La
Biblia no intenta probar la existencia de Dios ni especular sobre su
naturaleza. Da por sentado que «Yahweh es el Dios verdadero; Él es Dios vivo y
Rey eterno» (Jer 10.10). El insensato que niega a Dios (Sal 14.1; 53.2) no es
un ateo; su negación es de orden ético: vive como si Dios no existiese y
juzgase a las personas. Los milagros y actos poderosos de Dios no se aducen
para demostrar su existencia, sino para afirmar la confianza o estimular la
alabanza (Sal 8; 19.1–7; 104; Is 40.25–31). Dios se da a conocer en la creación
y en la historia: es por ello el Dios vivo (Jos 3.10; Sal 19.1ss; Os 1.10; Ro
1.19ss; 1 Ti 3.15; Heb 9.14; 10.31). En consecuencia, el hombre se allega a
Dios prestando oído a su Palabra y obedeciendo su voluntad, y no mediante la
especulación (Jer 22.15s; Jn 7.17).
LOS NOMBRES
DE DIOS
En el Antiguo
Testamento
Diferentes
nombres subrayan el carácter personal de Dios. Ello no significa, sin embargo,
que se considere al Dios verdadero simplemente como una persona poderosa, como
los dioses del medio (1 S 15.29; Is 40.28). Se subraya la diferencia entre Dios
y el hombre (Nm 23.19; Ez 28.2; Os 11.9), aunque la Biblia no se niega a hablar
de Dios con términos antropomórficos. Dios creó al hombre a su imagen y es
lógico que los términos tomados de la experiencia humana sean los más aptos
para hablar de Él.
El
nombre El, Elohim (traducido en nuestras versiones a veces por «Dios» y otras
por «Señor») viene de una raíz que significa «poder» y se refiere a todo lo
divino. A veces se combina con otras palabras (Gn 28.19; 33.20). Se usa el
plural (Elohim) para referirse al Dios de Israel, no por resabios politeístas,
como pretenden algunos, ni en directa referencia a la Trinidad, como dicen
otros, sino para intensificar o reforzar la idea expresada: la plenitud de
Dios.
Jehová
(Yahweh) representa el nombre propio de Dios tal como se ha revelado a Israel
en los actos poderosos de liberación (Jehová). Adonai (traducido por lo general
en nuestras versiones por «Señor») es también un plural, que da la idea de
soberanía, poder pleno, y se combina a veces en expresiones como «Señor se
señores» o «Señor de toda la tierra». Otros términos («Yahweh de los ejércitos»,
usado 279 veces en el Antiguo Testamento; «Yahweh Dios eterno», Gn 21.33; «el
Altísimo» y «el Omnipotente», Nm 24.16; o combinaciones con Yahweh: Gn 22.8,
14; Jue 6.24; Jer 23.6) representan combinaciones de las designaciones
mencionadas, que conmemoran manifestaciones o señales particulares del Dios de
Israel.
En el Nuevo Testamento
Al
eliminarse en el judaísmo el uso ordinario de Yahweh, aparecen muchas
designaciones abstractas o indirectas: «el Nombre», «el Eterno», «el Inmortal»,
«el Todopoderoso», «el Altísimo». El Nuevo Testamento toma las traducciones
griegas de estos nombres, que frecuentemente son referidos también al Señor
Jesucristo. Dios y Señor (Kyrios) son, sin embargo, los más utilizados y hemos
de ver en ellos la traducción de «Yahweh Dios» y de «el Señor Dios» del Antiguo
Testamento. La paternidad de Dios se enseña en el Antiguo Testamento con
respecto al pueblo de Israel y a algunos de sus líderes. En el Nuevo Testamento
se caracteriza a Dios como Padre de nuestro Señor Jesucristo y a los creyentes,
que han recibido el Espíritu de adopción, como hijos de Dios.
Las características de Dios
Dios
es poderoso y ejerce su dominio como Señor (Adonai) y dueño o amo (Baal) de su
pueblo y del universo entero (Éx 15.3; Sal 24.8; Jer 32.18), a diferencia de
los dioses falsos (Jer 10.11s). Su poder se ha manifestado eminentemente en la
resurrección de Jesucristo (1 Co 6.14; Ef 1.20). Dios es santo (Is 6.3; 40.25;
Hab 3.3; 1 P 1.16; Ap 4.8), lo que significa que está separado y por encima de
todo lo que es ordinario, creado y débil, tanto física como moralmente (Gn
18.27; Job 42.6; Sal 8.5); su santidad se muestra en su justicia (Is 5.6; Ez
28.22), pero también en la fidelidad de su amor (Os 11.9) y en la liberación de
su pueblo (Is 41.14; 43.3).
El
Amor de Dios está presente en el Antiguo Testamento referido principalmente a
Israel (Is 43.4; 54.5–8; Jer 31.3; Os 3.1; 11.1), pero en el Nuevo Testamento
es elevado a una afirmación universal (Jn 3.16) y centrado en la obra de
Jesucristo (Ro 5.8; 8.32; 1 Jn 4.9). A tal punto se revela el amor de Dios por
todos los hombres (Tit 3.4), que es posible describir a Dios mismo en función
del amor (1 Jn 4.8); un amor, sin embargo, que debe entenderse a la luz de la
revelación divina y no como la divinidad de cualquier forma de amor.
No
han faltado quienes hayan creído ver en la Biblia una variedad de concepciones
de Dios: desde un politeísmo primitivo hasta una concepción espiritual y ética.
Aunque la comprensión de Dios gana en claridad de una sección a otra, hay una
notable unidad a través de toda la Escritura en la afirmación de un Dios único,
espiritual, todopoderoso, santo, personal y ético en sus relaciones con el
hombre; un Dios juez y redentor. La doctrina de la Trinidad no se afirma
explícitamente en la Biblia, pero desde el comienzo esta afirma la plenitud y
riqueza del ser de Dios, y el Nuevo Testamento amplía las declaraciones sobre
la eternidad del Verbo, la preexistencia del Hijo y la divinidad y eternidad del
Espíritu.
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