En la actualidad, muchos están en búsqueda de la
felicidad personal. Hacen lo que sea necesario para “encontrarse así mismo”. Se les ha
dicho que la respuesta esta “dentro”,
así que buscan en todos los lugares equivocados tratando de hallar significado
y propósito en la vida. La Biblia, sin embargo, no nos dice que la respuesta
está dentro de nosotros, más bien nos enseña que el problema está en nosotros.
(Jeremías 17:9 “Duro es el corazón de todo
hombre, ¿Quién lo conocerá?”). ¿Quién conoce realmente cuán malo es
el corazón? Por esta razón, todos los intentos de reformarnos están destinados
al fracaso. No necesitamos tanto la autoestima como una visión real de quienes
somos y de quién es Dios. Una vez que aceptemos honestamente nuestra condición pecaminosa,
y aceptemos nuestra vulnerabilidad hacia el pecado, entonces seremos capaces de
apreciar la solución de Dios. En pocas palabras, la verdadera felicidad la
encontramos cuando buscamos a Dios. La Palabra de Dios nos dice lo siguiente de
cómo ser personas felices y satisfechas.
NECESITAMOS CONOCER NUESTRA VERDADERA CONDICION. Cuando nos
humillamos ante u Dios Santo, somos bendecidos (Mateo 5:3-5 “Dichosos los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino del
Cielo. 4. dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados; 5. dichosos
los humildes, porque ellos heredarán la Tierra”).
En este texto Jesús nos muestra el camino a la felicidad
verdadera. Créalo o no, este camino no tiene nada que ver con la “realización personal”. Jesús nos da aquí
una receta de tres pasos para alcanzar la felicidad y la salud espiritual:
·
Mírate como realmente eres. Cuando te das cuenta de tu necesidad de Dios (v. 3), te
ves a ti mismo como eres en realidad: un pecador, en desesperada necesidad del perdón
de Dios. Este es el primer paso. La frase “necesidad
que tienen de Dios” en este versículo viene en un verbo que significa “encogerse [de miedo], achicarse, inclinarse [en reverencia]”, como como se siente y lo hace un mendigo. Habla de
alguien que está completamente desposeído y depende completamente de los demás.
Por lo tanto, el darte cuenta de tu necesidad de Dios es admitir que al estar
separado de Dios estas totalmente desposeído.
·
Ponte en acción. Otra manera de traducir el versículo 4 es “feliz es el que es feliz”. Cuando nos
vemos como realmente somos, nos lamentamos de nuestra condición. Esto nos
conduce a que empecemos a hacer los cambios en nuestra vida. La Escritura dice:
“Pues la clase de tristeza que Dios
quiere que suframos nos aleja del pecado y trae como resultado salvación. No hay
que lamentarse por esa clase de tristeza. Pero la tristeza del mundo, al cual
le falta arrepentimiento, resulta en muerte espiritual” (2 Corintios 7:10 “porque la tristeza que procede de Dios, produce arrepentimiento que
no destruye, y restaura para vida, pero la tristeza del mundo produce muerte”).
Esta clase de tristeza nos guiará al gozo: la salvación en Jesucristo.
·
Busca la humildad. El vernos a nosotros mismos tal como somos produce dos
cualidades espirituales fundamentales: gentileza y humildad (v. 5). También obtenemos
una evaluación precisa y honesta de nosotros mismos que, a su vez, afecta
nuestra relación con los demás. Esto contradice el modo de pensar del mundo, el
cual pugna por defender “nuestros
derechos” y el enaltecerse uno mismo para obtener “lo que uno se merece”. La humildad que Jesús describe aquí no es
una especie de debilidad o cobardía, sino “un
poder bajo control”, tal como un poderoso potro se somete al control del
freno.
Cuando más nos humillemos y admitamos nuestras
debilidades, más contaremos con la gracia de Dios, y de esa manera estaremos
más contentos con nosotros mismos y con los demás.
DEBEMOS ANTEPONER LAS NECESIDADES DE MOTROS A LAS
NUESTRAS. Jesús nos da el ejemplo supremo de lo que significa sr un siervo (Hebreos
13:11-13 “pues la carne de los
animales cuya sangre era introducida por el sumo sacerdote al santuario por
causa de los pecados, era quemada fuera del campamento para redimirlos del
pecado. 12. Por esta razón, también Jesús padeció fuera de la ciudad, para
santificar a su pueblo por medio de su sangre. 13. Salgamos, pues, también
nosotros a Él fuera del campamento, llevando su vituperio”). Jesús
nos dio el ejemplo máximo para vivir en humildad. Jesús, quien es Dios, vino a
esta tierra y se humilló en una forma extraordinaria, haciéndose hombre. Es
importante que en ningún momento dejó de ser Dios, pero hizo a un lado los
privilegios de su deidad para experimentar la genuina condición humana, y no
evitó la aflicción, la ira, la tristeza y el dolor (Filipenses 2:3-11 “No hagan nada por contienda o por vanagloria, sino con humildad de
manera de pensar; cada quien considere al otro de mayor importancia que a sí
mismo; 4. que no se ocupe cada quien solamente de lo suyo propio, sino también
de lo de su prójimo. 5. Y haya en ustedes este modo de pensar que también hubo
en Jesucristo, 6. quien siendo a la imagen de Dios no consideró el aferrarse a
ella, siendo que es igual a Dios, 7. sino que despojándose a sí mismo, tomó la
semejanza de un siervo, y fue semejante a los hombres, 8. y hallándose en la
semejanza de hombre, se humilló a sí mismo, siendo obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz, 9. por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le dio un
Nombre más excelente que todos los nombres, 10. para que toda rodilla se doble
en el nombre de Jesús, tanto de los que están en los cielos y en la Tierra,
como de los que están debajo de la tierra, 11. y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios su Padre”).
El acto más dramático de su humillación fue cuando subió
al Calvario para ser crucificado. Nadie tomó su vida, Él la dio
voluntariamente. Pudo haber llamado legiones de ángeles para que lo rescataran,
pero prefirió sufrir y morir por nosotros.
¿Cómo debe afectar la actitud del Cristo la manera en que
tratamos a otros? Debemos anteponer las necesidades de otros a las nuestras.
Jesús siempre tuvo tiempo, durante su ministerio terrenal, para atender a
otros. Nosotros debemos seguir su ejemplo.
Si ponemos la voluntad de Dios primero, y las necesidades
de otros primero que las tuyas, hallarás alegría y gozo.
ENCONTRAMOS LA FELICIDAD EN AMAR A DIOS Y EN SERVIR A
OTROS. Amar a Dios y a otros le da a nuestra vida verdadero propósito y
significado (mateo 22:37-40 “Jesús le contestó:
AMARÁS A YAHWEH TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, CON TODA TU ALMA, CON TODAS TUS
FUERZAS Y CON TODA TU MENTE. 38. Este es el más grande y el primer mandamiento.
39. Y el segundo es semejante a este: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO. 40.
De estos dos mandamientos dependen la ley y los profetas”).
En sólo dos mandamientos, Jesús resume toda la ley del Antiguo Testamento. Nos enseña nuestra
obligación como sus seguidores: amar a Dios con todo el corazón y a nuestro prójimo
como a nosotros mismos. Cuando estas dos cosas hallamos verdadera felicidad por
medio de nuestra obediencia a Dios.
La verdadera felicidad no se haya en satisfacer nuestros
apetitos y deseos. Más bien, se encuentra en amar a Dios y a otros. Esto no es
casualidad. Dios lo puso así. Él conocía el valor de amar a otros, aun antes
que demostrara su amor por nosotros en la cruz. Él también sabía cuán egoísta somos
los seres humanos: si no nos hubiera mandado a amarle a Él y a los demás,
llenaríamos nuestra vida con esfuerzos vanos en busca de la felicidad.
Como dice Pablo: todas nuestras obras serán probadas por
fuego en el día del juicio (1 Corintios 3:13) Las obras que fueron realizadas
con egoísmo no pasarán la prueba. Pero las que fueron hechas por amor a Dios y
al prójimo sí. Este amor y las obras motivadas por Él son eternas; por eso
hallamos verdadero sentido cuando las hacemos. Además, experimentamos gozo
verdadero cuando damos de nosotros mismos por amor a Dios y a otros. Cuando damos,
hallamos propósito para nuestra vida y experimentamos la verdadera felicidad.
DEBEMOS RENDIR NUESTRO SUEÑO, Y BUSCAR LA VOLUNTAD DE
DIOS. Los verdaderos seguidores de Jesús ponen su futuro en las manos de Dios,
porque Él conoce lo que es mejor para nosotros (Mateo 16: 24-26 “Luego Jesús dijo a sus discípulos: El
que desee venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame, 25.
porque el que desee salvar su alma, la perderá, pero el que pierda su alma por
causa de mí, la encontrará. 26. Porque, ¿qué provecho obtendría un hombre si
ganara el mundo entero, pero perdiera su alma? ¿O qué podrá ofrecer un hombre
por su alma?”).
Las Palabras de Jesús en este pasaje parecen
extremadamente duras. Pero en verdad son compasivas, porque señalan el cambo de
la vida verdadera. Cualquiera que desee esta vida autentica, debe hacerse
discípulo de Jesús. Esto significa obedecer sus mandamientos y adoptar una
actitud de negación de uno mismo. Este texto señala tres puntos sobre que
significa adoptar esta actitud y seguir a Jesús:
·
Debemos entregar nuestra vida. Hallamos vida no buscándola, sino llegando a una alineación
correcta con Dios y su plan para nosotros. Conforme entregues tu vida, la
hallarás. Esta “vida” de la que habla
Jesús no significa solamente la vida después de la muerte, sino también “la vida durante la vida”. Jesús dijo que
Él vino para darnos “una vida plena y
abundante” (Juan 10:10). No debes tener miedo de confiar tu futuro
desconocido a un Dios conocido. Su plan para ti es mejor que cualquier plan que
puedas tener para ti mismo.
·
Debemos negarnos a nosotros mismos. “Negarse a sí
mismo” significa poner la voluntad de Dios y los propósitos de Dios por
encima de los nuestros. Descubrimos la voluntad de Dios para nosotros cuando
escudriñamos, estudiamos y obedecemos la Palabra de Dios.
·
Debemos tomar nuestra propia cruz. Esto significa “morir”
a nuestra propia voluntad y ambición egoísta. No permitas que este pasaje te
asuste. A través de este morir a nosotros mismos es que hallamos el plan y el propósito
de Dios para nuestra vida.
La vida cristiana no es una morbosa infelicidad y examen de
conciencia excesivo. Es una vida de paz y gozo en tanto caminamos en armonía
con el Dios que nos ha creado. Pablo resume esto perfectamente cuando escribe: “Mi antiguo yo ha sido crucificado con el
Cristo, ya no vivo yo, sino que el Cristo vive en mí. Así que vivo en este
cuerpo terrenal confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó así
mismo por mí” (Gálatas 2:20). Solo cuando el bulbo de un tulipán cae en
tierra muere, es porque una bella flor puede crecer en su lugar. Entrégate voluntariamente
al plan de Dios para tu vida. Nunca lo vas a lamenta.
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