Éxodo
26:31-37.
31Confeccionarás también un velo con tela teñida de azul, de púrpura
y de escarlata, y de lino fino torcido; se le bordarán querubines, obra de
diestro artífice.
32Luego lo colocarás sobre cuatro columnas de madera de acacia recubierta de oro; también sus ganchos serán de oro y estarán sobre cuatro bases de plata.
33En la parte inferior de las tablas colocarás el velo, e
introducirás allí, detrás del velo, el arca del testimonio. Luego extenderás el
velo entre el Lugar Santo y el Santo de los Santos.
34Después colocarás el propiciatorio sobre el arca del testimonio en
el Santo de los Santos.
35La mesa la colocarás fuera del velo, y el candelabro enfrente de
la mesa, en el lugar sur del tabernáculo; en el lado norte colocarás la mesa.
36Además confeccionarás para la puerta del tabernáculo, una cortina
de tela teñida de azul, púrpura y escarlata, y de lino fino torcido, obra de
tejedor.
37Harás también cinco columnas de madera de acacia para la cortina,
y la recubrirás de oro, y sus capiteles serán también de oro, luego harás cinco
bases de bronce para las columnas.
VELO DEL TEMPLO
El
tabernáculo tenía dos velos o cortinas: uno grueso y hermoso entre el Lugar
Santo y el Santísimo (Éxodo 40:33) y otro a la entrada del atrio (Éxodo 40:33).
Aunque con frecuencia se usa la misma palabra para designar a ambos (en hebreo,
masak; en griego, katapétasma), solo el primero tiene valor litúrgico porque
demarcaba el lugar más sagrado del Santuario y se rociaba con sangre en algunas
ceremonias. El templo de Salomón y los dos templos posteriores retuvieron estos
velos. Los Evangelios cuentan que, a la muerte de Jesús, el velo del templo se
rasgó. Unos suponen que se trata del velo interior (cf. Hebreos 6:19; 9:3; 10:20
donde su ruptura es símbolo del acceso del cristiano directamente a Dios
mediante el sacrificio del Cristo). Otros aducen que se refiere al velo
exterior, ya que el interior no era visible al pueblo.
SANTUARIO
Lugar
en la tierra donde mora la presencia de Dios, aunque el verdadero santuario
según la Biblia es el cielo mismo (2 Crónicas 30:27; Hebreos 9:24). Dios lo
estableció en la época del Antiguo Testamento, pues tanto el Tabernáculo (Éxodo
25:8; cf. 40:34) como el Templo (1 Reyes 8:10) albergaban la manifestación
visible de la presencia de Dios. El Lugar Santísimo era el santuario
estrictamente hablando (Levíticos 16:16), pero la palabra se aplicaba en sentido
general a todo el edificio.
En
sentido figurado, se le llama santuario al pueblo de Dios (Salmos 114:2), ya
que Él mora entre ellos. Pero santuario puede significar también refugio (cf. 1
Reyes 2:28, Ciudades de refugio). En este sentido, Dios es el santuario de su
pueblo (Isaías 8:14; Ezequiel 11:16).
Las
religiones paganas también tenían santuario para sus dioses. La participación
del pueblo escogido en los ritos de aquellas (Amós 7:9-13) fue una de las
causas de su caída.
Generalmente
las versiones bíblicas usan «santuario» para traducir el griego, naós, que
también se traduce «templo». Otro término afín es háguia (Lugar Santo o
Santísimo) que se halla en la Epístola a los Hebreos. Sin embargo, según el
Nuevo Testamento, el santuario terrenal de Dios ya no es un edificio, sino su
pueblo. Dios mora en la iglesia universal (Efesios 2:021), en la iglesia local
(1 Corintios 3:16) y en el creyente (1 Corintios 6:19). Así como los judíos
debían guardar la santidad del tabernáculo, evitando que se profanara
(Levíticos 21:23), el creyente tiene la responsabilidad de guardar la
integridad y santidad de la iglesia (1 Corintios 3:17) y de su propio cuerpo (1
Corintios 6:18ss).
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