Apocalipsis
21:1-2.
1. Luego vi cielos nuevos y Tierra nueva, porque los primeros cielos y la primera Tierra habían pasado, y el mar no existía más. 2. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, mientras descendía de Dios, preparada como novia ataviada para su esposo.
Dios
es «Rey de los siglos» (1 Timoteo 1:17), o sea de toda la historia, pero hay
que distinguir entre esta soberanía eterna y la manifestación dinámica del
Reino de Dios que se establecerá con la venida de Jesucristo.
EN EL ANTIGUO
TESTAMENTO
La
frase «reino de Dios» no aparece en
el Antiguo Testamento, pero Dios sí se presenta como Rey: es rey de Israel (Números
23:21; Isaías 43:15), y también de todo el mundo (Salmos 24; 47:8; 103:19); Él
reina para siempre (Salmos 29:10). Estas expresiones indican no tanto un reino
político o terrenal como el derecho de Dios de reinar sobre su propia creación.
Dios
dijo a Abraham que de sus lomos saldrían reyes (Génesis 17:6), pero no fue sino
hasta el tiempo de Samuel que los israelitas pidieron un rey (1 Samuel 8). Sin
embargo, la monarquía fracasó completamente después de cuatro siglos (Israel,
nación: Judá). Los profetas posteriores que vivieron durante el tiempo de la
monarquía pronosticaron el gran futuro en que el Mesías reinaría sobre todo el mundo (Isaías 2:1–4;
Miqueas 4:1–3). Este reino se establecería en el Día de Jehová (Joel 2:28–3:21; Amós 9:11–15), cuando Dios
juzgaría a las naciones y salvaría a su pueblo universal. Al final crearía
nuevos cielos y nueva tierra (Isaías 65:17; 66:22). Todo esto señala la victoria
final de Dios en la historia.
EN LA
LITERATURA INTERTESTAMENTARIA
Entre
los dos testamentos surgió un marcado mesianismo que proclamaba la restauración
del reinado de Israel. Esta esperanza renovada tomó muchas formas, pero la más
común era la del libro seudoepigráfico Salmos de Salomón (17:23–51): el hijo de
David, el Mesías, derrotaría a los enemigos gentiles. Como regidor de Israel, capitanearía
las fuerzas que dominarían a todas las naciones; estas subirían a Jerusalén
para glorificar a Jehová. En otras palabras, se presenta un reino político de
justicia en el cual el Mesías e Israel encabezan a todo el mundo. Los Zelotes en el tiempo de Jesús tenían
esperanzas mesiánicas parecidas, con la diferencia de que ellos mismos
establecerían el reino por medio de la sublevación armada.
Otra corriente de este período (200 a.C. a 100
d.C.) era la perspectiva mesiánica de la literatura apocalíptica, cuya idea
central era la repentina introducción del Reino de Dios en forma cataclísmica
sobre la tierra, empezando con un juicio inesperado en que los justos serían
premiados y los malos castigados. Con estas ideas quizá Jesús estaba de
acuerdo, pero rechazó otros conceptos extremistas de esta literatura tales como
los cálculos del tiempo del fin, juegos de números, viajes celestiales y
revelaciones acerca del cielo y del infierno.
Se
discute intensamente la pauta doctrinal que Jesús siguió: ¿Enunció sus ideas
respecto al reino conforme el mensaje profético del Antiguo Testamento, o las
concibió siguiendo el rumbo de la literatura apocalíptica? Un repaso de la
enseñanza de Jesús mostraría ampliamente lo primero.
EN EL NUEVO TESTAMENTO
En la predicación de Juan el Bautista
Juan
vino predicando el arrepentimiento porque el Reino de Dios se había acercado (Mateo
3:2). El ser israelita no aseguraba la entrada al Reino. Además, las obras
apropiadas debían acompañar al arrepentimiento (Lucas 3:8). El juicio estaba
cerca, el hacha ya estaba puesta a la raíz de los árboles (Lucas 3:9). A pesar
de la aparente semejanza entre este mensaje y el que Jesús presentaría un poco
después, todavía Juan imaginaba un reino político y terrenal. Cuando vio que no
surgía tal Reino, Juan envió mensajeros para preguntar a Jesús (Mateo 11:2s//).
Jesús contestó en efecto que la presencia del Reino de Dios se verificaba en la
curación de los enfermos, en la resurrección de los muertos y en la predicación
del evangelio a los pobres (Mateo 11:4s//). El carácter del Reino traído por
Jesús no era político, literal ni terrenal, pero se demostraba en obras que
apuntaban hacia una restauración total.
En la
enseñanza de Jesús
En
los cuatro Evangelios el título más común es el «reino de Dios». Solo Mateo usa la frase «reino de los cielos» (33 veces), aunque también usa «reino de Dios» cuatro veces (12:28;
19:24; 21:31, 43). Esencialmente estos dos términos expresan una misma
realidad, como se ve mediante un cuidadoso examen de los Evangelios (cf. Mateo
5:3 con Lucas 6:20; y Mateo 19:23s y Lucas 18:24s) y de muchos otros pasajes
donde Mateo usa la expresión «reino de
los cielos» y los otros sinópticos «reino
de Dios». Al escribir a los judíos, Mateo demuestra su reserva judía en el
uso del nombre sagrado de Dios; es decir, utiliza sinónimos para referirse a
Jehová (cf. Lucas 15:18, 21 donde «el
cielo» significa Dios). Además de estos dos términos, se halla la frase «reino del Padre» (Mateo 13:43), y
escuetamente «el reino» (Mateo 6:13).
Mateo 13:41 indica que el reino es del Hijo del Hombre.
Al
examinar los datos de los Evangelios, se ve cuán difícil es definir el Reino de
Dios. El concepto aparece en cuatro diferentes contextos: a) Unos pocos pasajes
que presentan el reino con el significado abstracto de autoridad real o el
poder de reinar. b) Un buen grupo de pasajes que aluden al reino como algo
presente, como un poder dinámico que actúa entre los hombres. c) Otro grupo
semejante al anterior indica que el reino es una esfera en la cual las personas
entran. d) Además, hay un grupo final que presenta al reino como completamente
futuro, escatológico y apocalíptico. A continuación trataremos de coordinar
estos cuatro aspectos en una concepción total.
1.
Respecto al concepto básico del término «Reino»
(griego, basileía). Jesús anunció al principio de su ministerio que el Reino se
había acercado pero en Mateo 12:28 dijo que el Reino había llegado cuando Él
echaba fuera los demonios. Puesto que Jesús practicó la expulsión de demonios
casi desde el principio de su ministerio (Mateo 4:23s), queda claro por qué al
anunciar el Reino habló de su misma presencia y autoridad. A esas alturas no
importaban los demás elementos de un reino, tales como súbditos, leyes, o
territorio, sino solo el rey y su autoridad real. Como dijo Orígenes: «Jesús es la autobasileía», es decir, el
Reino mismo. En la parábola de las diez minas (Lucas 19:11–27), el «hombre noble» tenía un territorio en el
cual gobernaba, tenía siervos a quienes mandaba y había leyes que regían en ese
pequeño país, pero al noble le faltaba la autoridad de proclamarse «rey». El «Reino» que él se fue a recibir era el poder o la autoridad real («investidura real», HA). Esta acepción de
«Reino» se ve también en Juan 18:36.
La gran mayoría de los eruditos creen hoy que el sentido básico de basileía es
la autoridad y poder reales de Dios, su derecho de reinar en este mundo.
2.
El segundo grupo de versículos habla del aspecto presente y dinámico del Reino.
Ya indicamos que la presencia del Reino era manifiesta en las obras poderosas
que Jesús hacía a favor de los necesitados. Pero el propósito del Reino era
mucho más que la satisfacción de necesidades físicas; involucraba también una
lucha sin cuartel contra Satanás. Jesús explica que el Reino de Dios tiene como
fin contrarrestar la autoridad y poder del reino de Satanás. El hecho de que Él
mismo puede amarrar al fuerte (Satanás) y saquear sus alhajas (quitarle sus
súbditos), trasladándolos a su propio Reino, demuestra la poderosa presencia de
este (Mateo 12:28s//). En otras palabras, ahí está la salvación. Este propósito
se ve delineado en las palabras del ángel a José: «Llamarás su nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados»
(Mateo 1:21). Más tarde Jesús mismo dijo que no «vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate
por muchos» (Mateo 20:28).
En
el establecimiento del Reino la muerte de Jesús era imprescindible para
rescatar a las personas de sus pecados. Por eso, el hombre debe buscar el Reino
sobre todas las cosas (Mateo 6:33) y recibirlo como un niño (Lucas 18:17), ya
que el Reino no está lejos, sino entre los hombres (Lucas 17:21).
3.
Un tercer grupo de pasajes indica que el Reino es una esfera en la cual el
hombre entra. Aquí se toma en cuenta el aspecto humano del Reino. Uno entra en
el Reino al aceptar la autoridad de Jesús en su vida personal (cf. Mateo 7:21ss;
donde implica llamar a Jesús Señor y hacer la voluntad del Padre). Juan lo
explica en términos del nuevo nacimiento (3:3, 5; cf. Lucas 16:16; Mateo 21:31;
23:13; Lucas 11:52). Ciertos pasajes que hablan de entrar en el Reino tienen
tinte escatológico, y pertenecen a la categoría de abajo (cf. las
Bienaventuranzas que hablan del Reino como galardón futuro, Mateo 5:3–12).
4.
El último grupo tiene que ver con el aspecto escatológico del Reino, relacionado
con la venida del Cristo (Segunda Venida). Será el momento de la reunión de
todos los hijos de Dios del mundo entero (Mateo 8:11); será el tiempo del Juicio
(Mateo 16:27) cuando el Hijo del Hombre se sentará en su trono (Mateo 25:31–46);
será el tiempo de la regeneración cuando los discípulos participarán en la
administración del Reino (Mateo 19:28; cf. Lucas 18:29s). Las «ovejas» entrarán
en el Reino preparado desde la fundación del mundo (Mateo 25:34). Los
Evangelios no especifican la naturaleza de ese reino, pero será el cumplimiento
de las esperanzas proféticas porque se establecerá el reino literal, terrenal,
político y moral que Dios quiere imponer (Milenio).
Hay
cierta tensión entre el aspecto presente y el aspecto futuro del Reino. Tanto
Juan el Bautista (Lucas 7:19) como los mismos discípulos (Hechos 1:6) estaban
perplejos porque el Reino no apareció en forma literal en el tiempo de Jesús.
Para una explicación de la aparente promesa de una pronta venida del Reino (Mateo
10:23; 16:28), Segunda Venida. En efecto, el triunfo de Jesús en la cruz los
cristianos lo ven como un hecho escatológico, porque su sacrificio, confirmado
y aprobado por el acto divino de la Resurrección, nos logró la vida eterna.
Jesús, entonces, inauguró el Reino, sin llevarlo a su consumación. Como ha
dicho Cullmann, «se ganó la batalla
decisiva, solo se espera la terminación de la guerra». Por eso, Pedro
indicó en el día de Pentecostés que los postreros días habían llegado (Hechos
2:16–21). Ya se podía gozar de las bendiciones y poderes del siglo venidero (1
Corintios 10:11; Hebreos 6:5).
En
resumen, el Reino de Dios es el mismo poder dinámico de Dios encarnado en el
mundo en la persona de Jesús, con el fin de devolver a su dueño a los que
estaban bajo la autoridad de Satanás y del pecado. Aunque el poder del Reino se
ve en las obras maravillosas de Jesús, la máxima manifestación se encuentra en
su muerte y resurrección; por tanto, es proclamado Señor de todo el universo.
El Reino no solo es un poder dinámico que actúa entre las personas, sino
también una esfera en la cual los hombres entran al recibir a Jesús como su
Señor y al hacer la voluntad del Padre (Mateo 7:21ss). Durante el actual
período intermedio, los discípulos proclaman el señorío de Jesús en todo el
mundo, y cuando esta tarea se termine, se manifestará gloriosa y públicamente
el Reino de Dios en la parusía del Señor Jesucristo.
Aunque
la cabeza de un reino debe ser un rey, los Evangelios, especialmente Mateo y
Juan, presentan a Dios como Padre. Así que el Reino tiene el carácter de una
gran familia en la cual los hijos (Juan 1:12) llaman a Dios Abba (Mateo 6:9;
cf. Romanos 8:15; Gálatas 4:6). Los hijos, siendo responsables, se preocupan
por los asuntos de su Padre: llevan una verdadera vida de discipulado (Mateo
16:24) y son portadores del evangelio del Reino, compartiendo en esta
responsabilidad la misma autoridad de su Señor (cf. Mateo 10:1, 5–15, 40ss).
Frente
al hecho de que el Reino de Dios siempre es Reino de Justicia, se discute
intensamente si los hijos del Reino tienen la responsabilidad en la época
presente de implantar la justicia en este mundo de maldad. Aunque el Nuevo
Testamento no respalda la imposición de sistemas políticos por la fuerza, esto
no quiere decir que los hijos del Reino justo de Dios no deban luchar por todos
los medios legítimos, según los principios básicos del Reino, para lograr la
máxima justicia posible dentro del contexto contemporáneo. Cada hijo del Reino
tiene la responsabilidad de ministrar a los necesitados y desvalidos a su
alrededor (Mateo 25:31–46). Los que no hayan cumplido con su responsabilidad
serán separados del resto del Reino por el Hijo del Hombre en el juicio final
(Mateo 25:41–46), enseñanza claramente presentada por Jesús en las parábolas
del Reino (Mateo 13:24–30, 36–43, 47–50; 24:45–51; 25:1–13, 14–30).
En el
resto del Nuevo Testamento.
De
concepto central en el mensaje de Jesús, el Reino de Dios pasa a ser un tema
marginal en el resto del Nuevo Testamento. Más bien se recalca la Iglesia. Este
cambio se debe, no a la poca importancia del reino, sino a la labor de
traducción realizada por los predicadores, una vez que el mensaje evangélico
alcanzara a las masas de habla griega. Expresiones como «Hijo del Hombre» y «Reino de
Dios», muy comprensibles en el ambiente palestinense, causaban malos
entendidos entre los gentiles (Roma, Imperio) y tuvieron que ser reemplazadas.
En
los Hechos la iglesia predica el Reino de Dios (8:12; 20:25; 28:23, 31) como
realidad presente y futura (14:22). Pablo habla del aspecto presente del Reino
(Romanos 14:17; 1 Corintios 4:20; Colosenses 1:13), pero recalca el aspecto
futuro: los malos no heredarán el Reino (1 Corintios 6:9s; Gálatas 5:21; Efesios
5:5); el Reino vendrá con la manifestación de Jesús en su Segunda Venida (2 Timoteo
4:1, 18); después de dominar a todos sus enemigos, el Señor Jesús entregará el
Reino al Padre para que Dios sea todo en todos (1 Corintios 15:23–28). La
palabra final del Reino se encuentra en el Apocalipsis que relata cómo los
reinos de este mundo llegan a ser el Reino de nuestro Señor (11:15; 12:10), a
quien se llama Señor de señores y Rey de reyes (17:14; 19:16). Pero Él no reina
solo, sino junto con los suyos durante mil años (20:1–10). Después del juicio
del gran trono blanco sigue el aspecto eterno del Reino, cuando aparece un cielo
nuevo y una tierra nueva (21:1); una existencia en la cual no cabe el mal de
ninguna especie (21:27). Este Reino eterno representa la victoria final de la justicia.
EL REINO Y LA IGLESIA
Aunque
generalmente el magisterio de la iglesia católica romana define como idénticos
estos dos conceptos, algunos eruditos católicos los distinguen. El sentido
abstracto del Reino, o sea la autoridad soberana de Dios y del Cristo, nunca
puede identificarse con la Iglesia. Cuando una persona se somete a la autoridad
de Dios en el Reino, llega a ser hijo del Reino y forma parte del pueblo de
Dios. Los súbditos del Reino forman la Iglesia, pero no pueden ser
identificados con el Reino en su totalidad. El Reino crea la Iglesia, la cual a
su vez predica el evangelio del Reino; de tal modo que la Iglesia es el
instrumento y custodio del Reino de la tierra. El Reino es la esfera de la
salvación; la Iglesia es la esfera de la comunión, del testimonio y del goce de
las bendiciones del Reino. Aunque los dos están inseparablemente ligados, no
pueden ser identificados.
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