante la muerte.
También comprendió que al consagrarse a servir al
Padre en su vida, tendría que morir.
A Jesús no le eran ajenas las duras realidades de la
vida. Las afrontó, se abrió paso a través de ellas y siempre procuró que el
bien fuese su resultado. Sin embargo, no fue estoico frente a ellas. Le
impactaron; le conmocionaron sus sentimientos, su compasión, ira, amor. Veremos
este hecho acerca de El con más claridad en Juan 11 y 12. Descubriremos cómo Jesús da vida mediante la muerte, pero no sin que broten lágrimas e ira. También lo veremos proclamado Rey de
Israel, mientras se prepara para morir a manos de los líderes judíos. Y, si
observamos atentamente, descubriremos en El la forma en que nosotros podemos
resolver las «paradojas» de la vida y salir victoriosos, aun cuando parezca que
el mundo nos ha vencido para siempre.
Cuando la muerte precede a la vida
Juan 11 comienza con las malas noticias que le trajeron a Jesús. ¿Cuáles eran esas noticias y quién se las envió? (vv. 1–3)
¿Qué hizo Jesús cuando recibió estas perturbadoras
noticias? (Jn 11.4–6) ¿Por qué hizo esto?
Cuando Jesús anunció que quería regresar a Judea para
«despertar» a Lázaro (vv. 7, 11, 14, 15), ¿cómo reaccionaron los discípulos? (vv. 8, 12, 13, 16) ¿Qué les preocupaba? ¿Eran justificados sus temores?
El cronograma de Dios rara vez coincide con el
nuestro, porque Él generalmente quiere hacer algo tan grande en nuestras
circunstancias que ni siquiera nos pasaría por la mente. Jesús pudo haber ido a
Betania y sanar a Lázaro cuando todavía estaba enfermo, pero el Padre tenía
otro plan en mente. Quería mostrar, por medio de su Hijo, que Él tenía
autoridad sobre la muerte, no sólo en las enfermedades. Y al hacerlo, el Padre
sería glorificado, también lo sería su Hijo, y generación tras generación
encontraría vida eterna en lugar de muerte eterna por medio del único Salvador
que puede garantizar tan increíble don.
¿Qué respuestas espera usted de Dios? ¿Podría ser que
la demora estuviese motivada no sólo por su bien sino por el de incontables
personas más? ¿No será que logrará mucho más obrando a su modo y en su tiempo
que del modo en que lo haría usted? Medite con cuidado en esto, y deposite toda
su confianza en Él, pidiéndole que responda según su voluntad. ¡Luego,
prepárese! Su respuesta y momento le sorprenderán.
Cuando la vida vence a la muerte
En el momento en que Jesús llegó cerca de Betania, o
ahí mismo, se enteró de que ya hacía cuatro días que Lázaro, su querido amigo,
había muerto (v. 17). Antes de llegar a la casa de Lázaro, Marta corrió a
recibirlo (v. 20). Relate el diálogo que se produjo entre ellos (vv. 21–27).
Según su parecer, ¿cómo se habrá sentido Jesús ante
los comentarios iniciales de Marta? ¿Cómo le hubieran afectado a usted?
¿Alguna vez lo han acusado de haber producido una
crisis o una tragedia por no haber actuado con suficiente rapidez? Haya sido o
no su culpa, seguramente se sintió mal en esa situación, ¿verdad? Jesús sabe
cómo se sintió usted. A Él también lo culparon amigos muy queridos por haber
dejado morir a alguien a quien amaba.
Si usted nunca le confió a Jesús el dolor que le
produjeron esas heridas, hágalo ahora. Él quiere consolarlo con brazos
comprensivos.
Maria creía que Lázaro iba a resucitar «en la
resurrección, en el día postrero» (v. 24), esta creencia era muy común en el judaísmo del primer siglo. Casi todos en el mundo de los
judíos (con excepción de los saduceos, Mt 22.23; Mc 12.18) aceptaban la idea de que cuando el mundo se acabara
toda la humanidad resucitaría de entre los muertos, los incrédulos para recibir
la condenación divina y los creyentes para la bendición divina (Sal 16.8–11; 73.23–26; Is 26.14; Dn 12.1–4). Pero la idea de que ocurriera la resurrección de un individuo aislado en el curso de la historia,
antes de llegar el fin del mundo, les era totalmente extraño. Por consiguiente,
la confesión de Maria de que Jesús era el Mesías divino no significa que creía
que Jesús resucitaría a Lázaro antes de la finalización de la era. Lo que Jesús
hizo finalmente fue una sorpresa aun para ella.
Cuando Marta se apartó de Jesús, María salió a verlo
(vv. 28–30). ¿Quiénes la siguieron? (vv. 31, 33; cf. v. 19)
¿Qué hizo María cuando vio a Jesús? (v. 32)
¿Cómo reaccionó Jesús ante esta escena? (vv. 33–35)
¿Qué impresión produjo su reacción entre los
presentes? (vv. 36, 37)
Sea usted hombre o mujer, quizás tenga problemas al
expresar sus emociones. Tal vez tenga temor de lo que otros pudieran pensar, o
a lo mejor creció en un hogar en el que las emociones no podían expresarse,
sólo se reprimían. Cualquiera que sea la razón, debe comprender que Jesús no
veía nada malo en permitir que todos vieran sus sentimientos profundos.
Recuerde, Él fue quien creó en usted la capacidad de sentir. Las emociones son
buenas. No tiene por qué esconderlas.
Juan 11.38–57 registra lo que Jesús hizo después y cómo reaccionó la gente al milagro, y lo que El hizo finalmente.
El concilio que se reunió para analizar el caso de
Jesús era el Sanedrín (véase p. 47). Caifás, que era yerno de Anás (Jn 18.13), era el sumo sacerdote que lo presidió entre los años 18 y 36 d.C. Un saduceo, que vio a Jesús como una amenaza para Judea. Si la gente trataba de
proclamar a Jesús como el Rey-Mesías, Roma vendría sobre la nación y la
destruiría. Por eso Caifás insta hacia la política conveniente: sacrificar a
Jesús por el bien de la nación. No obstante, sin saberlo, la decisión de
procedimiento de Caifás era profética. Sin dudas que la muerte de Jesús sería
beneficiosa para la nación, pero no para su preservación física, sino para su
salvación espiritual.
¿Cómo se siente en relación a la muerte?
¿Le ayuda el relato de la resurrección de Lázaro a
analizar mejor la muerte? ¿Por qué?
¿Dé qué manera puede el hecho de que Jesús es nuestra
garantía de resurrección y vida eterna ayudarnos a consolar a quienes padecen
enfermedades terminales, o que sufren por la muerte de un ser querido?
Ungido antes de ser sepultado
Seis días antes de una nueva celebración de la Pascua
en Jerusalén, Jesús sale de Efraín y regresa a Betania. ¿Con quiénes se reúne y
qué ocurre? (12.1–9)
Nardo (12.3): «Un valioso y fragante aceite sacado de las raíces secas de la planta herbácea conocida como nardo.
Desde el siglo 1 d.C., se la importaba directamente desde la India en envases
de alabastro. Por su alto costo, el nardo se utilizaba sólo en ocasiones muy
especiales».
Trescientos denarios (12.5): Aproximadamente equivalente al salario de un año.
¿Qué posesión valiosa estaría dispuesto a sacrificar
como ofrenda de amor a Jesús? ¿Cuándo y cómo renunciará a ella? Recuerde, no se
trata de una exigencia legalista; una ofrenda así debe nacen de un corazón
agradecido. Por lo tanto, ofrende sólo si desea hacerlo, y hágalo con un
profundo sentido de gratitud por el precioso don que el Padre le ha dado en su
Hijo y en el Espíritu Santo.
Inmediatamente después de este acontecimiento, se nos
dice que la vida de Jesús no era la única que corría peligro. ¿Quiénes más han
sido anotados en la lista de los líderes religiosos, y por qué? (vv. 10, 11)
Triunfo y tragedia
Cuando Jesús finalmente se acercó más a Jerusalén, los
peregrinos que se habían congregado allí para la Pascua se apresuraron a
recibirlo (v. 12; cf. 17, 18). ¿Qué ocurrió cuando lo aclamaron? (vv. 13–15, 19)
¿Comprendieron los discípulos de Jesús la importancia
de lo que estaba sucediendo? (v. 16)
Debido a los milagros que Jesús realizó, en especial
la resurrección de Lázaro de entre los muertos, la gente estaba extasiada al
ven que Él acudía a la Pascua. Muchos habían llegado a creer que era el Mesías
esperado; pero el Mesías que buscaban era un Mesías político, un poderoso Rey-Guerrero
que los condujera en la lucha contra sus enemigos, obteniendo la victoria y
recuperando la independencia de la nación. Colocar ramas de palmera en el
camino delante de Jesús era un gesto que simbolizaba su nacionalismo y su
sensación de que la victoria era inminente. Exclamar hosanna, que significa
«dígnate salvar» o «salva ahora» (cf. Sal 118.25), y aclamado como «el que viene» y «el Rey de Israel», sirvió sólo para reiterar su convicción de que Jesús entraba en la ciudad de Jerusalén como el Salvador político que esperaban.
Sin dudas que lo ocurrido a continuación confundió a
los que esperaban un Mesías diferente al que era Jesús. Relate lo que sucedió
con sus propias palabras (vv. 20–36).
¿Cómo explica el autor del Evangelio las percepciones
erróneas que la gente tenía de Jesús? (vv. 37–41)
¿Qué fue lo que finalmente dijo Jesús a gran voz ante
la multitud, incluso a los que habían creído en El, pero guardaban silencio por
temor o por orgullo? (vv. 42–50)
Aun en medio de semejantes interpretaciones erróneas,
¿se rindió Jesús, lo dio todo por terminado y se volvió a casa?
¿Qué podemos aprender del ejemplo de Jesús acerca de
cómo enfrentar la incredulidad pertinaz, los conceptos erróneos acerca del
cristianismo e incluso a una fe cobarde?
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